Mi nombre es Andrés Ortega. Soy arquitecto de la Católica de Valparaíso, lo cual ya habla de un cierto perfil. Mi trayectoria no se ha ajustado a los cánones tradicionales del arquitecto. Mi primer trabajo después de la universidad fue abrir un bar, donde igual se aplicaron principios de diseño y fue como una escuela para mí. Era gestionado, atendido y diseñado por mí y mis socios. Fue un choque de realidad después de salir de la universidad, desde aprender a hacer un excel hasta la gestión de diversas cosas. Estás todo el tiempo resolviendo, y la arquitectura es así también, pero más a largo plazo. Esto es de gestionar y proyectar en términos de números y personas. Una especie de empresario nocturno. Quizás si hacemos un paralelo son similares, es como salir de la universidad y que te tiren altiro a hacer una obra. Es algo que ocurre, pero no a mí por lo menos.
Después de eso, me metí en temas asociados a participación ciudadana como Servicio País por un año. Ahí empecé un recorrido más cercano a las personas. Trabajé un tiempo en temas de patrimonio y estuve trabajando para el gobierno en un proyecto sobre Gabriela Mistral. Fue muy bonito, con mucha articulación y varios actores. Después me fui para afuera un rato. Estuve un tiempo en Italia donde hice una pasantía de investigación, y luego partí a Hungría. Allá trabajé en una empresa de tecnología donde estaba encargado de la experiencia de oficina, que era tipo Google. Entonces tuve que implementar un sistema de servicio interno full Google: que hubiera comida, refrigeradores con cerveza, mejorar la disposición, el layout, qué sé yo. Entonces investigué mucho lo que hace Google en su oficina, que tienen un rollo de recursos humanos asociado a la experiencia de trabajo, y eso asociado a métricas, incluso. Y lo fuimos aplicando a esta oficina, fue bien entretenido y diferente.
Luego volví a Chile y me hice cargo de Estudio Racimo. Lo había creado cuando estaba en La Serena pero al salir el viaje lo dejamos en el congelador. Al comienzo se movió con licitaciones públicas, nos fue bien. Trabajamos con el Laboratorio Ciudad y Territorio de la UDP viendo temas de revitalización de las galerías del centro de Santiago. De a poco nos empezamos a aburrir de las licitaciónes porque es complejo y nos asociamos con una etnógrafa para poder comenzar a abordar otro tipo de proyectos. Ahí se abrió el campo privado y nos metimos full en temas de estudios de usuarios y etnografías para diseño de productos. Es el gran fuerte que tiene Racimo en este minuto, ha sido el corazón de la pega. Ahora estamos trabajando con Casa&Ideas, por ejemplo. Y en paralelo, empecé a trabajar sobre cómo esta mirada de entender a las personas en profundidad, sobre cómo se relacionan con los productos y servicios, y eso lo llevamos al territorio. Encuentro que va un paso más allá de la participación ciudadana, que es bacán, pero como que se queda muy corta.
Fui bastante poco ortodoxo con el registro. Partí dos días continuos y luego hubo una ventana hasta la semana siguiente. Pasaron dos semanas y fui poniendo lo que me acordaba, así que hice una ensalada. Pero son cosas que igual son rutina dentro de la no-rutina. Hay un condicionante muy fuerte, que es mi hija que va a cumplir seis meses. Desde su nacimiento intenté esperar una semana relativamente estándar y justo se dieron cosas que registré –celebraciones y otras– que no ocurren siempre. Me gustó registrarlas porque grafican un estilo de trabajo que es diferente.
No identifiqué patrones, pero hay ciertas rutinas. Todos los días voy a dejar a Vicente al colegio a las 8 AM en bicicleta. Es nuestro espacio. Más que nada, lo que vi, es que hay un respeto o una rutina que privilegia igual heavy el espacio de no trabajo. Podría ser poco productivo desde una mirada neoliberal. Pero eso es lo que se valora y lo he intentado respetar dentro de lo posible. O sea, los tiempos con los hijos son los tiempos con los hijos. Igual hay proyectos que te hacen estar hasta las 11 de la noche o pasar de largo, pero trato igual de mantener ese equilibrio. Yo creo que la bitácora refleja esa búsqueda.
Hacer este ejercicio diez años antes habría sido distinto porque los recorridos y las lógicas de organización del trabajo lo son. Cuando trabajé para el Gobierno Regional de Coquimbo estaba en un contexto de ciudad en donde después de almuerzo se va a dormir siesta. No sé si es comparable como si hubiera estado haciendo una pega en Santiago porque probablemente hubiera estado todo el día en el trabajo y no hubiera ido a dormir siesta a mi casa. O cuando trabajé en el Laboratorio de Gobierno y Racimo tenía proyectos en paralelo, fue una época súper intensa. En Hungría, en esta pega start-up, era otro mundo. Se vive de hacer creer que todo es buena onda, con unas jornadas de trabajo de 6 AM hasta las 9 de la noche, pero siempre comiendo pizza y tomando cerveza. Entonces fue heavy. Me levantaba a las 5 de la mañana al mercado y estaba volviendo a la casa a las 7. Me mandaba unas jornadas brígidas. Me contrataron gente y todo, pero fue el minuto donde más he trabajado en la vida. Pero buena onda, con pizza y cerveza. Entonces claro, todo es diferente.
Este año he tratado de separar el espacio laboral de la casa. Antes tenía un solo computador y eso influye. Ahora tengo uno acá fijo en la oficina y eso me ha ayudado. Creo que como he tenido más tiempo, me ha tocado estar más de noche con la guagua, recuperando el tiempo que no pude estar. También con el Vicente estuvimos yendo a unas terapias en las tardes y entonces ahí no trabajaba. Trato de separarlo. El celular ayuda en esa coordinación de Whatsapp, porque igual a veces se necesitan cosas, pero veo más Instagram que otras cosas.
Creo que como generación hemos superado ese mantra que tiene la generación de nuestros papás: “El trabajo dignifica”. Para mí es un vehículo para canalizar intereses. He tenido la suerte de trabajar en cosas que me interesan y darles forma a través del trabajo. No me ha tocado hacer la pega de otro. En ese sentido, me siento privilegiado. A pesar de que obviamente eso ha impactado en mi situación económica y en mi tranquilidad. Hasta ahora, he hecho lo que me gusta. Llámese el bar, que fue mi interés por la música electrónica que tuve desde siempre. Ese fue el lugar donde pude traspasarlo a una cosa pública. La ruta de Gabriela Mistral también, ese entendimiento del territorio y la relación con el diseño. Ahí me dieron carta blanca para hacer lo que quise.
Creo que el trabajo cumple un rol súper complementario en la búsqueda de la felicidad. Conozco gente que trabaja para ganar lucas y estar tranquilo. En mi caso, el modelo familiar que tengo influye porque es una decisión súper consensuada. Durante grandes periodos mi mujer ha tenido trabajo fijo y eso me ha dado cierta libertad porque no tengo la necesidad de “buscar el pan” para mi familia. Hemos sido súper complementarios, aunque en algún minuto ella dejó de serlo, sobre todo el año pasado, que para Racimo fue súper pesado porque se cayeron muchos proyectos y ella justo había tomado la decisión de renunciar para trabajar con nosotros. Fue el peor momento posible y, por suerte, eso mejoró.
En Chile todavía cuesta mucho tener ética laboral. O sea, es súper duro. En algunos momentos hacíamos unos proyectos donde uno decía: "No puedo estar mintiéndole a estas personas”. O vivir situaciones en que le dices al cliente que no puedes estar dando la cara por algo que es imposible. La crisis que tuvimos el 2018 tuvo como resultado el tener que despedir a gente. Dijimos a todo que sí, sacrificando lo robusto de la oferta de servicio. Eran clientes que te hacían dudar mucho, que intentaban vender seguros cuando la gente estaba débil y nos pedían ayuda para eso. Entonces dijimos: “Chao”. Aunque no tengamos plata hay que mantener cierta ética dentro de lo posible aún cuando se sacrifique un poco la rentabilidad. Hay un balance con lo monetario, aunque eso implica muchas veces cargarnos de trabajo y reducir costos por otros lados.
Hay distintas formas de medir y evaluar un buen trabajo. Por un lado más cualitativo, tiene relación con el cliente y, por otro más cuantitativo, hay que ver los resultados. Es difícil hacerlo. En general, se trata de los comentarios del cliente, pero internamente también uno se da cuenta de cómo trabajó el equipo y cosas así. Ahora trabajamos con muchas personas externas. Somos un grupo chico, optamos por un modelo freelance que es mucho más complejo. Antes teníamos a todo el mundo acá, a las personas al lado. Eso ha impactado en algunos proyectos, y en otros, no tanto.
Me pasa algo bien especial con el reconocimiento externo. Por ejemplo, me cuesta mucho explicarle a mis pares qué es lo que hago. Siento que soy un arquitecto que conecta dos mundos. Está lo urbanístico y el diseño, yo estoy en la mitad y, en ese sentido, es curioso. Me cuesta caleta explicarlo. Siempre me ha tocado trabajar con personas y para mí el reconocimiento es que la gente esté contenta, sastisfecha. Yo disfrutaba mucho, por ejemplo, el proyecto que teníamos con las galerías del centro, cuando hacíamos activaciones. En esa época, las movíamos nosotros, a las 4 AM montando cosas, muy como si aún estuviéramos en la escuela. Y al otro día ver a los niños rayando las cuestiones era bacán. Hacíamos muchos talleres para distintos contextos. Por ejemplo, cuando trabajamos con un cliente como Casa&Ideas, yo entrego el reporte con el perfil del cliente, con estrategias. Y en vez de dejarlo ahí, hacemos un taller e incorporamos eso y vemos cómo los tipos realmente entendieron. Y eso es como check. En general, nos va bien con los talleres y tenemos evaluaciones súper buenas. Y después, como en reconocimiento público, creo que ahora ha empezado a haber artículos. Salimos en El Mercurio la semana pasada. Eso es como para la mamá chocha. Pero lo compré y lo tengo. Más allá de eso es difícil ver como feedback.
Para nosotros, el fracaso significa que no pase nada. Para mí, ese es el fracaso. Como hacer un trabajo de levantamiento, entregarlo y que no pase nada, que lo guarden. Eso es como "¿Para qué?". Y nos pasó mucho con el Estado. Nos generó harto esa sensación. Como que: "Tenemos que gastar el presupuesto, hagamos un estudio" y no sirve de nada, no lo van a usar. Nosotros trabajamos, por ejemplo, en el Nueva Alameda-Providencia. Y siempre estaba todo mal. Ese proyecto para nosotros fue emblemático en decir "Chao con el Estado". Por ejemplo, teníamos que cumplir con hitos y ellos nos decían "No, no comuniquemos nada todavía", y luego me ponían multa por no haber hecho los hitos. Esa fue primera vez que mandaba un correo del tipo "Nunca más vamos a trabajar con ustedes".
He pensado en el ocio. Históricamente he tenido un déficit atencional no tratado. Mis tiempos de ocio son cada quince minutos, lo cual me ha traído problemas más de alguna vez. Soy más lento, la mente se va cuando tengo que estar aquí. Me hago unas libretitas con to-do list y las pego en el computador. Por otra parte, empecé a usar unas herramientas para planificarme. Vas dejando carpetas y asignas responsables, tiempo y el sistema te va diciendo. También en un minuto implementamos un sistema que aún odio, donde se nos pagaba por hora. Tú tenías que rendir: “Hoy trabajé dos horas en este proyecto, tres en este otro, estuve una hora mirando internet”. Y eso todos los días. Era un sistema de Racimo para el tema de los cálculos de hora, y para medir qué tan eficientes estábamos siendo. Fue el 2018, en plena crisis donde trabajábamos con un ingeniero comercial que nos dijo que teníamos que medir para poder cachar como fluyen las platas en una empresa. A mí se me olvida, pero para que eso no pase voy agendando todo. Hoy sigue siendo una tortura, pero lo he ido resolviendo con este tipo de herramientas. En este minuto, mi sueldo fue 80% pagado por proyectos, que es lo ideal porque no puede ser que las utilidades te paguen el sueldo. Es lo que nos pasaba cuando estábamos sin proyectos, nos comíamos las utilidades de ese año.
Fuera del trabajo creo que la música siempre ha sido un factor de interés en mi vida y muchas veces el ocio tiene que ver con darse el espacio de buscar música nueva. Si bien puedo estar trabajando, es un momento donde se traslapan el ocio y la pega. Otra cosa que se generó heavy acá en la oficina, fue que hubo buena onda entre todos, hasta entre nuestros hijos. Siempre hay un espacio en el día donde todos paramos, nos tomábamos un café o íbamos a almorzar juntos. Durante el estallido social de octubre, fue el espacio de contención mutua. La primera semana no vinimos al trabajo, pero después de a poco empezamos a venir para estar juntos. Otra cosa que hago mucho acá es que tengo una caja con mis instrumentos, entonces a veces me ponía de acuerdo con un amigo para tocar acá.
Relaciono el ocio a algo desestructurado, en términos de que cuando trabajas tienes una estructura de "Tengo que hacer esto". Aunque igual respecto al ocio uno puede decir: "Voy a ir a andar en bicicleta". Me acuerdo de un profesor de la escuela que hablaba de que hasta el juego tiene reglas. Entonces, si bien es desestructurado, igual tiene un lineamiento. Nunca lo he visto como algo negativo, al revés. Todo ese mundo start-up Google, en el fondo lo que hacen –para que estés hasta más tarde en la oficina– es meterte espacios de ocio entremedio. Y a veces hay que entender que puede ser tomarse un café. Abro la concepción de ocio a que no sólo son cosas lúdicas. No necesariamente lo asocio a lo colectivo o a la sociabilidad. Por ejemplo, disfruto mucho andar en bici, entonces todos los días veo por donde me voy, y ya es un juego en sí. Disfruto mucho eso, siendo que es algo funcional, independiente de que hay veces donde me voy al cerro y eso es full ocio.
Siempre me ha costado la relación entre ocio y eficiencia. Me costó el cambio. Nunca he estado en un trabajo que haya que marcar huella ni tarjeta. Hasta ahora, 42 años, la raja. Cuando en mi empresa tuvimos que implementar esas cosas, fue un shock porque tenía la utopía de la autoregulación. Fui el que más resistencia puso. La información que sacamos me permite tomar decisiones y funciona, pero me cuesta todavía. Tengo un rollo con la libertad que choca mucho con esa instancia. Me pasan cosas con la pérdida de tiempo, como esas reuniones que podrían haber sido un mail. A veces termino sintiendo culpa por mis tiempos de ocio, no siempre, pero pasa.
Parte de la crisis que tuvimos fue porque dentro del trabajo veíamos que estábamos demasiado funcionales y operativos con los clientes, y no proponíamos cosas nuevas. No había espacio para la creatividad. Este año fue un poco el quiebre al decidir arriesgarnos un poco más con los proyectos. Echo de menos la libertad del artista porque siento que como arquitecto estoy en un mundo más corporativo. Por eso, parte de lo que me encanta ahora que voy a hacer el doctorado, es tener el tiempo de reflexión creativa de revisar y buscar nuevas lecturas, algo que en el mundo corporativo que no tiene mucho espacio para la creatividad. Eso es lo que me tiene más contento con lo que se viene ahora. Porque realmente en el día a día es muy difícil encontrar ese espacio. Aunque igual lo tenemos, a veces uno puede ver cosas y nutrirse. Y lo tenemos dentro del trabajo, lo que fue una lucha. Yo les decía: “Yo trabajo así”. Si para resolver algo igual me gusta ver otras cosas y no necesariamente dentro de la misma área.
Los tiempos de descanso se respetan bastante. En trabajos anteriores tuve que trabajar fines de semana, o en los inicios de Racimo, cuándo éramos dos y teníamos que hacer todo. Pero en la medida que construimos un cuerpo y habían más lucas, contratamos gente y se comenzaron a poner límites. Cuando viene un fin de semana largo no quiero llevarme el computador. A veces lo tengo que hacer, pero por cosas súper puntuales. En un 80% respetamos esos espacios, termina la jornada de trabajo y cierro el computador y lo guardo. Y ahí claro, tenemos mucha libertad. Si bien hay una medición de hora y tenemos que regirnos por tiempos de vacaciones legales, igual hay un punto donde dices: “Ya, chao”. Nosotros tenemos una chica que nos ve todo eso y es súper aguja, entonces igual es como: “Ya poh, dame dos días más de vacaciones”.
En esos momentos de vacaciones no abro ni mail. El año pasado nos fuimos a un lugar sin señal. Una vez se me quedó el teléfono y estuve dos días con síndrome de abstinencia, pero después fue maravilloso.
Por otro lado, no he tenido grandes enfermedades, pero me ha pasado tener que quedarme en casa trabajando por un resfrío. Tengo el problema de que me cuesta delegar, no por falta de confianza, sino porque soy mañoso. Pero no vinculo ninguna enfermedad específica con mi trabajo, son cosas más contextuales, como que no hay ventanas abiertas, o la falta de sueño por la guagua. Son cosas que afectan cotidianamente.
Para el ocio el gran impacto es la paternidad, tus prioridades cambian y se deja a un lado. Por ejemplo, hice música el otro día después de cinco meses. Entonces claro, eso baja porque lo dejas de lado. El deporte –en cierto modo–sigue estando porque a Vicente le embala la bicicleta y yo lo acompaño. No es que el ocio desaparezca, sino que está en términos de paternidad. Ese rato que estás con tu guagua, ahí es heavy lo de apagar el teléfono y tirarlo lejos, es como un mindfulness. No en términos de calma, sino que del estar presente en el aquí y el ahora, sin que importe nada más.
La idea de jubilación es un hoyo negro. Me he dedicado a vivir y tener trabajos que me den mis tiempos, pero eso no se refleja en un ahorro razonable. Estoy en plan de propiedades. Tenía un departamento, lo vendí y con lo que me quedó quiero comprar otro. Esa es la jubilación. Desconfío completamente del sistema de AFP y lo pospuse hasta que la ley lo impidió.
Fuera de la parte financiera, está la utopía de ir a vivir al bosque valdiviano y aportar haciendo lo que te interesa desde otra vereda. Como familia nos hemos cuestionado todo el sistema. Ahora nos vamos a Australia, pero si volvemos, no vamos a meter a Vicente al sistema de educación tradicional. Hemos ido perdiéndole el miedo a las cosas. Conocemos mucha gente, sabemos hacer muchas cosas, confiamos en lo que podemos hacer con mi conocimiento en territorio y diseño. Entonces te puedes ir al bosque y armar algo.