Soy Paola González Olea – siempre hay que mantener el apellido de la madre –. Tengo 33 años, soy artista digital independiente y tengo una empresa que se llama Brillo Colectivo con la que cumplimos dos años. Yo me dedico a la parte creativa, diseño de experiencia enfocado en museos. Legalmente soy la diseñadora, pero quien se enfoca más en el arte es Javier, mi compañero, y yo más que producir me enfoco en las modificaciones, soy del punto más crítico. Me dedico mucho más a hacer códigos y cuando me queda un poco de tiempo hago otras cosas visuales.
Justo hice la bitácora unos días antes del 18 de septiembre, así que tuve algunas pausas. Como en las instrucciones decía “Escribe lo más significativo o importante para ti”, no puse todo lo que hice en el día. Escribí de algunos proyectos y ahí me di cuenta de “Oh, es importante este proyecto y no el otro”. También registré tiempos de
ocio, cuando ya estaba muy cansada entre once y doce me dedicaba full a eso, y luego en la tarde ya volvía a hacer cosas. Al final del día era nuevamente otro ocio. Con el ejercicio me di cuenta de los momentos de trabajo en los que estoy más enfocada y en los que no, porque se repetían los horarios y eso generaba ciertos patrones. En la mañana –por ejemplo– mucho trabajo. Me pasó que mi socio Javier, se fue a Barcelona justo cuando hicimos la empresa. Entonces por diferencia de horario siempre partíamos a la una y media de acá, y a las cuatro y media de allá. Aunque llegó ya de vuelta, para mí todavía esa es una hora de trabajo efectivo. Tengo ese reloj que funciona con un descanso al medio día.
También me di cuenta que necesito consumir mucho video porque me saturo. Antes cuando trabajaba no me pasaba tanto, pero ahora de independiente son tantas cosas como hablar con clientes, hacer informes, hacer presentaciones y contabilidad… Es mucho. Y necesito un descanso para ver otras cosas. Entonces uno se vuelve mucho más eficiente al decir: “Ya, tengo cuatro horas para ver esto, otra para elaborar lo otro porque si no, si me dedico cuatro horas a algo no me da”. Por ejemplo, trabajo a dos pantallas, en un lado haciendo el informe y en la otra haciendo otras cosas. Eso me cansa mucho y en un momento es como “Paren, paren, necesito ocio y videojuegos”. Son unas idioteces, pero es como otra cosa que no tiene el mismo nivel de concentración. También coloco mucho series o películas en la segunda pantalla, es como que te hablan. Siempre tengo que tener algo secundario andando.
Este sistema con horarios definidos había pasado desapercibido para mí. Cuando tengo muchas cosas pongo un video. Mi papá siempre llega – vivo con él – y me pregunta: “¿Qué estás viendo?”. Yo le respondo “No, no, tú no entiendes” y es porque, puedo decirlo, veo videos de Minecraft. Mi hermana también me dice: “Ay Paola, las tonteras que ves”. Pero no importa porque me sirven para que la mente baje y pueda mantenerme enfocada.
Soy complicada con los espacios porque hay lugares en los que puedo trabajar y otros que no. Para mí es importante que nadie me moleste porque me mata la inspiración. También tengo un tema con los ruidos, la luz y la cantidad de personas que hay. Por ejemplo, tengo el brillo de la pantalla a un 30% porque me molesta. Y cuando hay mucho ruido me da jaqueca y me saturo mal. O cuando hay muchas personas, uff… Entonces, ¿cómo me concentro? En un espacio vacío y si no puedo, uso audífonos con cancelación de ruido. Son mi salvación, con eso ya soy feliz. Antes estaba en un co-work y era imposible para mí concentrarme, pasaba gente y me distraía todo el tiempo. Debe ser un déficit atencional o algo así. Cuando todos se iban a las siete u ocho, me quedaba y avanzaba.
Si comparara la semana que registré con una semana de hace diez años atrás creo que hoy tengo más ocio que antes. Siempre hay algún ciclo que se repite. Yo soy busquilla, cuando no sé algo investigo siempre. Y si no encuentro respuesta, pregunto, pido ayuda. Hay personas que cuando no saben algo se quedan así, yo no. Voy a todas partes. Y pienso que eso se ha mantenido en el tiempo, si tengo una duda investigo igual que antes. También –como decía– hoy tengo más ocio. En la primera pega estaba todo el día en el computador trabajando. No soy mucho de redes sociales, me di cuenta que no me meto mucho a Instagram o Facebook. Tampoco leo el diario o veo tele, si me dicen: "Oye, se murió éste", "¿Quién se murió? ¿Qué pasó? ¿Hubo votaciones?". Mi tiempo lo consumo más en YouTube y Netflix que son más visuales, me gusta el cine y cosas así.
Los cambios que he vivido son en parte biográficos, estaba buscando qué quería hacer. Cuando chica pensaba en ser bombera, y todavía lo quiero. Como ser mesera, hay algo en ese gesto generoso de servir un café, no sé. Me gustaba la arquitectura, pero por plata no se podía. Me metí primero a Producción Gráfica Digital que duraba dos años, y ahí empecé a entender qué era el diseño. Cuando entré a trabajar me dijeron que le pegaba a esto, que podría estudiarlo. No me alcanzaba el sueldo para la mensualidad así que pagué con crédito por cinco años en la UTEM. Y siempre estuve buscando, me gustaban varias cosas, pero siempre había un “sí, pero no”. Después Javier me enseñó a usar el programa Flash y dije: “esto me gusta”. Pero después, ya no. Así me pasaba, que daba vuelta por las agencias y sentía que era vacío, que era plástico, que aunque me pagaran bien no me gustaba del todo.
Recuerdo que una vez fuimos a Perú a una instalación. Todo pagado, pero yo me sentía muy mal. Fui al baño del mall y veo a una señora que limpia los baños comiendo detrás de la puerta. Me vio, y yo quise puro llorar por esa diferencia. Yo me gastaba mi plata en el almuerzo y daba lo mismo, pero hay otros que no lo tienen. Y me dio rabia estar en la agencia y poder trabajar en un proyecto que al terminar no deja nada que hacer. Eso estaba mal, como que me mató. Entonces me dije que la vida no puede ser así. Y junté plata y pensé en irme del país.
En un evento en Canadá, fui a Toronto a ver a una artista, creo que a Shantell Martin. Ella es ilustradora y cuando la escuché hablar pensé: “voy a renunciar”. Ella decía que los obstáculos y la plata no son un impedimento para cumplir tus sueños. Había dormido en los sillones de sus amigos, y luchó e insistió una y otra vez, incansablemente. Hoy la loca está en el MOMA, en todas partes. También conocí a otras personas que vivían algo similar a mí, me di cuenta que no era algo que solo pasaba en Chile. Y me pregunté: “¿qué hago con la plata que he ahorrado?” En ese tiempo quería aprender a hacer cosas de códigos y había un artista – Zach Lieberman– que tenía una escuela. Pensaba: “algún día, algún día”. Pero sentía que no merecía ir. Hasta que un día empecé a estudiar, a leer, a entender código, trigonometría. Veía videos una y otra vez, intentaba, intentaba e intentaba. Conocí a un youtuber que era profesor, y justo también era amigo de ese loco seco. Fui aprendiendo, hasta que me decidí a pagar por clases particulares de inglés. Y de a poco avancé, porque uno siempre tiene miedo a salir, el chileno es súper criticón. Postulé a la escuela que se llama School for Poetic Computation. Estaba en Nueva York, y yo pensé: ¿qué voy a ir a hacer allá si vivo en Independencia? Pero postulé, aunque me demoré un mes en sacarme las fotos y hacer los videos para postular. Me ayudaron mis amigos, el profe de inglés, y lo hice. El 23 de diciembre me avisaron que estaba aceptada. Yo me puse a llorar, obvio. Me sirvió creerme el cuento de artista y diseñadora, decir: “Ok, esto es lo que quiero hacer”. Y entonces me di cuenta que había renunciado, me fui a estudiar a Nueva York, y estábamos con Brillo a medias con Javier en Barcelona y yo en Nueva York. Todo esto me permitió creer en mí misma y decidir que puedo ser independiente, generar nuevas herramientas porque insití en ello.
Hoy no sé como hice todas esas cosas, pero tenía sed de aprender y saber más. La mejor escuela para mí ha sido Google y preguntar siempre lo que no entiendo. Todo está ahí, hay que darle no más porque no queda otra.
Para mí el trabajo no es trabajo cuando te gusta lo que estás haciendo. Obvio que hay clientes desordenados, pero yo trabajo con museos y lo disfruto. El primer gran proyecto fue para el MIM, lo que era una chek en mi vida e hicimos tres, o sea, check, check, check. Cuando sabes que esto tiene que durar diez años sientes la responsabilidad. Me acuerdo de la inauguración, llevé a mi mamá porque Javier no estaba en Chile. Esa vez preguntaba “Oh, ¿por qué no parte el evento?”. Yo estaba con calor en una carpa negra a pleno sol y me responden “No, es que todavía no llega la Presidenta”. Estaba Bachelet en ese tiempo. Ahí comprendí la magnitud del trabajo, que debía durar diez años y tenían que probarlo millones de personas. Yo estaba acostumbrada a hacer el tótem, la aplicación del celular. Pero cuando entiendes la cantidad de gente que va a usar lo que haces, uno siente la responsabilidad porque lo que estás transmitiendo es contenido educativo. Entonces como que entregas a un hijo, lo haces con el mejor cariño posible. Antes no sentía eso, ganaba plata pero todo lo que hacía era plástico. Ahora no gano como antes, pero me basta con poder pagar el arriendo, la comida, poder viajar. Vivir con lo mínimo está bien, ¿para qué quiero tener plata?
Me pasó que cuando cumplí 17 o 18, mi mamá me dijo: “Paola, tienes que ayudar a tu tía que tuvo mellizos”, y esa fue mi primera relación con niños en mi vida. Entonces me acuerdo que cuando estaba estudiando y mis primos tenían entre dos o tres años, me dijeron: “Tarea: haga un interactivo para niños”. Y me acuerdo que revisé todos los interactivos y se los pasé a mis primos: “Joaquín, Antonio, necesito que jueguen” y ese fue mi primer interactivo programado. Y era un pato que hablaba cuando le hacías click. Y yo pensé que no les iba a gustar, pero mi primo: “¡Ah, el patito, el patito!”. Y al día siguiente me dijo: “Paola, quiero jugar al patito”. Y esa sensación de que te lo pida, me quedó grabada y creo que lo traté de buscar y entonces es a lo que me dedico, ahora lo hago profesional.
A veces cuando veo que los proyectos son tan grandes me asustan. Pero uno va aprendiendo y se va equivocando, el trabajo va cambiando y adquiere más valor. Por lo general tratamos de no tomar trabajos que requieran de aplicación o pantalla. Lo hacemos más análogo con switchs, botones, contactos. La parte más administrativa del trabajo me carga, como hablar con los clientes. Pero con lo demás, soy feliz, me sirve para aprender cosas nuevas y he aprendido caleta.
¿Cuál es el límite del trabajo? Para mí es cuando lo administrativo es a tal hora. Pero hay cosas, por ejemplo, cuando tengo que programar algo y me apareció una duda o algo falló, eso no es problema. Es un challenge, ¡desafío aceptado!, pero no me agobio. Hay algunos que se saturan, pero yo no porque he aprendido cosas. Como: “Oh no, no sé hacer esto”, y entonces averiguo, averiguo y averiguo. Cuando chica me acuerdo que me pregunté cómo funcionaba la luz. E hice un sistema con mi hermana con una lana que caía justo en un enchufe, y hacía que se apagara la luz. Entonces me doy cuenta que siempre me ha gustado, por eso el límite es difuso. Hay cosas que para mí son trabajo como las de administración, pero lo otro no, es porque soy curiosa y quiero saber cómo se hace.
Hay cosas del trabajo que me definen personalmente. Por ejemplo, soy súper ordenada, soy súper cuadrada, en el sentido de estructura. Para mí este es el inicio y este es el fin. Si me cambian algo en el medio empiezo a colapsar. Lo mismo cuando me dicen: “Oye Paola, ¿vamos mañana al cine? Si me dicen algo doce horas antes no puedo, yo ya agendé otras cosas. Soy cuadrada con eso, sea algo natural o algo de la pega.
Hay varias cosas que definen que un trabajo esté bien hecho. Para mí el arte es importante, que se vea “bonito” – así, entre comillas –. En segundo lugar, que funcione bien, que no haya engañitos. Cuando uno programa sabes que es posible hacer ciertos trucos, pero para que sea un buen trabajo no debe haberlos. Tercero, tiene que asombrar en todos los sentidos: diseño, programación, sonido y construcción. Por último, pruebo la técnica, moverlo rápido para ver si funciona. Así está probado para un niño chileno –así te dicen, “niño chileno”–. Cuando voy a otros museos veo los interactivos, y te das cuenta si hay cariño y delicadeza, o si hay un video moviéndose, lo cortaron y le pusieron stop. Lo sacaron, y eso se ve feo. Yo trabajé mucho en desarrollo web, y sé que está el diseñador y el programador, y ambos los quieren mover de manera distinta. El programador lo abre rápido, el diseñador le quiere dar un giro. Como yo era diseñadora, no tenían que decirme que lo abriera con un giro. Te das cuenta cuando algo está hecho con cariño, con un pensamiento, una delicadeza. Es como cuando te preparan un pan con mantequilla: pueden cortar el pan y echarle, o bien, tostarlo antes y así la mantequilla se derrite. Son detalles, pero se notan.
Cuando la gente se asombra siento una aprobación externa que le da valor a mi trabajo. De repente cuando entregas, todos te dicen que está súper bonito, pero no lo creo o siento que no saben de esto. Por ejemplo, en el MIM hay un módulo que habla del sol. Hay una perilla que giras y ves el sol con ciertos filtros que cambian el color. Yo siempre pensaba: "Tengo que hacer la perilla rápida porque el niño va a hacer eso". Pero me dio risa ver a una señora adulta que jugaba lento y suave. Y luego un niño que lo hacía de forma frenética. Funciona, llega a un nivel en que es mágico y entonces está pagado. Más que cuando te dicen que está bien o lindo. Intento ver qué piensa la gente, si se sorprende o no, qué reacciones tienen. Vale más que la opinión de mis pares.
Nos ha pasado con Javier que en Chile es difícil que los proyectos estén pensados en un proceso. Siempre nos llegan cotizaciones donde las ideas ya están pensadas previamente. Para nosotros es importante que nos llamen desde cero y que las solicitudes sean más abiertas, poder estar con el equipo de diseño y con arquitectos pensando qué se puede hacer. Pero en general no es así, por ejemplo con el MIM, no dicen: “tenemos que hablar sobre las estrellas, este es el objetivo, queremos que sean filtros…etc”. Ya hay una solicitud con una idea bajada en algo concreto. Pero hace poco nos salió este proyecto abierto que ahora estamos terminando, y ellos trabajan súper bien. Entonces es un éxito porque es lo que queremos hacer, estar en la parte previa y no recibir como el vómito de lo que alguien pensó mal. Hay varios que están bien pensados, pero la mayoría – especialmente en publicidad – se trata de algo que un publicista vio en YouTube y lo copió.
Y por otro lado, hay un fracaso que no me tocó tan fuerte pero igual me dio lata. Tuve una experiencia en una agencia en la que era nueva, Javier me llevó a trabajar allá. Estaban en la mitad de un proyecto que era bueno, full interactivo. Y un compañero, digamos Pepito, tenía que vincular la base de datos porque se supone que la gente venía con su celular, les llegaba una invitación, código QR, entregaba un tótem y tú interactuabas con una pantalla. Y estaba súper bien diseñado, estaba todo estupendo, ¡estaba todo! Pero la cosa es que Pepito no unió la base de datos y en la inauguración no funcionó. Yo me sentí mal, era nueva, no era mi proyecto y me dio lata. Pepito no reaccionó, y quizás en ese momento debí haber tomado las riendas, pero no lo hice. Obviamente, después la agencia tuvo que pagar y empezaron a despedir gente. Eso dolió, fue una angustia grande.
No pongo en mi trabajo grandes expectativas monetarias porque para mí no es tan importante. Mi familia es de clase media, no me pudieron pagar la U, yo sabía que para lograr algunas cosas iba a tener que trabajar. Todavía vivo con Iván –mi padre– , no tengo auto, no me compraría un departamento. Mi enfoque está en mí, viajar, conocer y aprender. Por eso siempre junto plata y hago un viaje para mis vacaciones que sea de conocimiento, estudio, eventos, de todo. Hace poco con Javier postulamos en Irlanda para estudiar sobre Realidad Virtual. Entonces primero llegué a Barcelona, una semana para conocer, vacaciones. Después viajamos a Dublín y fue un mes de estudio. Conocimos la cultura, en ese mundo se graba Game of Thrones, Star Wars, había que aprovecharlo todo, hacer amigos, conocer gente. Todo eso es importante. También sirve para conocerme a mí misma, estoy mejorando el inglés. Y bueno, luego volví a Barcelona y a Santiago. Entonces en eso se va el gasto, y en buenos equipos y tecnología.
Las condiciones materiales y el dinero no determinan mi trabajo fuertemente. He aprendido con los viajes que en Chile estamos muy marcados por el apellido que tienes, por donde vives o cuanto ganas. Me carga eso, así que no trato a la gente así. Como cuando te preguntan qué estudiaste y luego dicen: “Ah, diseñador, pobre”. Yo estudié contabilidad en un colegio técnico, y sé ordenar mi plata. Sé cuanto tengo y cuantos meses puedo vivir con eso. Sé en que voy a invertirlo y puedo hacer planes de año y medio. Estudié becada, y además, tenía la beca Presidente de la República así que me llegaba plata. Y de esas treinta lucas, le pasaba veinte a mi mamá para que los ahorre, y me quedaba diez para mis cartas de mitos y leyendas. Era una niña consciente, aprendí de chica el valor del dinero y el esfuerzo que significa. Veía a mi mamá que es fotógrafa esforzándose mucho, luego me enseñó y desde los trece años fui a ayudarle. Entonces sé el sacrificio que implica tener plata, pero no me gusta tener mucho. Hay gente que se saca la mugre y no puede. Entonces, ¿cómo puedo ayudar? Ya por lo menos mi trabajo se vincula con los museos y las personas. Pero esa situación me incomoda. Para vivir bien necesito tanto, y ya, no ando buscando más.
Yo sufro con la idea de no tener nada que hacer, entro en depresión. Por ejemplo, tenemos estos tres proyectos y éstas son las fechas. Sé que en algún momento –en ese diciembre quince– la Paola no va a tener proyectos. Puede que tenga la plata para vivir hasta el 2021, pero eso da lo mismo porque no tengo desafíos. Necesito ese click, tener ese como challenge accepted, si no, entro en pánico. Comienzo a tener malas manías, como no hacer nada, me vuelvo depresiva comiendo, viendo películas, y luego lo odio todo y me vuelvo inútil. Entonces sí o sí tengo que hacer cosas, un curso o aprender ukelele. Por eso me organizo con la plata, y de esa forma, mi vida no depende de ello. Soy súper responsable en eso, no pago nada de crédito, todo se paga al día. Hay gente que vive agobiada, yo no. Entonces súper relajado, está todo bien, si se puede Uber, si no bici, si no caminar, no me complica. Pero sí me complica no tener nada que hacer, eso me mata, la Paola muerta ahí tirada en el asiento.
Mis tiempos de ocio completo son para ver Minecraft. Pero ver un trailer no lo considero ocio, porque el cine es importante para mí. Los colores, la actuación, informarme de eso para mí es importante. Por eso creo que ver videos de Minecraft es el ocio completo.
No soy muy social en general. Hablo mucho sí, pero soy muy poco social. Lo único social es Javier que es mi socio. Y mi familia, pasa que ahora mi mamá vive en el campo, también mi hermana y su pareja. Voy a verlos, mi papá va todos los fines de semana. Pero yo no puedo tanto porque me da pena volver, me da angustia. Allá están mis perros, que son como mis amigos. Yo soy feliz conviviendo conmigo misma, cuando nadie me pesca. Soy mucho más afectiva así, más feliz. Hago tres salidas importantes en el año, ir al cine con alguien o ir a comer afuera, no, salgo muy poco. Como te dije antes, tengo problemas con las luces, o los sonidos, o cuando hay mucha gente. Entonces el mall es un tema, y no voy a conciertos. Para mí lo importante es lo familiar, que no me molesten tanto y mis amigos que son muy pocos.
El tiempo libre siempre está asociado con aprender cosas nuevas, no sólo porque sí, si no que con un valor agregado. Antes jugaba más FIFA, al renunciar lo primero que hice fue comprarme la Nintendo Swtich. Me dijeron: “Pero Paola, cómo gastaste tu plata en esto, te vas a quedar sin…”. Y yo respondí: “Es que si me va mal, paso la pena jugando”. Entonces esas cosas que hago son también juegos sociales, como Mario Kart. Pero otros ocios… Quizás escuchar vinilos, pero eso es súper individual, yo conmigo misma y nadie más.
Los videos son algo importante para mí porque como me saturo mucho trabajando me da dolor de cabeza. Y entonces ya, chanta la moto: videos. Siempre lo he hecho, en el colegio cuando me estresaba –me estreso fácil– ponía el nintendo en el computador y justo entraba mi mamá: ¡Ah, estás puro jugando!”. Siempre pasaba eso. Hasta que un día le dije que lo hacía porque me cansaba. Nunca me he podido enfocar 100%. Lo que me resulta –porque he tenido que aprender a conocerme– es parar y hacer un cambio completo. Rellenar la pila, recargarme. Y luego ella lo entendió y me dejó ser. Desde chica que lo hago, es algo natural en mí. Antes jugaba y ahora veo que otro juega.
Vinculo el ocio a cambiar el switch, calmar la mente. No sé, ir al campo y tirarme en el campo con mi perro. Es un momento muy importante, porque sin él me tiro al Mapocho y me amarro a una roca. Sin ocio me saturo y no funcionaría. Uno está en todas partes y se necesita parar, ver una película. Quizás algunos pensarían que estás perdiendo el tiempo, pero no, porque estás poniendo baterías para lo otro, sin eso se desinfla.
Creo que el valor que se le da al ocio en la sociedad es algo muy generacional. Mi papá piensa que estas nuevas generaciones solo juegan videojuegos. Pero el ocio depende de cada uno, hay personas que están trabajando todo el día. Mi papá es empresario a la antigua y está siempre enfocado en la pega, pega, pega. Yo no, creo que todos funcionamos distinto y hoy es más mitad-mitad. Hay muchos jóvenes que consideran que el ocio es importante, y también viejitos que creen que hay que trabajar más porque es sacrificado. Entonces es algo como 50-50, aunque depende, tendría que hacer el cálculo con las generaciones. Hoy podemos hacer varias cosas a la vez. Mi papá es de una cosa. Pero yo ando corriendo por todas partes y siento que me muero, trapo mojado.
No todos le asignamos el mismo valor al ocio, eso depende. Javier me entiende y lo acepta, aunque a veces cuando compartía pantalla me decía “Tienes Minecraft, estabas jugando”. Yo trabajo viendo videos y otras personas pueden creer que no estoy dando mi 10%, pero no es así porque estoy concentrada. Entonces todo depende de la percepción. Para algunos el ocio es ir a carretes y tomar, yo no hago nada de eso. Pero a otros les pasa igual: “Ya, juguemos LOL, o Starcraft, o World of Warcraft”. Otros salen a fumar un cigarro. Todos tienen un ocio y es lo que tú quieres que sea.
La experiencia de la inhabilidad física en el trabajo es complicada. Siempre me pasa que cuando quiero bajar de peso hago ejercicio y me piteo algo. O cuando no hago nada, también pasa. El año pasado fue la planta del pie y me dieron un diagnóstico equivocado, así que fue peor. Me dolía vivir, me afectaba en las reuniones y me fui así a Nueva York. Cuando volví encontré un nuevo doctor, y yo le decía: “córtalo, córtalo”. Me pasaba la sábana y me dolía, era algo horrible. Y claro, me afectó todo. De a poco sanó pero aprendí algunas cosas. Antes corría con los perros, pero después ya no, sólo podía caminar. Por eso la lesión mató ambos lados, el trabajo y también el ocio. Otras cosas –como los resfríos– dan lo mismo porque se trabaja igual.
Los tiempos de descanso como fines de semana y feriados sí son diferentes, y los tomo. Aunque últimamente estamos corriendo y he tenido que trabajar en esos espacios de forma excepcional. Creo que son momentos que no se tocan a menos que no haya otra opción. Por ejemplo, cuando terminamos proyectos, yo digo: “Javier, me voy dos meses” Y chao, no veo a nadie. Respondo los correos de presupuesto, pero es muy probable que me tome año nuevo y navidad, y los tome seguidos.
Las vacaciones tienen algo de trabajo, depende de qué entiendes por eso. Para mí son tiempos para estar con mis perros, tirada en el pasto sin ruido. Y, por otro lado, para aprender las cosas que me gustan. Los viajes que hago son porque quiero saber, tengo dudas que tengo que resolver. Por ejemplo, en las primeras clases con mi profe el Zach yo estaba así: "Javi, estoy aquí con Zach Lieberman, dios mío". Pero al terminar él decía que si alguien tenía dudas que le escribiera. Y lo hice. Y si el explicaba algo, yo a la siguiente semana no llegaba con una tarea hecha –ponte un sketch– llegaba con trece. Y estaban todos buenos porque estaba motivada aprendiendo. Me gusta hacerlo, tengo esa necesidad de saber cómo funcionan las cosas y poder hacerlas. Eso son vacaciones. Como cuando ves una película o una teleserie y estás: “¡Oh! ¡ese es el asesino!”.
La idea de la maternidad está cerrada por completo. Traer a alguien a este mundo es una gran responsabilidad, soy gallina, y ¿Santiago? No. Pienso: está Trump, ese loco en Brasil, tenemos a Piñera. Siempre hablo con los que manejan en Uber y dicen “Chile es desgraciado, malo, cochino”. Chile es como es, aquí naces y tienes que pagarte salud, educación, todo. Es un país egoísta y así también es su sociedad. Veo a los canadienses que son las personas más generosas del mundo, porque su país lo es y eso parte desde el gobierno. Entonces, ¿cómo voy a traer un bebé a este mundo? No, sería muy egoísta.
La idea de jubilarse…yo me acuerdo que más joven dije: “Iván, ¿cuánta plata ahorraste para jubilarte? Y me dijo no sé, 60 palos. Y recibe como 150 lucas. Y pienso ahora: ¿Cuántos años tengo? ¿Cuánta plata tengo en le AFP? Rayos. Y eso que yo trabajo desde los 19. Aquí en Chile a los 40 si no eres jefa –siendo mujer– cagaste.
Estoy juntando plata para comprarme un terreno y hacerme una casita en forma de A. Tener mi perro y vivir ahí, fin. Hace poco mi mamá vive en el campo y era de Santiago. Ella tiene este interés social y construyó un espacio de cultura en donde quiere enseñar a la gente a cuidar el planeta, está full metida con el medio ambiente. Trabaja con niños en regiones, es una realidad muy distinta. Y a veces me pide ayuda, y finalmente soy como un niño más. Con el tiempo me gustaría poder hacer cosas.
Cuando fui a Toronto estuve con unos españoles y todas hablaban “España, hostia, tía, la mierda", y me dije, me miré, me alejé, como cuando se aleja la cámara: "yo no quiero-" Podría haberme ido a trabajar afuera, pero no, quería volver y tratar de hacer un cambio. Aportar un granito de arena, no quedarme de brazos cruzados y salvarme yo no más. Entonces yo creo que en mi jubilación va haber cosas que hacer y de que preocuparme. Primero –lo básico– dónde caerme muerta. Una casita enana con un perro. Y luego hacer cosas por otros.
Pero respecto al diseño creo que siempre voy a estar haciendo mis bosquejos, esos que subo en Instagram, y es como "oh, mira esta partícula que se mueve". Yo creo que siempre va a estar porque lo ha estado desde que tengo memoria. Siempre quería hacer cosas, siempre que jugaba con mi hermana al almacén me gustaba mucho más construirlo que jugar en él. Entonces me di cuenta que siempre me ha gustado más la creación, y eso se ha reflejado en todo lo que hago, el estar aprendiendo cosas permanentemente. Entonces, sería muy raro que de la nada se borre, yo creo que quizás muta no más, en el sentido que antes era 2D, luego es 3D, y ahora con código, y así va mutando. Me quiero meter más con luces, pero es siempre lo mismo. Hacer cosas hasta que sea vieja, siempre con un perrito al lado, siempre.
Soy Iván Insunza y soy actor de profesión. Me he dedicado principalmente a la dirección, a hacer clases y a la investigación. Hice un magíster en Artes con mención en Dirección Teatral en la Chile, por allá el 2007 - 2008. En este momento estoy terminando el doctorado en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte en la misma universidad. Durante el doctorado pude titularme del magíster porque no había podido hacer la tesis antes, y mi beca CONICYT duraba hasta marzo. Mi desarrollo profesional ha estado en esos ejes: clases, montones de proyectos, seminarios, escuelas libres, centros culturales. Luego investigación, que principalmente se consolida cuando entro al doctorado. Ahí empiezo a publicar, a participar de congresos, y ponencias. Y bueno, como director de artes escénicas. En el fondo soy director de teatro, pero uno bien experimental. Trabajo mucho con danza contemporánea, con performance, con audiovisual, con música en vivo, con un montón de cosas que hacen que no sea director de teatro en realidad. De hecho, el último trabajo que dirigí es una obra de danza contemporánea, que me invitaron a participar.
Si pienso en la distribución de mi trabajo creo que mi tiempo se divide en un 30% de creación, y un 70% de investigación casi no remunerada, por el momento. Se me acabó la beca en marzo y estaba el concurso de extensión de seis meses, pero quedó ese cagazo en CONICYT y a mi particularmente me pasó algo peor. Yo subí los documentos a la plataforma de postulación habitual y me respondieron enviándome los criterios y plazos generales. Pero no me dijeron que se había habilitado otra plataforma específica, y que en ese momento no estaba postulando correctamente. Entonces quedé fuera y lo descubrí cuando salieron los resultados y yo no estaba ni en los inadmisibles ni en los no ganadores. Puse un recurso de reposición pero no tuvo validez y el programa no quiso hacerse cargo. En el segundo llamado que permite postular a todos los que tuvieron beca durante el año pude subir mis documentos y ahora estoy esperando los resultados para agosto. Entonces puede pasar que la extensión de la beca sea retroactiva y se me pague de marzo a septiembre, que es cuando va a salir la plata.
También estoy en la revista Hiedra como editor. Allí nos financiamos con FONDART por lo que hay remuneración. Pero nos ha costado mucho captar colaboradores permanentes. En general el presupuesto que hay para columnas me lo estoy llevando yo porque escribo mucho, lo necesito y me gusta. Luego, estuve en un grupo de estudios sobre teatro y memoria donde me pidieron colaborar en las reuniones de discusión de textos. Ahí también cayeron unas luquitas este año. He estado haciendo de todo, lo que salga.
Sin proponerlo, la semana en que desarrollé la bitácora fue ejemplar. Llegó a mí justo en el momento en que estaba asesorando Fondart, formulando uno por mi parte, respondiendo un montón de correos y cosas de oficina no remunerada que uno tiene de su propia gestión, del emprendimiento que es uno mismo. Fueron días muy duros también con mis hijos. Mi hijo de doce estaba con funciones en el GAM por una obra de coros ciudadanos que era un homenaje a Jorge González. Entonces había que ir a dejarlo, había que ver cómo recogerlo, o mandarlo en un vehículo donde yo estuviera. Más encima esa semana tenía que ponerle la segunda vacuna a mi hija de un año y medio que no vive conmigo. Por eso diría que es ejemplar en la medida que resume bien la diversidad de cosas que debo hacer para sostenerme en términos económicos. Y, por otro lado, las complejidades de la vida cotidiana. De ocio hay bien poco digamos, entendido como ese espacio de suspensión donde se puede generar una especie de fertilidad para el trabajo, ya sea creativo o de investigación.
A partir de la bitácora confirmé algo que sospechaba, el espacio íntimo de trabajo está en mi casa. Uno va creando esos espacios cuando está en el posgrado o algo así. El escritorio, la biblioteca, la impresora con scanner…Y ya tienes un cubículo de trabajo muy convencional. Al observarlo de esa manera, confirmo que lo que tengo metido en el centro de mi pieza es mi oficina. Si no tengo compromisos fuera de casa, me levanto, me ducho y luego me siento a responder correos, revisar fondos, corregir ponencias, enviar artículos, ver si hay convocatorias de congresos o festivales.
Permanentemente hay que gestionar los propios emprendimientos. Trabajé un año en Fondart como supervisor de proyectos y lo que observo ahora cuando estoy sentado frente al computador es exactamente lo mismo. Hay días que me planteo: “Hoy voy a trabajar en un artículo”. Pero antes pasan horas en las que puedo estar respondiendo y enviando correos, revisando cuestiones, corrigiendo documentos. Está lleno de pendientes. Es exactamente lo mismo que pasa en el aparato burocrático estatal, que en el fondo siempre hay mil pendientes que están esperando por ti, y que van emergiendo en la medida que empiezas a escarbar un poquito. Entonces cuando quieres efectivamente concretar un trabajo específico, la única opción es suprimir todo el resto y decir: "No, me voy a dedicar a esto".
Ocupo el post-it para no olvidar y la pantalla se va rodeando de pequeños apuntes. A veces uso la agenda del celular cuando son tiempos compartidos, como reuniones o ensayos, y veo que es una semana muy cargada. Pero no agendo semana a semana. Si voy a estar trabajando en la casa la mayoría de los días no hago esa pega. De chico me gustaba jugar a la oficina. Una parte de mí lo disfruta mientras otra lo sufre. Cuando trabajé en Fondart me di cuenta que disfrutaba mucho de firmar, timbrar, archivar. Tener mis cosas ordenaditas, mis destacadores, mis banderitas. Todo ese trabajo con la materia es bien fascinante, y yo creo que ahí se mezcla el trabajo de oficina con el trabajo de investigación. Pero claro, una vez entrando al doctorado la oficina terminó de configurarse. Antes no usaba mucho mi biblioteca, los libros estaban ahí no más. Ahora tengo esta idea de estar consultando siempre, tengo la necesidad de que los libros estén cerca del computador y así se arman dinámicas al interior de ese espacio.
Si imagino estas prácticas hace diez años atrás la escena que aparece en mi cabeza es bastante similar. Vivo en un departamento de dos ambientes, 35 metros cuadrados, y en el 2009 vivía en un estudio donde era lo mismo, la cama con el computador al frente. No identifico grandes diferencias en ese sentido. La tecnología impacta, pero más en los tiempos libres. Antes era mucho de Facebook, y ahora sólo tengo Twitter. Lo uso como un espacio de juego pero también da cierta visibilidad del trabajo que hago, la gente conoce tu nombre. Son una serie de cosas bien espeluznantes, pero me han convencido de no cerrarlo. He querido hacerlo muchas veces.
En febrero estuve de cumpleaños e invité a una serie de amigos y amigas de distintos lados. Confirmé algo que siempre hago que es presentar a mis amistades de acuerdo a sus profesiones u ocupaciones. Entonces se detonó una discusión entretenida respecto a si era o no pertinente hacerlo. A mí me parece que sí, somos lo que hacemos y por algo optamos por trabajar en algo determinado. Se da esa discusión eterna de “Pero no hablemos de pega”, mientrad digo “¡Hablemos de pega!”. Hablemos de arte, de filosofía, de política. Si eso es hablar de pega, bueno. Si no hablamos de eso, de qué más vamos a hablar. En general, yo no veo una separación entre lo que soy y lo que hago, entre lo que estudié y lo que trabajo. También defiendo mucho el hecho de poner tus credenciales académicas por delante, pero no como una cuestión de poder. Más bien es decir: “Esto he estudiado, a esto he dedicado mi tiempo y, por lo tanto, esto soy”. La configuración de identidad se da a partir de lo que uno estudia, de lo que uno hace, lo que uno come. Entonces para mí el trabajo es todo lo que hago y, en ese sentido, me cuesta separar los espacios íntimos del esparcimiento.
En general, si pienso en mi círculo y mis pares, hay una creencia colectiva en que uno es lo que hace. Por eso la anécdota del cumpleaños es interesante, porque no era necesariamente ese círculo y la gente era muy variada. La presentación –el definirse por lo que te ocupa– me parece incluso deseable. Si llego a un carrete y me presentan: “Oye, no sé quién: artista visual” , inmediatamente sé que tenemos un ámbito en común donde podemos interactuar sin que se transforme en una conducta pauteada del clima o la comida. Claro que quiero saber si alguien hizo un posgrado o qué está leyendo, qué investiga, porque eso soy yo y la pega no se queda en el computador. Porque si no ¿qué? ¿qué hay fuera de la pega? En el fondo eso es.
Desde mi perspectiva no hay límites para el trabajo. Las actividades con la familia marcan, pero no determinan cómo uno se constituye. Cuando estoy con mis hijos no suspendo quien soy y ese que soy está completamente atravesado por el trabajo. Soy conciente de que toda esa experiencia los condiciona a ellos. Por ejemplo, mi hijo a los cinco años ya me estaba ayudando a hacer las luces de una obra que dirigí y pasaba en los ensayos. Hacía los training y levantaba los brazos, bajaba, respiraba. Y luego empezó a ver que yo investigaba y a él le daban un trabajo para el colegio y lo hacíamos juntos. El papá es ese, para bien o para mal.
En general, este estilo de vida no me ha traído grandes costos a nivel familiar. A mis hijos los veo todos los fines de semana, salvo que tenga función o una actividad, o una clase excepcionalmente un día sábado. Pero, en general, los tiempos están bien cautelados porque caen el fin de semana. Lo que no tengo es descanso. En la semana trabajo y el finde soy papá. Y en las relaciones de pareja –a lo menos ahora– las estructuras son similares por lo que buscamos coincidencias y sintonías para generar espacios. Lo que siempre me viene a la memoria es el funeral de mi abuela al que no pude asistir porque tenía función y… era suspender la función o… Me parecía que si al director de la obra se le hubiera muerto la abuela no era motivo suficiente para suspender, pero hasta el día de hoy me pesa.
En mi trabajo no ha estado muy presente la noción de excelencia, más bien la satisfacción tiene que ver con el sentido. No sé si está bien hecho o mal hecho. Lo que prima es esto aquí y ahora. De acuerdo a determinadas circunstancias de un campo, por ejemplo, me parece que esto es lo que tengo que hacer. Y por lo tanto, la evaluación de si logro efectivamente cumplir eso que me he propuesto es lo relevante.
En términos de creación artística yo me autoimpuse la misión de demostrar que el teatro puede ser un montón de cosas que hoy día no se piensan como tal. En ese sentido, pagué las consecuencias de ocupar un lugar muy marginal dentro de la escena teatral, excesivamente experimental, excesivamente contrahegemónica, por así decirlo.
Sin embargo, las pocas personas que conocen mi trabajo me hacen sentir mucho orgullo, por ejemplo, cuando alguien dice "Oye, Iván investiga tales cosas en la puesta en escena". Mi profesor guía de la universidad en Alemania –que investiga performatividad y transmedialidad¬– cuando vio los videos de mis obras dijo: "Esto he estado investigando todos estos años. Yo pensaba que en Chile no existía. Pásame los videos, voy a empezar a escribir sobre tu trabajo y quiero publicarlo". Hay pequeños destellos como esos que me dicen que tiene sentido. Quizás seré un incomprendido de mi época. Pero asumí, por otro lado, que no puedo vivir de eso. Que no me va a dar mucho rédito, ni siquiera en la academia ya que no existen las asignaturas de teatro experimental y teatro transmedial.
Con la revista este año nos propusimos que los contenidos tuvieran una impronta pedagógica sin que se adelgazaran. En el fondo es tomarse más en serio la divulgación para que pueda llegar a estudiantes de teatro. He sentido esa responsabilidad de articular y creo que ha tenido resultados. Nos comentan las columnas, un profesor pide a sus estudiantes que escuchen un podcast. Entonces, ahí esta la excelencia, o esa satisfacción que viene con el impacto en términos de divulgación, un trabajo de fronteras.
En mi propia investigación lo que mayor satisfacción me genera es el nivel de manejo filosófico que he podido llegar a tener, por sobre las expectativas que tenía. Siento que he logrado articular una red trascendiendo de la aplicación de modelos preexistentes. De esta forma, forjar nuevos marcos de lecturas que tienen que ver con problemas filosóficos que se desprenden a propósito del teatro o el arte. Un poco lo que hace Sergio Rojas.
En general, defiendo la idea de autor. A pesar de que pueda tener interés en pensar la muerte del autor, la firma es lo que hace entrar en relación el tramado de textos y obras que uno hace. Me interesa que una persona que ve una obra que dirijo hoy, pueda hacer una relación con una obra que dirigí hace cinco años. Sin embargo, en el trabajo creativo se ha ido diluyendo en algún modo. Empecé a trabajar de manera colectiva, pero sin nunca suspender la idea de dirección artística. Siempre seguí siendo el autor. Y claro, también me interesa a nivel de escritura el constituirme como autor. Me gusta cuando alguien, ya sea por desconocimiento o por complacencia, me presenta como escritor.
Hablar del éxito y del fracaso es complejo porque implica remitir todo un recorrido psicoanalítico y terapéutico de cómo me constituyo. Voy a intentar resumirlo. De chico siempre he sentido que no pertenezco, que no estoy inscrito en algo. Crecí en una familia atea, pero enmarcada en una cultura cristiana. Viví toda mi infancia en Las Condes, pero en la Villa San Luis, que eran los blocks de la comuna, conviviendo con drogadictos y delincuentes que eran mis amigos. Iba al colegio en Vitacura, pero municipal donde llegaba de todo: hijos de militares, hijos de empresarios, mis amigos del Cerro 18, mis amigos de la Villa el Dorado en Vitacura. Entonces siempre he sentido que no tengo muy claro dónde estoy inscrito. Si soy de clase alta, si soy de clase baja, si soy cuico, si soy roto. Y la relación con el éxito y el fracaso es igual de ambigua. Yo siento que tengo un montón de argumentos para decir que fracasé profesionalmente.
Era el mejor de mi generación en actuación. Pensé que al salir me iba a ir la raja. Y claro, me empezaron a salir cosas para la tele, pero de repente me di cuenta que eso se fue estancando, y estancando, y que no iba a vivir de las 150 lucas que lograba ganar. Entré al magíster, y para ganarme la beca para el segundo año, dirigí mi primera obra para el festival de dirección y lo gané. Pensé: "Ah no, o sea lo mío es la dirección". Siguiente obra que dirigí, gané otro festival. Empiezo a salir en el diario, y me da por seguir experimentando por aquí y por allá. Me pierdo en eso y desaparecí brutalmente de la escena. Empecé a hacer pequeños trabajos en una salita en el último piso de Estación Mapocho para 30 personas. Entonces tampoco resultó como director. Y me dije: “Parece que lo mío es la teoría”. ¡Y aquí estoy! Esperando fracasar como teórico.
Entonces, hay una idea permanente de fracaso que retorna siempre. Pero al mismo tiempo, en paralelo puedo identificar el éxito. Cuando llego a un lugar y mi nombre le suena a alguien o me relaciona con lo que hago, entonces siento el éxito. En la medida que creo en esa autoría y firma, siento que si mi nombre circula, es porque mi trabajo tiene cierto impacto y no cae en el vacío. No es un éxito en términos económicos. Desde esa perspectiva, siento que al interior de mi círculo estoy debajo de la media, estoy como infiltrado.
Hoy me doy cuenta que desaproveché oportunidades y no capitalicé. No fue algo consciente o heróico, si lo pudiera cambiar… no resultó nomás. Quizás si me hubiera ido bien yo estaría ahora actuando en teleseries y jamás me hubiera dedicado a la investigación. No es que yo haya renunciado a esos caminos, sino que ellos se me cerraron en algún momento. O bien, toqué techo dentro de lo que el contexto de posibilidades me daba.
La relación del trabajo con las condiciones materiales es de una precariedad permanente. Sin duda hubo etapas de mayor comodidad, así como otras muy críticas también. Yo no sé cómo he sobrevivido en realidad todos estos años haciendo muchos trabajos distintos. Los únicos que no me terminaron satisfaciendo son los que hice en oficina, cuando estaba en el Consejo a honorarios y en la Extensión del Departamento de Teatro de la Chile. Pero en general, todas las cosas raras que he hecho me han gustado y me han dado cierta flexibilidad y comodidad. Sin duda, el mejor momento fue con la beca, porque podía elegir que pegas hacer y además tenía un ingreso relativamente estable más alto.
En este momento lo único que hago por amor al arte es mi proyecto colectivo. Quizás algunas asesorías o invitaciones específicas, como “Iván, ¿puedes venir a ver esto?” O “¿puedes revisarme este texto que tengo que presentar?” Pero así sistemáticamente dedicarle tiempo a otros proyectos no remunerados, no.
Hace un tiempo tomé un seminario con Galende que se llamaba "La melancolía, el ocio y el arte de caminar". Tiene todo un rollo. Yo jamás había pensado de manera tan densa la idea del ocio, asociado a la melancolía, a la personalidad saturnina, al deseo sin objeto, el ángel contemplativo; y a la vez, asociado al demonio devorador. Me sentí muy identificado con eso. Cuando pienso en ocio, pienso más bien como en todos mis aspectos melancólicos y que no necesariamente tienen que ver con el tiempo libre, sino más bien con pequeñas suspensiones dentro de cualquier contexto. Cuando uno se queda pegado en la micro, cuando estás leyendo y de repente levantas la vista y no estás pensando en la lectura, cuando te quedaste atrapado en el tiempo. En ese sentido, me cuesta entender como productivo el ocio, incluso en términos creativos.
Tiempo libre no tengo mucho, casi nada, pero sobre todo por la manera en que yo lo entiendo. Veo como trabajo un montón de cosas que quizás podrían no considerarse trabajo, por eso quizás quedan reducidos esos espacios. También cambia mucho el tiempo libre con beca y sin beca. Sin ella es un tiempo libre muy culposo ya que debería estar generando lucas, en cambio con financiamento uno se da más permisos. Me cuesta establecer esos límites. Por ejemplo, estoy leyendo. ¿qué estoy haciendo ahí? ¿Estoy trabajando o estoy en tiempo libre?
Yo creo que los niveles de contaminación entre trabajo y tiempos de esparcimiento varían dependiendo de las personas con las que comparto. Cuando voy a ver a mis papás se suspende por completo el trabajo. No voy a discutir con mi mamá de filosofía o arte. Ahí es familia pura y dura, es escuchar relatos de mi madre sobre personas que no tengo idea quiénes son y hacerlo es parte del trabajo familiar.
Con amigos y con mi pareja es distinto, yo diría que hay más contaminación porque se vinculan con lo que hago. Mi pareja es artista visual y fotógrafa, también está en el doctorado y hace trabajo de investigación. Entonces parte de nuestra relación ha sido interesarse en el trabajo del otro. De repente nos tomamos un vinito y nos ponemos a hablar de su texto y nos quedamos pegados. En ese momento yo siento que estoy trabajando, por ejemplo. Y con los amigos que veo permanentemente hay un vínculo con la pega. Los amigos del colegio –por ejemplo¬– no los veo mucho. Por eso los espacios están muy contaminados, aunque te juntes a comer una carne o tomarte un vino los temas siempre son el Fondart, el libro, la ponencia, etc. Y luego con mis hijos, yo diría que es un tipo de contaminación distinta porque más que conversaciones se mezclan los tiempos y hay que coordinar. Por ejemplo, el viernes tengo una reunión y luego voy a buscar a mi hija. O el sábado tengo función, la llevo donde mi mamá y luego vuelvo a buscarla. Se mezclan los tiempos permanentemente.
La sociedad no comprende el ocio. Cuando yo estaba con la beca me di cuenta que mi entorno más cercano –a pesar de entender que la beca es un sueldo para desarrollar determinado trabajo– al no asociarte con un horario u oficina te ven como si estuvieras permanentemente disponible. Como: "El Iván podría ir a buscar tal cosa" o "El Iván podría hacer este trámite". Y claro, hay ciertas flexibilidades. Sin embargo, tengo la impresión de que ven como si uno fuera un flojo, o sea, ocio en el sentido más negativo. Entonces siento que a mi entorno más cercano les cuesta entender en qué trabajo, la manera en que uno administra sus tiempos. No dicen que “el Iván está flojeando”, sino que son consciente de que “el Iván está trabajando”, pero al mismo tiempo “el Iván está disponible”.
Hay dos momentos que vinculo al ocio que si bien no son permanentes, son históricas durante mi vida profesional. Una es que compongo canciones y ha habido periodos en los que determinada seguridad económica por pegas que no me demandan tanto, he podido dedicarle más tiempo y darle cierto tipo de seriedad. No lo interpreto como trabajo porque siempre para mí ha sido un hobbie. Y me encanta. Puedo estar horas pegado grabando en el computador, y lo escucho y me fascina. Después se lo mando a un par de amigos y ya, ahí quedó el tema. Y lo otro, es ir al estadio. Tiene su cuota de desahogo, de catarsis. Yo creo que podría ser interpretado como un espacio donde radicalmente se suspende el trabajo.
Cuando pienso en la idea de enfermedad me surgen dos cosas. Una, es el no-permiso para enfermarse. Me resulta bien porque me pasa poco y tengo buena salud física. Pero el no poder enfermarse es permanente, está siempre. Y lo otro, es la salud mental. Siempre ha sido un problema. Ya sea por el modo de vida o por la angustia que genera la precariedad. Siempre he tenido problemas de ansiedad y de angustia, que me ha costado mucho resolver y que vienen de chico. Entonces siento un poco que ahora estoy re bien, pero estoy con psiquiatra, con medicamentos, con terapia.
De algún modo mi identidad autoral en el trabajo ha estado también muy atravesada por mi nivel de ansiedad, que podría ser positivo incluso. Como estar dirigiendo, mordiéndose los dedos, salir a fumar, volver y pensar. Mi rollo tiene que ver con la muerte, como una especie de fobia que se detona en períodos en los que tengo altos niveles de ansiedad. Siempre una pregunta por lo desconocido. Es muy movilizadora y a la vez invalidante. Sin duda ello aparece en mi trabajo de creación e investigación, que tiene que ver con memoria, archivo, documento, muerte, guerra, catástrofe. El trabajo ha sido una forma de purgar esa angustia. Con la filosofía por primera vez dejé de sentirme solo, en esa especie de orfandad: “¿Esto me pasa sólo a mí?”, "¿Por qué no está todo el mundo agarrándose de los pelos corriendo por la calle?". Y claro, leyendo a Heidegger por ejemplo, es como que "Ah chucha", el soltar esa sensación de orfandad también te empieza a soltar el lado pisciano de “pobre de mí”. Esas preguntas que en el fondo tiene que ver con mi salud mental, siempre han estado marcando lo bueno y lo malo de las cosas.
Respecto a los tiempos libres creo que cuando gané la beca fue la primera vez que tuve vacaciones en mi vida profesional. Intenté no hacer nada y descansar sin culpa, lo que cuesta mucho cuando no estás acostumbrado. No asocio vacaciones con viajes, por incapacidad económica y porque no me gusta mucho. Los viajes que he hecho fuera y dentro de Chile han sido vinculados al trabajo. Con la beca me di el gusto de tomarme vacaciones, pero en general no pasa, enero es muy activo en el teatro. Y con este problema que tuve con CONICYT mis proyectos se cayeron y hubo puro estrés, tuve que volver a buscar pega porque febrero era el principio de mi cesantía. Entonces las vacaciones no existen mucho para mí, y los fines de semana y tiempos de descanso son para compartir con mis hijos. Darme permisos de no hacer, ir al parque, salir al zoologico, no sé, simplemente estar en la casa echados.
La idea de retiro o jubilación me preocupa mucho. Tanto que intento no pensarlo. Está todo el asunto de la precariedad. Yo me impuse 5 o 6 meses y tengo 35 años. Además, la vejez es un pensamiento que se relaciona con la muerte, entonces por sanidad mental no pienso en el futuro porque me genera angustia. Entonces se juntan ambas cosas y no tengo idea qué pasará conmigo cuando tenga que jubilar. No sé si lograré empezar hacer clases en la universidad para vivir de eso ¿si no qué?. Ahora con el doctorado estoy intentando hacer más cositas. Pero en general intento no pensar a futuro porque me angustia mucho.
Mi nombre es Valentina Reyes, tengo 32 años, soy gestora cultural y he estado trabajando en proyectos comunitarios. Actualmente estoy cursando un magíster de Gestión Cultural.
Me pareció que cada ítem de la página para escribir podía interpretarse distinto según la actividad que había realizado. Entonces hubo ítems donde me tenía que poner creativa, como cuando había que relacionar los objetivos de la actividad con la vida laboral. En las partes más chicas, a veces hay cosas que tienen fundamento laboral, y otras son actividades en sí mismas.
No hubo acciones que no vinculara con lo laboral, porque siempre traté de relacionarlo de alguna manera. Yo trabajo como gestora cultural independiente, pero además tengo trabajos remunerados donde cumplo
horario, que consisten en hacer clases de teatro para tercera edad y en una consulta psiquiátrica donde hago arteterapia. Eso lo vinculé a la vida laboral, pero la gestión cultural es transversal, está todo el día. Cada momento libre fuera de mis horarios establecidos lo dedico a ello. En el metro, en la calle, en todas partes. El celular es una herramienta fundamental para hacerlo. Por eso en el apartado de la bitácora que decía “donde”, yo pensaba “Pucha, fue en todas partes”, porque la actividad la hice mientras recorría todo Santiago usando el celular. Justo esta semana estábamos organizando una peña para un proyecto de poesía popular feminista. Entonces estaba en la difusión, en la coordinación, mientras estaba fuera de los talleres, en la micro, en la calle, a veces ahí mismo en la oficina. Entonces era en todas partes.
La tecnología ha cambiado mi forma de trabajar y creo que –aunque no nos guste reconocerlo– ha sido un tremendo aporte. Desde que empecé con la gestión cultural, como el 2011, tuve un apego a esta herramienta, incluso antes de que tuviera internet. Coordinaba todo a través del celular. Hoy uno puede resolver cosas rápidamente a través del celular. Mandar correos, incluso hasta la misma plataforma del Fondart uno la puede ver para corregir cosas. Entonces es un aporte todo el rato. Y la tecnología sigue creciendo, y eso a su vez genera nuevas necesidades. La gestión cultural es una rama tan nueva que también se va pegando rápidamente al funcionamiento de las tecnologías. Hoy nadie podría restarse de ello, porque usamos múltiples herramientas: el mail, Instagram, telefonía, internet en sí.
A través de la bitácora me di cuenta de que trabajo todo el rato. Los tiempos que no tengo en horario laboral pagado también, en los recorridos a través del celular sigo haciéndolo. Las actividades también son muy distintas. Por una parte, estoy en una consulta psiquiátrica donde trabajo lo terapéutico a través del arte, y todo se puede vincular con la gestión cultural porque implica para mí generar planes de trabajo. Hay un lado que te invita a sacar el psicólogo que tienes adentro para utilizarlo ahí. Y por otro, también trabajo haciendo clases de teatro y el resto del tiempo es para ver los proyectos, hacer las rendiciones y las postulaciones. Yo hago mucho material de diseño entonces en el computador tengo varios programas que son de diseño gráfico y de edición de fotos. Además, programas de gestión de proyectos, entonces con el computador hago el trabajo grueso y con el celular resuelvo cosas prácticas.
Soy hija de dos personas muy trabajólicas. Mi papá es administrador público y mi mamá diseñadora gráfica. Todo lo que vi de mis papás desde siempre es que trabajaban todo el tiempo. Eso no los desvinculaba de la vida familiar, pero sí veía que el mundo circulaba en torno a su trabajo y particularmente veía un goce en ello. Cuando quise estudiar teatro no me pusieron problemas, y en la medida que fui estudiante, empecé a entender y armar proyectos que llenaban mis espacios laborales y me gustaban mucho. Por eso siempre le doy un lugar importante, porque lo disfruto y hago cosas diferentes. Me gustaría no tener tantas necesidades económicas, por ejemplo, para poder hacer la pega de una manera distinta sin el ancla económica. Así, creo que le podría dedicar más tiempo a la creación que es algo que he dejado en stand by por el momento. Como actriz y como escritora siento una deuda porque he tenido que aplazar proyectos para poder solucionar el tema económico.
En ese sentido, considero que mis trabajos remunerados subvencionan en cierta medida otros trabajos más personales. Nunca me dedico tiempo completo a un colegio u oficina. Lo máximo son 22 horas, y las otras 22 horas realizo proyectos que no me dan estabilidad económica, pero sí plata. No son estables porque tienen comienzo y fin, pero son remunerados. Ahora, trabajar de esta forma implica un sacrificio económico, no gano lo que gana una personal normal. No me doy grandes lujos y tengo una vida austera en cuanto al consumo. No me importa tanto la verdad, es la única forma de poder realizar lo que quiero, pensando que en el futuro podría dedicarme solo a la gestión y a la creación. Ojalá el próximo año pueda dejar las clases y la terapia, dejar de depender de ese patrón económico para lograr ser totalmente independiente.
En este momento tengo dos proyectos para dar forma a esa idea. Uno es una especie de consultora de gestión cultural, pero la figura legal se está analizando porque también podría ser una cooperativa. Hay más gente involucrada. Y el otro proyecto es más personal, un taller de talabartería porque trabajo con cuero. Pienso este espacio como un trabajo, pero no le he podido dar el tiempo suficiente para establecerlo como tal. Cuando he pasado por momentos de crisis en los que me he cuestionado para dónde va la vida, me he dado cuenta de que trato de abarcar mucho y que es necesario acotar las cosas que me gustan para definir a qué me voy a dedicar. Y bueno, la artesanía y el trabajo manual siempre han estado. Necesito tomármelo en serio porque es bueno y da plata. Las herramientas de gestión cultural que tienen que ver con lo económico ayudan, entendiendo que es un arte patrimonial, un oficio.
Aprendí este oficio en el sur con un talabartero y un curtidor artesanal. De allí, que fue un curso de SENCE, salieron un millón de ideas que me gustaría aterrizar porque al final en este mundo muchas veces los proyectos quedan en la idea y no aterrizan nunca. Entonces empecé a pensar qué proyectos puedo acotar para luego ejecutarlos, y ese es uno. El área patrimonial y comunitaria son mis áreas de trabajo como gestora cultural, y siento que la talabartería tiene mucha relación con ello y la consultora también. Las personas están vinculadas con el patrimonio, la tradición oral y cosas así.
Para mí un trabajo bien hecho tiene que ver con la participación; cuando la gente se involucra e identifica con los proyectos y estos tienen sentido para las personas con que se trabaja. En el fondo la gestión cultural es una herramienta comunitaria y como siempre he trabajo dentro de lo comunitario es donde más tiene sentido para mí. Trabajé en el sur con una agrupación juvenil y los asesoraba en la organización. Entonces cuando desarrollamos proyectos y uno percibía que para la gente tenía sentido lo que se estaba realizando, los motivaba y participaban, ahí la pega estaba bien hecha y era necesaria. Cuando los proyectos quedan desiertos porque la gente no participa significa que es más importante el gestor que la comunidad. Eso no debería pasar, es al revés. Es más importante la comunidad y el gestor está al servicio.
La experiencia que generas al trabajar con la comunidad es puro material creativo. Puede que lo que cree nunca llegue a la comunidad, pero la experiencia que a uno le genera como artista el trabajar directamente con la comunidad es como…no sé, es como conocer el mundo y decir: “este es el material que tengo para crear”. Ver el mundo, relacionarse con él, rompe un poco la idea del artista posmoderno que para mí no tiene sentido y puede que estéticamente no sea tan profundo ni elevado. Para mí, traducir una experiencia vivida en comunidad o en territorio es mucho más valioso que meterme en los conceptos que hoy día establece el arte o el teatro. Como gestora trabajé con migrantes un montón de tiempo, eso fue un insumo artístico. Hace poco –a partir de las clases que hago en Renca– estuve toda una mañana en una población terrible, daba un poco de miedo entrar. Pero filo, porque tenía que hacer ahí el taller. Pero no llegó nadie, entonces me quedé conversando con una señora toda la mañana. Y yo pensé "pucha, esto para mí es mucho más valioso que venir a hacer el taller" porque si no llegó gente es porque no les interesa, no se puede obligar. Pero esta conversación es un insumo de la realidad, y puede traducirse en creación.
Desde lo que hago, un fracaso es cuando los proyectos quedan desiertos. Cuando la gente no se vincula o no le hace sentido. Y eso es porque uno puso primero su ego profesional al decidir qué necesita la comunidad cuando en realidad no es así. Y por eso no participan. La tarea de escuchar es fundamental. Hay distintas perspectivas en la gestión cultural, pero para mí lo central es lo comunitario porque se trabaja directamente con el territorio y eso tiene sentido. Entonces el fracaso sería trabajar en comunidades sin lograr escuchar lo que ellos dicen.
Tengo un hijo de tres años y ahora estamos en un momento complicado porque estamos separados. Él vive en el sur con su papá y yo me vine a estudiar a Santiago entonces no nos vemos siempre. Cuando voy lo dejo todo, trato de no llevar cosas más que lo que leo en el bus. Mis tiempos libres son con él, y a veces son varios días porque no estamos juntos toda la semana. A veces lo veo los fines de semana, o cuatro días a la semana y ese tiempo es todo para él.
Sin contar el tiempo familiar me desconecto viendo tele. Para mí lo ideal es estar una tarde viendo películas, ver tres seguidas y echada. La tele cumple el rol de apagar la cabeza, trato de no buscarle explicaciones más formativas o ideológicas. No veo sólo programas que eduquen, también algo de basura y filo, o sea, es una hora que chao. Y salir con amigos es súper importante también porque trabajo con personas y –en general– ellas son parte de mis amistades. Por ejemplo, lo que tengo ahora con la poesía popular. Los martes en la noche después de clases me voy a un local que se llama Chancho Seis donde se improvisan payas, poesía popular en décimas. Y estoy aprendiendo a improvisar hace un tiempo. Allí también van los amigos con los que uno está aprendiendo. Dentro de lo cultural es un tiempo de ocio aunque sigue siendo parte del trabajo. Lo alimenta desde un punto de vista más recreativo. Por eso lo elijo. Aunque tiene una parte súper latera y administrativa, luego siempre hay un momento recreativo súper bueno. Por ejemplo, el libro que sacamos que se llama “Décima Feminista”, lo lanzamos a fines de julio y fue harta pega administrativa. Ganamos un Fondart, hicimos el lanzamiento y después vinieron puras muestras del libro. Luego la bajada recreativa, porque ya dejó de ser la pega terrible y aunque sigue siendo trabajo es de otra manera.
Para mí el ocio es muy importante, pero es una idea más racional que práctica. Es un momento de creación en donde se suelta la cabeza y circulan ideas. En donde aparecen cosas. Pero la mayoría del tiempo estoy trabajando, llego a la casa en la noche y prendo la tele. Luego me duermo porque estoy cansada.
No sé por qué, pero le han hecho mala fama al ocio. Eso que dicen que la gente es ociosa. Por eso falta vincularse de forma positiva con la idea y sacarle esa carga mala que significa casi ser un vagabundo. Por ejemplo, el papá de mi hijo es poeta y no le gusta vivir apatronado. Vive en el campo, ve pasar los autos y escribe poesía. No está ni ahí con que le digan que trabaje. Tiene una casa autosustentable y sus necesidades económicas son pocas. Es músico, gana tocando y se dedica al ocio. Es feliz con eso. Él logra sacarle la carga social que tiene aunque el mundo piense lo contrario. Para mí no es tema porque tenemos una relación distinta con el trabajo y los dos expresamos nuestro trabajo en la forma que queremos. No me provoca crisis. Él es feliz y yo soy feliz. Además, se hace cargo de nuestro hijo. En el campo tiene que esperar la micro rural que lo lleva al jardín, después va a buscarlo. Se dedican a hacer huertos, lo encuentro ideal.
Yo no me enfermo nunca, entonces no lo vinculo tanto al trabajo. Tengo alergias y me da sinusitis a veces, tengo rinitis crónica entonces me dan todas las afecciones relacionadas con mocos. Pero no me enfermo gravemente, aunque este año ha sido bien intenso. Volver a Santiago y asumir el ritmo del magíster fue un cambio importante. Entonces siento que mi cuerpo me dijo: “córtala”, porque me enfermé mal. He estado en cama toda la semana, y me sentía muy culpable por ello, pero me tomé la licencia en serio porque necesitaba parar. Últimamente, de lunes a jueves salgo a las 9 de la mañana de la casa y vuelvo a las 11 de la noche. Pero ya entendí, ahora necesito que se me pase el resfrío.
La maternidad ha sido todo un viaje. Cuando quedé embarazada recién estaba agarrando el ritmo de mi pega. Me había ido de la casa y pensé que no me iba a afectar tanto, tenía cierta estabilidad con el trabajo y la vida independiente. Pero no fue así, lo cambió todo. Después que nació mi hijo volví a trabajar a los cuatro meses, no alcancé a tomarme todo el post natal porque no tenía licencias y porque tenía que volver a generar dinero. Con el papá de mi hijo nos repartimos y ambos trabajábamos medio tiempo. Después nos fuimos a vivir al sur y mi proyecto laboral se truncó súper rápido. Entonces hice el diplomado de gestión e hice nuevas redes que me permitieron generar de nuevo proyectos que ahora estoy ejecutando. Pero me tomó los tres años de vida de mi hijo. Volver a armar lo laboral después de estar dedicada sólo a la maternidad es difícil. Y bueno, por eso la decisión de volver a estudiar en Santiago. Necesitaba anclarme. Me separo en este momento de mi rol de mamá, no lo vivo a 100% en lo cotidiano y eso me ha permitido trabajar y estudiar como lo estoy haciendo. Pero hay que encontrar la forma que se va construyendo en el tiempo, no es algo que suceda o que uno pueda planear.
Antes los feriados pasaban para mí. Ahora los noto más porque los ocupo para viajar al sur y tienen más sentido. Antes no, los tiempos de trabajo son aleatorios y no alcanzan a tomar una forma definida. Las vacaciones son los tiempos más extraños porque suceden sin planearse. He tenido vacaciones de tres meses porque simplemente no tengo pega en ese tiempo, y en ocasiones, no he tenido vacaciones. Se dan ante la ausencia de trabajo, no se planean sino que se acaban los proyectos.
La idea de jubilación o retiro la visualizo, pero no tanto. Creo que se llega a una cierta edad de desgaste físico donde la intensidad no puede ser la misma. Pero me imagino una vejez trabajando con cuero, dedicándome a la artesanía o a las manualidades. En áreas menos administrativas, o también estudiando. Para mí, ese también es un tiempo de relajo, porque implica un goce el escribir e investigar.
Me llamo Alejandra Jiménez Castro, tengo 53 años, soy actriz de primer oficio y desde el año 95 me he dedicado a una organización que se llama El Circo del Mundo, el cual cumplió ahora 24 años. Soy directora ejecutiva y co fundadora; diplomada en pedagogía teatral y también en administración de organizaciones sin fines de lucro y egresada del Magister de Gestión Cultural de la Universidad de chile, en deuda con la tesis e intentando ponerme al día.
No había tenido ninguna experiencia similar a ésta, pude poner todo lo que hacía. Fue un poco triste porque me di cuenta que todo estaba súper vinculado al circo y estuve muy cansada. Estábamos en plena gira, entonces el fin de semana no hice nada. Sentí que fueron días que no contaban, pero luego me di cuenta que no pasa nada si estoy dos días en mi casa. Me impresionó que todo mi mundo gire en torno al circo, que tengo pocos espacios fuera de eso. Como estamos de gira casi no hay fines de semana, aunque soy consciente de ello. A mis amigos no los veo tanto como quisiera, mi mundo social no tiene tanto que ver con El circo del Mundo y eso es bueno para mí.
Los espacios de trabajo son diversos. El 80% diría que es en el circo. Hay un porcentaje que hago en mi casa, pero muy poco. Todo esto, sin contar los espacios de reuniones y cosas así que son muchos y están fuera del circo. El horario es complicado, yo trato que sea de nueve y media a siete, pero hay días que se expande y trabajamos de corrido. Hay fines de semana que tengo que viajar, entonces es variable. Justo esta semana fue súper floja porque nos dimos sándwich el lunes, pero la que registré en la bitácora fue muy complicada porque estaba el tema de las postulaciones con gira entre medio. Iniciaba la itinerancia nacional, con muchas reuniones de gestión para conseguir recursos.
El trabajo siempre involucra otras personas, trabajo con el equipo del Circo del Mundo y planificamos en conjunto, pero hay cosas que hago yo sola, los proyectos por ejemplo. Hemos aportado instalando el circo como un arte escénico en Chile, tenemos una labor importante en redes, entonces participamos de muchas cosas. Por ejemplo, yo era parte de un equipo ad honorem de la Ley de Artes Escénicas. Son cosas que quitan tiempo, independiente que lo hago porque quiero, nadie me obliga. Pero es pega, pura pega. Somos parte de la Unión Nacional de Artistas y de la Coalición Chilena para la Diversidad Cultural. Somos parte de varias redes. Colaboramos harto.
Si hubiera hecho este ejercicio hace veinte años atrás habría sido peor. El Circo del Mundo era mucho trabajo, mucho más, 24/7. Con el tiempo he ido poniendo límites a eso. Este ha sido un trabajo súper explícito y he tenido que comunicárselo a la gente, a mi familia, a mi equipo, a mí misma. Una toma de consciencia también. Entre medio me enfermé de un cáncer, hace siete años. Y este año tuve otro. Eso también me ha puesto en alerta.
Es una pega compleja porque tienes a cargo mucha gente, cuando la organización crece es una mochila enorme el conseguir los recursos y mantenerlo vivo. Si tú matas un proyecto tuyo, no pasa nada, sólo se entera tu círculo cercano. Pero esto es muy visible, lo siento pesado después de 24 años, mantenerlo es mucho esfuerzo. Este es un país complicado en relación al trabajo con el Estado, y con los privados es peor. Entonces claro, puse un límite al decir: “no me voy a morir en el intento”. También es una cosa de amor propio en que piensas que esto no te la puede ganar. Después de tanto tiempo, no tengo muy claro qué podría hacer si no fuera esto. Si mañana voy a buscar pega, no sé. Nunca he tenido un jefe, cosas tan básicas como esa. Probablemente me podría desempeñar en muchas cosas, pero en este momento fuera del Circo del Mundo, lo único que hago son clases.
Respecto a los cambios a nivel social, no sé, lo he pensado antes y creo que –por ejemplo– no he dejado que la tecnología implique involucrarse de manera diferente. Para mí es importante lo presencial, trabajamos con gente de todas las edades que entran y salen. Es relevante que estén ahí, que se vean y que se conozcan. Me ha costado eso con los sub 30, cuando contrato a alguien y quiere trabajar desde la casa, es difícil llegar a acuerdos, después es muy claro de porqué es importante lo presencial. Me ha pasado harto eso de que dicen que en la casa les cunde más, pero para mí es importante que se involucren. Ha sido una pelea, una lucha con la gente más joven sobre todo porque los viejos estamos ahí desde el inicio. Por ejemplo, ellos tienden a quedarse en la casa para terminar un Fondart. Yo me voy a instalar al circo, es al revés. Aviso a mi familia que voy a llegar muy tarde. Siempre intento trabajar ahí.
Hay cosas que se han optimizado, como las comunicaciones internacionales. Hace dos años tenía un proyecto regional y teníamos que contactarnos una vez a la semana con personas de Perú y Argentina, quedaba la embarrada por Skype. Ahora hay mejores plataformas, incluso Whatsapp funciona mucho mejor, más rápido. Mi primer Fondart fue a máquina de escribir el año 96. Había que entregarlo en papel. Y las cotizaciones tenían que ser firmadas. Pero en mi caso, no creo que las redes sociales hayan cambiado mucho mi relación con la pega.
El Circo del Mundo ha sido un espacio súper importante de aprendizaje, la mejor escuela en la que he estado. Ha ocupado un rol importante en mi vida, llevo 24 años ahí y tengo una hija de 27. Ella no recuerda su vida sin el Circo del Mundo, sobre todo los primeros diez años. Me esforcé mucho en términos de tiempo y dedicación, muchas veces no cumplí con la familia, no lograba llegar a todo. Después de los 15 años, empecé a entender que quería vivirlo de una manera distinta. Luego de separarme, luego de todas las crisis de adolescencia de mi hija, comprendí que hay cosas a las que no puedo ir, no puedo estar en todo. Hay un equipo que se encarga y si no voy, no pasa nada tampoco. No me arrepiento de nada, quizás si le hubiera dedicado menos tiempos habría pasado exactamente lo mismo, nunca voy a saber.
No sé porque sentía esa necesidad de dedicarle todo. Yo creo que también de apasionada. Soy actriz, artista. La idea de instalar un arte nuevo en el país fue un desafío enorme. Hacer la primera escuela de circo en Chile significó mucho. No hay otra, y no porque no hayan habido intentos, sino porque fracasan, es muy caro y la gestión es brutal. Creo que me he enfrentado a un desafío que me gusta, nadie me obligó, y yo soy una mujer muy disciplinada y perseverante. Confío en mí también, soy positiva. Pienso “Si esto no funciona, no importa siempre hay otra manera de hacer” y así. Siento que eso ha sido una capacidad importante.
Los sectores creativos están muy precarizados. Nosostros hemos hecho una gran inversión en El Circo del Mundo, pero ahora estamos en peligro porque hay una crisis económica terrible. Me ha ido pésimo en las gestiones que he hecho con el Estado y con los privados. Confío que saldremos adelante, quizás tendremos que achicarnos. Hay que seguir.
El Circo me ha hecho más tolerante al tener que relacionarme con personas diversas, con distintas edades y ámbitos socioculturales. También lo he pasado muy bien, siempre he encontrado un lado bueno de las cosas. Yo no sé El Circo del Mundo no existiera en mi vida tendría la capacidad de trabajar en equipo como la tengo, que es algo que tenemos todos los que trabajamos allí, creemos en el colectivo.
La recepción de la gente es muy determinante a la hora de evaluar un buen trabajo. Creo que para todos los que trabajamos en el circo siempre es importante la recepción de las personas, desde el público que ve un espectáculo hasta el niño que tiene una experiencia de circo. La llegada, la devolución, su opinión es vital. Hay una parte artística que nos motiva en cuanto al reconocimiento de tus pares, eso también te sostiene. El año 2017 nos dieron el premio “Agustín Sire” de la Academia Chilena de Bellas Artes, y eso fue algo hermoso, el reconocimiento de nuestro trabajo de tantos años. No sólo en el ámbito social y cultural, sino que desde lo artístico y creativo. Entonces se mezclan las dos cosas, por una parte el reconocimiento de la gente, y por otra, el de los pares.
Hemos tenido fracasos y hemos tenido pérdidas. Hemos fracasado con algunos niños. Se suicidó una niña que era parte de un programa social, y eso fue muy difícil. Hemos tenido crisis también. Gente que ha partido. No me siento a pensar qué pasó, o por qué pasó, o qué podría haber hecho para evitarlo. Si es muy terrible lloro un día y ya, a la mañana hay que seguir. No miro mucho para atrás. Pero vivo esos fracasos de manera personal. Ahora el circo tiene una crisis financiera terrible, y yo me siento responsable de eso. Aunque haya un equipo, yo soy la directora y el peso recae en mí. De a poco le he ido poniendo distancia a esa carga. Hoy, aunque esté la embarrada, igual soy capaz de ir al cumpleaños de una amiga, juntarme a comer con mi marido y mi hija. Hace diez años era mucho más apasionada e histriónica, me he ido calmando con el tiempo. Para subsistir también, si no, me habría dado un infarto o un aneurisma. Es mucha la emoción, como que siempre estás muy al borde, entonces estar todo el rato arriba de la pelota te pasa la cuenta, es agotador. Es mucha adrenalina y es loco porque se trata de un proyecto con circo donde el riesgo es permanente. Hay varios riesgos: el riesgo de la técnica misma, del arte del circo, de la persona que está en el trapecio y el que corremos nosotros al liderarlo.
El circo es un proyecto súper personal para mí y para todos los que estamos de hace más años. Como que uno pone sus anhelos ahí, sus sueños. Hace 20 años atrás, cuando empezamos a imaginar una escuela de artes circenses para Chile, y luego lo logras, es un desafío también. Nos ha costado hacer la posta, la idea de “ahora tú te haces cargo de todo esto”. No es tan sencillo. Como Circo del Mundo hemos tenido crisis. Éramos tres lo fundadores, y después quedamos dos y luego quedé sola. Como organización –y eso me gusta– traspasamos a las personas. Pero en el día a día, yo creo que también una no tiene que entregar una posta de todo lo que hace a una sola persona, eso es injusto también. Me encantaría entregar una posta súper decente: “esta es tu pega, en este horario”. Vas a tener eventualidades, pero esto es. Pero traspasar “todo” es algo que me parece hasta injusto, hay algo aún que aprender en la gestión, quizás cuando eso ocurra será una organización distinta a la de hoy.
En mi vida el trabajo político y el activismo ha sido una influencia importante. El compartir con otros en pos del desarrollo de algo más macro es significativo. El trabajo de la Ley de Artes Escénicas fue de cuatro años, donde de verdad nos sacamos la mugre. Nos llevamos pocas flores y hartas críticas del sector. Pero fue bonito el proceso de pensar algo que no tiene que ver contigo y que quizás tampoco lo vamos a disfrutar nosotros. Es algo que va a quedar en el tiempo, que debe mejorarse y que beneficiará a muchos. Me ha servido personalmente, y también al Circo. No lo hice con esa intención, pero después me voy dando cuenta que cuando estamos en esos espacios colaborativos El Circo del Mundo está ahí y es reconocido. Es importante la visibilidad que da ese tipo de colaboraciones, de trabajo.
Cuando partí hace mucho años, dejé de hacer teatro. En estos años he dejado muchas cosas por el circo y ha sido súper a consciencia. También no he aceptado muchas otras por quedarme en el circo. Cuando lo decidí, opté por una vida distinta. Obviamente lo que gano es bastante menos que en cualquier otro lugar con las mismas exigencias que tiene el circo. Si comparo mi sueldo con el de cualquier coordinador de proyecto, no creo que sea ni el 60%, pero también fue una decisión mía.
Hace años tuve una crisis. Pero no por plata, sino por capacidad. Pensé que no era nadie sin el circo, que no me podría separar profesionalmente de él. No pude identificar mis capacidades. Incluso postulé a una pega para ver si quedaba. Llegué a la terna, y entonces tuve que desistir porque no iba a tomarla, pero necesitaba medirme, como soy directora ejecutiva nadie me mide a mí. Fue una crisis intelectual.
Soy una agradecida porque he tenido una buena vida. No he pasado necesidades y el circo ha tenido buenos momentos y yo con él. Cuando elegí ser actriz ya estaba eligiendo una forma de vida distinta. Para mí siempre ha sido más importante regalarle a mi hija unas bonitas vacaciones que tener un súper auto. No soy apegada a la plata, en los momentos más apretados me endeudo y de a poco pago. Si tengo mil, gasto mil. Si tengo cien, vivo con cien. Y si me tengo que endeudar, lo hago sin que sea una pesadilla. Estoy acostumbrada a vivir así. He vivido y me he mantenido gracias al Circo del Mundo, pero también ha habido momentos en que he ganado cero, otros en que he pagado cosas. Por ejemplo, si hay que ir a una reunión a Argentina y el circo no tiene plata, pongo mi tarjeta y pago el pasaje porque hay que ir. Los artistas y trabajadores de la cultura somos los únicos que a veces pagamos por trabajar.
En el trabajo hay momentos muy creativos. El qué más me ha significado fue el imaginar la escuela de artes circenses, que lleva ocho generaciones de egresados. El proceso de pensar la escuela, el para qué, con quién, cómo, la malla curricular. Todo fue un proceso bonito y creativo, muy artístico. También cuando hemos hecho festivales y espectáculos, la Apertura del Festival de Viña, fue un desafío muy importante para todos. Creo que también me quedo ahí porque, independiente de la gestión, hay momentos súper creativos, de mucha creación y esos momentos se agradecen.
El lugar de ocio es estar en mi casa, comer algo rico, ver una película en Netflix. La vida social también califica, pero menos que hace cinco años atrás. Hoy es más importante tener un ratito en mi casa, poder llegar un día temprano, cocinar, tomarme un vino. Y claro, juntarme con mis amigos y amigas.
En los momentos de ocio aparece harto el trabajo, con pequeñas urgencias. Tengo un ejercicio para salvar mi familia, que es poner el Whatsapp en silencio. Si no, estaría todo el rato sonando. Y bueno, también la gente lo hace aparecer cuando preguntan respecto al Circo.
Yo pertenezco a una generación que no valora mucho el ocio. No me enorgullezco de eso, al contrario. Para mí es un trabajo pensar en el ocio como un valor agregado y no como tiempo de vagancia. Es heavy, creo que es un tema generacional. Tengo en la cabeza a mi papá diciéndome: “Ay, pero que ociosa”. Entonces claro que es un trabajo, yo no planifico tiempo de ocio para mí, me cuesta. Por ejemplo, mientras esperaba la entrevista le escribí un whatsapp a mi marido para decirle que me tomé libre el día de su cumpleaños para hacer algo rico. Ese es un ejercicio que logré hacer recién a los 53 años y eso tuvo sus costos a nivel familiar. Tuve un primer matrimonio que fracasó y eso fue una alerta. Quiero que ahora las cosas sean distintas. Hoy pienso que el ocio es algo positivo, pero no importante.
Como en el campo cultural uno realiza una pega que significa tiempo de ocio para otros, las cosas se mezclan un poco. Mientras todos disfrutan, uno está trabajando y eso lo tengo muy arraigado. Por ejemplo, durante muchos años, para el 18 de septiembre trabajamos durante todo el día con el Circo del Mundo. Y cuando no nos ha tocado, me he deprimido. El año pasado no tuvimos pega y yo estaba amargada comiéndome una empanada con mi familia porque extrañaba el 18 trabajado. Creo que tiene que ver con el rol social de tu trabajo cultural.
La maternidad me costó en relación al trabajo. Tengo una hija y no tuve otra porque así lo decidí. No tenía tiempo para tener otro hijo y ya sentía culpa al no llegar a las reuniones de apoderados, no acostar a mi hija, a veces no tener vacaciones, andar con ella colgando en las funciones, dejarla a los nueve meses en la sala cuna. También esta decisión me significó culpa. Y eso se lleva en el corazón. Ya tiene 27 años y yo todavía le pido perdón por todos los momentos que no llegué, que no jugué. Pero una elige, he tenido la suerte y el privilegio de elegir.
Respecto a la idea de retiro o jubilación estoy jodida. No tengo esa posibilidad en términos financieros. De la AFP te mandan tu perfil que proyecta una pensión de noventa lucas, es imposible vivir con esa pensión. Y también anímicamente e intelectualmente no podría retirarme. Tengo amigos que se imaginan viviendo en la playa, pero yo ni siquiera quiero ir los fines de semana. No me pienso retirada, no pasa por mi cabeza desde ningún ámbito ni tampoco es una preocupación porque sé que voy a trabajar hasta el último de mis días.
Soy Jimena Rey, tengo 42 años y soy contrabajista. En realidad mi título es Licenciada en Música, especialidad contrabajo. Soy argentina, de Mendoza. Estudié allá toda mi carrera de pregrado y me vine el año 2002 porque concursé en la Sinfónica Nacional de Chile y quedé. Desde entonces estoy acá, hace 16 años. Soy integrante de la Orquesta Sinfónica Nacional. Paralelamente toco en la Orquesta La Camerata de la Universidad de Los Andes, que es una orquesta chiquitita, desde hace 8 años. Y me dedico a la docencia también. Hice clases en la Escuela Moderna de Música, pero ahora trabajo con niños, tengo orquestas infantiles a mi cargo. En algunas dirijo el Proyecto “Artista infantil” y en otras soy profesora. Estos últimos son tres proyectos: en Calera de Tango, la Fundación Belén Educa y otro en Rancagua. Además, este año empecé a estudiar Gestión Cultural que es algo que había querido siempre, siempre, siempre. En las orquestas infantiles hay un poco de gestión y también en otros proyectos independientes que estoy desarrollando con colegas.
Hacer la bitácora me encantó. Siento que estoy al debe. Si tuviera más tiempo lo haría de nuevo porque me pasaron dos cosas. Primero, me centré en la parte netamente laboral. Creo que consigné solamente momentos de trabajo. Y lo segundo, fue una semana muy atípica porque estuve de gira con la Sinfónica. Entonces todas las otras actividades de esa semana estuvieron suspendidas. Consigné sólo lo que estaba haciendo como trabajo y no otras tan netamente laborales, por ejemplo, los FONDART. No escribí sobre otras cosas porque soy muy cuadrada. Me dijeron: “trabajo” y puse trabajo. Pero me pareció muy interesante el hecho de estarse observando. Ahora que lo pienso bien, es verdad que casi siempre son atípicas. Ayer me preguntaban “Bueno, ¿pero qué día fijo tienes para juntarte?” y la verdad es que ninguno en realidad. Las semanas son eso, son siete días totalmente movibles.
A partir de eso puedo constatar que todas las actividades que realizo son en grupo. Tengo muchos desplazamientos que sí son solitarios, pero los trabajos siempre son con gente. La música funciona así. Si no es con colegas, es con alumnos todo el tiempo. No hay ninguna actividad que haya consignado que haga sola.
Esa semana no tuve espacios para mi producción personal. Puede que haya sido por la época de preparación del Fondart, que todo el tiempo que uno tiene libre lo dedica a eso. De hecho, en la gira me pasó. Las giras de la Sinfónica están hechas conscientemente con espacios de descanso para que cuando tengas que trabajar estés muy concentrado. Pero todo ese tiempo que estuve en un hotel lindo, que no estaban mis hijas, igual trabajé. El Fondart siempre es un tema intenso, pero ya terminó y ahora estamos con otro proyecto de la Ley de Donaciones Culturales que también nos tiene locos. Y cuando pase, seguramente tendré otro trabajo en el magíster. Y bueno, siendo madre, el momento en que tienes un rato libre, te sientes culpable. Entonces en vez de leer un libro, vas a la plaza o a una obra de teatro infantil.
Si hubiera hecho este ejercicio hace diez años habría sido muy distinto. Habría muchos momentos de ocio. Yo leía permanente. Eso es lo que más echo de menos, leer en la noche. Antes devoraba libros, devoraba novelas. ¿Qué más hacía? Tenía mucha más vida social, mucha más. La organización ha cambiado, pero eso es algo que no tiene que ver tanto con el trabajo ni con el arte, sino con ser mamá. La cantidad de tiempo que uno desperdicia, ¿no? Después de tener hijos te vuelves tan práctica. Si tienes que sentarte a escribir, te sientas y escribes. No te das vueltas como antes: “Ay, no estoy inspirada, que me duele una uña, que no…”. O tengo una hora para estudiar esta sinfonía para la semana que viene en la Orquesta. Y me pongo a estudiar. No voy a buscar a ver la biografía del compositor o que voy a cambiar la cuerda. No, es ahora, ya estudié, chao. Uno se pone mucho más práctico en ese sentido, y ves para atrás cuanto tiempo desperdiciabas. Es muy narcisista, pero pasa que ves compañeros que no tienen hijos y dicen: “ay, es que no pude hacer el trabajo porque estaba resfriado”. Y estando resfriada igual funcionas.
Otro cambio importante ha sido la tecnología. Yo siento que las aplico harto. La búsqueda de material se ha simplificado muchísimo. Antes, pasarle material a un alumno o tener uno mismo, había que buscar, había que pedir, había que copiar, qué sé yo. Ahora mandas links y se acabó. Incluso buscar un material de estudio es bastante más simple. Yo uso mucho el Whatsapp con los alumnos. Me he acostumbrado y creo que funciona súper bien, decirles “¿Tienes dudas? escríbeme, no esperes a la otra semana”, porque las clases funcionan de semana a semana.
Ponte tú, el alumno llega con su clase estudiada. Un ejercicio que yo le doy, corregimos sobre ese ejercicio y le dejo tarea para la clase siguiente. Entonces en vez de esperar una semana con una duda, me dice: “profe, escuche esto a ver si está bien” o “este ritmo no sé cómo resolverlo…” Y yo tatatá, hablando. Ni siquiera tocando, voy manejando y lo solfeo. Ese tipo de cosas siento que es un gran aporte, es increíble cuando están bien usados. Bueno, también se nota la diferencia pre tecnología y post tecnología en cuanto el cambio que ha habido en los alumnos. Primero que todo, cambió la metodología de enseñar porque ahora son muy de la inmediatez. Cuesta mucho sentarlos a hacer un trabajo que lleve más de un rato o, por ejemplo, ver un video o escuchar algo. Es un desafío enseñarles que para estudiar instrumentos tienen que tener paciencia, tienen que entrenar el cuerpo. Antes uno tenía esa costumbre, ahora los chicos no lo ven como opción. A muchos les da lata y se van. Pero otros, los que tienen la paciencia de quedarse, cuentan con más herramientas que nosotros en ese tiempo. El profesor está disponible 24/7, y además pueden ver material, está YouTube, ellos mismos pueden investigar.
Mi trabajo me define. Si bien me pagan por eso, es lo que quiero hacer. No es un trabajo en sí, no te da lo mismo, y no te cambias fácilmente. Es para lo que te preparaste toda tu vida. Y qué bueno que te paguen por eso, pero va por otro lado. Nunca he pensado ponerle límites. Sí estoy un poco más desmotivada, un poco más desgastada y por eso estoy ampliando mis horizontes. Sólo tocar ya no me llena, antes sí, era todo para mí. Hoy también me interesa la investigacion, la producción, la gestión. Eso ha cambiado, pero nunca ha sido una opción dejarlo. El campo también lo demanda. Estás o no estás. Si tú le empiezas a poner límites empiezan a dejar de llamarte. Y eso no me molesta porque me gusta tocar. Me da un poco de lata ensayar, pero tocar en público me encanta.
Me complica un poco en relación a la vida familiar, sobre todo con las rutinas. Los niños las necesitan y eso es complicado cuando no tienes horarios. A veces envidio a las mamás que tienen una pega de ocho horas corridas, vuelven a su casa y apagan el teléfono. Entonces los niños se acostumbran a que mamá se va a tal hora, viene la nana, vuelve mamá y nos acostamos. Sábado y domingo mamá está. Y eso conmigo no pasa jamás. Lo que tuvimos que hacer –mi esposo también es artista– fue organizar una rutina familiar y hacerla cumplir esté quién esté. Pero todos los días es distinto. A veces está mamá, a veces está papá, a veces está la nana o días como hoy está la hija de la nana, que es la niñera. Ahora ya están más grandes mis hijas y lo pueden entender, pero a un bebé es muy difícil hacerle comprender eso. Los bebés se rigen por sus horarios y si un viernes o un sábado en la noche la mamá no está, no lo entienden. Eso era complicado.
Hay momentos que te definen. Como en un concierto cuando estás tocando algo que te encanta. Es súper emotivo, se te caen lágrimas y tú piensas: “¿en qué otra pega podría estar emocionada hasta las lágrimas?”. Y me pagan por esto. Esos momentos son impagables.
He ido avanzando a partir de nuevos desafíos. Primero, –durante muchos años– fue netamente el lado instrumental. Tocar siempre me motivó. Habían ciertas obras que siempre quise tocar, ciertos grupos de cámara, distintos géneros que explorar. Y ahora hay cosas que no me animan tanto. Por ejemplo, ser solista. Los grupos de cámara me gustan mucho. Tengo un grupo de tango, ahí estoy explorando el género y la parte de producción. Y con el magíster me estoy ampliando también, busco hacer proyectos más independientes, más personales.
El trabajo en equipo es especial. Se da algo muy mágico en la música que es que dos personas que no se hablan hace años, pueden tocar juntos maravilloso. Yo todavía no me explico cómo funciona, pero es así. Por otra parte, hay que caminar sobre huevos todo el tiempo. Y lo otro que pasa es que es un campo muy competitivo contrario a lo que la gente piensa. Muchas veces dicen: “Ah, paz y amor”, “Es tan lindo lo que hacen”. Si supieran lo competitivo que es. Por cada artista que está en un cuerpo artístico estable con un sueldo estable, hay 20 atrás que quieren apuñalarlo para estar ahí. Es un mundo feroz, muy descarnado en ese sentido. Puedes hacer un buen papel mucho tiempo y tocar muy bien, pero de repente un día te caíste o tocaste mal, y te desprestigias por meses. Muy ingrato.
El éxito para mí se define cuando tocaste bien en un concierto. Esto se determina desde una medida que compartimos como músicos que es la misma medida que se aplica en los concursos: pasión, tempo, carácter, matices, ese tipo de cosas. También hay un espacio más subjetivo ya que te puede gustar más éste o éste otro concierto, pero siempre dentro de un cierto nivel de objetividad.
Mi relación con el fracaso la he identificado cuando estuve en concursos a través de los fantasmas que están en la cabeza. Te dicen: “Lo estás haciendo mal, estás desafinando”. Y finalmente en el último concurso que preparé me di cuenta que esos fantasmas tenían cara, tenían nombre: son tus mismos colegas. Es muy loco verlo. Probablemente no sea así en la realidad, pero es lo que uno percibe, las propias imágenes que una se hace. Cada instante de música que estoy haciendo, proyecto lo que ellos estarían diciéndome en ese momento. Y no creo que sea tan raro, a muchos les pasa. Por lo mismo es un mundo muy endémico: somos pocos, todos nos conocemos. Por eso yo decidí abrir mi campo. Me sentía un poco saturada, quería tener conversaciones con gente distinta, hablar de otras cosas, menos técnica, menos música.
Mi oficio siempre me ha permitido mantener mis condiciones materiales. No he tenido que trabajar en otras cosas, gracias a Dios, nunca. Siempre he podido vivir de la música, que no es poco, se agradece realmente. La búsqueda que últimamente he hecho en el campo de la docencia tiene que ver con complementar el ingreso. Más campo para tocar no tengo. Con la sinfónica hay conciertos viernes y sábados seguro, a veces los jueves también. Y con la Universidad de Los Andes los miércoles. No tengo más capacidad de ensayo, por eso no podría tomar otro trabajo de intérprete porque ya el calendario me empieza a topar. Entonces la manera más lógica de complementar es la docencia.
En este momento la gestión me tira mucho. Si pudiera creo que tal vez me dedicaría a esto y a tocar solo un poco. Agradezco esos momentos sublimes donde estoy tocando y me encanta, pero, por otro lado, tener que vivir y pagar cuentas de algo que amas tampoco es tan bueno. A veces envidio a la gente que tiene una pega “x” que les da lo mismo y en su tiempo de ocio hacen lo que les encanta. A veces sientes que prostituyes lo que haces, ¿no? Algo tan sagrado, algo tan hermoso mezclarlo con el dinero nunca es tan bueno.
El tiempo libre es el momento que dedicamos a la familia, el tiempo que pasamos juntos. Procuramos que todos lo disfrutemos. Entonces, o hacemos una salida que esté un poco matizada, o invitamos amigos, grupos familiares con que todos nos sintamos bien, con adultos con los que conversar nosotros y que las niñas estén entretenidas. Yo creo que pasa un poco por ahí en estos momentos. O ir a visitar a la familia a Argentina. Vamos unas cuatro o cinco veces al año.
La relación del trabajo con el ocio tiene muchas escalas de grises. Podríamos poner en un extremo lo que es netamente trabajo que serían los trabajos formales: la Sinfónica, La Camerata, las clases. Y en el otro extremo salir con una amiga, que pasa cada dos meses. Curiosamente si bien mi medio es muy endógeno, mis amistades más profundas no son músicos. En el medio tienes el Magíster o los proyectos independientes, lo que se va a topando con un poco la vida familiar. A veces, mientras estoy cuidando a mis hijas, estoy haciendo algún proyecto al mismo tiempo. Luego tenemos momentos de vida familiar solamente. En mi cabeza sigue siendo un poco una obligación porque es el tiempo que tengo que dedicarle a ellas. Como te digo, es toda una escala, de un extremo al otro. No sé si es tan claro como esto.
El ocio es el disfrute. Descanso también, pero primero disfrute. En la sociedad puede estar más delimitado, no lo sé. Somos tan especiales los artistas. Puede que haya gente que sale de su trabajo y se olvida hasta el día siguiente, y el resto es todo tiempo de ocio. Yo personalmente me siento siempre culpable cuando no estoy haciendo algo, siempre tengo pendientes.
La enfermedad en el caso de los artistas es un poco compleja. Bueno, para otras presiones también, pero el tema de que haya un componente físico –además del intelectual– en lo que tú haces lo dificulta. La tendinitis, por ejemplo, es siempre un fantasma para nosotros. Tengo colegas que tienen que jubilar por incapacidad. Algunos no lo logran y tienen que buscar otra cosa que hacer. Es un fantasma permanente, es un tema de hasta qué punto me autoexijo sin dañarme en el intento, ¿no? Por un lado, no llevarte al límite, por el otro cuidar las condiciones en que trabajas. Por ejemplo, la semana pasada suspendimos un ensayo porque no estaba la temperatura. Además, los instrumentos se arriesgan, es todo un tema. Una vez tuve un principio de tendinitis por mala técnica. Se solucionó, pero siempre queda ahí la pequeña molestia por la que hay que cuidarse un poquito más.
Respecto a los tiempos de descanso de fin de semana diría que no tengo, pero vacaciones sí nos tomamos. Quince días por lo menos sin hacer nada en que nos vamos de viaje. No llevo instrumentos, me desconecto totalmente. Siempre he mantenido esa costumbre de irme al menos 15 días, aún en la etapa de estudios. Es verdad que tenía un costo al volver, pero yo lo asumía. Creo que por sanidad mental hay que hacerlo. Tengo un alumno que estudia en Boston, en el New England Conservatory, y cada vez que viene, efectivamente me pide un contrabajo para estudiar. Yo siempre le digo “pero 15 días, disfruta a tu familia”, “no, no, no” y se lleva el contrabajo y estudia. Yo nunca he hecho eso. Y lo que procuro –como no tengo fines de semana– es, por lo menos, un día a la semana dedicarlo entero a las niñas. Normalmente es el domingo, pero a veces no lo tengo entero. Entonces si es feriado, también estoy con ellas para compensar.
La maternidad es muy determinante, sobre todo para las mujeres. Aunque de a poco está cambiando. ¿Fue la Ana Tijoux que visibilizó esto? En una entrevista le preguntaron: “Cuando te vas de gira, ¿con quién dejas a tus hijos?. Y ella respondió: “Bueno, quiero que a algún hombre le pregunten eso”. Cuando me voy de gira muchas veces dejo a las niñas con la nana, y mi esposo también. En la Sinfónica trabajamos juntos. Muchas veces tenemos horarios distintos, pero otras veces no. Hace quince días nos fuimos de gira y se quedaron 3 días nada más, pero lo máximo que las hemos dejado es una semana.
Respecto al retiro no sé si va a ser pronto o tarde, no sé si lo iré a dilatar o me iré a jubilar a la edad que corresponde. Hace poco se jubiló un muy querido amigo a los 78 años y estaba totalmente vigente, podría haber seguido 5 años más fácilmente. No sé si yo lo voy a dilatar tanto, lo que sí me imagino es estar más dedicada a la gestión. Pero dudo mucho que deje de hacer todo. No se trata sólo de un trabajo, es lo que te gusta hacer.
Mi nombre es Javier Barría, tengo 39 años y soy músico. Actualmente, la mayoría de mi trabajo, de mi desempeño laboral, es de productor musical de otros artistas. Eso lo compatibilizo con una carrera de músico cantautor, o sea, cantante de mis propias canciones, que es más bien intermitente, tiene épocas y épocas. En eso estoy ahora. Ocasionalmente hago clases particulares y música para medios audiovisuales como publicidad o teatro, pero es muy esporádico.
Hice la bitácora desde el 26 de enero hasta el 2 de febrero, una semana. Me pilló en un mes, en un verano súper trabajólico, con más trabajos que ocio -por lo que me di cuenta viendo los datos a la rápida-. Al terminarla, el balance entre ambos tiempos era tal cual como lo imaginé.
Fue interesante el ejercicio, me recordó a los diarios de vida que uno tiene cuando es niño, creo que una vez tuve uno. Me hizo ver pequeños detalles de los que suelo no darme cuenta, sobre todo la parte que decía “Efectos percibidos” y sobre cómo mi vida cotidiana en este último tiempo, que es básicamente lo mismo que hago hace 2 años más o menos, no ha cambiado mucho. En general, me ayudó a reparar en cómo me están afectando para bien y para mal mis rutinas.
El registro emocional de los tiempos de trabajo dependía. Al momento de escribir la bitácora, había 5 o 6 proyectos de otros artistas, 2 finalizando y 3 que estaban en curso. No todos me entusiasmaban de la misma forma entonces unos tenían una especie de carga de que hay que cumplir y terminar, lo más profesional posible, y otros tenían una carga más de goce, creo que lo puse con esa palabra, “goce”. Aparte, disfruto mucho la parte creativa.
Fue una semana con súper poco espacio para mi desarrollo musical más personal. Por ejemplo, me invitaron a cantar un día como cantante, como Javier Barría., pero actualmente es algo bien esporádico. En general, este verano no he tenido muchos momentos para dedicarle, ya que estoy enfocándome en cerrar proyectos y avanzar un poquito porque ya que me tomé unas vacaciones desfasadas. Más bien antes, en diciembre, por ende, no podía tomarme tan a la ligera enero y febrero.
Fue una semana un poco agendada, aunque no con tanta anticipación, por lo menos con una. Desde el viernes o el sábado de la semana anterior, ya estaba viendo qué estaría haciendo de lunes a viernes con la gente que trabajo principalmente y, por lo mismo, también me dejaba visualizar los espacios libres y pensar e imaginar qué puedo hacer con eso. Por ahí fui al cine, fui a ver a mi madre; cosas de ese tipo y familiares también las dejo en los espacios ventana que tengo, los que puedo ver de antes.
Hace 15 años, cuando tenía 25 años, hubiese sido súper distinta la bitácora. Había mucho más tiempo para el ocio y, en realidad, había tiempo para ambas cosas, pero a lo que más me dedicaba era al trabajo creativo en mi música. Sabía ocupar el tiempo en eso y tenía bastante tiempo. En esa época trabajaba más bien tocando en eventos sociales, malls. Era un músico de covers y esa era una pega que, si bien incluía un tiempo de ensayo pequeño, ocurría en la tarde-noche, era más bien nocturna. Ese rango de tiempo en que yo percibía rentas era bien acotado. No hay actividades nocturnas la semana que registré, sólo hay una cosa familiar. Mi trabajo ahora está circunscrito al día, jornada de oficina hasta las 8 de la tarde a veces. Es una situación que se ha ido dando pues con el paso del tiempo la noche ha sido menos productiva. Estoy más cansado y prefiero salir, prefiero el ocio, pero siempre tirando para la noche, no en el día.
Yo creo que antes dedicaba más tiempo a mi trabajo personal porque el costo de la vida era más barato hace 10 años, es algo que se nota en esta ciudad. Mi trabajo propio, autoral, en esa época no me daba mucho dinero, para nada, tenía un carácter que algunos llaman despectivamente “hobby”. Para mí significaba todo, pero sabía que era un privilegiado que podía compatibilizarlo con lo otro. Tenía cierta ilusión de que algún día mi trabajo creativo iba a ser un trabajo durante mi época siguiente de los treinta y tantos, cosa que fue, se transformó en eso, pero hace 10 años no tenía ese carácter, era una cosa mucho más relajada, lúdica, inocente. Recuerdo esa época con mucha nostalgia y cariño, sobre todo por esa inocencia de crear por crear y sin esperar, sin tener expectativas o querer algo a cambio, cosa que cambió a la década siguiente. Se transformó en un trabajo remunerado principalmente por las actuaciones en vivo que era lo que más hacía hasta hace 3 años. Bueno, esto cambió con el aumento del costo de la vida en general y esta veta de producir a otros artistas que se me abrió no hace mucho, hace unos 3 o 4 años, más o menos el 2015. Antes lo había hecho esporádicamente, pero el 2015 tuve un trabajo importante y a fines del 2016 también y a partir de ese disco no paré de tener trabajo produciendo, o sea, llevo tres años sin parar de trabajar en producir discos. Eso ha relegado a un lugar secundario mi trabajo creativo, a mi pesar de repente, es parte de un cambio nomás. Aparte, yo disfruto un montón este nuevo trabajo. En la bitácora pongo que son momentos que disfruto.
Las tecnologías han sido un súper cambio, es algo que no me gusta mucho de esta época. Creo que las nuevas tecnologías interfieren para peor como las redes sociales o la adicción al celular. Hace 10 o 15 años mi relación con el internet era revisar el correo una vez al día, si es que había correo, a veces no había. En el 2006 recuerdo que me definía como “cantautor digital” porque estaba la posibilidad de exhibir el trabajo en plataformas digitales como Myspace, de ponerlo ahí sin pasar por intermediarios. Antes tenías que llevar la música a la radio, en cambio, ahora no, está ahí disponible. Ocupaba Myspace para eso, pero invertía poco tiempo, es decir, hacer el upload de la canción, cambiar la foto de portada, cosas así. Era bien fea esa red. Te podías poner en contacto con personas que jamás hubieras podido conocer y contestabas sus mensajes, era como las proto-redes sociales de hoy, pero el tiempo que uno ocupaba era poco, comparado con el que dedicaba a crear.
Actualmente estoy medio retirado de mi trabajo autoral, por lo que no necesito alimentar mucho las redes sociales y más bien éstas cumplen la función de distracción. De repente paro de trabajar cada 2 o 3 horas, que es lo recomendable, pero son pausas pequeñas, por motivo de salud. Los oídos se agotan un poco entonces se recomienda parar de recibir ondas sonoras. Me tiro en un sofá, reviso Twitter, tomo momentos de relajo de 15 a 20 minutos, a veces hasta duermo después de almuerzo. Tengo esos hábitos de parar incorporados. Ahí las redes sociales, el celular, aparecen como un distractor. Veo noticias, memes, toda esta basura digital que aparece y me sirve para relajarme un rato. Cuando estoy trabajando el celular está lejos, todas mis notificaciones están silenciadas, no recibo estímulos, desaparezco prácticamente. No sé si es algo muy común, pero noto que mucha gente está pendiente todo el rato. En mi caso, elegí que no haya interferencia, un poco para no perder ese espíritu de hace 15 años. Si me metí a trabajar no me dan ganas de ver el mail. Creo que he tratado de mantenerlo, aunque sí he pasado por épocas en que me han absorbido más de la cuenta las redes sociales, o épocas de difusión de lo que hago que implican estar muy metido y conectado. Eso es una interferencia que no sé si es tan buena, creo que afecta el trabajo creativo. Es una medida casi de salud mental, de hastío de esta cultura digital de la hiperconectividad. Hay redes que no me parecen la gran cosa actualmente, de hecho, algunas ni las uso como Facebook. Entonces, en parte no las uso porque ya no son la gran cosa y también para no interferir en el trabajo, en la concentración en el trabajo creativo.
En mi biografía, en lo único que he trabajado, tanto remunerada como simbólicamente, ha sido en el ámbito musical, salvo una breve pasada por el teatro que fue una anomalía. Estuve actuando y tocando en un proyecto medio multidisciplinario hace tres años más o menos. Salvo esa experiencia puntual, el resto ha sido en la música. En términos creativos comenzó en mi adolescencia, en la pubertad, apenas toqué un instrumento cuando tenía 13 o 14 años. Esa parte creativa creció rápidamente y la habilidad derivó en crear música, por lo que son varios años en que he desarrollado esa habilidad. En términos de trabajo remunerado, todo eso fue actuando y tocando en vivo, primero música de otros hasta ya entrada mi adultez, cuando empecé a tocar música propia. Entremedio también hice clases.
Siempre he tenido la duda de “¿Qué hubiera pasado si me dedicaba a otra cosa?” y lo más tormentoso es el “Pucha, quizá sí hubiera ganado más plata en otra profesión”. No deja de aparecer de repente, pero lo desecho rápidamente. Si me preguntas qué habría estudiado, no lo sé. Quizá algo también relacionado a lo creativo. Siempre pensé que podría haber sido arquitecto, a lo mejor periodista, diseñador, no sé. Son puras suposiciones que no voy a confirmar si es que no cambio de rumbo algún día. La posibilidad de reinventarme es recurrente, aunque en periodos de crisis económica o vocacional. He sobrevivido a todos esos vaivenes, y se mantiene el gusto por lo que hago, el apasionamiento, pero no sé si es pasión a veces. Hay momentos en que estoy en piloto automático, pero también tengo momentos de goce, donde disfruto mucho. Ya son un montón de años en que no he perdido eso. Ha ido cambiando de rubro, de giro, de enfoque, pero afortunadamente no se detiene. Ahora estoy haciendo algo nuevo que lleva poco tiempo, 3 años, entonces no puedo tener una perspectiva, no puedo hacer un balance de qué tan bueno ha sido. Lo único que puedo ver es que, en términos económicos, ha sido mejor que lo que hacía antes, así que es una razón de peso para seguir en esto y quedarme un buen tiempo.
Me encantaría dedicar más tiempo a mi creación personal, pero ya me parece, una cosa medio ilusa, una quimera. Estuve metido en mi trabajo creativo casi exclusivamente por cerca de 8 años, 8 años en que no hice más que eso. Fue bonito, súper agotador, pero no me daba para vivir completamente. Implicaba hacer música, gestionarla, moverla, cosas que no sé si estoy dispuesto a transar o a reformular, eso ya me estresa un poco pensarlo. No sentí presiones concretas para hacer algo distinto, yo mismo me las ponía. Tuve suerte, hay canciones que pasan hasta hoy en la radio, cosas que me permiten sentir que valió la pena dedicarse un buen tiempo, valió la pena dedicarse con exclusividad. Además, no podría haber sido de otra manera. Bueno, volver a eso y transar la tranquilidad económica que me da lo otro, no sé. Ya voy a cumplir 40 y no sé si estoy dispuesto, es medio idealista a menos que me gane un premio, una beca o algo, que puede pasar. En este momento no lo veo tan cercano, pero como todas las cosas son cíclicas, puede que en 5 años más diga “No quiero más música de otros, quiero hacer más música mía, me nace hacer eso”, lo que no está sucediendo ahora. Hay que tener paciencia, lo veo como algo que no me está naciendo.
Yo creo que la calidad de un trabajo está en un balance entre el perfeccionismo y la efectividad del resultado final, de cómo se comunica el mensaje o lo que uno quiere proyectar. No me refiero a la recepción del público, sino a cómo presento el producto final, y también el perfeccionismo. A veces mucho perfeccionismo puede arruinar el producto final, dejarlo sin alma, sin sangre de tanto detallismo y perfección. Son 2 cosas que están siempre ahí luchando. A mí me gustan las cosas imperfectas, un poco amateur y creo en el equilibrio entre ambas partes, principalmente cómo eso lleva a un producto final que es entendido y recibido, que se sienta bien hecho, pero no perfecto. O sea, no sin alma, no frío. Ese creo que es un equilibrio bien delicado. De todas formas, cada artista con los que trabajo tiene su visión de eso. Me han tocado conflictos pequeños en cuanto a la visión final, precisamente por temas de perfeccionismo. Es un doble filo porque, por un lado, yo ofrezco un servicio, me comprometo a entregar un producto, un material discográfico, pero en el precio que cobro no incluyo un exceso de perfeccionismo. Me hago un tiempo, un orden, una carta gantt y ahí llega un punto donde no puedo dejar la voz perfecta, o los golpes de la batería a tiempo si el instrumentista no tocó bien. Ahora todo se puede dejar como robot, pero eso ya es muy meticuloso. Yo podría pasar noches editando y corrigiendo detalles de interpretación, buscar la perfección, pero no me están pagando ese tiempo. O sea, delimito un poco lo que puedo entregar. Me ha pasado lo contrario también con un proyecto que está muy bien tocado, ensayado, que hay que editar lo mínimo porque el puro registro está súper bueno. Están esos dos extremos, aunque hay de todo en realidad. Hay gente que quiere que uno haga magia, gente más obsesiva que otra, gente que suelta mucho que casi me deja hacer lo que yo quiera, gente que confía mucho en mi criterio o que desconfía también. Es bien variado, depende del artista.
El reconocimiento de los pares es importante porque entrega un sentido de pertenencia, de “Yo pertenezco a esta aldea, a este lugar, comparto con esta gente”. No somos tantos tampoco los que nos dedicamos a la música de manera más profesional, por decirlo. Entonces es importante el reconocimiento y lo he sentido desde hace harto tiempo, incluso en mi época más amateur y precaria del Myspace. Siempre recibí apoyo, buen recibimiento. También reconozco ciertas limitaciones. Por ejemplo, por años me he negado a sonar más radiable o más acorde a los gustos mainstream, los que van cambiando todos los años obviamente. Siempre he mantenido una cosa media marginal en busca de una marca más autoral. Ha sido bueno porque ahora precisamente recurren a mí por esa marca autoral y no porque quieren sonar como lo que va a pegar el 2020. Yo no sería el indicado para eso. Ese es uno de los reconocimientos que me han hecho de manera implícita o una consecuencia que me ha mantenido en una posición marginal, pero en un buen sentido de “margen”. Por lo general, a mí recurre gente que conoce lo que he hecho. Hay casos en que no, de todas formas, pero la mayoría sí. Conocen la voz, la estética, el sonido y quieren ese mismo toque para su música, pero eso es porque pasaron años en que yo desarrollé eso. En resumen, es importante el reconocimiento. Yo no podría hacer vista gorda de lo que pasa en el medio y de cómo nos relacionamos, no vivo solo.
El éxito y el fracaso han estado súper presentes, quizás a una escala bien personal, propia, porque fracaso puede ser un concierto al que llegaron 10 personas, lo que me ha pasado varias veces. Una vez llegaron 2 y hay que tocar igual. En el caso del éxito para mí es seguir trabajando en esto porque a lo largo de los años uno ve tanta gente haciendo música, pero también ve gente que desaparece de este mundo generalmente después de los treinta y tantos porque ya no hay tiempo o no funcionó su proyecto. Desaparecen. Siempre fue un fantasma que me perseguía, el “ojalá algún día no tener que tomar otro trabajo, otro rumbo”. Seguir en esto yo lo veo como un éxito, no es fácil. En general, me imagino que el trabajo en el arte es bien hostil en un país como este. Eso para mí es una vara de éxito, aunque también manejo éxitos cuantitativos como cantidad de reproducciones u otros indicadores porque actualmente todo se valora en números. Hay canciones mías que tienen ciertas cifras y yo puedo decir “Sí, tengo 3 éxitos” en mi escala, obviamente. En términos más mediáticos, gané un Premio Pulsar, pero no sé si sigue siendo tan prestigioso. No había un premio de ese tipo para la música chilena en aquel momento. Ahora hay 2 premiaciones más, paralelas y acotadas al rubro independiente. Por lo menos, yo me tomé Pulsar como un reconocimiento importante y le he sacado partido en cuanto a la imagen que uno proyecta, para eso son esos premios.
El trabajo y el dinero están íntimamente ligados. Desde que era joven aprendí y me acostumbré a que actuar en un escenario era remunerado, o sea, desde las primeras ocasiones sabía que yo no iba a tocar gratis. Me negué varias veces donde no hubo discusión. En cuanto a la música, al comienzo yo no me imaginé que podía ganar plata, era un ideal, así que no había para cuando. Eso cambió a fines de la década del 2000, cuando dejé de hacer covers en los conciertos y me dediqué a hacer mi música. Recibía plata por eso y entremedio un par de canciones empezaron a pasarlas por la radio. Yo era socio de la SCD, lo que también empezó a generar una entrada económica. A partir de ahí, mi música tiene siempre, siempre un precio; salvo situaciones de beneficencia.
A lo largo de los años voy actualizando mi escala y trato de ser súper irreductible con el valor de mi trabajo, el que pongo yo y lo acreditan hechos, como el Premio Pulsar. También lo compenso o lo balanceo con cifras. Soy consciente de que mi música no es masiva y manejo cifras discretas. Puta, me sale todo el economista amateur que tengo ya que pienso que debo compensar entre cierto prestigio y años de carrera y las cifras reales de convocatoria que no son tan altas, porque yo tampoco he hecho esfuerzo por aumentarlas y porque he dejado de tocar. Entonces ahí siempre estoy haciendo un equilibrio. Es como el dólar, va y viene. En resumen, tengo una relación complicada con el dinero, están íntimamente ligados y vivo de ese trabajo.
Una experiencia laboral más estructurada que se me viene primero a la mente es la del teatro que mencioné antes. Estuve en una compañía de teatro de gira por tres meses con horarios y contrato. No es habitual en mí, siempre he estado acostumbrado a ser, en general, mi propio jefe o por muchos años fue así, Esta otra situación fue todo lo contrario y fue súper buena experiencia verlo del otro lado.
Hacer clases para subvencionar el trabajo creativo es una especie de fantasma que anda rondando. Lo he hecho en épocas que he necesitado tener esa entrada, pero pasa que es algo que no me gusta mucho. Esa parte del trabajo siento que no la disfruto mucho y no soy muy bueno. Carezco de herramientas, de experiencias, pero sí he hecho cada 2 o 3 años. De hecho, voy a hacer la otra semana unas clases particulares. De repente me solicitan, me preguntan “Oye, ¿tú haces clases de esto o esto otro?” y a veces soy bien honesto y digo “¿Sabes qué? No, no manejo eso, no es mi mundo, te estaría puro vendiendo la pescá”. Pero, por ejemplo, ahora hablé con alguien sobre unas clases que nunca me habían pedido de un instrumento y tuvo un efecto en particular. Dije “Claro, te puedo enseñar eso”. Fue bacán, es algo nuevo para mí. Me han ofrecido clases en universidad, y ahí no he aceptado por la cantidad, por tiempo en verdad. Me quitaría tiempo, o sea, perdería tiempo en lo que más estoy haciendo que es producir. Lo puse en la balanza y en realidad no me daba el tiempo, me habría estado sobre exigiendo. La docencia es como la parte más débil que tengo. Es súper intermitente y nunca he podido desarrollarla. He hecho talleres también, colectivos. Sin embargo, no ha sido la parte económica la que me ha llevado a la decisión de no hacer clases, a la larga pasa por el uso de mi tiempo. Es casi un tema de salud, de cuánto puedo dar y dedicar al trabajo.
Las actividades que hago en mi tiempo libre son tres básicamente. Hay una es de espacios abiertos: escucho música generalmente en los trayectos de la casa al trabajo o en otras partes. Tengo la mala costumbre de escuchar música en la calle y digo “mala” porque no es bueno para los oídos por los volúmenes altos, es peligroso. Pero, nada, son los momentos que tengo para eso. También lo hago cuando voy en bici, aunque esta semana he andado a pie. A mí me encanta escuchar música, creo que lo puse por ahí en la bitácora. Es mi actividad favorita, es algo que nunca he dejado de hacer, siempre lo he hecho. En general, me gusta escuchar música, ponerle atención. Es como ver una película o leer, estoy sólo en eso. A veces hago el aseo con música u ordeno archivos en el computador con música de fondo, pero en general prefiero disfrutarla, vivirla como una línea de tiempo. como estar ahí. A pesar de que cuando estoy en la calle nunca estoy 100% porque hay que estar atento a cosas. Es un momento que a mí me gusta mucho.
Ver vídeos, tutoriales, YouTube, películas, series, ver material audiovisual es algo que hago en mi casa, en la cama con el computador. No lo hago tan seguido, pero es parte del ocio. También voy al cine, aunque muy ocasionalmente. Voy cada vez menos y me encantaría ir más. Y, bueno, lo que menos hago, a mi pesar, es leer. Me doy poco tiempo, por ahí creo que anoté una ocasión donde me senté en una plaza a leer. En las noches me da sueño leer o ver una serie.
Estas actividades están muy relacionadas con lo que hago, sobre todo escuchar música. Hay una escucha que hago como parte de mi trabajo, que puede ser analítica, de referencia o del material que estoy trabajando y que eso no es ocio quizás. Pero, por lo general, la escucha de música que más practico y que me gusta es puro placer nomás.
Los registros sonoros son influencias, son referentes siempre y van mutando con las épocas. Lo que hago ahora, lo que escucho, es distinto a lo que hacía hace 2, 3 y 5 años. Aunque no tan distinto porque siempre estoy revisitando música. Tengo una especie de banda sonora de la vida que nunca abandono. Pueden pasar años que no escucho a algún artista, pero lo vuelvo a escuchar y ya trae una historia conmigo, o sea, de años atrás. Hay un componente muy emotivo entonces lo necesito, es una cosa súper terapéutica en momentos que me siento medio perdido en la vida. En momentos bajos siempre la música es una conexión con mi historia, con quien soy y de dónde vengo. Ocurre con la música que escuchaba de adolescente o más joven, no sé. Hay un factor terapéutico, me hace sentir acompañado, contenido. Pero a la vez me encanta conocer música nueva a mis 39 años, música que no conocía antes. Me encanta, es como enamorarse un poco, conocer gente nueva. También pasa eso con la música.
Mis amigos, mis familiares o mis pares son súper importantes en estos tiempos de ocio, pero estoy pasando por un periodo súper ermitaño desde hace un tiempo entonces no los veo tanto como querría, o como me gustaría en realidad porque de querer, hay que querer. Por ejemplo, ahí en la bitácora aparece una visita a la casa de mi madre y por lo menos voy cada dos semanas o una vez a la semana. A mi padre también lo veo, ellos son separados. Siempre hay una instancia, una vez a la semana o cada dos, para compartir con ellos. Las juntas con los amigos se han hecho difíciles porque estamos todos con las agendas hiperrecargadas. Durante la semana que registré en la bitácora hubo almuerzos, cafecitos y salir a tomar algo en la noche. Yo no salgo a tomar solo, por ejemplo, nunca entré a un local, a una barra solo. No tengo esa cuestión. Siempre la excusa es compartir con amigos, ya sea con varios o bipersonal para ponerse al día. Esa es una actividad que, por lo menos, necesito hacerla una vez a la semana y, en el mejor de los casos, la llaman la maldición gitana, eso de carretear desde el lunes. Ha pasado, martes, miércoles y así sucesivamente, aunque depende de la época. Este verano trabajé tanto que no he visto tanta gente la verdad. En general, este tipo de encuentros son una parte del ocio.
El límite entre el trabajo y el ocio no siempre fue así, antes era más difuso. Hace años era súper difuso en realidad. Hace años no estaba organizado ni siquiera en horarios, era un desastre. Para bien igual, era otra forma de vivir. Antes, cuando me dedicaba a mi música, era todo el día, no había planificaciones. Ahora que lo recuerdo, era bien despelotado. La única rigurosidad que había era ensayar, era decir “Toda esta mañana voy a ensayar” o “Voy a ensayar después de almorzar”, pero en la parte creativa podía agarrar la guitarra a las 3 de la tarde y podía estar haciendo una maqueta, un demo, hasta las 2 de la mañana si estaba embalado porque no tenía otros compromisos. Podía pasar eso un día de semana, por ejemplo. Cuando iba de gira, tomaba un bus al sur, podía hasta escribir una letra en el bus y también escuchar música y ver las vaquitas. Todo se mezclaba, aprovechaba las instancias para crear. Llegaba a la ciudad, tenía que probar sonido, ir a alguna radio, pero también podía ir a turistear o me sacaban a comer mariscos entonces estaba todo mezclado. No sé si era bueno o malo, era distinto nomás. Ahora me cuesta más eso. Necesito tener la separación, necesito desconectarme. Valoro también las tardes libres, los domingos trato de no trabajar o no trabajo. Las ocasiones en que trabajo son muy especiales.
Creo que para mí y también para mucha gente el ocio tiene una carga de lujo, un lujo que no mucha gente se puede dar, no mucha gente puede disponer así del ocio. En ese sentido, me asumo y me siento privilegiado por trabajar en esto porque sé que es una condición inalcanzable para mucha gente no sólo de mi generación, sino de la generación que viene antes.
A mí me gusta no estar estimulado. Me gusta pasar una mañana entera sin haber revisado internet o haber visto una serie. Trato de no considerarlo como pérdida de tiempo. Me cuesta ahora porque, considerando que trabajo harto, se me hace más valioso el tiempo de ocio, el que destino. De repente me enfrento a tener una mañana libre y digo “¿Qué hago?”. Siempre tengo que aprovechar de ver esto o, incluso, ahora ocupo una buena parte del tiempo para estudiar cosas relacionadas a mi trabajo. Ahí deja de ser ocio. En ocasiones dedico una mañana a estudiar un tutorial de alguna máquina que estoy ocupando, entonces para mí igual se me ha hecho más valioso. El tiempo de ocio es menos y lo tiendo a considerar cada vez menos como mirar el techo. Tengo que ocuparlo.
Tengo terror a las enfermedades. He tenido generalmente buena salud entonces nunca he sufrido accidentes graves o que me inhabiliten para trabajar. He tenido mucha suerte con mis muñecas y mis manos, han estado siempre sanas. Lo más común son las gripes. Llega el invierno, me dan dos gripes anuales y si tengo que quedarme tres días en cama, lo hago nomás para sanarme. No es una inhabilidad seria, puedo hacer cosas. Pero si hay algo que me da terror es perder la audición, la vista, una parte del cuerpo o estar postrado en un hospital. Sería terrible. Vivo con ese temor igual, de que algo me inhabilite, aunque, en rigor, uno puede hacer música dictando notas de voz al celular. Beethoven escribió las sinfonías sordo. Hay gente con parálisis completa para la que han desarrollado tecnologías con sensores de captura que te permiten dibujar, escribir con la punta de la pupila, a ese nivel. En rigor, nada puede impedir que salga lo creativo, pero me imagino que es un periodo de adaptación traumático nomás.
Las vacaciones siempre las considero, creo que dentro de lo normal o quizás un poco más. Intento que ocurran un par de veces al año. Generalmente trato de dármelas relacionadas con viajes; nunca me tomo vacaciones en esta ciudad, no podría. Si están todas mis herramientas a mano, termino trabajando igual, va relacionado a viajes. Las escapadas de una semana o de 10 días son fundamentales, súper necesarias, pero nuevamente es un privilegio poder decidir “Ya, me voy a tomar diez días”. Yo puedo disponer de eso.
La paternidad es un tema hace harto tiempo, pero hasta el día de hoy he decidido que no, o sea, no quiero ser padre. Ha sido una decisión consciente, pero yo sé que no es para siempre. La decisión tiene que ver con lo que hago y también porque no me interesa. No quiero traer vida al mundo, no quiero vivir esa parte por ahora. Yo sé que son cosas que no son para siempre porque, claro, podría tener otro trabajo y ganar mucha plata, pero capaz que tampoco querría. Es caro y es complejo tener hijos, es un aspecto que fríamente lo tengo considerado.
En el caso de los trabajos creativos, yo creo que la jubilación o el retiro se ven súper difíciles. Hay una delgada línea que tiene que ver, más allá de las edades de jubilación, con que el cuerpo te dé. Como contaba recién, yo hasta postrado en una cama me las arreglaría de algún modo, si necesito crear, para crear. Entonces se ve súper difuminada esa línea de cuándo o cómo retirarse, porque yo sé que en mi vejez hipotética va a haber un momento en que no voy a poder emitir sonido, o sea, la voz no va a salir, las capacidades van a estar súper mermadas o las extremidades no me van a responder. Quizás podré mover un mouse y secuenciar algo hacer música en un computador, no sé. No podría establecer una línea final. En términos prácticos de jubilación, yo impongo hace un tiempo, como independiente, pero sé que va a ser una hueá miserable. De todas formas, estoy afiliado a la SCD que tiene una serie de beneficios y detalles contemplados para la vejez de los músicos. Tienen hasta una casa de reposo. Es un tema que hay que pensar y ya se va a venir, entre ahorros y cuidar de la salud. Llevo una vida relativamente, saludable. Los prejuicios a los que me he enfrentado siempre por la música eran el alcoholismo, la drogadicción, el maltrato al cuerpo y en mi caso nunca llegué a caer en eso y ya no lo hice. He tenido la fortuna de tener buena salud y cuidados mínimos. Ando en bici, camino. No tengo una vida sedentaria, pese a que mi trabajo implica pasar sentado varias horas en el computador.
* Fotografía de Pablo Montt.
Mi nombre es Gerardo Oettinger. Soy dramaturgo y director. Estudié teatro en el Club de Fernando González y después en La Memoria con Alfredo Castro y Juan Radrigán. Aunque me encanta actuar, me dediqué más a escribir, porque es como actuar pero piola, en casa, oyendo música, tomando una chela, fumando algo. Pero a veces con la escritura se logra la adrenalina de la escena. Cuando me ha saltado la liebre, he actuado en algunas obras audiovisuales, como en ANIMALES de Carlos Tampe, en Valdivia y fue bacán.
Empecé a escribir teatro hace como hace unos 14 años atrás, cuando congelé mis estudios teatrales. Quería seguir actuando. Estando en escena. Entonces pensé que escribir era una manera de hacerlo posible. Y lo es.
Llevo alrededor de 14 obras escritas y estrenadas o publicadas, es casi una por año, se ve caleta, pero es piola. Juan Radrigán decía que si uno escribe una hoja diaria, en un mes tienes 30 hojas. También dijo: “600 hojas para llegar a 30”. Juan tenía más de 40 obras de teatro, caleta de cuentos y poemas. Escribió todos los días. Entonces, al lado del maestro, es poco.
Pertenezco a la compañía “Teatro Síntoma” y, además, he tenido la oportunidad de trabajar con distintos colegas, directoras o directores con los que nos hemos propuesto ideas. Hay veces que dirijo mis obras yo y otras, otros. Depende.
Creo que los últimos años he logrado trabajar solo escribiendo, fue una decisión que tomé aunque eso me enviara a la quiebra financiera, jajaja, lo cual pasó, porque vivir del arte es como algo kamikaze. Quise aperrar y tirarme al vacío. Voy a apostar. Voy a hacer eso y
nada más. Y si no gano plata, filo. Como un sacrificio medio ritual a las deidades del Teatro que hay que hacer. Lo bueno es que si uno no es rígido, cuando cae y topa fondo, rebota.
Alguna vez intenté combinar la escritura con otros trabajos, pero me superó, era lo uno o lo otro, hay gente que puede con ese malabarismo. Me hizo bolsa la mente. Una vez trabajé en TVN haciendo guiones y paralelamente escribía una obra y dormía como 3 horas. Trabajas todo el día, después en la noche llegas a seguir escribiendo. No me da la cabeza.
Justo la semana que hice el registro de la bitácora no tuve mucho ocio porque estaba previo a un estreno. Entonces eran puros ensayos, ensayos y ensayos. Además, justo un amigo, Carlos Tampe, llegó de Valdivia con un corto que había que editar. Salía de ensayo y tenía que armar un Fondart y después volvíamos a editar el corto. No hubo mucho ocio. Luego me enfermé y caí en cama con gripe. Estaba destruido, así que hasta ahí no más llegó la bitácora.
Mi rutina es igual a la no rutina. Usualmente escribo más durante los fines de semana y a horarios raros. Prefiero escribir un domingo que un lunes, ¿por qué?, no sé. Soy súper cambiante en eso porque de repente estoy obsesionado con un tema y me armo una rutina. Otras veces, ando buscando, investigando, escribiendo, picoteando materiales.
Mi ejercicio de investigación consiste en ver muchos documentales, leer sobre el tema, observar la realidad misma, salir a caminar, a mirar, conversar con amigos o desconocidos. Ir probando la historia. Contándola. Viendo las reacciones.
Hay ocio positivo y otro negativo como en todo, hay que saber usarlo. Cuando termino una obra no puedo empezar otra altiro a no ser que sea imperativo por pega. Me gusta dejar reposar los materiales. Como las obras se me van acumulando, ahora estoy escribiendo tres al mismo tiempo. Entonces ese deseo de reposo creativo nunca puedo cumplirlo mucho. Si ando medio depresivo, esos lapsos de lucha entre ocio y trabajo duran más y son más extraños. Otras veces ando con mucha energía, ánimo y orden. Jajaja, parecen confesiones bipolares.
Estoy armando postulaciones, me gustaría volver a Francia a terminar una obra que empecé allá. Creo que llevo mucho tiempo sin tener vacaciones, porque estos años de escritura, han sido unas largas vacaciones no vacaciones.
Cuando me dicen, “hoy es feriado”, digo: buena, pero pienso: “Cresta, no veo la diferencia”, escribir es como un feriado permanente. Y eso es porque como el sistema no nos integra, entonces tenemos que crear nuestros propios sistemas, por lógica. Cuando estoy con obra en el teatro, tengo que adaptarme al sistema propio del teatro y sus horarios, a las funciones los fines de semana en la tarde noche.
Igual yo siempre fui bueno para dormir en la mañana y estar en la noche despierto, salí a mi mamá en esa cuestión. Me cuesta trabajar en la mañana, ando con sueño, no pienso bien. Mejor en la noche.
Mi imagen de trabajo se proyecta en los momentos de escritura frente al computador o en los ensayos. También en otras cosas como cuando prepararo un proyecto o postulo a un fondo. Concursar es una pega brígida que nadie te paga. Es como un ejercicio budista, como el de esos monjes tibetanos que dibujan un mandala cósmico de arena gigante y colorido y cuando lo terminan, en un acto de ofrenda repleto de humildad, los destruyen con movimientos suaves, ofreciendo un poco de arena a los espectadores, y tirando en algún bosque la otra parte. No sé. Ver una película como referente es parte del trabajo, aunque parezca y sea ocio. Por ejemplo, mirar una serie en Netflix es distinto para mi hermano, que es ingeniero, porque él la ve como espectador, para divertirse, emocionarse, y yo la veo por lo mismo, pero además, porque estoy aprendiendo cómo se arman, cómo funcionan. Todo eso me sirve, hasta el chat, porque chatear es dialogar, es escribir.
Uno trata de disfrutar pero te das cuenta de cosas, de estructuras dramáticas, de cómo son los personajes. Tengo la suerte de que ese ocio me sirve.
Imagino que cuando un médico ve Doctor House, piensa: “Esto no es así” o “está mal ese procedimiento”, “es para darle más dramatirsmo”. De alguna u otra manera, vivir siempre pensando en el oficio es estresante. Por eso finalmente, el buen ocio es difícil de alcanzar.
Siempre se escucha por ahí en el oficio, que a las personas que escriben, las relaciones les cuesta, porque siempre están pensando en otra cosa, en sus historias y eso compite con el amor. Es peludo el equilibrio, como siempre. Pero es que muchas soluciones aparecen en los momentos menos esperados. Las obras hablan, conversan, discuten.
En general, yo escribo en mi casa. Cuando estuve en París trabajando en una residencia, toda la gente me decía: “Sale, anda a los cafés”. ¿Para qué? En el café me desconcentro. Con escribir todos los días algo, aunque sea una línea, estoy satisfecho. No sé a qué hora ni cuándo ni cómo, pero ya con eso avanzas. Si estás urgido, más cerca del deadline, te armas más, te levantas más temprano. Los deadline los puede imponer un fondo, la compañía, el director donde esté trabajando, el estreno. Yo, por lo menos, dependo de los estados de ánimo porque hay veces que prefiero trabajar en la mañana y hay veces que tengo que hacerlo en la noche. Entonces soy súper cambiante en ese sentido.
Nunca había hecho un registro similar a la bitácora. Soy súper malo para llevar diarios de ese tipo, nunca en mi vida he tenido una agenda por ejemplo. Me acostumbré a acordarme de las fechas, lo tengo todo en mi cabeza. Es que desde chico tengo la letra horrible y me da rabia ver mis cuadernos. Nunca sentí placer con la escritura manuscrita. Si tuviera que escribir una obra a mano me muero, me desespera.
Me acostumbré a tener las fechas en mi cabeza y claramente cuando ya son muchas hago un bloc y un calendario muy visible y simple para acordarme. Y si sucede algún cambio todos los otros te avisan. Es una agenda que descansa en la colectividad, pero yo me acuerdo generalmente por lo mismo. Además, las fechas son tan cambiantes que si tienes una agenda, la estás cambiando todo el rato. Nada es fijo, ni los afiches. Entonces mi agenda mental se acomoda rápidamente. Mi organización se adapta a las cosas que van pasando. Soy muy carpe diem, desde chico. También tengo suerte en ese sentido.
Me olvido de mil cosas pero no de mis obras. Puedo tener una durante muchos años y la guardo en mi cabeza. Sé que las tengo que ir terminando pero también sé que de repente aparece otra, y esta la tengo que guardar. Entonces me van ganando las prioridades del momento. Hay obras que me han demorado años en retomarlas. Es como tener información compartimentada. Entonces de repente estoy viendo un documental y anoto datos, frases, fechas, nombres. Anoto en el celular, en cuadernos, en las notas del teléfono, en audios. Después todo eso lo anoto en el computador, y ahí logro un orden. Tampoco me puedo acordar de todo.
Mi trabajo es dinámico. Tengo varias obras a la vez y ahí voy viendo cuáles van saliendo. Hay dramaturgos que tienen una y le dan sólo a esa. Hay personas más cuadradas. A mí me da lo mismo, pienso: “Ya chao, se cayó. Voy a la otra”. No me atrapo en ese sentido. Si no salió, no salió nomás. Y si no hay Fondart la hacemos de otra manera. O si se tiene que esperar, se espera. No hay un orden establecido, por lo general en teatro pasa de todo. A veces te piden algo y luego ves si te gusta o no. Si no te gusta pero te pagan, lo analizas y haces el contrapeso: “ya, me pagan, pero no me gusta tanto, me tienen que pagar más”. Te tiene que gustar el equipo, el elenco, el director, como dije antes, es una apuesta que se hace. Y si no me gusta nada, digo: “No”. También es una cosa de guata. Y lo otro es que si un director me trae un tema y yo no puedo apropiarme de la idea, que pase por mí, digo que no, mejor escribe tú tu propia obra. A veces pasa eso, que hay directores que quieren que les escriban la obra que ellos no pueden escribir, y eso es súper barza porque no te pagan. Si pagaran, por último uno podría decir, ya, veamos a ver si puedo lograr lo que quieres. Pero gratis. Es mucho el abuso... Jajaja.
Por lo general nadie quiere dirigir una obra que tú le pasas así como así, es muy difícil. Entonces por eso he tenido que dirigir algunas mías. Lo más común es que un grupo de amigos decida hacer una obra que les guste: “me encantaría hacer una obra así”, “a mí también", "¿busquemos este tema?”, “hagámoslo”, ¿postulemos a este Fondart?, etc. Eso es lo que más funciona.
Respecto al financiamiento no siempre está sujeto al Fondart, muchos trabajan de forma independiente. Tengo amigos directores que no están ni ahí, que tú les dices: “¿Postulemos a un Fondart?” y te responden “ni cagando”. Es que es indigno, es de una indignidad tremenda. Tú lees las listas del jurado –lo googleas, lo buscas– y no han hecho nada mucho. Te juzgan no los has visto nunca en una sala de teatro. Siempre se dice que es una lotería media arreglada, que siempre salen los mismos y bueno y es así y también está la suerte y muchos factores y que uno también se equivoca caleta. Es súper desgastante. Te piden todo este lenguaje posmoderno que no dice mucho. Para la dramaturgia es terrible. Te dan dos o tres meses cuando una obra puede demorar años. Te piden muchas cosas que no cuadran. Además, es evidente que el Estado desconfía mucho del artista. Me pasó cuando fui a París. Te hacen gastar más de la mitad de tu tiempo juntando boletas para que rindas el café que te tomaste en tal parte y hacer unos Excel tremendos. En vez de estar escribiendo, pierdes el tiempo.
Es como cuando desde la izquierda decimos: “La derecha no invierte en cultura” y me río un poco con eso porque tiene un lado absurdo. Porque, ¿por qué la derecha querría invertir en artistas que los odian? Tiene lógica.
Lo bueno es que no te quieran financiar es que nos obliga a generar sistemas nuevos de pensamiento y tener las cosas más claras. Me gusta armar Fondart a modo de ejercicio creativo, porque exige hacer una reseña, una estructura, pulir las ideas, conocer el proceso completo. Te obliga a ordenar el proyecto. La dramaturgia, a diferencia de la poesía, suele ser mucho más estructurada. No es llegar y sentarse a escribir. Aunque pareciera que no siempre hay estructura, es un trabajo que requiere mucha edición. Permite avanzar y comprender la obra desde un lugar mucho más amplio, saber cuánto costaría y cuántos ensayos necesitas. Tiene cosas buenas y malas. Yo diría que lo peor del Fondart es la cantidad de fondos que hay a repartir, son pocos, lo que genera inevitablemente una élite cultural. Hay artistas que jamás van ganar un Fondart porque no tiene actores famosos o porque no conoce el academicismo o porque no ha ganado otros fondos, entonces es un círculo vicioso.
En este momento el trabajo para mí lo es casi todo, hice una apuesta al 100%. Dije: “No voy a vivir más de otra cosa, aunque no tenga ni uno, me da lo mismo, chao”. Hasta ahora me he logrado mantener y hacer cosas. Algo más empieza a salir, es como ir al casino y apostar. Si no apuestas no ganas, y si apuestas poco, ganas poco. Es como que la vida te exige un poco ese sacrificio, aunque tiene costos. A veces se anda sin ni uno, eres dependiente-independiente y es súper peludo porque muy pocos lo logran. El ambiente es súper competitivo, aún cuando hay bastante compañerismo. El problema es que hay muy poco para muchos. Es como cuando tiras un pedazo de pan a la plaza y llegan todas las palomas a comérselo. Tienen que competir. Eso te obliga a trabajar demasiado, pero lo bueno es que mata el ego porque en general el arte es gente con mucho ego. El 90% de lo que uno hace es frustración.
En Chile el fracaso es brígido porque no te lo perdonan. En otros países es un aprendizaje y lo usan, aquí fracasaste y cagaste. Es un escenario súper posible. Pasa cuando a tu obra le va mal, cuando no hay gente, cuando la crítica es mala. Cuando no tiene más proyección, no quedó en ningún festival, no la van a llevar a ninguna parte, ningún teatro la quiere, ahí quedaste. Tu obra murió y toda muerte duele. Es complicado, porque hay aprendizaje en el proceso, pero aún así el fracaso es público y eso es brígido. Es súper subjetivo. Si haces una empresa de palomitas de maíz y nadie las compra, cagaste, quebraste. Pero aprendiste en el proceso y todo. Entonces es complicado el tema del fracaso porque es público, y cuando te critican en la presna donde hay millones de lectores y te hacen bolsa, igual te deja un rato medio raro. Es distinto a equivocarse en un trabajo normal donde te reta el jefe en una esquina y cuatro pelagatos te vieron. Aquí te publican, y es brígido. Uno sabe que se expone a eso y no es tan terrible. Al final es solo crítica y chao. También me he dado cuenta que cuando te critican más, también la gente va más a ver tu obra, será el morbo. Es raro.
Hay un reconocimiento pero nunca muy ligado a lo monetario. De repente hay obras que son más comerciales, pero yo, por lo menos, me dedico más a obras políticas entonces sé que nunca va haber mucha plata ahí para que las produzcan. Si hay algo de reconocimiento o éxito me mejora el currículum para postular a una residencia bacán en París o España o Japón o México o Argentina, no sé. Ser itinerante. Por eso me gustaba el circo cuando niño, porque viajaban trabajando.
Pasa que hay obras que quiero caleta y me siento súper realizado, pero a nadie les gusta y no pasa nada. Entonces, en esto del arte hay mucha suerte. Las deidades del teatro existen. Y son quisquillosas. Por eso cada vez que observas una entrevista en el Actors Studio siempre los actores de Hollywood dicen: “bueno, mi trabajo”, pero hay mucha suerte en eso. ¬Por ejemplo hay obras que son buenas y viajan por todo el mundo, al público les encantan, y yo voy a verlas y no entiendo por qué les gustan tanto y a mí no. Y ahí uno dice. Realmente en gustos no hay nada escrito. Hay veces que veo artistas que me encanta su trabajo, que para mí son geniales, pero no pasa nada con ellos, no logran despegar y no se entiende por qué. Esto es un poco como el pobre Van Gogh. Ahora sus cuadros valen millones de dólares y son geniales, pero en su momento a nadie le importó. Se tuvo que pegar un tiro en la guata porque ya no daba más. Solo su hermano creyó en él. Ahora lo adoramos.
El trabajo define caleta. Es súper importante la coherencia de la vida con la obra, pero para ser totalmente coherente, tienes que ser como Buda. Pero es bien raro tener un discurso en la obra y un estilo de vida totalmente contrario, no cuadra. En general molestan los artistas que son así, la gente se da cuenta.
Por eso se me cruza la vida con lo que hago, porque trato de tener alguna coherencia aunque cueste. Yo tuve esa empresa y gané mucha plata, pero no estaba feliz. Cuando la dejé el tema de la plata quedó fuera de la discusión. A veces la vida te pide sacrificios o sea te los exige. Es como el amor, hay que sacrificar.
Pero también puedes hacer balance. Yo he tenido la suerte de que no he tenido hijos, entonces te cambia la balanza porque hay un ser humano. Si tu hijo te da lo mismo y tu carrera es lo que más te importa puede que seas un bacán en el arte, pero como humano eres una mierda. Y ahí después andas haciendo obras moralistas, ¿y tu familia cómo? En mi caso no se ha dado y lo he aprovechado. Si tuviera un hijo o me hubiera casado habría tenido que ver otras opciones, quizás buscar más pega en el cine, en audiovisual, en teleseries. Pero no ha ocurrido. Me dije: “Voy a hacer puro teatro”. Ahora quiero dominar bien eso, y he podido hacerlo porque he estado solo. No se ha dado y yo me he cuidado también, si voy a tener un hijo será con alguien que quiera. Y si ya no sé, y sale, ahí uno verá. Pero no ha ocurrido y entonces he aprovechado.
Lo que cuentan muchos escritores, artistas y filósofos es que el ocio es súper importante, pero, en general, lo que hago yo –para la sociedad– es ocio. Cuando te dicen “¿en qué trabajas?”, respondo “escribo obras de teatro”, y luego repiten: “pero ya, ¿en qué trabajas?”. Para el resto, lo que yo hago puede ser ocioso: escribir en tu casa, sin horario. En realidad tengo el ocio y el trabajo muy confundido. He tenido que defender mi trabajo frente a mi familia, mis amores, amigos, todos. Cuánta gente le habrá dicho a Van Gogh: “Déjate pintar”. Y el artista está entre convencerse a sí mismo y al resto de que lo que está haciendo sirve de algo. Es una locura, uno no debería caer en ese juego. Pero hay veces que es inevitable tropezar en la oscuridad.
El teatro sirve, claramente, como toda arte, pero ninguna obra va a cambiar el mundo completamente. Por algo puedes montar una tragedia griega y estar híper vigente porque el mundo básicamente es el mismo desde Esquilo y antes. Poderoso caballero es don dinero dijo Quevedo. Con las mismas pulsiones de muerte, las mismas envidias y ansias de poder, pero también con las mismas ganas de vivir, el mismo amor y creatividad.
Con teatro Síntoma, rescatamos historias que se olvidan, buscamos en los testimonios como arqueólogos de la palabra. Patrimonio inmaterial que nos hace pensar sobre la sociedad en la que estamos.
Un espacio de ocio absoluto es el carrete. No tengo un espacio de ocio libre de eso, como un deporte o algo así. Antes tenía, pero lo he ido perdiendo. Quizás podría decir que pintar es un ocio. No lo hago como un oficio, aunque me dan ganas. Es como un hobbie. Pero, por ejemplo, también me gusta estar en mi cama, no hacer nada y ver un documental y dormir. Ese es mi ocio más grande yo creo, soñar en la siesta.
Simbólicamente el ocio se asocia a algo malo, a la flojera. También tiene una carga de culpa porque sientes que te atrasas y no estás produciendo. Por eso trato de que el ocio me calce con lo que estoy haciendo, entonces ahí siento que por lo menos estoy avanzando desde alguna parte.
Cuando estoy más holgado de tiempo se me confunden esos espacios y dejo que el ocio se apodere un poco porque ayuda a distraer, a descansar.
Cuando tuve una hepatitis estuve en la clínica en cama e igual aproveché de escribir y de leer. A menos que te dé alzheimer o una cosa donde el cerebro falle, puedes seguir escribiendo.
También depende de la voluntad porque puedes tener una depresión. En el arte la salud mental es súper compleja porque hay gente a la que mata y hay otros a los que les sirve como motor. Entonces ahí hay períodos de melancolía que son súper creativos, porque se trabaja con emociones. A mí por lo general me pasaba cuando estaba ganando mucha plata y estaba súper bien, escribía menos. La crisis es constitutiva del arte. Como decía Juan Radrigán, necesitas esa rabia, ese motor interno. De ahí sale mucho, a menos que tengas una depresión demasiado fuerte que te impide e inmoviliza.
Respecto a los tiempos dispongo de total libertad para organizarlos. Es súper importante para mí porque desde chico tuve problemas con los colegios y los horarios. Cuando me encuadran me empiezo a sentir mal. Cuando pololeaba me decían: “¿Y por qué no escribiste en la semana?”, “¿Y por qué tienes que escribir el fin de semana?” y ahí empiezo a chocar, porque escribo cuando me pulsa más. Entonces también tienes problemas con los otros que están en un sistema más ordenado y tú cambias todo eso. Claro, lo ideal sería que uno tuviera fines de semana libres, pero a veces no es así. Yo he tratado. La última vez que pololié logré ordenarme, se puede igual, con amor todo se puede. Porque para qué vas a estar con alguien que no está también. Entonces depende del sacrificio que hagas. Si estás solo tienes los horarios que quieres.
La idea del retiro o la jubilación es inimaginable. Ahí vienen las crisis. Es casi como Pablo de Rokha, que a los 60 años agarró una pistola y chao. En el teatro no hay contratos, aunque igual hay sindicato que organiza bingos para los más viejitos. En general, los artistas que logran sostenerse es porque son de familias con plata, entonces tienen algo. En el mundo del arte la vejez es brígida.
Para los maestros con los que yo he trabajado como Juan, no hay una fecha de jubilación. Escriben hasta el último momento. Es difícil pararlo porque es una pulsión. Igual he pensado: “Ya no hago más esta huea, me aburrí, no hago más teatro, me tiene chato”. Pero después uno vuelve. A mi edad, cambiar de rubro está peludo. Perdería todo lo que he avanzado. El arte es como una droga. Te hace sentir bien, pero te destruye. Te deja sin ni uno pero te satisface.
* Fotografía de Gonzalo Donoso.
Soy Eduardo Luna, tengo 36 años y me dedico a la creación teatral y gestión cultural. Dirijo y escribo para la Compañía Lafamiliateatro. También soy actor, aunque ya incursiono poco en el ámbito. De todas formas, intento mantenerlo presente. En el campo de la gestión cultural, trabajo en la fundación Santiago OFF que posee distintas líneas tales como el fomento a las artes escénicas, el fomento a la dramaturgia y la vinculación con audiencias a partir de la gestión territorial. También me desenvuelvo en el ámbito de la gestión desde mi rol de Director Artístico en la Asociación Cultural Lafamiliateatro.
Pese a que la fundación tiene menos de un año de existencia, las labores están sistematizadas hace 2 años. A partir de esta fecha comenzamos a trabajar en una oficina con un horario fijo debido a la
cantidad de compromisos que la organización fue adquiriendo. Después de desempeñarnos 15 años en el teatro, tuvimos que adecuarnos a esta estructura, no quedaba otra para mantener el proyecto. Además, actualmente poseemos compromisos con el Ministerio de la Cultura, ya que nos eligieron para ser la contraparte de varios convenios internacionales. Necesitábamos una estructura para trabajar más allá de metas propuestas y contar con un diálogo más fluido. La instantaneidad de la comunicación que requeríamos para la organización ya no resultaba reuniéndonos en casas o a través de Whatsapp.
Esta organización está conformada sólo por artistas; hay diseñadores teatrales, actores, directores y otros. Ninguno se formó en administración, en ingeniería comercial o en carreras afines, lo que genera que nuestro trabajo sea parcialmente intuitivo y cada uno contribuya con sus oficios originales. Quizás nuestra formación de artistas influye que tengamos problemas para crear y mantener una estructura, pero hemos intentado arreglárnoslas.
El arriendo de la oficina ha generado distintas condicionantes en el trabajo. Cuando comenzamos era genial, pero con el paso del tiempo nos costó cumplir horarios porque también teníamos otros compromisos creativos. La idea de que a las 10 de la mañana estábamos todos y a las 6 de la tarde termina la pega era una mentira porque siempre te llevabas trabajo para la casa y seguías hasta la 1 de la madrugada. Este funcionamiento no se condecía con la manera en que funcionábamos realmente, entonces decidimos optar por una estructura más libre en la actualidad: hay sólo una reunión general a la semana donde se delinean las tareas y se designan metas personales. Así, curiosamente la gente viene más a la oficina y están más relajados. Si bien no llegan a las 10 de la mañana, sino más tarde, todos llegan a trabajar.
Hemos estado en un periodo seco en términos creativos. Me tomó 2 años crear “Painecur”, nuestra última obra, porque no podía pensar nada, estaba desesperanzado. Luego, cuando surgió esta idea, nos demoramos otros 2 años en finalizarla. Espero que esta nueva estructura de la fundación, que entrega un grado distinto de libertad, proporcione la idea de que efectivamente cada uno puede organizar sus tiempos respectivos. Tener el espacio y la estructura de trabajo, quizás genera más libertades creativas. Me parece que necesitamos el ocio para pensar de forma creativa, pero es difícil compatibilizarlo cuando tienes pocos espacios.
Mi principal lugar de trabajo es la oficina y el segundo es mi casa, aunque durante este periodo he pasado poco tiempo allí debido a que nos encontramos proyectando las primeras acciones del año y rindiendo dinero. Ahora estamos iniciando el proyecto de trabajo en territorio y preparando la logística con varias comunas, etapas que son relajadas en comparación a cuando estamos en pleno festival donde no hay vida por lo menos 4 meses. El festival es un trabajo intenso que te deja dañado por lo menos un par de meses, es heavy. Por lo mismo, acordamos tomar vacaciones en febrero para recuperarnos una vez que finaliza el festival. Además, nadie quiere verse no sólo por el trabajo, sino porque también las relaciones se desgastan después de compartir una labor tan intensa.
Nuestra gestión es súper precaria porque no trabajamos frecuentemente con empresas privadas. La mayor parte del financiamiento que recibimos proviene de 2 universidades, fundación Providencia y aportes estatales. Varios de los gastos no tenemos cómo rendirlos, tales como el arriendo de la oficina o la contabilidad, ya que no existen estos ítems en los fondos. A modo de ejemplo, la contadora recibe alrededor de 2 millones anuales y no tenemos de dónde sacarlos porque ningún fondo incluye este gasto. Siempre estamos moviéndonos con un déficit de recursos, en el estrés de la bicicleta y cualquier recurso que entra queda para la organización. Por este motivo, no contratamos más gente ni solicitamos reemplazo en el caso de que nos ausentemos. Además, la recaudación de dinero por ticket o por entrada al festival es baja, no alcanza; cobramos 3 mil pesos y sólo un 20% queda para la fundación. Este ingreso es utilizado para imprevistos, entre ellos cuando se nos cayó la página web por un virus a 2 días de partir el festival y tuvimos que pagar para que ésta reviviera. En los festivales suelen ocurrir este tipo de gastos.
Nuestro trabajo en la organización está regido por la Ley Laboral, es decir, poseemos AFP y FONASA. Desde este año los Fondos de Cultura están exigiendo la contratación de las personas, así que dejamos de boletear. Yo empecé a cotizar en el 2006 por mi trabajo en el Instituto Profesional Los Leones. Estimo que mi jubilación será de 150 mil pesos.
Mi rutina era distinta hace 10 años atrás. Entré a los 25 años a hacer clases en la Escuela de Teatro del Instituto Profesional Los Leones y era mi segundo año en esta labor. Por otra parte, la compañía estaba súper taquilla, incluso nos llamaron los niños genios de teatro a Mil. En términos laborales, mi único trabajo estable eran las clases, que tampoco me proveían mucho económicamente porque tenía un solo curso. En ese momento, había egresado hace poco y yo necesitaba producir más dinero porque tenía una hija de 6 años. Tuve la suerte de que mis padres que vivían en el sur colaboraran conmigo pagando un porcentaje del departamento en que vivía. Gracias a este apoyo, contaba con ratos de ocio, pese a que me producía una sensación un poco tortuosa porque tenías ganas de hacer 1000 cosas cuando en realidad no existía esta posibilidad. En el mundo del teatro era difícil hallar un trabajo remunerado estable y hasta el día de hoy sucede, por lo que varios optan por otras alternativas como garzonear para complementar sus ingresos. Nosotros encontramos una estructura de trabajo porque ganamos un fondo que permitió pagarnos sueldos por 3 años. Es una fantasía que quizás acabe mañana.
Las transformaciones de mi rutina responden parcialmente a un cambio en la idea de asociatividad y colaboración en el mundo del teatro, que es mucho más potente en la actualidad. Cuando egresé en el 2005 había una disgregación muy fuerte del medio teatral hasta el punto de que un director de otra compañía te despreciaba o no te saludaba, pese a que te conocía. Había pugnas entre las compañías de teatro porque los espacios y los recursos eran escasos -incluso peor que ahora-. También el teatro ha sido elitista, es decir, si te dedicas a esta profesión artística necesitas una familia que te soporte. Es complejo que una persona de clase media logre desenvolverse en este medio y conserve tiempo de ocio para crear y al mismo tiempo una tranquilidad económica para crear una buena obra. Desde hace 5 o 6 años, el trabajo en red, la asociatividad y la colaboración se ha potenciado, lo que ha permitido otras exigencias frente al Ministerio de las Culturas y que salas de teatro que se sumaron a la red generen beneficios para las compañías, por ejemplo, entregando recursos. El trabajo en torno a la precarización de las artes escénicas también ha colaborado en este proceso. Me parece incoherente que las distintas ramas de las artes escénicas, oficios que tienen una formación colectiva, no se juntaran a dialogar y pensarse como una red o una entidad más fuerte frente a las demandas y necesidades que tiene el sector.
La tecnologización ha tenido sus pros y sus contras para la asociatividad de los trabajadores culturales. Hay una mirada moral alta para el mundo, es decir, parece que todas las personas son buenas en las redes sociales, hecho que me parece heavy. Sin embargo, se han facilitado las aproximaciones a las realidades del resto de las regiones y éstas han podido observar el panorama de Santiago. Las regiones rompen esta idea dictada por el sentido común de que la ciudad capital absorbe los recursos y los públicos, abandonando los recelos usuales. También en esta región existen demandas y necesidades importantes, ya que sólo 3 comunas centralizan la oferta cultural: Ñuñoa, Providencia y Santiago. La tecnologización permite entendernos y comunicarnos fácilmente, por ejemplo, a través de encuentros que no existían 7 años atrás. Hoy las personas desean generar instancias de encuentros y festivales para conectar las demás regiones del país e incluso el resto de Sudamérica. Ha sido positivo porque el diálogo, es más fluido.
En términos personales, considero que la tecnología desencadenó la inmediatez; te envían un correo y tienes que responder altiro. También Whatsapp implica varias cosas. Cuesta imaginar cómo las personas hacían la gestión sin esta metodología de trabajo en otros tiempos. Supongo que la gestión requería más tiempo en comparación a la inmediatez actual que permite que trabajes rápido. No obstante, los aspectos negativos se deben a que las labores invaden el espacio doméstico y éste se transa. Los mensajes puedes contestarlos hasta las 12 de la noche y más tarde si lo deseas. Tiempo atrás puse límites porque sentía la necesidad de pulsar tan fuerte esta organización que no distinguía entre el trabajo, la casa y el pololeo. Tuvimos una época negra con mi pareja pues estaba más enfocado en el trabajo que en vivir mi relación hasta que me pegaron una patada bien fuerte y me percaté que necesitaba generar cambios. Si quieres a tu pareja, deseas estar con ella y resulta que le está molestando la situación, debes hacer modificaciones. Tampoco se trata de un cambio radical, por ejemplo, no tengo 2 teléfonos y apago el del trabajo cuando llego a mi casa. Más bien entendí que los espacios de pareja o creativos hay que resguardarlos y proveerles el tiempo necesario. Hemos retirado la sobre exigencia de la organización, la gran mayoría ha puesto frenos y decide permitir que el acelerador funcione cada cierto tiempo. Pusimos dinero en la organización por 4 años de las clases que realizábamos en escuelas, así que sentíamos una necesidad muy fuerte de que funcionara. Creo que este este año recién estamos más maduros, haciendo familia, conociendo límites y más tranquilos.
Cuando estaba en tercero medio me dio una parálisis facial que me entristeció mucho. No podía mover la cara, la pasta de dientes se caía de mi boca. A veces puedes padecer secuelas y quedas como Sylvester Stallone, pero no fue el caso. Ese verano, a raíz de mi depresión, mi mamá nos envió a la casa de una tía que vivía en Viña del Mar. Recuerdo que asistimos a una carpa de teatro donde Arnaldo Berrios actuaba un monólogo que se llama “La Cicatriz” de Jorge Díaz. Fue la primera obra que vi, a los 15 años, y me bastó para decir: “Quiero hacer eso para siempre”. En ese momento estudiaba en un colegio súper facho de Melipilla en el que la Directora tuvo a Pinochet como fondo de su oficina hasta por lo menos el año 1999 (cuando egresé), así que nunca hubo teatro.
Nunca le gustó a mi mamá que estudiara teatro, mientras que mi papá siempre me apoyó y tuvo harta intuición. Decía: “Si el Lalo quiere, está bien”. Yo no quedé en la Universidad de Chile la primera vez que rendí la prueba y dado que no sabía de escuelas pensé entrar a cualquiera. Cuando di la prueba especial para ingresar había 600 cabros más que querían estudiar teatro, así que otras escuelas aprovechaban esta oportunidad para entregar folletos, entre éstas la de Patricio Achurra. Fuimos a conocerla y yo inmediatamente pensé: “Me quiero quedar aquí”. Cualquier sala negra era increíble para mí en ese momento, por lo que no me importaba mucho el resto. Sin embargo, mi papá sin conocimientos de nada investigó y me dijo: “Ingresa a la escuela de Fernando González porque al parecer es bacán, haz un taller y postula de nuevo a la Universidad de Chile”. Finalmente sucedió que los profesores que tuve en la escuela de Fernando eran los evaluadores, entonces ya me conocían. Gracias a la intuición de mi viejo lo logré.
En la vida de los actores, el oficio pulsa fuerte; el trabajo creativo es todo para mí. La gestión es preciosa y nos ha brindado un lugar político, de influencia en el medio, pero a nivel personal no supera la creación. El problema es que no permite tener un sueldo mensual estable, que sería el escenario ideal en mi caso. Hay quienes sienten más pasión por la gestión que la creación, cuestión que está bien porque se mantiene un equilibrio. De esta forma, algunos aportamos más desde un lado político-creativo y otros desde la administración, organización o formulación de proyectos. Aunque, como mencioné, mi panorama ideal es la investigación y la creación porque además me gustan los procesos largos. No tengo la pulsión de escribir una historia de la nada pues considero que es un canal para discutir y visibilizar las problemáticas de otros que no tienen este espacio. En pocas palabras, la creación implica investigación. Ahora estoy estudiando la historia legal del caso Caimanes y del tranque El Mauro desde el año 2001, sobre todo para no repetir el rollo judicial. Hubo una huelga de hambre de comuneros de Caimanes que duró 81 días y nadie le prestó atención. He estado centrado en este evento, revisando videos o documentos de la mediación que hizo el obispo de Ovalle entre la minera y los comuneros. El siguiente paso es visitar el lugar para entrevistar a las personas involucradas, que también lo hicimos para “Painecur”. Es un proceso de investigación similar a una tesis: registro todo, ordeno la información y hago fichas como si se trataran insumos de publicación. La investigación acaba cuando sé de qué se tratará la obra, pese a que cuesta determinar este punto. Identificar desde qué anécdota o perspectiva se contará la obra es difícil. Por el momento, pienso que será una huelga de hambre actual, una especie de segunda manifestación de la comunidad. Todavía no determino si relatará el primero o el último día de esta huelga, sólo que será una ficción que permitirá visibilizar lo sucedido en Caimanes y la disgregación de la comunidad. Hay mucha gente que recibió dinero de la minera y otros que no, por lo que la pugna actual excede el problema del agua y también es social. Una cuestión ecológica se tornó sociológica y me interesa averiguar cómo convergen.
Los procesos creativos son bellos porque inicias en un lado y terminas en otro o, al menos yo, le doy muchas vueltas a un asunto. Hubo un periodo de varios meses en el que todos los días veía un documental en la noche para desarrollar un tema vinculado al universo, la observación de las estrellas y los pueblos originarios -aunque despegándome de lo mapuche-. Comencé a investigar sobre pueblos indígenas en el norte y ahí conocí más sobre Caimanes porque había petroglifos en la zona y un bosque de canelos ancestrales que hicieron mierda. Además, trasladaron 500 petroglifos a un nuevo espacio, donde finalmente llegaron 200. Antes sólo sabía la existencia del fallo del 2015 que estableció la destrucción del tranque porque fue muy bullado, no obstante, ahora manejo la historia detallada desde el 2001. He trabajado en esta investigación desde febrero del presente año. Usualmente me doy un plazo de 2 años para sacar una obra nueva, pero intento ajustarlo a mis tiempos de trabajo. No todos los días puedo trabajar en Caimanes, sino que es una vez a la semana o en periodos que me absorbe más esta tarea.
El reconocimiento de validadores externos no me parece lo más relevante para la Compañía. Somos relativamente jóvenes, pero viejos a la vez; hemos pasado por momentos exitosos y también por fracasos. Siempre hemos pensado que hacemos teatro para que algo se mueva y si no ocurre, no quedamos conformes como compañía. Nos ha pasado con varias obras que sentimos que nada se movió, pese a que la crítica nos tratase bien. En el caso de “Painecur”, esta obra genera una discusión y moviliza una reflexión súper importante por la relación que establece con ciertas entidades de pueblos originarios, por ejemplo, gente que está ligada a la defensa del machi Celestino Córdova o de la machi Francisca Linconao se nos acercan después de las funciones. Ofrecimos una función especial hace unos días y nos llamaron altiro porque sabían quiénes éramos. La obra está movilizando un discurso para que tenga una repercusión real, sea un aporte y genere algo.
Los procesos para determinar que una obra está lista y que funciona son muy distintos. El resultado de una obra puede alejarse bastante de la investigación que implicó el trabajo, pero no es un problema porque la obra exige cosas particulares y vas aprendiendo a transitar entre distintos estilos. No nos definimos como teatro político realista porque hemos hecho cosas bien locas también; la obra te exige, te plantea desafíos y en el transcurso te percatas si estás listo. Por otra parte, puedes estar conforme con el proyecto, pero la opinión del equipo siempre es una buena prueba. Si estamos confiados y lo proyectamos en el producto teatral, piensas que estás bien. Sin embargo, el día del estreno siempre estás nervioso, no sabes qué pasará, te invade la incertidumbre. Tenemos la intuición de que estamos bien, pero no tienes certeza. El arte es así. Evidentemente hay un nivel estándar para tu trabajo y vas desarrollando herramientas que se vinculan a la profesionalización de tu oficio tales como la calidad de la actuación, la iluminación, entre otras cosas. No obstante, desconoces si tu trabajo movilizará a alguien.
Nosotros, la Compañía, queremos seguir trabajando con la memoria histórica chilena independiente de que la forma cambie. Soy súper brechtiano, aprendí mucho del trabajo de este maestro no conocido. Él distanciaba las obras en términos de época y de lugar para hablar de la actualidad alemana. Por ejemplo, hacía una obra situada en China en el año 3 para mirar con objetividad la situación contemporánea de su país. Me parece que la visión de Brecht debe actualizarse hoy porque el mundo se está leyendo desde las redes sociales. Esta lectura es literal e impide que la ironía funcione: si publicas un comentario de este tipo en Facebook te cuestionan inmediatamente. Ya no se soporta tanta metáfora, así que hay que ser mucho más directo para comunicar ciertas cosas. Hace 10 años decidimos tomar casos de la memoria histórica chilena y actualizarlos para reflexionar sobre cómo estamos. El aporte de la compañía es observar la actualidad desde nuestro propio contexto o más bien, así nos gustaría que se reconociera el trabajo que hicimos con el paso del tiempo. Quizás los próximos 2 años pensaremos otra cosa, pero no lo sabemos. Sólo tenemos la certeza de que nos llena mucho hacer esto.
El tiempo libre es para la familia principalmente, lo que implica distintas actividades. Tengo una hija de 15 años que me obliga (en el buen sentido) a hacer cosas en el tiempo libre. No es tan adolescente, en el sentido de que no es excesivamente floja -sólo le cuesta levantarse- y le gusta tener panoramas. Ella me obliga a tener tiempo libre de calidad, es decir, para hacer cosas o acompañarla a otras como ir al cine o ir al teatro. Vamos a ver obras frecuentemente porque ella quiere ser actriz. Ahora tendrá su debut como DJ en una fiesta, entonces hemos trabajado juntos porque yo conocía varios programas de música. Está pegadísima con el tema. Hace un año prendió un carrete con la música de su celular y volvieron a llamarla para que se encargara de la música.
Cuando vas al cine o al teatro, parece que estás trabajando. Disfrutas el teatro, pero ya no lo aprecias con inocencia, sino que observas desde un ojo crítico. Estás deformado. Sin embargo, considero que existen tipos de miradas críticas, entre ellas algunas que son súper destructivas y otras que buscan identificar los intereses de los pares o los creadores. Una parte de la realización de los festivales nos exige hacer esta tarea. Como encargado de comunicaciones, debo participar en la generación del tema del festival a partir de lo que está pasando en el medio teatral chileno.
El gimnasio es el momento en que no estoy en sintonía con el teatro. Nuestra profesión está ligada a la actividad física, en la escuela haces mucho ejercicio y debido a que estas habituado ningún actor se mete a un gimnasio. Entré 2 años atrás porque estaba gordo debido a una mala alimentación. Después de las clases comía tarde y en la oficina nos alimentábamos de cualquier cosa. Decidí cambiar mi dieta, me inscribí en el gimnasio y descubrí la maravilla de quedar en blanco cuando te pones los audífonos mientras ejercitas. Es un espacio de descanso, realmente no hay ideas creativas. Por ejemplo, en el periodo que escribía “Painecur” llegaba un punto en que me bloqueaba, no sabía cómo continuar la obra y podía pasar una semana en ese estado. El gimnasio generaba una baja de ansiedad que la cabeza necesitaba, te relaja.
Intento organizar mi tiempo de la mejor forma posible. Fue un aprendizaje volverme consciente de que cuento con una cantidad de tiempo limitado y no sobre-exigirme por ello. La ausencia de tiempo sólo aparece en los periodos de creación, aunque no diría que se trata propiamente de esa sensación. Hay días que escribía una plana a las 6 de la mañana porque estuve estancado toda la noche y tenía que estar trabajando a las 10 en la oficina. Considero que la diferencia está en que se asume ese costo y se reconoce como parte del placer creativo. La creación implica una autoexigencia, no es una imposición que proviene desde afuera. Hacer teatro te lo exiges tú no más, ningún otro, porque tú o tu equipo creen que es importante. Vamos estructurando plazos de trabajo y tratamos de ser inflexibles, pero nos proponemos metas humanas. No escribí una obra en un mes ni el resto mencionó que debía que estar lista en ese periodo, hubo tiempo. Además, mientras escribía, montábamos. El final nos tomó más tiempo que otras partes porque queríamos que la idea quedase bien; su discusión fue un proceso colectivo. Nuestra dinámica de trabajo también se explica porque es una compañía que lleva harto tiempo y nos entendemos. A diferencia de cuando eres más joven y te demoras 1 o 2 años ensayando una obra, intentamos que las jornadas de trabajo sean de calidad. Ahora ensayamos únicamente los sábados porque un actor de la compañía es encargado de cultura en la penitenciaría de Rancagua y trabaja de lunes a viernes, entonces está viviendo allá. Los ensayos tienen más calidad en el sentido de que se optimiza todo y no por eso resulta menos placentero, no andamos apurados haciendo las cosas. Desarrollas esta madurez, organizas mejor tus tiempos, el equipo también y finalmente todos se entienden más.
El mundo del teatro es exigente. Yo estoy en una situación protegida en la que el sueldo prácticamente me lo provee OFF y poseo la tranquilidad de que hay un tiempo de trabajo y proyectos específicos. En cambio, mis compañeros de Lafamiliateatro no cuentan con las mismas condiciones.
El ocio es el espacio más creativo desde mi perspectiva, mientras que para la sociedad todavía significa flojera. “A quien madruga, Dios lo ayuda” me parece una estupidez. Si bien hay empresas que intentan implementar cambios en este ámbito, promoviendo el trabajo en la casa o entregándote un bono de vacaciones para que la pases bien, son casos aislados todavía. Mis viejos no entienden que mi horario de trabajo es relativo, les cuesta comprender que puedo entrar a las 12 a la oficina, otras veces después de almuerzo y también a las 9 de la mañana. Ellos trabajaron toda la vida cumpliendo un horario y no tuvieron particularmente esto que llamamos “ocio”. Ahora les enseño que deben tomar vacaciones, pero es difícil. El último fin de semana largo fuimos a unas termas, cosa que mis viejos nunca harían porque no tienen esa estructura al igual que mucha gente. El ocio es flojera, es procrastinación cuando, en realidad, es un espacio creativo que permite que pienses más cosas. La suerte del mundo del arte es que puedes canalizar estas reflexiones. Me imagino que en otros trabajos es complejo que el ocio te ayude a completar una planilla de Excel, pero siempre ha sido importante para los artistas.
Cuando vivíamos de la docencia teníamos que hacer clases de teatro en 10 lugares porque pagan muy poco. Incluso en la Universidad de Chile, la escuela con mayor tradición, el sueldo es bajo. Necesitas hacer clases en muchas partes para sobrevivir y, por lo mismo, el tiempo te pilla. Una vez me atropellaron por correr de una escuela a otra. También tuve otra situación más compleja, me dio un paro cardiaco en el 2012. Mi cuerpo ha generado reacciones autoinmunes que me produjeron parálisis a los 15 años, como ya mencioné, a los 23 años y la última vez se manifestó en un paro cardiaco. Mi aprendizaje ha sido percatarme que el trabajo no es la vida. Si bien el oficio del teatro siempre se vincula a todo porque está vinculado a tu contexto y debes estar lúcido acerca de cómo vivimos para hablar de la vida, separas los espacios que dedicas a otras cosas.
Usualmente intentamos tomarnos los fines de semana y los feriados. Hay un fin de semana largo pronto e iré a ver a mis papás porque viven muy lejos y sé que no los veré en 3 meses más. Sin embargo, los fines de semana acostumbramos a trabajar ya que somos el divertimiento de otras personas. Por Santiago OFF, tenemos funciones en distintas comunas o estamos en terreno. La estructura normal de fin de semana que consiste en salir o estar acostado todo el día es poco usual y difícil de lograr, pero cuando podemos hacerlo, lo hacemos. Si trabajamos sábado y domingo, intentamos darnos el lunes libre para mantener la calidad de vida en la organización. Los fines de semana también prestas espacio de tu vida para otros proyectos o para ensayos con la compañía. La gente suele tener varios días de descanso, pero nosotros tenemos estas fisuras en las rutinas que nos entregan ratos de ocio. Puedes entrar a las 11 de la mañana o a las 12 del día, la gracia está en que posees esta libertad. No significa que te despiertas tarde pues te levantas temprano de todas formas, sólo que haces cualquier actividad como ver el matinal, tomar desayuno o hacer trámites que generalmente no haces. Siempre trato de despertar a las 9, aunque tenga que hacer a las 12 o 1 de la tarde. Las vacaciones son distintas, ya que ocurren después de una gran carga de trabajo y no quieres ver a nadie. Implican una desconexión total.
La paternidad significó un estrés desde que era muy joven. Ingresé a la universidad siendo papá y fue súper difícil. Mis papás apañaron muchísimo, pero siempre tenía la sensación de que necesitaba dinero tanto para mí como para mi hija, así que el trabajo era una carga importante. Pensaba constantemente que ganaba poca plata y la mitad del sueldo la gastaba en un magíster. Tenía que cargarme de pegas, aceptar lo que me ofrecieran y ahí me dio el ataque al corazón. Recuerdo que era súper pobre, tenía pocas clases y realizaba el magíster de Dirección Teatral en la Universidad de Chile que era súper exigente, parecía un pregrado. Las clases se realizaban 4 días de la semana y había muestras todos los días. Por suerte, yo tenía alumnos que me ayudaban a generar puestas en escena todos los días, mientras que otros compañeros debían conseguirse actores. Era desgastante. Además, mantenía una relación problemática con mi cuerpo: me alimentaba mal y dormía poco. Evidentemente me iba a dar un paro cardiaco. Fue una época bien dura, sacrificada a tal punto que de verdad no tenía ni 100 pesos para comprarle un helado a mi hija. Ahí cambié mi paradigma y me percaté que lo importante es compatibilizar las distintas dimensiones de tu vida y no exigirse por dinero.
La idea del retiro no está presente. Estamos obligados a trabajar hasta que nos dé la cabeza, hasta que se nos olviden los textos. El Teatro es una carrera larga; no ves viejos retirados, nadie lo hace en el medio. Hay profesionales que actúan en televisión y ésta los retira, pero ellos siguen haciendo teatro, coaching en empresas u otras actividades. El retiro para mí es la muerte.
Existe una comprensión de las condiciones del oficio y la situación de los viejos. SIDARTE inauguró el año pasado una casa de acogida para actores y actrices financiada con fondos de la organización. Varios terminan solos y no tienen familiares que los cuiden, así que es una opción.
Mi nombre es Sebastián Santander, tengo 32 años. Mis ocupaciones son varias, pero todas del sector del libro y la lectura. Soy bibliotecario documentalista de profesión, tengo una especialización en Lectura, Escritura y Educación por FLACSO Argentina y ahora estoy estudiando un diplomado de Innovación. Soy un emprendedor, tengo una consultora que se llama Bibliotank y somos especialistas en promoción de la lectura. Ahí me dedico a hacer clubes de lectura, formación, seminarios, hemos trabajado en ferias. Por el ecosistema del libro rondamos bastante, en diferentes áreas.
El registro en la bitácora fue un poco caótico porque hago hartas cosas en la semana y, como soy bibliotecario, soy obsesivo, entonces quería que fuera bien detallado, bien específico. Si hacía 10 cosas, las 10 cosas pensaba escribirlas, pero me di cuenta de que no podía anotarlo todo, no podía. Entonces ahí traté de regular, aunque igual tiene hartas cosas. Traté de jugar un poco, pero no pude hacerlo mucho.
Uno parte quizás al principio jugando, pero después el tiempo también te quita un poco la posibilidad de disfrutarlo.
En la semana del registro mis tiempos de ocio y trabajo se distribuyeron pésimo. En general, trabajo mucho. Me gusta harto lo que hago entonces estoy mucho tiempo del día pensando en ello, incluso cuando ya no tengo nada que hacer es como “Oh, se me ocurrió una idea nueva, ya voy a empezar…”, y tomo notas. De alguna manera, estoy siempre trabajando, aunque esté viendo un documental porque estoy pensando “Ya, ¿y esto como lo puedo vincular? ¿Cómo saco algo de esto?”. A veces tengo que parar. Me llaman al orden mi socia o mi pareja que me dice “Ya, ya está. Toma un momento para detenerte y dejar de pensar en la pega”.
En general, mis tiempos de ocio están asociados a la pega porque para mí el club de lectura es un tiempo de ocio; es productivo, pero es de ocio. O sea, hay que armarlo, pensarlo, pero cuando estoy en un club yo soy alguien más de ahí, lo paso bien, quiero opinar, leo con ellos. No es que tienes que estar ahí en un evento fome, entregando lápices, sino que es mucho más entretenido. Además, todo lo que armo de trabajo, lo armo pensando también en el disfrute personal, entonces si hago un taller también lo paso bien en el taller y cuando no lo paso bien, lo hago forzado y se nota. Trato de no hacer eso. Mis otros tiempos de ocio son domésticos, como hacer las cosas, cocinar. Cocinar es un tiempo de ocio muy rico porque ahí no puedo estar escribiendo. Incluso si va a ver una película, anotas en el celular una idea, anotas un dato, en cambio cuando estás cocinando, tienes las manos ocupadas, no puedes.
Creo que cocinar es el tiempo de ocio más real que tengo, una hora y media sin hacer nada. También escucho podcasts, eso lo hago harto. Es una forma de desconectarme porque me pierdo un poco en lo que cuenta la gente del podcast. Me subo a la micro, me pongo los audífonos y estoy una hora escuchando el podcast. A veces estudio inglés y juego videojuegos.
Para organizar los tiempos soy obsesivo, tengo una práctica de orden. Tenía un Google Calendar, pero uno de Bibliotank, mi pega oficial, que hace poco me di cuenta de que lo estaba mezclando con mi vida personal. Decidí cambiar mi correo y hacer uno más formal para reemplazar el de la infancia, así que ahora tengo un correo de mi vida personal, de mis proyectos propios y un nuevo Calendar para eso. Agendo todo: hacerse exámenes, estudiar inglés, tomarse el remedio. El Calendar es todo y lo bueno es que puedes moverlo, no es como la agenda de papel en la que te equivocas. Entonces los domingos, en general, me siento con una agenda, tomo el Calendar y cotejo “Ya, ¿esto sí va? Sí, lo anoto” o “Ah, esto no es seguro, entonces no lo anoto en la agenda”. La agenda es lo más oficial por semana, pero lo hago por semana siempre. Siempre tengo agendas que sean abiertas o, a veces, un cuaderno lo transformo en agenda. El año que pasó tuve una agenda anual, muy de caballero, café, puntitas plateadas y también lo hacía así, una vez a la semana. Me ha pasado que hay tareas específicas que son muy cambiables y se mueven, se mueven, se mueven hasta que llega un punto donde uno dice “Oye, esto ya lo he movido 8 veces, hay que hacerlo”. También tengo una task-list de tareas específicas. De repente voy a salir y para no olvidarme anoto en esa lista “Ah, hay que comprar el remedio”.
He tratado de ordenar los tiempos de trabajo, más con horarios que con días. Por ejemplo, hasta las 6 de la tarde es trabajo de oficina y las tardes son para clubes de lectura u otras actividades. El sábado trato de estudiar, de leer, ir a la feria, pero en realidad no tengo una estructura de los tiempos. Me gustaría ordenarme más. Hubo un tiempo en que me lo propuse, cuando volví a estar fulltime en Bibliotank después haber trabajado en una biblioteca de la Universidad Católica. Este periodo me permitió repensar mis tiempos para el trabajo y, pese a que llevo un mes y medio, he tratado de dejar un día libre o partir más tarde para tomármelo con calma. Pero me ha costado, sobre todo porque estoy con cambio de casa.
El registro evidenció que mi tiempo de ocio es mula porque siempre es un ocio productivo de “Ya, voy a hacer algo de ocio, voy a jugar”, pero jugar en la micro camino a una reunión, no es tiempo de ocio real. También cuando voy en la micro voy escuchando un podcast que me sirve para mejorar el inglés, entonces todo tiene una función. Lo que más hago y disfruto, que es de ocio propiamente tal, es escuchar el Café con Nata, de la Natalia Valdebenito. Ahí me cago de la risa, hablan harto de política. Eso es entretenido, me saca del trabajo. Lo demás lo he dejado harto, incluso los juegos de video. Antes jugaba mucho, pero ya no engancho tanto. Y leer me ha costado caleta este año.
Yo creo que algo que cambió respecto de hace 10 años atrás es que agradezco poder manejar mi tiempo, aunque debería manejarlo mejor por mi tranquilidad, mi ocio. Esa semana pude reflexionar respecto de eso, que llevo 3 años con Bibliotank, y de esos 3 años, sólo este año trabajé 10 meses fulltime en otro lado. O sea, 2 años y medio he trabajado para mí mismo, y aún así no he logrado equilibrar el tiempo de ocio y el tiempo laboral. Hace una década trabajaba fulltime y hacía clubes de lectura, pero estaba en otra etapa. El peso que tiene el trabajo es distinto porque, a pesar de que ahora es más libre en términos de tiempo, tiene más densidad que antes. Antes podía perder la pega, buscaba otra y daba lo mismo que pudiera ser cualquier pega porque sabía que no iba a ser la mejor pega de la vida, pero estaba recién empezando. Ahora tengo la pega que yo me armé entonces es una doble responsabilidad. También tenía más tiempo de ocio y más personas con las que compartir esos momentos de ocio. Cuando nos juntamos con mi socia, terminamos hablando de pega; con mi pareja parece que no hacemos tantas cosas porque no tengo tiempo y, por lo mismo, me alega a veces. En cambio, hace 10 años salía harto a carretear, podía ir a bailar un miércoles y llegar a las 6 a la casa, salir a las 7 de la mañana a la pega, trabajar y hacer un club de lectura en la tarde. Ahora no, con suerte bailo hasta las 4 de la mañana y es como “Oh, me quiero ir, estoy cansado”. También la gente sale menos, están todos más ocupados en ser adultos. Deberíamos ocuparnos menos de ser adultos y pasarlo bien, se nos olvida salir más y hacer nada. Estamos pensando en solucionar el mundo, inventar cosas, pero hay tirarse en el pasto un rato. Antes hacía eso, estar en el pasto 4 horas, preguntar “¿Qué onda? ¿Y qué hacemos?” y responder “¡No sé!”. Ahora estoy sentado en el pasto en una reunión productiva donde nos preguntamos “Ya, ¿y qué vamos a hacer? ¿Cómo solucionamos esto?”.
Soy bien crítico de los cambios tecnológicos, del Black Mirror que tenemos siempre cerca. Es súper útil para tener la información oportuna, responder de manera efectiva, pero nos cuesta poner límites y los aparatos tampoco tienen límites porque uno tiene que desconectar el internet para que dejen operar. Sería entretenido ponerle al correo de Google “Oye, yo trabajo hasta las 6, así que no entren correos hasta mañana” porque, por ejemplo, si quieres jugar en línea te va a llegar el correo. Me gustaría decirle a Google “No me informes hasta mañana a las 9 de la mañana porque ahí empieza mi horario de trabajo”. Antes veía el correo una vez al día y uno trata de tener esa práctica, pero como soy independiente… Si alguien te escribe un correo para pedirte una cotización a las 7 de la tarde no pasa nada si respondes al otro día, nadie se murió, pero uno le pone color. Entonces yo creo que se profundiza, se estrecha la relación, pero también hay que tratar de poner límites y es súper difícil, súper difícil. Además, te impide generar espacios de creación, porque, por ejemplo, muchas veces respondes puros correos durante una jornada entera cuando tendrías que haber generado en una jornada dos ideas entretenidas. Podía ser de otra forma y el correo no te lo permitió porque al verlo está la necesidad de responder, de que no haya nada en la casilla. Pasa lo mismo con WhatsApp, lo revisas y piensas “Oh, tengo 40 Whatsapps, pero filo, no pasa nada” cuando igual te incomoda, te genera la sensación de que falta responder algo.
Creo que el trabajo ocupa un papel más importante del que debiera tener. Este año me he dado cuenta y he entrado en crisis emocionales por lo mismo. Me he dicho a mí mismo “Ya, esto es vital para mí, pero no es la vida”, he intentado alejarme un poco. A veces me he visto diciendo “Hueón, esto es lo que quiero hacer toda mi vida”, pero ¿quiero hacer esto toda mi vida? ¿Realmente diciéndolo en serio? ¿Realmente es tan importante que estoy dispuesto a discutir con alguien? Intento bajarme del pony, relajarme. Si es entretenido, que sea entretenido, pero a veces no se vuelve tanto. Uno le pone una densidad que sí, es importante, por eso mismo trabajo harto, pero no se acaba el mundo. Además, tengo un rollo con el trabajo a nivel personal. Es uno de los pocos espacios en los que puedo decir que siento seguridad, autoestima. O sea, si algo hago bien, es la pega. Puedo hacer todo lo demás mal, pero la pega la hago bien. Cuido ese nicho que finalmente es una armadura.
No siempre fue así. La búsqueda de la independencia de cierta manera me ha insuflado cierto poder porque nunca estuve cómodo en los espacios, según las personas, por ser millennial, pero a uno le dicen que es millennial por opinar, por ser crítico. Incluso en la Universidad Católica dejé de trabajar por lo mismo. Me echaron o no me renovaron el contrato, que es lo mismo, porque estaba siendo demasiado innovador para la universidad, y la universidad va muy lento y yo voy muy rápido. Entonces me dijeron que querían que volara y que buscara otros espacios, pero yo estaba ahí, hacía la pega y quería estar allí. Es como si me dijeran “No, lo que creemos es que tú no quieres” cuando si yo no quisiera, no estaría. Ese no entender que alguien sea busquilla, que tenga intereses en crear cosas, en vincular, en hacer la pega, está mal, es un perfil que desconoce el sistema. En estos 10 años he trabajado en más de diez lugares. He trabajado en la Universidad de Chile, en la Universidad Católica, en colegios, en la Biblioteca Recoleta Domínica, en universidades privadas, en colegios, en sistema público, en el Ministerio de Educación y en todos los lugares me pasó lo mismo, excepto en este último porque tuve una muy buena jefa que supo poner bien los límites y tenía criterios súper claros de lo que quería hacer. Me dejaba crear cuando tenía que crear y nunca fue con motivo de “Ya, que lo haga para que se entretenga después”.
En otros espacios la gente fue violenta, al nivel de “¿Cómo que vas a renuncias? ¿Qué te crees? ¿En serio me estás diciendo esto?”. Hubo un espacio donde me acusaron de sindicalista, en la Universidad Chile. A una amiga mía, que en ese entonces no lo era, la universidad le estaba pagando la mitad del sueldo con plata propia y la otra mitad con un Fondo del Libro. Cuando se acabó el fondo, ¡querían seguirle pagando esa mitad que pagaban por el mismo horario laboral! Mi amiga dijo “Ah, bueno” porque no tenía otra pega y yo le dije “Oye, ¡¿pero cómo?!”. Fue a alegar, mencionó que yo le había dicho eso y, en fin, me llamaron y me dijeron “Oye, ¿qué vienes tú a meterte?” a lo que respondí que no me parecía justo. Esa persona que llamó nuestra atención se jactaba de la responsabilidad social, ganaba millones, y quería pagarle a alguien 200 lucas por hacer una pega de especialista. Los rollos del trabajo me han permitido reflexionar y no querer hacer todas esas malas prácticas. Por lo mismo, es más denso el trabajo porque no es sólo trabajo, sino que, si trabajo con alguien, quiero ser responsable con esa persona, que se sienta bien, tener buen feedback, que pueda crecer.
Siento que no hay límites del trabajo porque es un espacio de creación tan rico. En el trabajo que tengo siempre puedo estar pensando en cosas, siempre tengo tiempo para crear una idea. He generado algunos mecanismos para hacer cosas con esas ideas y el registro es importante para mí en ese sentido. Cuando se me ocurre algo o recuerdo que tengo que hacer tal cosa, lo anoto para sacarlo de la mente, lo extraigo y no lo sigo pensando. Si no anoto esa idea, me obsesiono y estoy ahí todo el rato. Entonces estoy carreteando, se me ocurre algo, anoto la idea, la guardo y ya, quedó ahí. Mi preocupación, como cualquier persona que piensa ideas, es que se te vaya a olvidar y después vas a decir “Puta, ¿de qué hueá que me acordé el otro día?”. He leído un poco sobre el tema y es una buena técnica porque muchas veces, si vuelves a leer la idea después y no te acuerdas qué era, entonces no era una buena idea. Si la lees y dices “¿En qué estaba pensando?”, no era una idea tan valiosa, pero si la vuelves a leer y sigue prendiendo en ti, hay que explorarla. Eso ocurre en ese espacio de trabajo y creación, no en la cama antes de dormir con tu pare al lado mirándote con cara de “Oye, ya para”.
Hay muchos aspectos de mi trabajo que son importantes para la conformación de mi identidad. Bibliotank nace, su antecedente más prehistórico por nombrarlo de alguna forma, cuando hice un club de lectura y diversidad sexual. Yo era activista gay en una organización y me di cuenta de que en mi carrera, en Bibliotecología, había un espacio para el activismo. También estaba estudiando temas como el edupunk y el bibliopunk, que estaban pasando en España, y que se referían a cómo desarmar los modelos actuales de biblioteca y abrirlos de mejor forma. Bueno, fui a un club de lectura que era sobre erotismo y en la primera sesión pregunté “Oye, pero esto es sólo erotismo heterosexual. ¿Es el único erotismo que existe?”. El monitor, que es mi amigo ahora, me preguntó “¿Cómo? No entiendo” y yo le respondí “Sí, porque la homosexualidad también tiene erotismo”. Él me dijo él “Ah, es que no pensé en eso”. Le comenté que, si uno va a hablar de erotismo, hay más erotismos aparte del heterosexual a lo que me dijo “Pucha, no lo pensé, y si tú tienes alguna idea, hazla acá. Te prestamos el espacio”. A partir de esta experiencia, decidí hacer un club de lectura, lo armé y partimos en junio. Justo a mediados del segundo semestre de ese año, hicieron un encuentro de mi carrera en la facultad. Vino un profesor de la Universidad de Salamanca, José Frías, que también era activista. Le contaron que estaba haciendo un club, me lo presentaron y me dijo “Qué bacán que estés haciendo eso”. Ahí le encontré más sentido a lo que hacía. Hablamos de activismo, pero no sólo de un activismo desde la identidad gay, sino de un activismo desde la profesión, de desarmar las estructuras añejas que te enseñan en Bibliotecología, sobre todo en Chile, en beneficio de lo que importa de verdad: las personas. Entonces eso ha compuesto a Bibliotank desde todos los aspectos, todo lo que hacemos tiene ese enfoque. Por ejemplo, ahora nos pidieron un club proyecto sobre pueblos originarios y nosotros planteamos: “Ya, pero ¿qué son los pueblos originarios para ustedes? ¿A quién están interpelando? ¿Podemos hablar de pueblos originarios desde acá o vamos a caricaturizar a esos pueblos originarios?” Si es así, nosotros no nos queremos sumar o nos sumamos invitando a la reflexión. Sentimos que había que definirlo porque no es justo, es colonialista decir “Oye, es que son así y así”. En general, puedes hacerlo con los clientes bacanes y los espacios en que trabajamos. Lo piensas, mandas propuestas, tienes reuniones, te lo cuestionas y es súper agradable. Hay otros con los que no hay feeling, no les entran las reflexiones. Así que finalmente nos quedamos con los que más reflexionan.
Un trabajo bien hecho tiene una planificación y un diagnóstico certero. Yo creo que es clave un “¿Para qué lo estoy haciendo?” porque para mucho en mi área que se hacen cosas por hacer nomás, ni siquiera con un proyecto detrás. Te dicen “Oye, hagamos un club”. Ya, pero ¿para qué lo estás haciendo? Por lo general, ese “Para qué” es “Para promover la lectura” y no puede ser. Si alguien te dice “Nosotros hacemos teatro para hacer teatro” es como “¡No!”. Cuando preguntan para qué es el teatro puedes decir porque es político, porque incide, porque permite cuestionarnos cosas. El sentido de lo que haces debe responder a las necesidades de las comunidades en las que estás trabajando, pero de manera sistemática, con una programación. No puede ser a tontas y a locas. Ojalá sean proyectos a un mediano plazo, porque si no, no impacta.
Los factores externos que legitiman mi trabajo o certifican que está bien hecho, en primera instancia, creo que son los mismos, sólo que los diría al revés. En este caso, las audiencias que son receptoras de los proyectos de manera natural lo agradecen. El otro día me pasó que terminamos un club de distopías y una chiquilla se sentó al lado mío en el bar donde fuimos a celebrar el cierre. Se sentó y me dijo “Seba, ¿Qué onda tú? ¿Qué es Bibliotank?”. Le conté un poco de que trataba y me dijo “Oye, gracias. Sabes que andaba buscando hace rato espacios para compartir con gente que pensara cosas que a mí me gusta pensar y reflexionar, aunque no estemos de acuerdo. Qué rico que hagan esto”. También me preguntó “Pero ¿qué ganas tú?” y yo le decía “Esto, ¿cachai? Este club es gratuito, el monitor lo hace gratis, la gente viene gratis, pero lo que tú estás diciendo es ganancia”. El club es un espacio que le permite a las personas reflexionar con otros y muchas veces no están de acuerdo, pero igual aplauden y yo creo que cuesta caleta que eso pase en esta sociedad. Ese es uno de los factores que dicen que nuestro trabajo está bien hecho y un segundo, es la sistematización. Nosotros terminamos con un informe de resultados y siempre pedimos una reunión de evaluación conjunta con la contraparte para que nos digan lo que faltó. Así aplicamos mejoras. Al principio, cuando uno parte, te duele todo, sientes que te destruyeron, pero después es más fácil integrarlas porque, además, muchas de esas cosas ya las habías visto. Nos damos cuenta de que nos equivocamos por lo que en la reunión no estamos tan perdidos. Yo creo que quienes legitiman que nuestro trabajo está bien hecho es la voz de la contraparte, los usuarios y los clientes, que son los que participan y los que pagan.
Sobre el éxito, yo creo que Bibliotank es una experiencia exitosa. Este año he tomado más el peso de las cosas que hemos hecho, he empezado a sentirme más exitoso, a pesar de que yo mismo no me lo creo muchas veces. La gente me dice “Seba, en serio, ¿qué onda?”, porque a mí me cuesta verlo. Hemos estado más de 2 años y medio sustentándonos solamente con los proyectos que hacemos, trabajamos en un nicho que es súper chico y lo hemos logrado de todas formas. Si lo pienso es como “Estamos logrando algo” porque Bibliotank ha permitido mantener a dos personas y es un proyecto que hace más de la mitad de las actividades gratis. Yo creo que el éxito, si profundizo en esta idea, es abrazar lo que uno logra. A mí me pasa que me cuesta visualizar las cosas logradas, siempre quiero más y siempre pienso en lo que nos falta, soy muy crítico. Por el contrario, el fracaso es resfriarse, es no poder pararse un día y dejar de hacer lo que tenías planificado. Cada vez que me pasa eso, me siento fracasado. Vivo el fracaso día a día, particularmente cuando no cumplo objetivos chicos. Mi socia es mejor en visibilizar el balance entre las cosas buenas y malas, ella me puede decir “Seba, cometimos este error y este error, pero logramos esto y esto. ¿Por qué no ves que logramos esto en vez de autoflagelarte por los errores que no son sustanciales? Los errores pasan y van a ocurrir esos u otros”. Me cuesta lidiar con esos errores, aunque sean pequeños. Me pregunto “¿Por qué? Íbamos tan bien”.
El trabajo y el dinero se han relacionado mal en mi experiencia. Me gusta experimentar y hacer muchas cosas gratis, por lo mismo, a veces se me olvida monetizar. Por ejemplo, nos pasa que enero, febrero y marzo son meses súper difíciles porque no hay pegas. Si estuviéramos pensando en el dinero, podríamos haberlo equilibrado mejor, pero finalmente llegamos a la conclusión de que no elegimos esto para ganar plata, o sea, sí para sobrevivir, para pagar el arriendo, pero no somos ingenieros en minas, sabemos que nuestro leitmotiv no es la plata. Entonces hay un equilibrio. Además, es cuático porque en nuestro medio las cosas que haces, todo lo que es gratis para nosotros es una inversión de ganancia: generas comunidades que después asisten a tus actividades, fidelizas clientes, visibilizas lo que estás haciendo, posicionas una marca. Si no hubiéramos tenido en este periodo ninguna pega, desaparece Bibliotank. Hay cosas que estamos haciendo porque creemos también que son medios de divulgación.
Mis condiciones laborales modelan mis tiempos de trabajo y ocio porque al ser independiente, soy mi propio jefe. Soy un jefe duro, trabajólico.
Los momentos de ocio son escuchar podcasts y caminar. Después de un día laboral me gusta caminar una hora, una hora y media hasta mi casa, escuchando un podcast. Ese es un momento de ocio rico. También ir a la feria, a la Vega, caminando relajado. Caminar es un tiempo de ocio bacán, me gusta harto. En ocasiones veo series en Netflix con mi pareja. Creo que es bueno tener un partner que te ayude a tener momentos de ocio. Este año me pasó caleta con mi pololo actúa que me llamaba mucho al ocio, como “Oye, ¿te tinca si hacemos unas pizzas?” y yo “¡Dale!” o llegaba a la casa, me preguntaba cómo había sido mi día y me proponía que vierámos una película, diciéndome “Deja el trabajo afuera, por favor”. Si me iba a poner a trabajar, me comentaba “Hueón, estás en la casa, hagamos otra cosa”. Eso fue bacán. Si no fuera así, me habría costado mucho más el ocio.
Mis amigos tienen un rol importante en el ocio, pero este año algunos estuvieron fuera del país. Una de mis mejores amigas viajó caleta, entonces no salí tanto. Ahora recién estamos encontrándonos. No tengo tantos espacios para generar amistades. En los clubes conozco gente, pero hay una distancia porque “son personas que van a los clubes”. Hay gente que me gustaría conocer, pero intento mantenerlo bajo control. Los chiquillos me dicen “Oye, después del club vamos a tomarnos algo” o te vas caminando con ellos al metro. Te motivan, te escriben, te mandan cosas con un “Oye Seba, mira este evento”.
Tengo conocimientos previos sobre el ocio porque en la universidad me enseñaron sobre el “ocio”, el “ocio productivo” y un montón de otros conocimientos challas, pero para mí el ocio es el tiempo de dedicarse a uno mismo por uno mismo, no para otro. Me pasa mucho que confundo eso. Por ejemplo, “Ya, voy a estudiar inglés” y obviamente no es sólo para mí porque voy a certificarlo. Detrás siempre hay algo productivo, “capitalista”, de “Voy a sacar plata”. Si te gusta mucho el arte, tomas un curso y certificas ese conocimiento porque puede tener un fin. No es ocio puro. Ocio es estar tirado un rato, haciendo cualquier cosa que no te implique producir. Yo creo que eso es un ocio más natural, más rico.
En la sociedad actual yo creo que el ocio no tiene ningún valor. No hay valor para el ocio, porque como dije, es falso. Es un ocio falso. Por ejemplo, si te compraste un abono para el Teatro Municipal, tienes que ir, aunque no quieras porque lo pagaste. Haces cosas que parecen ocio, pero es medio obligado. Además, en el mundo en el que vivimos te obligan a mostrar ocio. Tienes que ser productivo, pero también mostrar ocio. La gente se termina sacando fotos en la playa, diciendo “Oh, es una escapada” cuando pudiste haber estado en la casa, tirado de guata todo el día y no pasa nada. Yo creo que hay que quitarle el peso a eso. Además, la percepción del tiempo cambió caleta. Antes, para juntarte con alguien, decías “Juntémonos a tal hora” y te juntabas a esa hora porque si no tenías que tener $100 para buscar un teléfono público. Antes era difícil tener un plan telefónico, no es como ahora que todos tienen. Ahora avisas por WhatsApp y siempre se corre todo, siempre hay una fluidez del tiempo, es como si el tiempo se estuviera cayendo. No vale lo mismo, siempre hay un margen y creo que pasa harto en Chile. Cuando estuve en México o en Buenos Aires no era así, tienen un respeto muy diferente por el tiempo. Acá sabemos que 15-30 minutos más o menos es el tiempo de demora que tenemos los chilenos para las actividades que hacemos. Es inevitable, siempre llegan en ese rango de atraso.
El mundo en que trabajo el ocio se valora poco porque los que somos independientes estamos dedicados a producir. “En casa de herrero, cuchillo de palo” como dicen. Trabajamos para propiciar el ocio, pero nos cuesta hacernos los propios tiempos de ocio. Estamos haciéndole el ocio a los demás.
Yo creo que hay una relación social entre enfermedad y ocio. Estás en un peak de trabajo, dejas de trabajar, empiezas a tener tiempo de ocio y te enfermas. Tu cuerpo reacciona, te dice “Oye, qué onda” y te bajan las defensas literalmente. Conozco hartos amigos que les pasa lo mismo: te dan crisis, te da vértigo porque estás en un peak de estrés tan alto, que paras y el cuerpo dice “¿Qué onda?”, casi dopado. Siempre me pasa que paro de trabajar y me enfermo, me resfrío. Para mí es terrible enfermarme porque me atraso en cosas y significa que tengo que reagendar para hacerlas otro día. Uno gana flexibilidad con el tiempo, pero igual es un día perdido.
Los feriados ni los fines de semana son sagrados, para nada. Quizás el domingo es el día que respeto, como que uno lo cuida más. Si es que uno tiene plata se toma vacaciones, pero si hay pega, hay que trabajar porque no tienes sueldo fijo.
Me gusta la idea de la paternidad, siento que sería un gran papá. Estimularía caleta a mis hijos a pensar, a reflexionar, a escribir, a ser consciente, o quizás no porque uno piensa esto ahora, ¿pero después? Pero tampoco me gustaría, en mi caso, el rollo de comprar un hijo in vitro porque hay tanto cabro, soy consciente de eso. ¿Qué tan egoísta es o qué tan logro de una checklist vital es tener hijos? Si quiero tener un hijo sólo para tener un hijo, no me parece. Si el rollo es que hay alguien que necesita que lo cuiden y puedo apoyar ese cuidado, bacán, pero no al revés. No espero que sea como “Necesito que él esté acá para yo sentir que estoy logrando algo”. Yo creo que la crianza de un niño me calmaría un poco, en términos del tiempo que dedico al trabajo. Aunque también sería ultra prendido, una paternidad muy activa. Intentaría no ser de esos padres que dicen “Ah, ¡este cabro!” y que los dejan viendo tele. Tendría un Calendar de cosas con mi hijo, para mirar pajaritos y jugar con tierra. Anotaría “A tal hora voy a la reunión porque tengo que jugar con tierra en la mañana”. Me imagino con el cabro chico para allá y para acá, todo el rato. Sería un multi-papá.
Hoy lo primero que pienso sobre el retiro es “Me importa una huea” porque es tan falso todo el sistema de AFPs. He estado pensando en un modelo que una vez un caballero viejito me comentó, que era la posibilidad de ahorrar plata mensual. Es decir, de mi propia plata voy a ahorrar 100 lucas mensuales y así de aquí hasta que me retire voy a tener un fondo para sustentarme y poder manejar cuando quiera. De todas formas, me gustaría poder tener insumos de Bibliotank. En algún momento esto va a ir creciendo y voy a tener plata porque se va a repartir entre los directores, eso espero que pase. Para eso estoy metiéndole fichas y trabajo harto, para transformarlo en un modelo sustentable.
Mi nombre es Alejandro Aldea y tengo 34 años. Estudié Literatura Inglesa y Filosofía de manera paralela en la Universidad Católica porque era la única que tenía un programa de carreras paralelas. Después estudié un programa de cine en Dinamarca y posteriormente volví. Trabajé en cosas vinculadas a la disciplina e ingresé a un Magíster en Artes Visuales en la Universidad de Chile, del que también me titulé. Ese es mi marco académico, mi carrera disciplinar.
Por otra parte, en relación con lo que he desarrollado, cuando volví de Dinamarca siempre trabajé en cosas audiovisuales o a veces referidas al teatro, por lo general haciendo cosas técnicas. Conocí gente al volver que me invitaron a participar en un par de proyectos de este tipo. En Dinamarca trabajé escribiendo guiones más que nada y textos propios de carácter más autodidacta. Antes, mientras estudiaba literatura y filosofía, tenía vinculación con el arte a través de la música que era mi formación desde chico por mis padres.
Sin embargo, dedicarme a armar proyectos grandes y de manera constante ocurrió estudiando en Dinamarca, de ahí hacia adelante, más o menos desde el año 2009.
Una vez que terminé el magíster he trabajado más apatronado, realizando cosas audiovisuales técnicas y al mismo tiempo en mis ratos libres me dedico a mi obra, a mis proyectos personales. Al finalizar el magíster en el 2014 armé una cooperativa de la que participo actualmente y que va a cumplir cuatro años. La intención era armar un espacio horizontal, asambleario que no funcionara bajo algunos criterios que operan en el arte, tales como el criterio de la calidad, la reputación, la jerarquía o tener que introducir la obra en el mercado transable para mantener la creación. La cooperativa ha andado súper bien hasta el día de hoy y básicamente derivé todo mi trabajo a ese espacio. En un principio participaba en otros proyectos y aparte trabajaba en ese espacio, pero después por una decisión personal, sostenida en el propósito de poder consolidar la cooperativa, me puse una regla a mí mismo de no aceptar más proyectos ajenos, sino tratar de hacerlos converger en la cooperativa. Si alguien quería hacer algo yo decía: “Sí, yo soy parte de esta cooperativa, podemos hacerlo desde ahí”.
Los cooperadores, miembros o socios de la cooperativa no necesariamente comparten esta política, es más bien personal. Hay gente que tiene casi todos sus proyectos por fuera de la cooperativa; su relación con el espacio viene desde otro lado. Por ejemplo, está Max que escribe poesía y publica, pero nunca ha convergido, no ha llevado ese desarrollo del trabajo al espacio de la cooperativa. Su vínculo es político, por otras cosas.
El ejercicio de la bitácora fue relativamente sencillo porque era sentarme al final de la jornada y escribir. Hubo ciertos detalles que me produjeron algún tipo de contrariedad, aunque los resolví más tarde. Por ejemplo, yo funciono con colores porque cuando escribo en Excel las actividades que realizo las marco con colores para ver inmediatamente cómo se viene la cosa. Tampoco tenía lápices de colores para suplir esa falta, así que les puse “t” a los momentos de trabajo, “o” a los de ocio. Era una manera de revisar para atrás y observarme.
A partir de mi experiencia, noté que las líneas entre ocio y trabajo eran súper difusas. Hay actividades que de repente llamaba trabajo de una manera cualitativa, pero en términos estrictos era exactamente la misma cosa que había realizado en otro momento y a la que me había referido como un espacio de ocio por otro motivo. No recuerdo exactamente la situación con la que me pasó, pero pasa que a veces considero una fase de un proyecto como trabajo, mientras que otra fase la experimento como ocio. En las etapas iniciales, cuando se te vienen las ideas lo relaciono más con el juego y, las que siguen, las asocio más con la construcción, con otro tipo de categorías. En otras palabras, cuando un proyecto ha avanzado se torna más operativo, sólo hay que ejecutar, no obstante, si ese proyecto está comenzando posee una dimensión más lúdica y siempre está la posibilidad de dejarlo. Yo no vivo de mi obra y, por lo tanto, no necesariamente tengo que hacer un proyecto al año o tengo que estar trabajando en algo, o estar pensando en un catálogo, lo que sea. No estoy pensando todo el rato en términos productivos. Mi obra se basa más en la libertad de las cosas que se me ocurren, de los intereses que aparecen también. En ese sentido, puedo estar muy embalado con un proyecto y a los dos días abandonarlo. Entonces yo lo veo como un espacio más lúdico.
Al pasar uno a otra fase del proyecto, ya se convence y tiene que darle materia: que pase de una idea a algo concreto y que básicamente termine en una existencia objetiva. Ahí siento que se asemeja más al trabajo; el resto son ideas que no considero como obras porque no existen. Sí existe cuando está finalizada. Quizás no como se te ocurrió ni como querías ni como la intencionaste, pero está terminada. Quizás por esta misma idea siento que las fases posteriores son más cercanas al trabajo porque trato de no dejar a medias las cosas que parto. Aunque no me guste mucho, termino y pienso en el próximo proyecto o digo: “Fin, se acabó la cosa”.
La bitácora la terminaba de escribir en la noche en mi casa, ahí realizaba un recuento de lo que había pasado en el día. Mis días transcurren mayoritariamente en tres espacios muy definidos: la cooperativa, la pega y mi casa. Incluso mis fines de semana transcurren entre la cooperativa y mi casa, algo que me he percatado que debería quebrar, debería buscar otros espacios. Me pasa que comer, trabajar o tener una vida íntima en el mismo lugar arruina un poco ese espacio mismo. Creo que es bueno tener ciertos hábitos y espacios específicos para ellos: un espacio de la casa para sentarse en el escritorio a leer o a trabajar, un espacio de la habitación para hacer otras cosas, lo mismo en el espacio de la cocina o el comedor. Si tienes un patio también. Eso no quiere decir que sea tan estricto con los espacios y las actividades, pero me pasa, por ejemplo, que ir a la biblioteca a trabajar me hace un poco afilar el cuchillo. La cooperativa es un espacio mucho más caótico en ese sentido, es decir, nosotros ahí carreteamos, la pasamos bien, trabajamos, conversamos, resolvemos problemas, estamos en contacto con los vecinos. Todo el rato hay movimiento desde distintos lados. Muchas veces me cuesta trabajar por lo mismo. Sin embargo, hay ciertos momentos, por ejemplo, el domingo es un lugar en que no hay nadie y nadie va a llegar, es un lugar que no tiene nada que ver con un jueves.
Para mí trabajo es sentarme a hacer aquello que decidí hacer y para lo que me puse un plazo, puede ser tanto un proyecto o lo que sea en verdad.
Empecé a usar Excel como una herramienta para administrar mi tiempo aproximadamente en el 2005 cuando comencé a hacer las carreras paralelas. En esa época me acuerdo de que era scout, estaba pololeando, tenía una banda, estudiaba dos carreras, en resumen, estaba haciendo muchas cosas. Me di cuenta inmediatamente que no podía abarcarlas todas, así que debía hacer algo para ordenarme. Ahí armé el Excel, que es básicamente una agenda con ese formato. Entonces ponía los días y las cosas que tenía que hacer. Fue un sistema muy funcional porque podía organizar mis tiempos súper bien, especialmente los de la universidad. Dado que saqué las carreras en seis años, tuve que tomar quince ramos cuyos horarios topaban. Hablé con los profesores de esas asignaturas y me programaba para estudiar las cosas que me estaba perdiendo. Me funcionó y básicamente como fue funcional, lo mantuve. En este Excel no sólo consideré las actividades académicas o laborales, sino que también la vida social. Me di cuenta de que incluirla era un apoyo auxiliar para tener menos cosas en la cabeza y emplear ese espacio mental para otras cosas. Si alguien me decía: “Oye, juntémonos”, yo decía: “Ya, ¿qué día?”, lo anotaba y no me preocupaba más, excepto al principio de cada día. Me levantaba, leía el diario, hacía las cosas que debía hacer en la mañana y veía lo que tenía que realizar ese día y en la semana. Entonces no tenía que preocuparme de estar pensando o acordándome de cosas, pero obviamente si se pierde el documento no sé con quién me tengo que juntar o qué hacer. Tiene sus pros y sus contras.
Hace diez años probablemente estaba haciendo menos cosas. En el 2009 estaba en Dinamarca, pero si hubiese sido previo a eso, si hubiese estado en la universidad sería un registro completamente distinto. En la universidad tienes una vida que orbita en torno a ese espacio, está todo ahí: carreteabas ahí, estudiabas en la biblioteca, el patio… Es un mundo que se da naturalmente. En el Excel de esa época muchas cosas tenían el color de la universidad y había pocas de otros colores. Ahora mi Excel tiene muchos colores y la cooperativa vendría a ser el centro gravitatorio.
En este tiempo me impactó el mundo que se abrió en algún minuto con la tecnología. He conocido a gente en las redes sociales, personas que te agregan a Facebook o que te siguen en Twitter. Así conoces gente que de otra manera no hubieras conocido probablemente y te mantendrías en tus círculos cercanos. Pero más allá de esto, yo creo que me afectó mucho más dejar de leer diarios en la mañana. Antes leía todos los diarios en la mañana, lo hice por años: El Mercurio, La Tercera, La Segunda, Las Últimas Noticias, El Desconcierto, después el Mostrador. Leía todos los diarios en la mañana hasta que un día una amiga me dijo: “Oye, quizás te haría mejor no hacerlo”. Pero no porque tuviera un problema, sino porque ya no lo estaba haciendo. Despertaba y leía todos los diarios mientras preparaba el desayuno, previo a salir. Ahora ya no hago esto, realizo otro tipo de cosas. Quizás lo reemplacé con las redes sociales, pues en lugar de leer los diarios e informarme de esas fuentes, veo los memes que están publicando en el momento. Cambié la fuente cultural, por así decirlo.
Consumo hartas noticias a través de Twitter porque ahí también están los diarios. Uno sabe cuándo hay una noticia de prevalencia mayor o coyunturas porque todo el mundo habla de ellas. Facebook es para poder mantener cierto contacto con gente con quien no tengo ningún contacto, o sea, mis amigos de Dinamarca. No hablo nunca con ellos, pero si es que quisiera llegar a hablarles está ese canal de comunicación abierto. Si lo cierro perdería el contacto o no podría estar informado sobre si están bien. Instagram funciona quizás un poco de esa manera, la gente comparte sus cosas bajo formatos similares. Yo utilizo las redes sociales como herramientas para vincularme socialmente más que para mostrar las cosas que hago.
Trabajar es fundamental para mí en un sentido vinculado a lo ético. No quiero decir político porque va a sonar muy chamullento, pero creo que no hay nada mejor que poder entrar en la categoría de trabajador porque es estar en movimiento, hacer, crear cosas en todo sentido.
Además, creo que tiene que ver con la personalidad. Por ejemplo, en mi familia lo relaciono mucho con mi hermana o con mi hermano que son personas trabajadoras sin que mis padres nos hayan predispuesto a esto. Nos gusta valernos por nuestros propios medios, somos personas con altos niveles de energía, nos gusta estar haciendo cosas. No somos muy buenos para el hedonismo por así decirlo, aunque es una manera extraña de ponerlo porque encontramos placer en eso mismo, en trabajar constantemente, llenarnos de cosas por hacer, armar nuevos proyectos o ayudar a gente para que hagan sus cosas.
Para mí el trabajo es vender comida en la calle, escribir una película, hacer una cuestión de artes visuales, es lo mismo. No es un tema de motivación, sino de lo bueno que es estar haciendo. Primero no hay nada y después hay algo, aunque ese algo sea cualquier cosa. Eso es motivante.
Siempre me he preguntado la importancia que posee el trabajo para mí en términos identitarios y no sé si tengo una respuesta. En general me rebelo ante la idea de que la gente es lo que hace naturalmente. Siento que caí un poco en esa matriz de vinculación o producción subjetiva, pero el problema que tiene mi opinión -en mi experiencia- es que alieno las condiciones o formas de ser de las personas bajo ese paraguas de lo que hacen. Creo que vivimos en una sociedad que define a una persona por lo que hace, su éxito, los resabios de lo que hace. En pocas palabras, si le va bien o mal. En la misma línea, también valoras o no a una persona a partir de si es un científico, un músico, un empleado cualquiera en un box, antes de tener en cuenta si es una persona generosa, considerada o atenta. Hay mucha gente que se basa en la admiración, por ejemplo, que encuentro que es una cosa que da miedo y es nefasta, pero sobre todo que da miedo. Es una matriz de vinculación y de producción súper complicada, pilla, artera y que opera a priori, o sea, de antemano prefigura ciertas posibilidades. Alguien que trabaja en el McDonald’s es un buen ejemplo porque inmediatamente muestra sólo posibilidades de clase en primer lugar, pero después no define nada más. No te dice si es una persona inteligente o tonta, una persona trabajadora o no. A mí me sorprende que vivimos pensando que lo que te define es más un asunto de qué es lo que haces. No es que las personas tengan mayor valor, no creo que sea una cuestión ética, es más bien verlos en términos equivalentes. Espero que lo que hago no me defina en absoluto.
En el arte creo que opera la lógica de que lo que haces te define porque la autoría deviene marca. Te defines según tu éxito en el mercado, el respeto de tus pares, tus notas en la universidad, tu capacidad de autogestionar tu propia movida, tu cuento. Para mí no tiene sentido porque en el fondo es una paradoja absurda: lo único que estás haciendo es crear las propias condiciones para que tu sacada de chucha sea más fuerte. Cada vez que logras estar más arriba significa que tienes que mantenerte en ese nivel porque de otra forma la caída de hocico es peor nomás. Y pasa que la gente colapsa: cuando logra tener un estatus a través del esfuerzo sin que nadie les diera nada durante la próxima hora sienten una presión, una autoexigencia que es destructiva porque tienen que volver a demostrar a los demás algo y, por tanto, eso también define su trabajo. Se van a la segura, siguen haciendo lo mismo, se reprimen o empiezan a tratar de hacer algo similar por el miedo.
Creo que hice bien un trabajo desde un criterio procesual. Ojalá trabajar en proyectos que no tengan la exigencia de hacer una entrega en una fecha, eso a veces ayuda más. También tiene la dificultad de que puedes extenderlo para siempre hasta terminarlo, pero yo creo que lo más importante es poder estar 100% enchufado mientras lo haces. Si no resulta, al menos tienes la tranquilidad de que diste el 100% cuando tenías que sentarte a hacerlo y lo hiciste. Le diste una vuelta, de repente no lo encuentras, le diste otra vuelta, pero te das tiempo hasta que aparece algo y vuelves a repensarlo. En ocasiones hay cosas que son un bodrio, pero te ríes no más porque piensas: “Sí, hice todo lo que pude hacer y después no me funcionó, pero aprendí algo de eso y lo puedo hacer para la próxima. Lo pasé bien”. O sea, es un goce del proceso mismo, siempre. En palabras simples, quizás el indicador sería poder disfrutar mientras lo haces. Si pierdes ese sentir de estar disfrutando lo que estás haciendo por un éxito posterior o la venia de los demás es más complicado. Yo nunca he estado en esa posición.
No reparo en las ideas de éxito o fracaso porque cuando se acaba un proyecto estoy pensando en el próximo proyecto simplemente, en qué otra cosa me gustaría hacer. Quizás se contradice con mi gusto por el proceso, pero en términos futbolísticos sería así: mientras estás jugando el partido buenísimo, pero se acaba el partido, viene la celebración con la copa y ya estás pensando en el próximo partido. No me interesan los laureles y no me he tenido que autoconvencer al respecto, tengo la suerte de que naturalmente nunca me interesara. Por ejemplo, tocaba piano cuando chico y hacía conciertos, pero lo que menos me importaban eran estos eventos. Lo que más me gustaba era estar en la casa tocando piano e ir a los conciertos era una lata. Tampoco era que me comía la presión ni nada, era la lata de ir y que la gente se te acercara a hablarte. Para mí era “OK, muchas gracias”, pero no me contribuye en nada.
No tengo mucha relación con el fracaso porque no pienso mucho en qué piensa la gente ni nada. Obviamente es buenísimo cuando la gente dice “Me gustó” y te cuentan el porqué, puedes aprender algo de eso. Piensas: “Oh, no había visto que lo que hice va por ese lado”. Es interesante. Cuando alguien te dice “Oye, no me gusta tu cuestión” y preguntas “¿Por qué?” de repente te dicen cualquier cosa, da lo mismo, pero también te dicen cosas interesantes. Es bueno porque vas aprendiendo y puedes cosechar de esas ideas. Quizás, en términos amplios, el “sentido del fracaso” lo experimenté en Dinamarca. Cuando estaba estudiando allá yo me quería quedar, me sentía muy cómodo. Hice un proyecto al que le fue súper bien, era un guion para una serie. Lo agarró un productor y me dijo “Perfecto, esto es muy bueno para una serie, trabajemos”, todo esto para un canal similar al TVN. Yo estaba embaladísimo, pero no funcionó lo de mi visa así que no tenían cómo contratarme. Al final trataron de “comprármelo”, que yo no dejara ninguna estela de que había sido mío. Ahí yo dije: “Ni cagando”. Me acuerdo de que al principio decía “Me quedo acá, lo hacemos, buenísimo” y después me dijeron: “Te lo compramos, pero no puedes estar ni siquiera en los créditos, nos das esta cuestión y te damos la plata no más”.
Fue un muy buen aprendizaje porque cuando volví tuve que garzonear, tuve que volver a cero, sin nada. Había noches que estaba encerrado en una pieza enana, diciendo: “Puta, podría estar tan cómodo ahora”, pero a la vez había una parte de mí que pensaba que todo estaba bien. Obviamente ahora encuentro que fue una buena bifurcación. Podría considerarse un fracaso, una decepción, pero también tiene que ver con las expectativas que uno tiene que, en ese momento, estaban vinculadas con quedarme allá, no con la intención de ser reconocido. Tengo esa cuestión de que por mí pasar piola y ser nadie, esa es la mejor vida posible: hacer tus cosas libremente y pasarlo bien haciéndolas. Algunas van a salir bien, vas a estar contento, otras van a salir mal, y a futuro, las que pensaste que estaban buenas no son tan buenas, y las que están malas quizás son buenas.
El surgimiento de la cooperativa era para poder trabajar en un espacio que compatibilizara con mi rollo, aunque no es que naturalmente haya llegado y entrado con el decálogo de reglas. Entonces la intención inicial era generar un espacio para personas que quisieran trabajar colaborativamente y ayudarse mutuamente a desarrollar sus ideas y proyectos. Ahí también nos dimos cuenta de que eso sólo era posible si funcionábamos a partir de no creer en un criterio de calidad, es decir, no restarse de cooperar porque no te gusta y no era tu onda. La cooperativa no se basa en “Oh, este proyecto lo encuentro malísimo”, sino que es más bien: “Oh, voy a ayudar a que una persona se exprese y pueda desarrollar algo que quiere hacer”. Por un lado, puedes restarte porque no te parece el proyecto bajo un criterio artístico, pero también está el lado del gusto. Están entremezclados, pero no es lo mismo. Te puede no gustar, puedes no entender y filo, vas a ayudar a que la cuestión se haga. No es que no te interese lo que está haciendo el otro, más bien es tratar de hacerlo mejor y si aún no lo entiendes, está todo bien.
Hemos realizado varios proyectos con la cooperativa, como libros o exposiciones de artes visuales. Si bien inicialmente nuestra dinámica era como señalé, el trabajo colaborativo es tan constante y continuo. Es muy extraño que alguien no sintonice con el grupo porque también hay otros tipos de vínculos entre las personas. No se trata sólo de conocernos, ya que cuando hay una persona nueva también se genera esa vinculación. Hay un espacio físico, un trabajo de años, hay una emoción de poder, de que algo nuevo se pueda hacer no más. Eso supera la lógica de si te gusta o no, es un aprendizaje para uno, es entretenido hacer algo diferente.
En este minuto hay dos almas en la cooperativa. Muchas veces pasa que terminamos todos en una o simplemente hay diferencias, y esto está bien. No es que sean dos almas sobre este tema, hay múltiples temas, pero en relación a este hay dos grupos: quienes creen que vivir de su arte es una posibilidad y les gustaría, entendiendo y problematizando a los que no creemos en eso, como cuáles son los costos de esa vida; y los que creen -yo estoy más en esta- que tenemos que generar un espacio de autogestión y supervivencia externo para poder hacer nuestro arte en completa libertad y eventualmente no transarlo. La idea es compartirlo, exhibirlo, distribuirlo, pero mediante ningún tipo de necesidad económica. Entonces lo que se nos ha ocurrido es, por ejemplo, poner una pizzería. Es un plan que propuse a mediano plazo. En el barrio en que está la cooperativa hay una plaza y la idea es poner allí la pizzería. Actualmente ya vendemos pizza, hacemos autogestión todos los sábados. Nos queda buena, llevamos años haciéndolo. Pensamos que podría funcionar si lo hacemos constantemente, vendiendo de lunes a domingo, y haciendo turnos, aprovechando que somos hartos.
Si fuese el caso, dejaría mi pega actual y viviría de la comida. También nos gustaría generar un espacio buena onda que sea para tomar con la idea de que, en ese mismo lugar, después de terminar los turnos podamos trabajar en los proyectos y eventualmente estaría todo relacionado. No vamos a tener un sueldo de millonarios, pero podremos vivir el día a día haciendo eso si funciona y poder dedicarnos a la producción artística en los horarios libres. Se podría generar un sistema de transición en el que tienes personas que inmediatamente están viviendo de lo que se genera, otros que están en vías y otros que pueden estar haciendo ambas. Eso es matemáticamente posible y yo creo que es una opción. Siempre he pensado que mucha gente lo hace así, es decir, no vende su obra, sino que vende su técnica. Así tienen un cierto espacio de libertad y autonomía para no depender del mercado y todo el problema que se genera a partir de la mercantilización de la obra.
La idea es hacer, como te digo, otra fuente laborar que te reporte básicamente tiempo, pero no es sólo una fuente de labor que esté disociada de tu actividad, sino que esté conectada de alguna manera. Si nosotros ponemos una pizzería, sería la pizzería de la cooperativa y como la cooperativa hace cosas artísticas podríamos hacer cosas de arte en la pizzería, vincularnos en el mismo barrio que tenemos, podemos hacer de todo. Pero claro, es una fuente laboral más que un proyecto.
Mi trabajo actual no necesariamente subvenciona mi trabajo artístico. Me da herramientas constantemente o afila mi cabeza para cosas que después puedo utilizar. No lo hago como una subvención. Si me librara de las necesidades económicas, por ejemplo, si me ganara el Kino, de todas formas, estaría haciendo comida. No me dedicaría a hacer arte desde un espacio tan cómodo. Trataría de hacer cosas productivas para mantenerme afilado, para hacer cosas. Obviamente no trabajaría explotado ni en horarios horribles, pero haría cosas que me pusieran los pies en la tierra. Si no tuviera necesidades materiales igual estaría generando un valor para otras personas, no de un modo asistencialista eso sí.
El sentido del trabajo, como señalé antes, tiene que ver con no disociarme de la realidad, es fundamental. No obstante, esto también se relaciona con cómo yo siento el arte. En nuestra fase histórica el arte es un privilegio, poder hacerlo es un ultra privilegio, entendiendo privilegio en el sentido de que puedes tener harta pila, harto interés, harta motivación y dar con los espacios para crear o pensar. Yo estuve trabajando en horario de oficina en un escritorio por dos años y, aun así, era buenísimo porque mi hora de almuerzo la usaba para hacer algo. Siempre puedes estar haciendo algo, escribiendo ideas, siempre puedes sacrificar un tiempito, pero ese “siempre puedes” depende muchas veces de tus posibilidades, de tu pila, de mil cosas.
Estuve en pegas que eran mecánicas, como mover papeles todo el rato, e igual estás pensando. Puede que estés en la nube todo el rato, asociando ideas, tener unas más creativas, pero eso es privilegio. Hacer arte en el mundo actual es un privilegio.
La decisión de dejar esos trabajos y pasar a ser freelance fue debido a la oportunidad de hacer clases en la universidad. La jornada completa de mi trabajo anterior me impedía hacer otras actividades, no era compatible. También fue por una cuestión de ser busquilla, de hacer otra cosa diferente, y hacer clases en la universidad en ese minuto era interesante. Le dije a mi jefe: “Voy a renunciar, pero puedo seguir haciendo la misma pega porque, en verdad, mucho tiempo del que estoy sentado, estoy calentando el asiento”. En ese tiempo leía, hacía cosas, me mantenía súper entretenido. Nunca fue un peso estar ahí, como una cárcel. Tu cabeza te la llevas a otros lados y no creo que sea tan terrible. Obviamente estar sentado en una oficina es toda una cuestión, debe ser terrible, pero pones música y no lo es tanto. Yo nunca lo consideré tan terrible.
Pude hacer clases, lo que me llevó a poder dedicarle más tiempo a otras cosas y también que mi cuerpo estuviese en otros lugares. En la cooperativa estuve haciendo más turno, tratando de aportar desde ahí. Pero si me preguntas, no me siento mejor y no me siento más tranquilo. No me siento más cómodo porque puedo levantarme después de las 9 de la mañana, me siento peor. Antes tenía una seguridad: tienes un contrario, sabes que el próximo mes te van a pagar. En este momento esas cosas pueden desaparecer. Ahora tengo un contrato para septiembre, pero me vuelve un poquito loco. Septiembre va a llegar rápidamente y de ahí nunca se sabe. En ese espacio de comodidad si me querían echar me iban a pagar una buena plata, aunque no lo pensaba en esos términos tampoco. Más bien pensaba: “Estoy seguro acá, hago bien la pega, la gente está contenta con lo que hago, todo bien. Me puedo quedar acá, llego un día y si no hay nada que hacer llevo un libro, puedo leer, puedo escribir, puedo hacer lo que quería”. No era dueño de mi tiempo porque debía cumplir horario, pero sí era dueño de mis vacaciones, harto más que ahora. Me iba con las vacaciones pagadas, podía pedir cuatro semanas consecutivas. En cambio, ahora tengo que ajetrearme las vacaciones, llevarme el computador, pensar que mi jefe me va a llamar porque necesita una cuestión. En este sentido, mis últimas vacaciones fueron en mi trabajo antiguo, cuando tenía vacaciones pagadas y podía desconectarme absolutamente. No tuve que trabajar en el verano. Ahora es un sentido de la precariedad absoluto.
En la bitácora anoté como actividades de ocio meterme a YouTube y ver entrevistas y análisis de fútbol. Eso es ocio. El fútbol no es sólo ese ocio de poder ir a un picnic a tomar cerveza, sabiendo que no tienes nada que hacer cuando llegues a la casa o al otro día. Es un ocio que está muy arraigado en tu propia identidad; si dejas de hacerlo sientes que te falta algo, que pierdes un poco de lo que eres. No tiene ningún tipo de productividad, es hacerse un “nanai” a uno mismo. Me pasa que el fútbol, ir al estadio son ciertas cosas que tienen una continuidad en el tiempo y si dejo de hacerlas me afecta harto.
Otro ejemplo es la lectura de un libro, puedo sentarme una tarde y leer. Si dejo de hacerlo y no me doy el tiempo para eso, obviamente me afecta porque es algo que me gusta. También te mantiene la cabeza afilada, te da ciertas herramientas o te mantiene productivo en un sentido. Ahora si me preguntan si el ocio es siempre productivo, ¿en qué sentido el estadio es productivo? Me llena de alegría, me renueva y no sé si eso es productivo. Irse de vacaciones también es ocio. Te despiertas y piensas: “¿Qué voy a hacer hoy día? No tengo ni un plan. Ya, vamos a ver…”. En términos binarios de ocio-trabajo, ¿qué sería ver fútbol un domingo? ¿Qué huevada es más rica que esa? Cualquier partido, ver un partido de Asia, África y ver fútbol, eso no más. El hecho de poder hacerlo te reporta algo que también te define, cuando dejas de hacerlo te sientes mal, es como: “Hoy me gustaría hacer esto y no tengo tiempo para hacerlo”. Yo creo que quién eres está vinculado a esas cosas. Entonces si no las haces es perderte de alguna manera… Esas cosas no las reemplazas por otras como ir a escalar si nunca has escalado, la reemplazas por lo mismo que está más asociado con el trabajo que con otras cuestiones.
Cuando eres ordenado puedes proteger los tiempos de ocio de las restantes actividades, pero es una cuestión que escapa al poder cuadricularlo, de esa sensación de poder decir “sí, hoy voy a hacer otra cosa” distinta a la que aparece en el plan de Excel. En realidad, decidir ser cero productivo un día e ir a una plaza a echarme en el pasto lo hago muy pocas veces. De hecho, lo he pensado harto a partir de mis últimas vacaciones que de repente estás cuatro días libres, vuelves a Santiago y sientes que pasaron dos semanas. Te das cuenta de que esos son los tiempos que puedes aprovechar para hacer esas cosas. Por ejemplo, si ordenas tus actividades para desconectarte un fin de semana largo, puedes volver como una persona nueva, renovadísima. Sin expectativas, sin planes, sólo desconectarse no más y volver a conectarse a la vuelta.
Los tiempos de ocio los asocio más a actividades solitarias. Me pasa que al hacer cosas con otras personas entras en dinámicas que ya conoces más o menos, lo que te resta libertad en ese sentido, vas menos dispuesto a la sorpresa. En los viajes se generan estas situaciones, nunca estás solo, estás con más gente. Yo creo que relacionadas al ocio está el fútbol o curarme de guata en el pasto, ese nivel de curadera. No me refiero a carretear en la noche, tomar una cerveza y si te da sueño quedarte dormido con la cerveza encima para despertarte 15 minutos después. La lectura no la asocio tanto con el ocio, salvo cuando son cosas que no están planeadas, que te dieron ganas de leer. La lectura está medianamente sistematizada en mi vida entonces no la veo como ocio. Es similar a ejercitarse, a sacar músculo. Hacer ejercicio físico puede considerarse ocio, pero yo no lo entiendo así. Comer bien, por ejemplo, tampoco encuentro que sea ocio. Es algo rico, placentero, que te hace bien y que te prepara para estar funcionando bien. En este sentido, leer es lo mismo para mí. Lo que te metes a la cabeza es lo mismo que te metes a la guata y, por tanto, da lo mismo si es rico, bueno o mano, es como estar comiendo constantemente, probando cosas, asociando cuestiones, conociendo cosas que no conocías. No sé si definirlo como ocio, aunque tampoco lo definiría como trabajo porque no lo hago con un fin determinado. Lo haces porque también es placentero, pero creo que funciona en otra dimensión.
No siento culpas respecto a las experiencias de ocio. Por ejemplo, algo que he dejado de hacer y que me gusta mucho, que tenía automatizado cuando estaba en la universidad era salir a bailar, a carretear. Ese espacio es exquisito, estás moviéndote físicamente, escuchando música, con otra gente… Al otro día puedes estar encañado, pero no es un espacio de culpa. Lo disfruto no más, no tengo ningún problema con eso.
En la sociedad actual yo creo que el ocio está sobre valorado o, más bien, mal posicionado en el sentido de que el ideal que promueve la sociedad contemporánea es trabajar lo menos posible, es decir, vivir de la acumulación generada por otras personas y tener más tiempo para cosas no productivas. Esa es la promesa de la PYME, la promesa del empresario, la promesa de generar un sustento que te pueda dar plata en la cuenta corriente y que tú te puedas dedica a andar en yate, comprarte cosas, casas, autos, hacer otras cuestiones, cosas que no tienen relación directa con tu trabajo per se como generar una app, por ejemplo. La intención es darle el palo al gato y poder vivir de ese palo al gato, más que el hecho de trabajar todos los días. Por lo tanto, el trabajo parece más un medio para llegar al fin de poder estar ociosamente en un limbo constante.
Si bien las tecnologías de automatización o el incremento tecnológico anunciaban la liberación del trabajo y el aumento de las horas de ocio, no fue así. Pero yo creo que cada vez que se ha creído que el avance tecnológico tiene la respuesta, extrañamente esa promesa constante ha caído en empeorar las condiciones. No hay ningún sentido de que hoy en día haya gente muriéndose de enfermedades si están las vacunas. Tenemos la tecnología y todos sabemos cómo solucionarlas. Eso es una disposición política que obviamente tiene que ver con la estructura económica en la que vivimos. No tiene que ver con que necesariamente la moneda caiga siempre de ese lado, sino que todo ese desarrollo está capitalizado por muy pocos y que la situación está armada para que así siga siempre.
Los años que viví en Dinamarca me percaté de primera mano que es una realidad realmente distinta. Las horas laborales no son tan terribles, la gente trabaja en cualquier cosa. Les da lo mismo en que trabajar porque con eso pueden pagar un arriendo, pueden vivir bien, tienen todos los servicios, la red de seguridad social asegurada. Aun así, no le encuentran el sentido a la vida: tienen altas tasas de suicidios, altos niveles de alcoholismo. Puede ser por fuentes naturales -como la poca luz-, pero creo que se debe a que ellos están en el mismo sistema de nosotros. El nuestro es más exacerbado que su sistema, ellos están más regulados que el nuestro, pero es el mismo sistema el que provee una pérdida de sentido.
Las protestas de los estudiantes de arquitectura me hacen sentido, pero lo que más me hace sentido es el hecho de que estamos llegando a un momento en el que las personas se organizan, colectivizan su sentir y hacen una cuestión concreta y real, se hacen cargo. Si alguien lo hubiese conversado antes, si lo hubiéramos conversado entre amigos probablemente en nuestra generación nos hubiéramos culpado a nosotros mismos. De hecho, estoy seguro de que mucha gente los critica y dice: “Ah, ¿esto? Huevón, ¿qué es esto?”.
Yo creo que, ante las condiciones actuales de trabajo, las exigencias que uno mismo se pone y el invento de la individualidad que hace más compleja esta situación, la pregunta clave es: “¿Qué es lo que a ti te hace sentido?”. No es un ejemplo muy bueno porque fracasó ese sistema, pero en la URSS se intentó imponer un sistema que era como: “Usted vaya al pueblo no sé cuánto, toque el timbre y el Estado le va a pagar una cuestión en la que a usted le pueda ir bien”. Entonces tú sabes que alguien tiene que ir a tocar el timbre y que estás haciendo una contribución social para los demás, y puede que no te haga ningún sentido esa pega ni que te sientas enamorado de lo que haces, pero, desde el otro lado, tiene un sentido de manera colectiva. A nivel individual te preguntas en qué te gustaría trabajar, qué es lo que a ti te gusta y lo traducen inmediatamente en una posibilidad laboral como, por ejemplo, “Yo por mí si fuera libre me dedicaría a cantar y sería bacán”, pero no sé. ¿Cómo puedes asociar algo que sea una contribución social real, productiva, que te dé las condiciones materiales para vivir bien y, por tanto, para dedicar tu tiempo a hacer cualquier cosa? Ahí también se quiebra el hecho de entender el arte como un trabajo.
Actualmente las vacaciones, los feriados o los fines de semana no he podido vivenciarlos como me gustaría que fueran, como un paréntesis. Un de las cosas que tengo en la cabeza es empezar a generar la posibilidad de vivenciarlos de esa manera. No poseer este espacio significa no estar disponible para poder generar otro tipo de experiencias. Por ejemplo, no es casualidad que con todas las cosas que yo hago sea difícil vincularme con tener una pareja. Antes yo pensaba “No, no me interesa”, pero ese pensamiento está arraigado en mi estructura de trabajo, en mi forma de vivir el día a día y la semana, si lo ponemos en esos términos. Entonces una cosa está relacionada con la otra por los dos lados: el hecho de que yo no tenga fines de semana de ese tipo hace que yo cree una cierta manera de ser, una determinada forma. Si yo genero ese espacio es muy probable que empiece a darse otra subjetividad. Por lo tanto, es algo que tengo muy pendiente.
No me hace mucho sentido que los días del fin de semana sean los mismos que los de la semana, para mí. Me hace sentido poder salir de vacaciones y darme cuenta en mi cuerpo, no en mi cabeza. Por algo existen las vacaciones, las inventaron. Aunque uno siempre está trabajando de alguna manera si estás vinculado con el arte o con actividades creativas. Hay una cosa que ves, la relacionas con otra, la anotas en un papelito y eso no quiere decir que estés trabajando, pero nunca vas a estar desconectada.
En el caso de la enfermedad, yo me permito descansar porque me enfermo muy poco, pero me afecta mucho. Me pego en el dedo gordo y me quiero matar, me siento deprimido inmediatamente porque no puedo hacer las cosas que siempre hago. La enfermedad me pega fuerte entonces, por ejemplo, si me da fiebre me quiero morir porque había cosas que quería hacer y no podré. De todas formas, cuando me siento mal lo asumo, no es como que sigo pensando que estoy bien porque obviamente la enfermedad y la indisposición física uno no las considera en nada, todos los días despiertas y piensas que tu cuerpo va a funcionar. Si un día amaneces mal se fue todo a la mierda no más. Entonces no me relaciono para nada con ese espacio y creo que es lo peor cuando te recuperas. Te das cuenta de que tienes un ritmo que está dando ciertos requisitos básicos y en realidad no están ahí, nunca están de manera segura.
Me imagino que si llego a tener la experiencia de la paternidad significa de alguna manera meterlo con un color al Excel, por supuesto. Seguramente mi Excel se teñiría de ese color, pero a lo que me refiero es que tienes que integrar un proyecto, tener un hijo es un proyecto. No significa imponerle nada al niño o a la niña, sino que es generar una disponibilidad de tiempo que se traduce en sacar cosas, dejar de hacer ciertas actividades. Si no organizas esa posibilidad finalmente no tienes tiempo y te dedicas a las mismas cosas que antes, pero no puede ser, tienes que verlo como algo que lo que debes darle tiempo. Ser padre es abrir una experiencia gigante que debe ser bacán, más difícil que la mierda, pero entretenida.
La jubilación o el retiro es una situación muy difícil de imaginar cuando haces cosas creativas, si es que vives o crees que puedes vivir de eso eventualmente. Yo creo que esa estructura está basa en la explotación; el trabajo es como una cuestión que te explota de la que finalmente te puedes retirar y librarte. También se condice con el hecho de que estás más viejo y ya no eres útil. El retiro no lo veo tanto como llegar a un momento en que tenga un ingreso de mi trabajo previamente acumulado, sino más de poder seguir haciendo lo mismo. Y si eventualmente no tengo las capacidades mentales y físicas lo más barato es... Huevón, agarrar una pistola, o tirarse de un risco, o pedirle a un amigo que te envenene, no sé.
No me imagino el retirarse de la vida, la vida es como todas las experiencias al mismo tiempo. Entonces, ¿cómo es eso de retirarse? ¿Vas a vivir con un chal viendo televisión? No tiene ni un sentido. Si no puedes hacer esas cosas, te reinventas y si no te puedes reinventar, ¿vas a seguir viviendo porque sí? Me quiero matar cuando no puedo usar mi pulgar, imagínate me despierto todos los días sabiendo que soy un viejo y que hay gente que tiene que perder su tiempo en preocuparse por mí. Pásenme la cicuta y se acabó. ¿Para qué extender las cosas?