Mi nombre es Alejandro Aldea y tengo 34 años. Estudié Literatura Inglesa y Filosofía de manera paralela en la Universidad Católica porque era la única que tenía un programa de carreras paralelas. Después estudié un programa de cine en Dinamarca y posteriormente volví. Trabajé en cosas vinculadas a la disciplina e ingresé a un Magíster en Artes Visuales en la Universidad de Chile, del que también me titulé. Ese es mi marco académico, mi carrera disciplinar.
Por otra parte, en relación con lo que he desarrollado, cuando volví de Dinamarca siempre trabajé en cosas audiovisuales o a veces referidas al teatro, por lo general haciendo cosas técnicas. Conocí gente al volver que me invitaron a participar en un par de proyectos de este tipo. En Dinamarca trabajé escribiendo guiones más que nada y textos propios de carácter más autodidacta. Antes, mientras estudiaba literatura y filosofía, tenía vinculación con el arte a través de la música que era mi formación desde chico por mis padres.
Sin embargo, dedicarme a armar proyectos grandes y de manera constante ocurrió estudiando en Dinamarca, de ahí hacia adelante, más o menos desde el año 2009.
Una vez que terminé el magíster he trabajado más apatronado, realizando cosas audiovisuales técnicas y al mismo tiempo en mis ratos libres me dedico a mi obra, a mis proyectos personales. Al finalizar el magíster en el 2014 armé una cooperativa de la que participo actualmente y que va a cumplir cuatro años. La intención era armar un espacio horizontal, asambleario que no funcionara bajo algunos criterios que operan en el arte, tales como el criterio de la calidad, la reputación, la jerarquía o tener que introducir la obra en el mercado transable para mantener la creación. La cooperativa ha andado súper bien hasta el día de hoy y básicamente derivé todo mi trabajo a ese espacio. En un principio participaba en otros proyectos y aparte trabajaba en ese espacio, pero después por una decisión personal, sostenida en el propósito de poder consolidar la cooperativa, me puse una regla a mí mismo de no aceptar más proyectos ajenos, sino tratar de hacerlos converger en la cooperativa. Si alguien quería hacer algo yo decía: “Sí, yo soy parte de esta cooperativa, podemos hacerlo desde ahí”.
Los cooperadores, miembros o socios de la cooperativa no necesariamente comparten esta política, es más bien personal. Hay gente que tiene casi todos sus proyectos por fuera de la cooperativa; su relación con el espacio viene desde otro lado. Por ejemplo, está Max que escribe poesía y publica, pero nunca ha convergido, no ha llevado ese desarrollo del trabajo al espacio de la cooperativa. Su vínculo es político, por otras cosas.
El ejercicio de la bitácora fue relativamente sencillo porque era sentarme al final de la jornada y escribir. Hubo ciertos detalles que me produjeron algún tipo de contrariedad, aunque los resolví más tarde. Por ejemplo, yo funciono con colores porque cuando escribo en Excel las actividades que realizo las marco con colores para ver inmediatamente cómo se viene la cosa. Tampoco tenía lápices de colores para suplir esa falta, así que les puse “t” a los momentos de trabajo, “o” a los de ocio. Era una manera de revisar para atrás y observarme.
A partir de mi experiencia, noté que las líneas entre ocio y trabajo eran súper difusas. Hay actividades que de repente llamaba trabajo de una manera cualitativa, pero en términos estrictos era exactamente la misma cosa que había realizado en otro momento y a la que me había referido como un espacio de ocio por otro motivo. No recuerdo exactamente la situación con la que me pasó, pero pasa que a veces considero una fase de un proyecto como trabajo, mientras que otra fase la experimento como ocio. En las etapas iniciales, cuando se te vienen las ideas lo relaciono más con el juego y, las que siguen, las asocio más con la construcción, con otro tipo de categorías. En otras palabras, cuando un proyecto ha avanzado se torna más operativo, sólo hay que ejecutar, no obstante, si ese proyecto está comenzando posee una dimensión más lúdica y siempre está la posibilidad de dejarlo. Yo no vivo de mi obra y, por lo tanto, no necesariamente tengo que hacer un proyecto al año o tengo que estar trabajando en algo, o estar pensando en un catálogo, lo que sea. No estoy pensando todo el rato en términos productivos. Mi obra se basa más en la libertad de las cosas que se me ocurren, de los intereses que aparecen también. En ese sentido, puedo estar muy embalado con un proyecto y a los dos días abandonarlo. Entonces yo lo veo como un espacio más lúdico.
Al pasar uno a otra fase del proyecto, ya se convence y tiene que darle materia: que pase de una idea a algo concreto y que básicamente termine en una existencia objetiva. Ahí siento que se asemeja más al trabajo; el resto son ideas que no considero como obras porque no existen. Sí existe cuando está finalizada. Quizás no como se te ocurrió ni como querías ni como la intencionaste, pero está terminada. Quizás por esta misma idea siento que las fases posteriores son más cercanas al trabajo porque trato de no dejar a medias las cosas que parto. Aunque no me guste mucho, termino y pienso en el próximo proyecto o digo: “Fin, se acabó la cosa”.
La bitácora la terminaba de escribir en la noche en mi casa, ahí realizaba un recuento de lo que había pasado en el día. Mis días transcurren mayoritariamente en tres espacios muy definidos: la cooperativa, la pega y mi casa. Incluso mis fines de semana transcurren entre la cooperativa y mi casa, algo que me he percatado que debería quebrar, debería buscar otros espacios. Me pasa que comer, trabajar o tener una vida íntima en el mismo lugar arruina un poco ese espacio mismo. Creo que es bueno tener ciertos hábitos y espacios específicos para ellos: un espacio de la casa para sentarse en el escritorio a leer o a trabajar, un espacio de la habitación para hacer otras cosas, lo mismo en el espacio de la cocina o el comedor. Si tienes un patio también. Eso no quiere decir que sea tan estricto con los espacios y las actividades, pero me pasa, por ejemplo, que ir a la biblioteca a trabajar me hace un poco afilar el cuchillo. La cooperativa es un espacio mucho más caótico en ese sentido, es decir, nosotros ahí carreteamos, la pasamos bien, trabajamos, conversamos, resolvemos problemas, estamos en contacto con los vecinos. Todo el rato hay movimiento desde distintos lados. Muchas veces me cuesta trabajar por lo mismo. Sin embargo, hay ciertos momentos, por ejemplo, el domingo es un lugar en que no hay nadie y nadie va a llegar, es un lugar que no tiene nada que ver con un jueves.
Para mí trabajo es sentarme a hacer aquello que decidí hacer y para lo que me puse un plazo, puede ser tanto un proyecto o lo que sea en verdad.
Empecé a usar Excel como una herramienta para administrar mi tiempo aproximadamente en el 2005 cuando comencé a hacer las carreras paralelas. En esa época me acuerdo de que era scout, estaba pololeando, tenía una banda, estudiaba dos carreras, en resumen, estaba haciendo muchas cosas. Me di cuenta inmediatamente que no podía abarcarlas todas, así que debía hacer algo para ordenarme. Ahí armé el Excel, que es básicamente una agenda con ese formato. Entonces ponía los días y las cosas que tenía que hacer. Fue un sistema muy funcional porque podía organizar mis tiempos súper bien, especialmente los de la universidad. Dado que saqué las carreras en seis años, tuve que tomar quince ramos cuyos horarios topaban. Hablé con los profesores de esas asignaturas y me programaba para estudiar las cosas que me estaba perdiendo. Me funcionó y básicamente como fue funcional, lo mantuve. En este Excel no sólo consideré las actividades académicas o laborales, sino que también la vida social. Me di cuenta de que incluirla era un apoyo auxiliar para tener menos cosas en la cabeza y emplear ese espacio mental para otras cosas. Si alguien me decía: “Oye, juntémonos”, yo decía: “Ya, ¿qué día?”, lo anotaba y no me preocupaba más, excepto al principio de cada día. Me levantaba, leía el diario, hacía las cosas que debía hacer en la mañana y veía lo que tenía que realizar ese día y en la semana. Entonces no tenía que preocuparme de estar pensando o acordándome de cosas, pero obviamente si se pierde el documento no sé con quién me tengo que juntar o qué hacer. Tiene sus pros y sus contras.
Hace diez años probablemente estaba haciendo menos cosas. En el 2009 estaba en Dinamarca, pero si hubiese sido previo a eso, si hubiese estado en la universidad sería un registro completamente distinto. En la universidad tienes una vida que orbita en torno a ese espacio, está todo ahí: carreteabas ahí, estudiabas en la biblioteca, el patio… Es un mundo que se da naturalmente. En el Excel de esa época muchas cosas tenían el color de la universidad y había pocas de otros colores. Ahora mi Excel tiene muchos colores y la cooperativa vendría a ser el centro gravitatorio.
En este tiempo me impactó el mundo que se abrió en algún minuto con la tecnología. He conocido a gente en las redes sociales, personas que te agregan a Facebook o que te siguen en Twitter. Así conoces gente que de otra manera no hubieras conocido probablemente y te mantendrías en tus círculos cercanos. Pero más allá de esto, yo creo que me afectó mucho más dejar de leer diarios en la mañana. Antes leía todos los diarios en la mañana, lo hice por años: El Mercurio, La Tercera, La Segunda, Las Últimas Noticias, El Desconcierto, después el Mostrador. Leía todos los diarios en la mañana hasta que un día una amiga me dijo: “Oye, quizás te haría mejor no hacerlo”. Pero no porque tuviera un problema, sino porque ya no lo estaba haciendo. Despertaba y leía todos los diarios mientras preparaba el desayuno, previo a salir. Ahora ya no hago esto, realizo otro tipo de cosas. Quizás lo reemplacé con las redes sociales, pues en lugar de leer los diarios e informarme de esas fuentes, veo los memes que están publicando en el momento. Cambié la fuente cultural, por así decirlo.
Consumo hartas noticias a través de Twitter porque ahí también están los diarios. Uno sabe cuándo hay una noticia de prevalencia mayor o coyunturas porque todo el mundo habla de ellas. Facebook es para poder mantener cierto contacto con gente con quien no tengo ningún contacto, o sea, mis amigos de Dinamarca. No hablo nunca con ellos, pero si es que quisiera llegar a hablarles está ese canal de comunicación abierto. Si lo cierro perdería el contacto o no podría estar informado sobre si están bien. Instagram funciona quizás un poco de esa manera, la gente comparte sus cosas bajo formatos similares. Yo utilizo las redes sociales como herramientas para vincularme socialmente más que para mostrar las cosas que hago.
Trabajar es fundamental para mí en un sentido vinculado a lo ético. No quiero decir político porque va a sonar muy chamullento, pero creo que no hay nada mejor que poder entrar en la categoría de trabajador porque es estar en movimiento, hacer, crear cosas en todo sentido.
Además, creo que tiene que ver con la personalidad. Por ejemplo, en mi familia lo relaciono mucho con mi hermana o con mi hermano que son personas trabajadoras sin que mis padres nos hayan predispuesto a esto. Nos gusta valernos por nuestros propios medios, somos personas con altos niveles de energía, nos gusta estar haciendo cosas. No somos muy buenos para el hedonismo por así decirlo, aunque es una manera extraña de ponerlo porque encontramos placer en eso mismo, en trabajar constantemente, llenarnos de cosas por hacer, armar nuevos proyectos o ayudar a gente para que hagan sus cosas.
Para mí el trabajo es vender comida en la calle, escribir una película, hacer una cuestión de artes visuales, es lo mismo. No es un tema de motivación, sino de lo bueno que es estar haciendo. Primero no hay nada y después hay algo, aunque ese algo sea cualquier cosa. Eso es motivante.
Siempre me he preguntado la importancia que posee el trabajo para mí en términos identitarios y no sé si tengo una respuesta. En general me rebelo ante la idea de que la gente es lo que hace naturalmente. Siento que caí un poco en esa matriz de vinculación o producción subjetiva, pero el problema que tiene mi opinión -en mi experiencia- es que alieno las condiciones o formas de ser de las personas bajo ese paraguas de lo que hacen. Creo que vivimos en una sociedad que define a una persona por lo que hace, su éxito, los resabios de lo que hace. En pocas palabras, si le va bien o mal. En la misma línea, también valoras o no a una persona a partir de si es un científico, un músico, un empleado cualquiera en un box, antes de tener en cuenta si es una persona generosa, considerada o atenta. Hay mucha gente que se basa en la admiración, por ejemplo, que encuentro que es una cosa que da miedo y es nefasta, pero sobre todo que da miedo. Es una matriz de vinculación y de producción súper complicada, pilla, artera y que opera a priori, o sea, de antemano prefigura ciertas posibilidades. Alguien que trabaja en el McDonald’s es un buen ejemplo porque inmediatamente muestra sólo posibilidades de clase en primer lugar, pero después no define nada más. No te dice si es una persona inteligente o tonta, una persona trabajadora o no. A mí me sorprende que vivimos pensando que lo que te define es más un asunto de qué es lo que haces. No es que las personas tengan mayor valor, no creo que sea una cuestión ética, es más bien verlos en términos equivalentes. Espero que lo que hago no me defina en absoluto.
En el arte creo que opera la lógica de que lo que haces te define porque la autoría deviene marca. Te defines según tu éxito en el mercado, el respeto de tus pares, tus notas en la universidad, tu capacidad de autogestionar tu propia movida, tu cuento. Para mí no tiene sentido porque en el fondo es una paradoja absurda: lo único que estás haciendo es crear las propias condiciones para que tu sacada de chucha sea más fuerte. Cada vez que logras estar más arriba significa que tienes que mantenerte en ese nivel porque de otra forma la caída de hocico es peor nomás. Y pasa que la gente colapsa: cuando logra tener un estatus a través del esfuerzo sin que nadie les diera nada durante la próxima hora sienten una presión, una autoexigencia que es destructiva porque tienen que volver a demostrar a los demás algo y, por tanto, eso también define su trabajo. Se van a la segura, siguen haciendo lo mismo, se reprimen o empiezan a tratar de hacer algo similar por el miedo.
Creo que hice bien un trabajo desde un criterio procesual. Ojalá trabajar en proyectos que no tengan la exigencia de hacer una entrega en una fecha, eso a veces ayuda más. También tiene la dificultad de que puedes extenderlo para siempre hasta terminarlo, pero yo creo que lo más importante es poder estar 100% enchufado mientras lo haces. Si no resulta, al menos tienes la tranquilidad de que diste el 100% cuando tenías que sentarte a hacerlo y lo hiciste. Le diste una vuelta, de repente no lo encuentras, le diste otra vuelta, pero te das tiempo hasta que aparece algo y vuelves a repensarlo. En ocasiones hay cosas que son un bodrio, pero te ríes no más porque piensas: “Sí, hice todo lo que pude hacer y después no me funcionó, pero aprendí algo de eso y lo puedo hacer para la próxima. Lo pasé bien”. O sea, es un goce del proceso mismo, siempre. En palabras simples, quizás el indicador sería poder disfrutar mientras lo haces. Si pierdes ese sentir de estar disfrutando lo que estás haciendo por un éxito posterior o la venia de los demás es más complicado. Yo nunca he estado en esa posición.
No reparo en las ideas de éxito o fracaso porque cuando se acaba un proyecto estoy pensando en el próximo proyecto simplemente, en qué otra cosa me gustaría hacer. Quizás se contradice con mi gusto por el proceso, pero en términos futbolísticos sería así: mientras estás jugando el partido buenísimo, pero se acaba el partido, viene la celebración con la copa y ya estás pensando en el próximo partido. No me interesan los laureles y no me he tenido que autoconvencer al respecto, tengo la suerte de que naturalmente nunca me interesara. Por ejemplo, tocaba piano cuando chico y hacía conciertos, pero lo que menos me importaban eran estos eventos. Lo que más me gustaba era estar en la casa tocando piano e ir a los conciertos era una lata. Tampoco era que me comía la presión ni nada, era la lata de ir y que la gente se te acercara a hablarte. Para mí era “OK, muchas gracias”, pero no me contribuye en nada.
No tengo mucha relación con el fracaso porque no pienso mucho en qué piensa la gente ni nada. Obviamente es buenísimo cuando la gente dice “Me gustó” y te cuentan el porqué, puedes aprender algo de eso. Piensas: “Oh, no había visto que lo que hice va por ese lado”. Es interesante. Cuando alguien te dice “Oye, no me gusta tu cuestión” y preguntas “¿Por qué?” de repente te dicen cualquier cosa, da lo mismo, pero también te dicen cosas interesantes. Es bueno porque vas aprendiendo y puedes cosechar de esas ideas. Quizás, en términos amplios, el “sentido del fracaso” lo experimenté en Dinamarca. Cuando estaba estudiando allá yo me quería quedar, me sentía muy cómodo. Hice un proyecto al que le fue súper bien, era un guion para una serie. Lo agarró un productor y me dijo “Perfecto, esto es muy bueno para una serie, trabajemos”, todo esto para un canal similar al TVN. Yo estaba embaladísimo, pero no funcionó lo de mi visa así que no tenían cómo contratarme. Al final trataron de “comprármelo”, que yo no dejara ninguna estela de que había sido mío. Ahí yo dije: “Ni cagando”. Me acuerdo de que al principio decía “Me quedo acá, lo hacemos, buenísimo” y después me dijeron: “Te lo compramos, pero no puedes estar ni siquiera en los créditos, nos das esta cuestión y te damos la plata no más”.
Fue un muy buen aprendizaje porque cuando volví tuve que garzonear, tuve que volver a cero, sin nada. Había noches que estaba encerrado en una pieza enana, diciendo: “Puta, podría estar tan cómodo ahora”, pero a la vez había una parte de mí que pensaba que todo estaba bien. Obviamente ahora encuentro que fue una buena bifurcación. Podría considerarse un fracaso, una decepción, pero también tiene que ver con las expectativas que uno tiene que, en ese momento, estaban vinculadas con quedarme allá, no con la intención de ser reconocido. Tengo esa cuestión de que por mí pasar piola y ser nadie, esa es la mejor vida posible: hacer tus cosas libremente y pasarlo bien haciéndolas. Algunas van a salir bien, vas a estar contento, otras van a salir mal, y a futuro, las que pensaste que estaban buenas no son tan buenas, y las que están malas quizás son buenas.
El surgimiento de la cooperativa era para poder trabajar en un espacio que compatibilizara con mi rollo, aunque no es que naturalmente haya llegado y entrado con el decálogo de reglas. Entonces la intención inicial era generar un espacio para personas que quisieran trabajar colaborativamente y ayudarse mutuamente a desarrollar sus ideas y proyectos. Ahí también nos dimos cuenta de que eso sólo era posible si funcionábamos a partir de no creer en un criterio de calidad, es decir, no restarse de cooperar porque no te gusta y no era tu onda. La cooperativa no se basa en “Oh, este proyecto lo encuentro malísimo”, sino que es más bien: “Oh, voy a ayudar a que una persona se exprese y pueda desarrollar algo que quiere hacer”. Por un lado, puedes restarte porque no te parece el proyecto bajo un criterio artístico, pero también está el lado del gusto. Están entremezclados, pero no es lo mismo. Te puede no gustar, puedes no entender y filo, vas a ayudar a que la cuestión se haga. No es que no te interese lo que está haciendo el otro, más bien es tratar de hacerlo mejor y si aún no lo entiendes, está todo bien.
Hemos realizado varios proyectos con la cooperativa, como libros o exposiciones de artes visuales. Si bien inicialmente nuestra dinámica era como señalé, el trabajo colaborativo es tan constante y continuo. Es muy extraño que alguien no sintonice con el grupo porque también hay otros tipos de vínculos entre las personas. No se trata sólo de conocernos, ya que cuando hay una persona nueva también se genera esa vinculación. Hay un espacio físico, un trabajo de años, hay una emoción de poder, de que algo nuevo se pueda hacer no más. Eso supera la lógica de si te gusta o no, es un aprendizaje para uno, es entretenido hacer algo diferente.
En este minuto hay dos almas en la cooperativa. Muchas veces pasa que terminamos todos en una o simplemente hay diferencias, y esto está bien. No es que sean dos almas sobre este tema, hay múltiples temas, pero en relación a este hay dos grupos: quienes creen que vivir de su arte es una posibilidad y les gustaría, entendiendo y problematizando a los que no creemos en eso, como cuáles son los costos de esa vida; y los que creen -yo estoy más en esta- que tenemos que generar un espacio de autogestión y supervivencia externo para poder hacer nuestro arte en completa libertad y eventualmente no transarlo. La idea es compartirlo, exhibirlo, distribuirlo, pero mediante ningún tipo de necesidad económica. Entonces lo que se nos ha ocurrido es, por ejemplo, poner una pizzería. Es un plan que propuse a mediano plazo. En el barrio en que está la cooperativa hay una plaza y la idea es poner allí la pizzería. Actualmente ya vendemos pizza, hacemos autogestión todos los sábados. Nos queda buena, llevamos años haciéndolo. Pensamos que podría funcionar si lo hacemos constantemente, vendiendo de lunes a domingo, y haciendo turnos, aprovechando que somos hartos.
Si fuese el caso, dejaría mi pega actual y viviría de la comida. También nos gustaría generar un espacio buena onda que sea para tomar con la idea de que, en ese mismo lugar, después de terminar los turnos podamos trabajar en los proyectos y eventualmente estaría todo relacionado. No vamos a tener un sueldo de millonarios, pero podremos vivir el día a día haciendo eso si funciona y poder dedicarnos a la producción artística en los horarios libres. Se podría generar un sistema de transición en el que tienes personas que inmediatamente están viviendo de lo que se genera, otros que están en vías y otros que pueden estar haciendo ambas. Eso es matemáticamente posible y yo creo que es una opción. Siempre he pensado que mucha gente lo hace así, es decir, no vende su obra, sino que vende su técnica. Así tienen un cierto espacio de libertad y autonomía para no depender del mercado y todo el problema que se genera a partir de la mercantilización de la obra.
La idea es hacer, como te digo, otra fuente laborar que te reporte básicamente tiempo, pero no es sólo una fuente de labor que esté disociada de tu actividad, sino que esté conectada de alguna manera. Si nosotros ponemos una pizzería, sería la pizzería de la cooperativa y como la cooperativa hace cosas artísticas podríamos hacer cosas de arte en la pizzería, vincularnos en el mismo barrio que tenemos, podemos hacer de todo. Pero claro, es una fuente laboral más que un proyecto.
Mi trabajo actual no necesariamente subvenciona mi trabajo artístico. Me da herramientas constantemente o afila mi cabeza para cosas que después puedo utilizar. No lo hago como una subvención. Si me librara de las necesidades económicas, por ejemplo, si me ganara el Kino, de todas formas, estaría haciendo comida. No me dedicaría a hacer arte desde un espacio tan cómodo. Trataría de hacer cosas productivas para mantenerme afilado, para hacer cosas. Obviamente no trabajaría explotado ni en horarios horribles, pero haría cosas que me pusieran los pies en la tierra. Si no tuviera necesidades materiales igual estaría generando un valor para otras personas, no de un modo asistencialista eso sí.
El sentido del trabajo, como señalé antes, tiene que ver con no disociarme de la realidad, es fundamental. No obstante, esto también se relaciona con cómo yo siento el arte. En nuestra fase histórica el arte es un privilegio, poder hacerlo es un ultra privilegio, entendiendo privilegio en el sentido de que puedes tener harta pila, harto interés, harta motivación y dar con los espacios para crear o pensar. Yo estuve trabajando en horario de oficina en un escritorio por dos años y, aun así, era buenísimo porque mi hora de almuerzo la usaba para hacer algo. Siempre puedes estar haciendo algo, escribiendo ideas, siempre puedes sacrificar un tiempito, pero ese “siempre puedes” depende muchas veces de tus posibilidades, de tu pila, de mil cosas.
Estuve en pegas que eran mecánicas, como mover papeles todo el rato, e igual estás pensando. Puede que estés en la nube todo el rato, asociando ideas, tener unas más creativas, pero eso es privilegio. Hacer arte en el mundo actual es un privilegio.
La decisión de dejar esos trabajos y pasar a ser freelance fue debido a la oportunidad de hacer clases en la universidad. La jornada completa de mi trabajo anterior me impedía hacer otras actividades, no era compatible. También fue por una cuestión de ser busquilla, de hacer otra cosa diferente, y hacer clases en la universidad en ese minuto era interesante. Le dije a mi jefe: “Voy a renunciar, pero puedo seguir haciendo la misma pega porque, en verdad, mucho tiempo del que estoy sentado, estoy calentando el asiento”. En ese tiempo leía, hacía cosas, me mantenía súper entretenido. Nunca fue un peso estar ahí, como una cárcel. Tu cabeza te la llevas a otros lados y no creo que sea tan terrible. Obviamente estar sentado en una oficina es toda una cuestión, debe ser terrible, pero pones música y no lo es tanto. Yo nunca lo consideré tan terrible.
Pude hacer clases, lo que me llevó a poder dedicarle más tiempo a otras cosas y también que mi cuerpo estuviese en otros lugares. En la cooperativa estuve haciendo más turno, tratando de aportar desde ahí. Pero si me preguntas, no me siento mejor y no me siento más tranquilo. No me siento más cómodo porque puedo levantarme después de las 9 de la mañana, me siento peor. Antes tenía una seguridad: tienes un contrario, sabes que el próximo mes te van a pagar. En este momento esas cosas pueden desaparecer. Ahora tengo un contrato para septiembre, pero me vuelve un poquito loco. Septiembre va a llegar rápidamente y de ahí nunca se sabe. En ese espacio de comodidad si me querían echar me iban a pagar una buena plata, aunque no lo pensaba en esos términos tampoco. Más bien pensaba: “Estoy seguro acá, hago bien la pega, la gente está contenta con lo que hago, todo bien. Me puedo quedar acá, llego un día y si no hay nada que hacer llevo un libro, puedo leer, puedo escribir, puedo hacer lo que quería”. No era dueño de mi tiempo porque debía cumplir horario, pero sí era dueño de mis vacaciones, harto más que ahora. Me iba con las vacaciones pagadas, podía pedir cuatro semanas consecutivas. En cambio, ahora tengo que ajetrearme las vacaciones, llevarme el computador, pensar que mi jefe me va a llamar porque necesita una cuestión. En este sentido, mis últimas vacaciones fueron en mi trabajo antiguo, cuando tenía vacaciones pagadas y podía desconectarme absolutamente. No tuve que trabajar en el verano. Ahora es un sentido de la precariedad absoluto.
En la bitácora anoté como actividades de ocio meterme a YouTube y ver entrevistas y análisis de fútbol. Eso es ocio. El fútbol no es sólo ese ocio de poder ir a un picnic a tomar cerveza, sabiendo que no tienes nada que hacer cuando llegues a la casa o al otro día. Es un ocio que está muy arraigado en tu propia identidad; si dejas de hacerlo sientes que te falta algo, que pierdes un poco de lo que eres. No tiene ningún tipo de productividad, es hacerse un “nanai” a uno mismo. Me pasa que el fútbol, ir al estadio son ciertas cosas que tienen una continuidad en el tiempo y si dejo de hacerlas me afecta harto.
Otro ejemplo es la lectura de un libro, puedo sentarme una tarde y leer. Si dejo de hacerlo y no me doy el tiempo para eso, obviamente me afecta porque es algo que me gusta. También te mantiene la cabeza afilada, te da ciertas herramientas o te mantiene productivo en un sentido. Ahora si me preguntan si el ocio es siempre productivo, ¿en qué sentido el estadio es productivo? Me llena de alegría, me renueva y no sé si eso es productivo. Irse de vacaciones también es ocio. Te despiertas y piensas: “¿Qué voy a hacer hoy día? No tengo ni un plan. Ya, vamos a ver…”. En términos binarios de ocio-trabajo, ¿qué sería ver fútbol un domingo? ¿Qué huevada es más rica que esa? Cualquier partido, ver un partido de Asia, África y ver fútbol, eso no más. El hecho de poder hacerlo te reporta algo que también te define, cuando dejas de hacerlo te sientes mal, es como: “Hoy me gustaría hacer esto y no tengo tiempo para hacerlo”. Yo creo que quién eres está vinculado a esas cosas. Entonces si no las haces es perderte de alguna manera… Esas cosas no las reemplazas por otras como ir a escalar si nunca has escalado, la reemplazas por lo mismo que está más asociado con el trabajo que con otras cuestiones.
Cuando eres ordenado puedes proteger los tiempos de ocio de las restantes actividades, pero es una cuestión que escapa al poder cuadricularlo, de esa sensación de poder decir “sí, hoy voy a hacer otra cosa” distinta a la que aparece en el plan de Excel. En realidad, decidir ser cero productivo un día e ir a una plaza a echarme en el pasto lo hago muy pocas veces. De hecho, lo he pensado harto a partir de mis últimas vacaciones que de repente estás cuatro días libres, vuelves a Santiago y sientes que pasaron dos semanas. Te das cuenta de que esos son los tiempos que puedes aprovechar para hacer esas cosas. Por ejemplo, si ordenas tus actividades para desconectarte un fin de semana largo, puedes volver como una persona nueva, renovadísima. Sin expectativas, sin planes, sólo desconectarse no más y volver a conectarse a la vuelta.
Los tiempos de ocio los asocio más a actividades solitarias. Me pasa que al hacer cosas con otras personas entras en dinámicas que ya conoces más o menos, lo que te resta libertad en ese sentido, vas menos dispuesto a la sorpresa. En los viajes se generan estas situaciones, nunca estás solo, estás con más gente. Yo creo que relacionadas al ocio está el fútbol o curarme de guata en el pasto, ese nivel de curadera. No me refiero a carretear en la noche, tomar una cerveza y si te da sueño quedarte dormido con la cerveza encima para despertarte 15 minutos después. La lectura no la asocio tanto con el ocio, salvo cuando son cosas que no están planeadas, que te dieron ganas de leer. La lectura está medianamente sistematizada en mi vida entonces no la veo como ocio. Es similar a ejercitarse, a sacar músculo. Hacer ejercicio físico puede considerarse ocio, pero yo no lo entiendo así. Comer bien, por ejemplo, tampoco encuentro que sea ocio. Es algo rico, placentero, que te hace bien y que te prepara para estar funcionando bien. En este sentido, leer es lo mismo para mí. Lo que te metes a la cabeza es lo mismo que te metes a la guata y, por tanto, da lo mismo si es rico, bueno o mano, es como estar comiendo constantemente, probando cosas, asociando cuestiones, conociendo cosas que no conocías. No sé si definirlo como ocio, aunque tampoco lo definiría como trabajo porque no lo hago con un fin determinado. Lo haces porque también es placentero, pero creo que funciona en otra dimensión.
No siento culpas respecto a las experiencias de ocio. Por ejemplo, algo que he dejado de hacer y que me gusta mucho, que tenía automatizado cuando estaba en la universidad era salir a bailar, a carretear. Ese espacio es exquisito, estás moviéndote físicamente, escuchando música, con otra gente… Al otro día puedes estar encañado, pero no es un espacio de culpa. Lo disfruto no más, no tengo ningún problema con eso.
En la sociedad actual yo creo que el ocio está sobre valorado o, más bien, mal posicionado en el sentido de que el ideal que promueve la sociedad contemporánea es trabajar lo menos posible, es decir, vivir de la acumulación generada por otras personas y tener más tiempo para cosas no productivas. Esa es la promesa de la PYME, la promesa del empresario, la promesa de generar un sustento que te pueda dar plata en la cuenta corriente y que tú te puedas dedica a andar en yate, comprarte cosas, casas, autos, hacer otras cuestiones, cosas que no tienen relación directa con tu trabajo per se como generar una app, por ejemplo. La intención es darle el palo al gato y poder vivir de ese palo al gato, más que el hecho de trabajar todos los días. Por lo tanto, el trabajo parece más un medio para llegar al fin de poder estar ociosamente en un limbo constante.
Si bien las tecnologías de automatización o el incremento tecnológico anunciaban la liberación del trabajo y el aumento de las horas de ocio, no fue así. Pero yo creo que cada vez que se ha creído que el avance tecnológico tiene la respuesta, extrañamente esa promesa constante ha caído en empeorar las condiciones. No hay ningún sentido de que hoy en día haya gente muriéndose de enfermedades si están las vacunas. Tenemos la tecnología y todos sabemos cómo solucionarlas. Eso es una disposición política que obviamente tiene que ver con la estructura económica en la que vivimos. No tiene que ver con que necesariamente la moneda caiga siempre de ese lado, sino que todo ese desarrollo está capitalizado por muy pocos y que la situación está armada para que así siga siempre.
Los años que viví en Dinamarca me percaté de primera mano que es una realidad realmente distinta. Las horas laborales no son tan terribles, la gente trabaja en cualquier cosa. Les da lo mismo en que trabajar porque con eso pueden pagar un arriendo, pueden vivir bien, tienen todos los servicios, la red de seguridad social asegurada. Aun así, no le encuentran el sentido a la vida: tienen altas tasas de suicidios, altos niveles de alcoholismo. Puede ser por fuentes naturales -como la poca luz-, pero creo que se debe a que ellos están en el mismo sistema de nosotros. El nuestro es más exacerbado que su sistema, ellos están más regulados que el nuestro, pero es el mismo sistema el que provee una pérdida de sentido.
Las protestas de los estudiantes de arquitectura me hacen sentido, pero lo que más me hace sentido es el hecho de que estamos llegando a un momento en el que las personas se organizan, colectivizan su sentir y hacen una cuestión concreta y real, se hacen cargo. Si alguien lo hubiese conversado antes, si lo hubiéramos conversado entre amigos probablemente en nuestra generación nos hubiéramos culpado a nosotros mismos. De hecho, estoy seguro de que mucha gente los critica y dice: “Ah, ¿esto? Huevón, ¿qué es esto?”.
Yo creo que, ante las condiciones actuales de trabajo, las exigencias que uno mismo se pone y el invento de la individualidad que hace más compleja esta situación, la pregunta clave es: “¿Qué es lo que a ti te hace sentido?”. No es un ejemplo muy bueno porque fracasó ese sistema, pero en la URSS se intentó imponer un sistema que era como: “Usted vaya al pueblo no sé cuánto, toque el timbre y el Estado le va a pagar una cuestión en la que a usted le pueda ir bien”. Entonces tú sabes que alguien tiene que ir a tocar el timbre y que estás haciendo una contribución social para los demás, y puede que no te haga ningún sentido esa pega ni que te sientas enamorado de lo que haces, pero, desde el otro lado, tiene un sentido de manera colectiva. A nivel individual te preguntas en qué te gustaría trabajar, qué es lo que a ti te gusta y lo traducen inmediatamente en una posibilidad laboral como, por ejemplo, “Yo por mí si fuera libre me dedicaría a cantar y sería bacán”, pero no sé. ¿Cómo puedes asociar algo que sea una contribución social real, productiva, que te dé las condiciones materiales para vivir bien y, por tanto, para dedicar tu tiempo a hacer cualquier cosa? Ahí también se quiebra el hecho de entender el arte como un trabajo.
Actualmente las vacaciones, los feriados o los fines de semana no he podido vivenciarlos como me gustaría que fueran, como un paréntesis. Un de las cosas que tengo en la cabeza es empezar a generar la posibilidad de vivenciarlos de esa manera. No poseer este espacio significa no estar disponible para poder generar otro tipo de experiencias. Por ejemplo, no es casualidad que con todas las cosas que yo hago sea difícil vincularme con tener una pareja. Antes yo pensaba “No, no me interesa”, pero ese pensamiento está arraigado en mi estructura de trabajo, en mi forma de vivir el día a día y la semana, si lo ponemos en esos términos. Entonces una cosa está relacionada con la otra por los dos lados: el hecho de que yo no tenga fines de semana de ese tipo hace que yo cree una cierta manera de ser, una determinada forma. Si yo genero ese espacio es muy probable que empiece a darse otra subjetividad. Por lo tanto, es algo que tengo muy pendiente.
No me hace mucho sentido que los días del fin de semana sean los mismos que los de la semana, para mí. Me hace sentido poder salir de vacaciones y darme cuenta en mi cuerpo, no en mi cabeza. Por algo existen las vacaciones, las inventaron. Aunque uno siempre está trabajando de alguna manera si estás vinculado con el arte o con actividades creativas. Hay una cosa que ves, la relacionas con otra, la anotas en un papelito y eso no quiere decir que estés trabajando, pero nunca vas a estar desconectada.
En el caso de la enfermedad, yo me permito descansar porque me enfermo muy poco, pero me afecta mucho. Me pego en el dedo gordo y me quiero matar, me siento deprimido inmediatamente porque no puedo hacer las cosas que siempre hago. La enfermedad me pega fuerte entonces, por ejemplo, si me da fiebre me quiero morir porque había cosas que quería hacer y no podré. De todas formas, cuando me siento mal lo asumo, no es como que sigo pensando que estoy bien porque obviamente la enfermedad y la indisposición física uno no las considera en nada, todos los días despiertas y piensas que tu cuerpo va a funcionar. Si un día amaneces mal se fue todo a la mierda no más. Entonces no me relaciono para nada con ese espacio y creo que es lo peor cuando te recuperas. Te das cuenta de que tienes un ritmo que está dando ciertos requisitos básicos y en realidad no están ahí, nunca están de manera segura.
Me imagino que si llego a tener la experiencia de la paternidad significa de alguna manera meterlo con un color al Excel, por supuesto. Seguramente mi Excel se teñiría de ese color, pero a lo que me refiero es que tienes que integrar un proyecto, tener un hijo es un proyecto. No significa imponerle nada al niño o a la niña, sino que es generar una disponibilidad de tiempo que se traduce en sacar cosas, dejar de hacer ciertas actividades. Si no organizas esa posibilidad finalmente no tienes tiempo y te dedicas a las mismas cosas que antes, pero no puede ser, tienes que verlo como algo que lo que debes darle tiempo. Ser padre es abrir una experiencia gigante que debe ser bacán, más difícil que la mierda, pero entretenida.
La jubilación o el retiro es una situación muy difícil de imaginar cuando haces cosas creativas, si es que vives o crees que puedes vivir de eso eventualmente. Yo creo que esa estructura está basa en la explotación; el trabajo es como una cuestión que te explota de la que finalmente te puedes retirar y librarte. También se condice con el hecho de que estás más viejo y ya no eres útil. El retiro no lo veo tanto como llegar a un momento en que tenga un ingreso de mi trabajo previamente acumulado, sino más de poder seguir haciendo lo mismo. Y si eventualmente no tengo las capacidades mentales y físicas lo más barato es... Huevón, agarrar una pistola, o tirarse de un risco, o pedirle a un amigo que te envenene, no sé.
No me imagino el retirarse de la vida, la vida es como todas las experiencias al mismo tiempo. Entonces, ¿cómo es eso de retirarse? ¿Vas a vivir con un chal viendo televisión? No tiene ni un sentido. Si no puedes hacer esas cosas, te reinventas y si no te puedes reinventar, ¿vas a seguir viviendo porque sí? Me quiero matar cuando no puedo usar mi pulgar, imagínate me despierto todos los días sabiendo que soy un viejo y que hay gente que tiene que perder su tiempo en preocuparse por mí. Pásenme la cicuta y se acabó. ¿Para qué extender las cosas?