Me llamo Josefina González, tengo 35 años. Yo estudié, o sea, de profesión soy artista visual con mención en pintura. Estudié Bellas Artes en la Universidad Arcis en los últimos años en que la carrera se llamaba Bellas Artes. Después pasó a llamarse Cultura Visual, una herencia medio española de ahora donde los estudios sobre las artes son intermediales y con todo este tema del internet. Bueno, yo estuve en el último año de Bellas Artes y me alegro porque me gustaba más esa carrera que la de Cultura Visual. Antes de eso había estudiado cine, dos años, en la Escuela de Cine. Después hice un diplomado de cine en película análoga mientras iba de oyente a clases de artes para saber si me quería cambiar y después me cambié. Cuando egresé estuve media perdida harto tiempo. Yo era muy matea en la Universidad, tenía beca de excelencia académica y estaba muy metida en el tema, pero cuando salí me dio un bajón y dejé de producir un poco.
Actualmente me dedico principalmente a la escritura y la música. Mientras estudiaba Arte tuve la oportunidad de actuar dos veces en teatro de manera profesional y varias veces en cine, cosa que hago hasta ahora. Este año voy a volver a hacer eso: escribí una obra de teatro que se púbico como libro, hace un año exacto, o sea a fines de enero de 2018, y ahora se va a montar. Un director que era amigo mío la agarró, empezamos a ensayar y de repente se me vino todo encima y estrenamos en junio. Hay sala y todo. Así que este año vuelvo a ese mundo de las tablas. La obra se llama “Cómo cuidar de un pato”, que publiqué como libro con la editorial Overol.
En general, soy bien desordenada con el tema de las platas. Mientras estaba media perdida, mi papá justo había puesto una empresa de producción audiovisual de la que soy socia del 5% y hacía unos trabajos con él. Algunos los hago sola, más que nada pega de diseño. A veces de redes sociales. Ahora estoy en plena rendición, atrasada por lo demás, de un Fondo del Libro con el que viajé a México. También, una gran parte del año pasado, me llevaba un poco de platita por unos fanzines que yo hice. Ocasionalmente, como una vez al año, me salen algunas pegas de actriz. Soy bien freelance en ese sentido. Esta situación ha cambiado con el tiempo, pero nada de lo que hago financieramente es constante, excepto las pegas con mi papá que tampoco son muchas. En verdad no sé como lo hago económicamente.
Me fue bien con la bitácora. Pensé que me iba a ir mejor, que iba a ocupar todo el cuaderno y ocupé la mitad exacta. Primero, quería hacerla muy ordenada, escribí con una letra perfecta y después escribí con un lápiz que no me gustó tanto y quedó más desordenada. Después la rayó la hija de mi pololo, todo el rato pasan cosas así. Está muy sucia pero eso me gusta. En la semana que hice la bitácora tenía dos gatos; uno se murió, así que ya no está. Pero también me pisaba todo el rato la bitácora, así que está bastante cochina. Pensé que me iba a costar menos registrar las actividades, pero me costó bastante ordenar, anotarlas. Me costaba mucho la parte de efectos percibidos, no sabía muy bien qué poner. Me di cuenta de que mis actividades no están tan definidas como “De tal hora a tal hora hago tal cosa”, que es lo que en otras épocas de mi vida estaba más definido. Por ejemplo, los lunes iba a clases de danza entonces eso me ordenaba el día porque tenía que organizar el tiempo para alcanzar a hacer todo. Ahora que trabajo mucho más en la casa me ha costado separarlo en actividades porque resulta que trabajo una hora y después una hora hago otra cosa, después vuelvo al computador una hora y una hora hago otra cosa. Es intermitente. Entonces me ha costado ese orden, excepto algunas actividades más puntuales, por ejemplo, ensayos o un taller al que fui de dramaturgia de Santiago a Mil. Es muy fácil anotar eso, pero a los trabajos de casa, sola, en el computador, le ponía una hora aproximada porque es muy intermitente.
Pese a que es así, me di cuenta de que me gustaría que esas actividades empezaran y terminaran de manera más concreta. De hecho, estoy con todo el plan 2019 de ordenar más los horarios, que es lo que hice un tiempo en que estaba yendo a clases de danza y de canto. Me obligaba a estar una hora y media diaria concentrada en una pura actividad, me programaba mentalmente para esa concentración. Es algo que perdí un poco y quiero recuperar.
Los factores externos, como las clases y cosas así, contribuyen a ordenarme, pero las redes sociales y la vida social real a veces me desordenan mucho. Hablábamos de eso con el Alejandro, mi pololo, porque hay un montón de veces que anoto que hago pausas para comer y ver internet, todo el tiempo. Estoy todo el tiempo retroalimentando mi internet, hago un montón de cosas en internet y también trabajo con el asunto, entonces ese límite esta súper difuso. Lo único que me molesta es que me interrumpe el tiempo de lectura. Antes era súper lectora y ahora, si estoy leyendo, cada veinte minutos vengo a ver si alguien me escribió porque si no respondo de inmediato queda la cagada y eso me molesta. Eso es una interrupción, siento que necesito programar horas de lectura.
Hace 10 años habría sido distinta la bitácora porque estaba estudiando en la universidad y yo dedicaba todo mi tiempo a eso. Estaba viviendo sola, así dedicaba mi tiempo a eso en la semana y el fin de semana trabajaba de doble de Blanca Nieves en una agencia de actos para niños, nos poníamos un disfraz. Después trabajaba en algunas filmaciones. Ese fue el año que mi papá armó la empresa parece.
Trato de ordenarme y disciplinarme en general para lograr hacer todo lo que quiero, pero me doy cuenta de que hay cosas que no se pueden forzar. Yo puedo decir "me voy a sentar ahora una hora de reloj a escribir" y trato de hacer esas cosas, pero el material que ocupo en ese momento para partir escribiendo son cosas que he ido anotando durante todo el día, no en horarios programados. Por ejemplo, vienen unos amigos en la tarde a tomar cerveza, conversamos y todo el rato estoy anotando cosas. Entonces ya tengo una metodología de hacer las cosas, incluso para las canciones y para todo, estoy anotando ideas todo el rato. Tengo un chat conmigo misma, también me mando mails, pero uso más el chat, aunque no tanto las notas de voz. Antes las ocupaba un montón hasta que se me perdió una vez un celular con miles y quedé traumatizada. Entonces no puede ser una sin la otra, o sea, yo no podría tener todo mi tiempo normado porque no tendría material que ordenar cuando estoy en el momento normado. A mí me funciona ese sistema. Yo me divierto haciendo, me divierto escribiendo. En la noche escribo escuchando música, sin editar, sin ninguna pretensión, tomándome una cerveza, un cigarro y después en horarios más de mañana me obligo a sentarme a editar. No es la única manera, pero me sirve obligarme, comprometerme con un medio a entregar columnas semanales. Tengo que ponerme presiones externas. Si no lo hago me pasa lo que me pasó hace algunos años, que acumulé miles de papeles que nunca pasé en limpio y que aún están en mi ex casa. Me encantaba escribir, pero nunca era capaz de editarlo ni ordenarlo.
No soporto tener que empezar a editar, pero una vez que empiezo es fácil, fluye. Obviamente encuentro una satisfacción que antes estaba media trabada, pero el momento de sentarme lo pospongo lo más que puedo: “No, tengo que ir a la feria”, después “Tengo que ir a comprar una tontera”, “El filtro del filtrador de agua”, “El antiparasitario del gato que le toca en un mes” … Cualquier excusa para no hacerlo.
El internet me dispersa, pero el tema es que lo ocupo todo el rato para googlear cosas que me interesan y que después ocupo para escribir como noticias antiguas de las que me acuerdo. Todos los días, todo el tiempo estoy googleando cosas que me acuerdo y que ocupo para escribir. Estoy robando cosas de noticias siempre. Entonces, no es que me meta, por ejemplo, a jugar Candy Crush, sino que estoy todo el tiempo sacando pantallazos de noticias y cosas que después tengo que trabajar. Si no las tuviera -va a sonar medio engrupido-, es escribir sin estar escribiendo. Todo el día parto registrando las cosas que me van pasando o que voy pensando, todo el tiempo, incluso cuando me despierto en la mitad de la noche. Yo sé que eso está muy mal para mi salud mental, pero un montón de veces me meto al celular, me pongo a leer cosas, cosas que me hacen despertar más, historias de crímenes de las que me acordé durmiendo, y así voy guardando pantallazos. Eso no lo debería hacer, por salud mental, pero igual lo hago.
Justo en la bitácora anoté un día en que hice full aseo: "Aspirar, barrear, trapear, hacer camas". Es un día que me volví loca, aspirando, limpiando todo, limpiando la pared. Ahí puse "Objetivos: Mejorar salud mental, tener limpio", "Efecto percibido: No hay sentimiento de culpa ni aburrimiento porque hace rato no hacía aseo". “Sentimiento de culpa” suena raro, pero a veces cuando estoy lavando la loza es como "Puta, quiero terminar rápido de hacer esto porque quiero hacer mis cosas, quiero ir a perder mi tiempo de manera valiosa". Ese día hice solo aseo hasta como las tres de la tarde y después solo computador.
En otra parte puse "Photoshop de pega", eso lo hago al tiro para dejarlo listo. También escribí "Difusión de entrevistas y próxima fecha musical. Difundir tocatas y difundir entrevistas, coordinar posibles fechas en el sur. Avanzo rápido, me distraigo hacia el final con noticias y memes, tomo nota, todo sirve. Ambas actividades se ven constantemente interrumpidas por mis tres gatos". Tenía tres en ese momento. Se sentaban sobre el computador y yo pensaba "Ya, no puedo seguir trabajando" o estaba barriendo y se metían adentro de la pala, entonces me quedaba jugando y regaloneando con los gatos.
También anoté "Es usual que los lunes los pase en la casa". Eso me gusta hacer. El lunes es como día laboral, me gusta estar en la casa y ahí siento el peso del lunes. Siempre avanzo harto en orden, de todo tipo. Después agregué “Paso parte del tiempo del computador leyendo noticias, viendo memes o curiosidades varias, esto lo hago siempre". Tengo un chat conmigo misma, eso me divierte mucho. Nunca siento que estas dispersiones sean una pérdida de tiempo, muy por el contrario.
Al día siguiente -la bitácora es una semana media- tuve justo una pega en el Pedagógico. Tuve que ir a coordinar la grabación porque el chico que iba a grabar era la primera vez que lo hacía y eso fue muy pega, entonces anoté "trabajo". No está relacionado directamente a mi trabajo, pero sí a plata y a proyecciones laborales porque la idea es que si aprueban el proyecto hay pega hasta diciembre. Lo pasé muy bien haciendo ese trabajo, me reí mucho, y después ese mismo día en la tarde tenía que ensayar para una fecha que tenía el sábado. Puse "Ensayo musical, actividad muy importante y significativa". Esa actividad era más importante para mí que la otra, pero puse la siguiente descripción "Un poco desconcentrada, aun así, me obligo a seguir, me divierto igual".
También trabajé en el computador el martes, todos los días ando con el computador. De hecho, fui de vacaciones y me lo llevé. Es muy ridículo porque estaba en la mitad de la nada sin Wi-Fi, sin nada e igual estaba en el computador. Tenía que escribir una columna. Ese martes también escribí "Difusión de fechas, coordinación de otras fechas en el sur. Veo noticias y cosas curiosas antes de ensayar, almuerzo con amigos incluyendo larga conversación sobre actualidad y planes. Ensayo debería haber sido más largo".
Esta semana es relativamente ideal porque en la mañana tengo actividades no tan temprano, tipo de 11.00 a 14:00 horas, que es una hora ideal para tener actividades externas y así, después en la tarde, hacer mis cosas más distendidamente. Eso es para mí lo ideal. Yo me despierto temprano, aunque me acueste tarde. Me gusta despertarme temprano, prefiero levantarme temprano y dormir siesta.
El miércoles de esa semana fui a un taller de dramaturgia, organizado por LAB Escénico, que es la plataforma pedagógica del Santiago a Mil, con un dramaturgo, director y actor de Colombia que se llama Fabio Rubiano. Eso estuvo muy bueno, duró desde las 11.00 a las 14.00 horas. Los objetivos que aparecen en la bitácora eran obvios “Aprender nuevas estrategias de desarrollo y construcción de textos”. En el apartado de efectos percibidos anoté "Salgo motivada y con elementos nuevos de creación dramática". Salí muy motivada. Fui sola, pero había más gente, éramos 15 personas más o menos. Me encontré con una amiga muy cercana, de casualidad.
En la tarde tenía una reunión musical con compañeros de una banda en la que toco, que es mi segunda banda, que no es la mía, sino que es la de otro amigo en la que él compone y yo soy músico de su banda. También canto ahí. Antes de la reunión anoté en la bitácora "Duermo una larga siesta", "Tengo trabajo pendiente que no hago, trabajo fome" que es trabajo más de plata, que siempre es con Photoshop en internet. También escribí "Leve estrés por estas obligaciones pendientes” que era editar lo que había hecho en el Pedagógico, que mi amigo lo había lanzado ya, y la rendición del Fondo del Libro que todavía no termino y eso me causa estrés. Después en la tarde teníamos una reunión musical que básicamente fue algo muy relajado, o sea, comimos completos acá en la casa. El objetivo era “Organizar actividades de aquí a marzo con cooperativa musical" y la descripción fue "Buena reunión, acordamos fecha de grabación y revisamos pistas de lo que vamos a grabar". Finalmente, esa fecha de grabación no se concretó, pero se va a concretar ahora prontamente.
Los días que siguieron estaban generalmente así: una cosa en la mañana y cosas en la tarde en la casa, menos acotadas de tiempo. Este año yo creo que va a ser un poco más difícil porque voy a tener que co-animar un programa de radio que es de opinión y humor, todos los martes, a una hora fija, de 11.00 a 14.00 horas. Todos los lunes voy a estar publicando una columna nueva en una página que se llama “Es mi fiesta”, y voy a tener ensayos agendados en las tardes, creo que tres días a la semana, de la obra de teatro. Entonces eso va a determinar un poco como van a ser mis días. El resto del tiempo va a ser como es ahora mi tiempo de verano: yo en la casa, arrastrándome desde el computador hacia otra actividad, los gatos, la guitarra.
Un día de esos trabajé en el computador y al día siguiente acá en la casa. La bitácora dice "Objetivo: Terminar trabajos atrasados", "Efectos percibidos: Tedio, me aburro como una ostra. Logro avanzar tomando recreos para leer cosas chistosas y salir al patio". Si no lo hago, no avanzo en las pegas que no soporto hacer. Tengo que ir tomando recreos de internet o pararme y salir al patio y aunque no quiera los hago igual. Después en la tarde de ese día, la idea era hacer todo esto para tener un buen ensayo. Necesitábamos tener un buen ensayo para el sábado aquí en la casa, o sea, ese día estuve todo el día en la casa. Anoté "Día difícil, jueves me cuesta concentrarme en las pegas fomes, avanzo igual en lo mío. Difusión de la fecha del sábado, difusión de la entrevista que me hicieron en Disorder".
En otra página puse "Hago un video para la fecha del sábado, leo noticias y crítica cultural en internet". Me encanta leer noticias, siempre me meto a Twitter a leer noticias, todo el día. Otra actividad dice: “Almuerzo tarde, 17:00 horas, quisiera usar la tarde solo para ensayar y leer, pero me falta terminar la pega del video del pedagógico. Comienzo a leer El Arte y la Ciencia De No Hacer Nada”. Me lo regalaron a principios de diciembre, para mi cumpleaños y recién se me ocurrió leerlo para esta bitácora, muy ad hoc. El 5 de diciembre para mi cumpleaños me lo regaló mi pololo que vive conmigo acá. Me lo regaló y yo lo tenía medio abandonado, no lo había pescado, y este día que se me hacía difícil me acuerdo del libro y lo comienzo a leer. En la bitácora anoté "Libro baja considerablemente los niveles de ansiedad y estrés. Después le comento a mi psicólogo que estoy leyendo ese libro y me pide que se lo lleve”. En la tarde tuve ensayo que duró de 19.30 a 23.30 horas, 4 horas, que es un buen tiempo para un ensayo musical. En “Objetivos” puse “Muy importante" y en "Efectos percibidos”, “Muy bien, me doy cuenta de que debería ensayar más, muy buen ensayo, felicidad". Al final anoté "Ensayo lo mejor del día", ya muy prendida.
Me pasó que este día, el viernes de esta semana, yo tuve una leve crisis emocional, por decirlo de una manera. No anoté nada ese día. Tengo algunos problemas de ansiedad, pero desde hace mucho tiempo, desde los 21 años más o menos, que partieron como problemas de crisis de pánico y eso lo he ido sorteando de maneras distintas a lo largo de mi vida. Ahora no es un impedimento, pero ocasionalmente y justo esta semana tocó que ese viernes básicamente valía callampa. El sábado tenía hora al psicólogo. ¿O fue el viernes? Anoté que sábado, pero es muy raro que sea el sábado, aunque pudo ser sábado en la mañana. ¡Qué raro que haya sido un sábado! Tengo anotado acá todo. No, mentí, no era sábado, no sé por qué anoté eso. Bueno, eso demuestra el mal estado mental en el que estaba. El punto es que tuve psicólogo y no lo anoté, muy mala señal. No es la fecha correcta, pero de todas formas puse en “Objetivos/relación con tu vida laboral": "Sentirme mejor, mejorar. Manejar ansiedad, muy relacionado a lo laboral".
Ese sábado también anoté "Actividad: preparación de rutina de humor para el sábado". Me había comprometido a hacer una rutina de humor que antes había hecho en un matrimonio, pero no estaba muy convencida de hacerlo. Este día quería cancelar la fecha del sábado que era muy importante y al final lo preparé. Anoto el sábado -puta, que vergüenza, me quiero morir-: "Me sentí muy mal todo el día y tuve que tomar remedios. Iba todo relativamente bien hasta que -yo debí haber cancelado esa tocada, pero bueno-, hasta que después de la prueba de sonido me sentí mal de nuevo. Ando muy depresiva y con crisis de ansiedad terribles". Se me pasó por suerte, fue por un momento. Después sigue: "Tomé un poco de alcohol con mis amigos y compañeros de tocata”. La tocata es algo que considero laboral porque es raro que yo toque gratis últimamente, o sea, hace tiempo igual. En la bitácora agregué: “Cuando me tocó presentarme di el 20% para mis estándares, lo hice pésimo. Escribo esto el domingo con crisis vocacional absoluta y sintiendo que debo cambiar todo en mi vida". Me sentí pésimo todo ese día. La tocata fue el sábado en la noche. El sábado giró todo el día en torno a la tocata, o sea, almorcé y todo, pero no anoté más actividades que fueran significativas. Anoté que "Tengo crisis vocacional absoluta", cosa que, por supuesto, se me pasó rápidamente. Ya no tengo crisis vocacional, no podría hacer nada más que lo que hago.
El domingo en la noche ya estaba más recuperada, así que me dediqué a leer distintas cosas. En la bitácora puse: “Objetivos/relación con tu vida laboral: Muy importante, actividad fundamental para mi desarrollo artístico y laboral. Además, me gusta". Tengo que leer siempre. En general, parto y termino un libro, no leo muchas cosas a la vez. Excepto, por ejemplo, los libros de poesía. El libro “El Arte Y La Ciencia de No Hacer Nada” también lo puedo ir saltando con otros, pero si estoy leyendo algo narrativo no puedo leer otro al mismo tiempo. El domingo también hice trabajo de computador: "Paso en limpio anotaciones varias de cosas que voy guardando para futuras columnas". Hay capturas de pantalla que debo ir borrando por temas de espacio, las voy pasando y en el camino hago una primera pasada en limpio, una primera corrección. Le agrego un montón de cosas más. El objetivo o relación con mi vida laboral fue "Fundamental para mi meta de escritura, me divierte, avanzo".
Aquí ya vienen las últimas anotaciones de la bitácora porque había pasado una semana. El lunes no sé por qué no anoté, pero el martes escribo: "Trabajo de computador de pega bien, coordino para empezar a publicar las columnas semanales en Es mi fiesta a partir del próximo lunes, hago pausas para comer, cocinar y ver internet. Pienso en la posibilidad de ir al teatro". Eso lo considero algo importante, que trato de hacer todo el tiempo.
El lunes que no anoté estuvo de cumpleaños mi compañera de casa, una chica que vive acá, es de Uruguay y también se dedica a la música. Ese día vinieron muchos amigos, sobre todo músicos, entonces escribí: "Me hace muy bien la conversación sobre errar, el riesgo de tocar en vivo, la experiencia". Conversamos sobre esto porque todos los que vinieron trabajan y viven de eso o de organizar eventos culturales, fiestas. Lo encontré algo muy productivo. Una cosa lúdica, que era el cumpleaños de la compañera de casa, fue muy útil para mí en todo sentido. Ese día teníamos grabación musical a las 15.00 horas, pero se canceló porque el líder de la banda se enfermó, por decirlo así, se sentía mal psicológicamente.
Creo que eso es todo lo que anoté. Me salté un sólo día en que puse “El martes hago orden de agenda, planificación de actividades febrero, marzo, organizar productividad de verano, bien, hago gestiones y armo plan verano". Esto es muy importante, muy importante, muy importante. Además, psicológicamente me hace muy bien organizarme. Todavía no lo hago, pero me mandaron las fechas de la obra de teatro, del estreno. Todo eso lo debo tener anotado. Lo que más sirve para mi organización es mirar el mes completo. Eso es lo que más me sirve entonces anoto las cosas más importantes del mes arriba, por ejemplo, terminar el tercer fanzine, junio va a girar todo en torno a la obra y entregar una columna todos los domingos. También compré una agenda a una amiga. Es abierta, así que yo le puse los meses y voy a usar colores para las actividades: un color para teatro, un color para columnas. Tengo que comprarme destacadores, yo creo que iré a Meiggs para eso. Pero lo que más me sirve es el calendario completo entonces lo más probable es que esto lo fotocopie grande y cuando lo tenga más lleno lo pegaré en la pared, en la mesa donde trabajo. Esa es mi mesa de la soledad porque no puedo escribir si hay gente haciendo algo al lado, o sea, puedo, pero no es lo óptimo para cosas como editar. Tengo que estar sola. El hecho de andar trayendo una agenda me genera alivio. De todas formas, todo lo tengo anotado en el celular para que me vaya recordando. El año pasado no ocupé agenda, pero ahora sí porque quiero que los horarios sean más ordenados.
Hoy una niña me escribió “Oye, te vi no sé dónde, me encanta tu trabajo”. Cuando me dicen “Me encanta tu trabajo" es como “¡Uff!”, no sé qué pensar de la palabra. Yo no lo considero un trabajo, o sea, sí, pero no me gusta la palabra. Aún así estoy tratando cada vez más, de ocupar el 100% de mi tiempo en actividades laborales que solo sean dentro del ámbito de la cultura. Incluso las pegas externas, como videos u otras cosas que hago, por ejemplo, de diseño. En ese sentido, yo manejo completamente mis tiempos de trabajo y hay cosas a las que les digo “Trabajo” y cosas a las que no. Le digo “Trabajo” a las cosas que son pegas de plata, que me importan menos que las cosas mías. A estas últimas la gente les dice “Tu trabajo”, pero yo no les digo “Trabajo”. Ocupo el término cuando tengo que ordenarme y aplicar disciplina, si tengo que hacer esfuerzos de organización y psicológicos que son parecidos al esfuerzo que uno hace de levantarse para ir a la oficina, que para mí es particularmente terrible en el invierno. Por ejemplo, instalarme a ensayar es este tipo de cosas porque requiere un despliegue al que me estoy acostumbrando recién hace un año y medio, de enchufar claves, de afinar la guitarra. Me cuesta mucho partir. Esos son mis momentos de ir a la oficina, en que lo paso un poco mal cuando tengo que partir haciendo cosas porque todo el tiempo lo paso muy bien en general. Lo paso bien escribiendo, tomando apuntes todo el día. Si voy en la micro siempre estoy pendiente de lo que alguien habla, estoy todo el tiempo robándole anécdotas a mis amigos, cosas que mandan, por ejemplo, al grupo de WhatsApp, las ropas, las ideas, todo lo estoy ocupando, todo me sirve. Pero los momentos que son mi "ir a la oficina", son mis momentos de editar en el computador, ensayar u ordenar cosas que están escritas para canciones, para componer. Este año quiero volver a dibujar. No sé cómo lo voy a hacer, yo creo que no lo voy a lograr porque voy a estar haciendo lo de la radio y lo del teatro. A ninguna de esas yo les digo trabajo. Sé que la obra de teatro se viene con sangre, sudor y lágrimas y que en invierno me va a costar, va a ser como ir a la oficina. Voy a pensar "No quiero ir a trabajar, no quiero ir a ensayo", pero lo voy a hacer igual, yo me metí en eso.
Nadie me ofrece mucho de esas pegas fomes remuneradas. Yo podría buscarlas más y dedicar más tiempo a eso. Probablemente tendría más estabilidad financiera, pero no lo hago, sólo las busco hasta cierto punto. Este año tengo que ordenarme con eso; por primera vez voy a postular a algún fondo. Eso del Fondo del Libro que mencioné era casi un Ventanilla Abierta, no era una cosa en que tú te pagas un horario, sino que sólo te financias un viaje, una feria del libro. Yo creo que voy a necesitar hacer algo más extendido en el tiempo. Hago súper bien la postulación del fondo, todo bien, pero después que se hizo soy la peor. Yo nunca entregué la tesis de la universidad, teniéndola media lista; es como un karma. Ahora tengo que terminar esta rendición y debo terminar antes del jueves para poder irme de vacaciones de nuevo.
A todo esto, en las vacaciones escribí un montón y también trabajé. Finalmente, nunca me voy a desconectar de lo que estoy haciendo porque no es que me tome vacaciones y piense "¡Ah, por fin voy a descansar de tomar apuntes y escribir!". Eso es imposible. Mientras estábamos de vacaciones, fuimos con la banda de mi pololo a un show, me subí a tocar con ellos, de hecho, hasta hice una rutina improvisada de humor que repetí en el casamiento. Fuimos a un casamiento -por eso viajé ahora- y en la fiesta igual toqué en vivo mis canciones, cosas que acá considero que son parte de mi trabajo, de mi obra, por decirlo así. También lo hago por placer.
Hay un campo en el que no he incursionado, la danza. Tomé clases porque soy muy ñurda entonces lo hice para tener una compensación. De hecho, voy a tener que empezar de nuevo para actuar en teatro porque, si no, voy a dar jugo en el escenario. Mis dos hermanas son bailarinas de danza contemporánea. Desde siempre me ha gustado dedicarme a varias actividades artísticas. En el colegio me hacían dibujar lo que quería ser cuando fuera grande y yo hacía una pintora. Siempre me gustó leer. Mi papá me enseñó música, él es músico y tiene un oído súper bueno. Yo me dedico a la música hace dos años no más. Antes sabía, pero yo creo que me traumé porque él me decía que era desafinada. Mi sobrina es un poco así, no le gusta leer, pero le gustan las matemáticas y es deportista. Es distinta a nosotros.
Cuando estaba estudiando artes, estaba dedicada 100% al arte visual, 100%. Yo despertaba pensando en la cuestión. Después fui ayudante de Pablo Langlois durante 4 años y de la Rosario Perriello, entonces seguía haciendo clases y metida en ese mundo. Era profesora ayudante en la universidad y me encantaba hacerlo, creo que debería volver a hacerlo. Luego no hice porque la Arcis cerró y quebró, de hecho, me quedaron debiendo plata. Debería volver a hacerlo, pero, en general, no tengo mucho don de pedagoga. Yo creo que era súper buena profe, pero no sé. Una vez traté de hacer un taller, pero no sirvo para eso. Jamás volvería a hacer un taller de nada.
Mientras estuve en Arte, en esa época, tuve que actuar un par de veces y me importaba nada actuar bien, pero sí me importaba mucho ser muy inteligente y hacer muy bien mis trabajos de arte. Nunca he tomado muy en serio la actuación y ahora este año lo tengo que hacer profesionalmente y sí me lo estoy tomando en serio. Por otro lado, algo que me cuesta, por ejemplo, es sentarme a terminar una canción. Este año quería, o más bien, todavía quiero sacar un disco que sea más largo que el EP cortito que saqué antes, pero me cuesta un mundo sentarme a terminar una canción. Yo creo que voy a cambiar de estrategia: voy a dejar de componer con la guitarra y me voy a meter con una máquina que me compré. Tal vez me vaya súper bien, pero si una se me está haciendo muy difícil me meto a hacer otra cosa. Por eso quiero volver a tener la opción de empezar a pintar de nuevo. Si me estoy sintiendo abrumada con algunas cosas, descanso en otras, pero descansar, por ejemplo, solo viendo tele es imposible.
A mí me gusta ver tele haciendo otra cosa, es mi mejor panorama posible, pero no es descansar. Los fanzines que hago, los hago a mano, soy muy maniática. No quiero que nadie más los doble porque pienso que van a quedar mal. Tampoco los mando a hacer a una imprenta, aunque es lo que voy a tener que empezar a hacer porque no me da el cuero. Las ediciones que he sacado hasta ahora del fanzine 1 y el fanzine 2, yo los recorto, los pego. Es una pega totalmente manual que me encanta hacer viendo tele, es lo mejor que me puede pasar. Los tirajes que hacía para vender en la librería los doblaba hoja por hoja y eso lo hacía viendo tele. Ese era mi día perfecto y hacía como cincuenta fanzines diarios. Si hiciera más podría ganar más plata porque igual me dan, por lo menos, me alcanzaba para pagar la luz todos los meses con los fanzines. Quiero sacar un fanzine 3 y nuevas ediciones del 1 y del 2 que están agotados. Eventualmente lo que va a pasar es que tendré varios números de fanzines y con eso haré un libro impreso legal. Ahí ya no tendré que hacer gestión manual y de eso se puede imprimir un montón. Le tengo fe a eso, económicamente hablando. Mi pololo tiene una editorial en la que no hemos publicado nada mío porque yo trabajo con otra editorial, pero el libro de fanzines calza perfecto. Yo creo que será un proyecto para el 2020, finales del 2020. Antes no proyectaba tanto las cosas. Desde hace un par de años ya estoy haciendo eso, proyectando hacia adelante. Ahora, por ejemplo, me ofrecieron un crédito del banco e increíblemente creo que lo voy a aceptar por la obra de teatro. Entonces, después, tengo planes para el 2020 de vender la obra y así recuperar plata. Tengo proyecciones pensando en 2019-2020.
Quedo satisfecha con lo que hago cuando es un resultado un poco inesperado, que me sorprende, que me divierte, y que pasa cierto estándar de calidad. ¿A qué me refiero con eso? Por ejemplo, yo jamás en la vida mando una columna hasta asegurarme al 100% de que no tiene ninguna falta ortográfica ni una errata. Soy muy maniática con eso, lo reviso un montón de veces, después se lo paso a mi pololo, Alejandro. Él es editor de texto, también es pintor y músico. Estudió pintura, pero tiene una editorial de libros que se llama “Chancacazo” y es músico, tiene un proyecto solista y toca en 4 bandas más. Es cuático: toca trompeta, bajo, en mi banda toca guitarra y en la suya máquinas, teclado y canta. Él tiene una ortografía perfecta al igual que yo -creo que es como mi mayor virtud-, entonces él me revisa los textos. Sea para lo que sea yo todo lo paso por una revisión de calidad extrema. Cuando grabé las canciones también. Me acuerdo de que una guitarra quedó mal grabada y hasta el día anterior de ir a mezclar y masterizar las regrabé, las regrabé y las regrabé en mi casa. Después le pagué a un amigo, que encontraba que era el más seco, para que masterizara la cuestión y quedara con un estándar de calidad bueno. Si me hacen una entrevista y me piden una foto, consigo a alguien que venga con una cámara buena. Si voy a hacer algo prefiero hacerlo bien, lo mejor posible. La editorial con la que trabajo, Overol, también es bien perfeccionista. Desde la primera vez que me junté con ellos creo que pasó 1 año y medio o 2 años antes de tener el libro en la mano. Hago lo mismo con los fanzines, los reviso mil veces. Esos no se los paso a nadie, son totalmente autoeditados, pero creo que tendré que dejar un poco el perfeccionismo porque tener que estar doblando hoja por hoja porque sé que nadie más la va a doblar perfecto es demasiado.
El reconocimiento de los pares cercanos que admiro me importa mucho. Por ejemplo, si le muestro una columna al Alejandro y no le gusta altiro entro en crisis. Sin embargo, cuando estoy muy segura con algo no me importa tanto lo que opinen los demás. Cuando estoy un poco insegura con algo es distinto. Cuando tenía el máster del disco y me vine a la casa, recién estábamos pinchando con Alejandro. Escuchamos la cuestión y estaba histérica, me quería morir, no podía escucharla. La música es el ámbito en el que llevaba menos tiempo. En enero de este año compré mis primeros cables buenos para enchufar la guitarra eléctrica. En general no me importa tanto el reconocimiento ajeno, pero el de los pares cercanos me importa mucho.
No me gustan, en general, los conceptos de éxito y fracaso. Creo que eso me lo inculcó mi mamá que siempre dice "Ay, esa gente exitista". El éxito igual es que a uno le guste lo que hace y estar mental y espiritualmente tranquilo con eso. Sobre el fracaso, pucha, un montón de veces me digo "eres un fracaso". Me trato súper mal cuando me va mal, como pasó ese sábado de la bitácora, pero cada vez estoy aprendiendo a hacerlo menos. Voy a contar una anécdota muy estúpida, pero que es muy útil. Cuando me pasa algo que es un fracaso, que sale mal, veo cosas como reportajes de unos conciertos de Whitney Houston en que cantaba su hit de “El guardaespaldas” y en el momento en que tenía que llegar a la nota más alta no le resultaba, así que el público se iba. Hay otro de Luis Miguel en el que se subía a cantar y decía "Bueno, la vida tiene montañas y sin montañas no hay valle", algo así bacán. Además, tengo mis dioses del Olimpo, mis figuras referenciales, de los que varios son suicidas. Tengo un libro de van Gogh grande que siempre leo cuando me siento desmotivada. También leo a Pizarnik o recurro a Pasolini. Ahí se me pasa todo, pero no considero que el éxito tiene que ver con una aceptación social ni con una retribución económica
Tampoco me importa que se me reconozca si muero porque ya voy a estar muerta, me da absolutamente lo mismo. Si alguien me dijera ''No te preocupes si no te pescan porque cuando te mueras vas a ser reconocida” me daría lo mismo. La verdad es que el éxito me parece una satisfacción interna de haber sido un vehículo transmisor de una obra que se generó sola. Eso es lo más bacán, cuando haces algo y te dices a ti mismo “Que quedó bacán esto, ¿de dónde salió?”. Yo creo que eso es el éxito. Y el fracaso, lo contrario, es estar centrado en uno mismo, imponiéndose todo el tiempo juicios que imposibilitan que la obra salga a la luz a través de ti. Eso sería el fracaso.
Para mí es ocio ver memes, ver tonteras en internet. Me encanta, lo hago todo el tiempo y no pienso dejar de hacerlo. Mi máximo momento de ocio, por ejemplo, es cuando andaba de vacaciones y en un momento era como “Hueón, no lo puedo estar pasando tan bien”. Estábamos en el hotel viendo tele -siempre veo las mismas hueás que me gustan-, el Investigation Discovery, del que saco un montón de ideas. Sólo me gusta ver programas de tele de los que saco ideas, a menos que sean como “Bob Esponja” o monos animados que me encanta ver. Al mismo tiempo, estaba en el celular. Era el ocio más absoluto y asqueroso, ver tele y celular simultáneamente, memes y tele. No me genera un sentimiento de culpa porque, además, lo uso mucho. Mi ocio es súper útil.
Pasamos hartos momentos de ocio comunitario en la casa. Almorzamos y las sobremesas a veces son súper largas. Nosotros decimos que entramos en un “convento artístico” porque cocinamos, comemos y conversamos en la sobremesa de lo que estamos haciendo. Luego cada uno se encierra nuevamente en sus piezas respectivas a trabajar. A principios de enero dijimos “Ya, vamos a entrar en modo convento artístico” y en la tarde nos juntábamos de nuevo a tomar once y ya en la noche lo más probable es que venga un amigo y tomemos una cerveza. Esa es la rutina diaria. A veces cada uno tiene sus momentillos de ocio. El Alejandro no tiene muchos momentos de ocio, siempre está mezclando, tocando trompeta, o pintando. Nuestra compañera de casa tiene momentos de ocio, le gustan cosas parecidas a mí. Ve historias de crímenes en internet, le encanta eso. En los momentos de ocio nos reímos mucho y también en las sobremesas donde hablamos de lo que cada uno está haciendo. Eso me ayuda mucho a sobrevivir de una manera entretenida y sana porque lo paso súper bien en general.
Hay cosas que tengo que hacer sola, aunque no quiera. Por ejemplo, ahora andaba de viaje y hubo varios días en que estaba todo el rato con los amigos porque estábamos durmiendo 4 en una pieza. Había que tocar al día siguiente y ocurrió que dejé para el último día unas columnas que tenía que escribir. Traté de escribir con todos alrededor mío y anoté un montón de cosas que después me sirvieron, pero para la parte de armado y edición de texto tengo que estar sola.
Me da culpa dormir hasta tarde porque a veces siento que es pérdida de tiempo, aunque sé que en el fondo no lo es. Pero, por ejemplo, si me despierto temprano y me quedo toda la mañana viendo tele y viendo memes lo más probable es que haya obtenido una cantidad de material que hace que sea imposible que me sienta culpable. Por el contrario, trasnochar por haber ido a un carrete, acostarme de amanecida y dormir hasta tarde, me produce angustia, estrés y culpa, la famosa caña moral, que tiene que ver con el tiempo no utilizado.
En general, el ocio para la sociedad es una cosa que se disocia completamente del trabajo. Me doy cuenta porque la gente dice "Oh, estoy reventada, necesito vacaciones" y yo pienso "Chuta, no estoy reventada, no necesito vacaciones". Tengo vacaciones, pero necesito vacaciones del calor de Santiago o de ir al banco. No necesito vacaciones de lo que estoy haciendo. Tal vez de cierta rutina, aunque no es una necesidad, tengo los mundos incorporados. Yo creo, que, en cierta medida, estoy en esa cosa que se llama industria del entretenimiento y tal vez la única gente que no se siente culpable de vivir en ocio tenga un poco de eso. También pasa que en las actividades creativas y sobre todo si me interesa el humor negro y la autoficción, no puedo separar mi vida cotidiana ni tampoco puedo salirme de ese pensamiento lúdico para ponerme en modo trabajo. Si los separo estoy frita. Prácticamente me debo a ese estado un poco lúdico de creación porque resulta que, si me pongo en modo de productividad ya, está bien, pero no puedo eliminar 100% el resto, tienen que estar conviniendo. Puedo estar súper ordenada, pero si no asumo que mi vida es parte de la obra, estoy frita. El ocio es la vida y la obra es como el trabajo; no tengo que trabajar si no tengo vida.
Antes de anotar en la bitácora sabía que esa línea entre trabajo y ocio iba a estar muy difusa, pero el registro me ayudó a constatar que me cuesta mucho pasar varias horas seguidas en una actividad y que tengo que hacerlo más. Quiero hacerlo más y es importante hacerlo. Este año lo voy a lograr porque tendré ensayos con más gente y todo ese tipo de cosas, pero quiero ordenar el tiempo sola para poder pasar una hora completa haciendo puro una cuestión. Eso es lo constaté con la bitácora.
Hubo una época en que estaba muy perdida, después de la universidad, en que me hice un poco adicta al deporte. Ojalá me hubiera quedado un poco de eso, pero ahora no hay fuerza de voluntad que me saque a andar en bicicleta. Bueno, me lesioné, me disloqué, tuve una disección arterial haciendo CrossFit y estuve tres meses en cama, que para mí fue la vida y el cuerpo diciéndome "Cagaste, tienes que terminar de escribir lo que habías empezado a escribir”. Ahí escribí la obra, que después fue libro y desde ahí, no paré más. Me di cuenta de algo que es muy cliché: la inhabilidad no es cuando estuve enferma, obligada en cama, sino que yo misma me había puesto obstáculos e inhabilidades para no dedicarme a la cuestión. Después de eso ya nunca más paré. Mi cuerpo, mi mente me obligaron a hacerlo.
Voy al psicólogo todas las semanas, que es lo más cercano a ir al doctor porque no tengo ninguna enfermedad ni nada. Eso es importante, trato de mantener una salud mental aceptable, estar bien, estar feliz. Las cosas que me salen mal, que tengo malas y que ya son parte de mí, trato de incluirlas en mi producción creativa. Siempre que salgo del psicólogo anoto las cosas que hablamos.
Antes me sentía muy culpable con los feriados, pero ahora cada vez menos. Estoy manejándolo cada vez mejor porque estoy asumiendo tienen importancia en mi producción. De hecho, acaban de publicar en la página una columna que escribí sobre el veraneo. Así que yo diría que este último tiempo me he reconciliado con los feriados, las vacaciones, los días libres, pero sin duda antes me generaban un sentimiento de culpa. Yo creo que es un fenómeno social que a mucha gente le pasa, a toda la gente le pasa, sobre todo a hombres padres de familia. Tengo un tío que no puede estar sentado, tiene que estar haciendo algo porque si no, está perdiendo plata. Me da un poco de compasión la gente trabajólica. Yo me considero un poco trabajólica, pero ahora lo paso bien siéndolo. Quizás no es tan adecuada la palabra trabajólica, pero de repente me dicen "Ya, pero desconéctate". Por ejemplo, estábamos en la mitad del festival musical y yo ahí con el computador en la mitad del pasto escribiendo la columna. Me decían "No creo que sea para mañana" y yo respondía "Obvio que sí". De todas formas, creo que estoy en fase de reconciliación y cada vez va a ser mejor.
Los fines de semana son distintos, sin duda, porque, para empezar, los domingos me generan un poco de angustia -a mucha gente le pasa- debido a que tenía la herencia de que es el día anterior al colegio y hay que ordenar. Hay un factor social que es imposible de evitar, pese a que trabaje aquí en la casa y haga mis cosas sola. Además, es un factor que no quiero evitar. Entonces siento que son distintos los feriados, las navidades y año nuevo, son una cantidad de material. Mi psicólogo me contaba que la gente tiene un grupo de autoayuda de depresión y para la navidad se tienen que juntar como cinco veces al día porque están colapsados. La presión social de la fecha es muy fuerte, o sea, tienes que estar feliz, tienes que estar relajado, tienes que pasarlo bien, tienes que disfrutar la compañía de tu familia. Y a veces es imposible, ¿cómo vas a hacer todo eso al mismo tiempo? Cuando eso me angustia lo uso, obviamente escribí sobre la navidad y todo eso.
También hay gente que se muere en estas fechas extrañas y festivas. Mi abuela está de cumpleaños el 17 de septiembre y tenía una melliza que se murió hace poco. La hija de esa melliza se murió en un choque para su cumpleaños, el 17 de septiembre, entonces el 18 de septiembre siempre lo he relacionado un poco con eso, son fechas totalmente distintas. El 11 de septiembre también, todas las fechas significativas son muy distintas. El verano es totalmente distinto, las vacaciones de invierno son otra cosa, pero sobre todo los feriados y las navidades me ponen nerviosa y rara.
La maternidad es una idea que me ronda bastante, de hecho, mi obra se trata sobre eso, sobre tener hijos. Obviamente me lo he cuestionado mil veces porque significaría una inversión de tiempo que no estoy dispuesta a hacer, igual soy súper guaguatera con mis sobrinos. La verdad es que no tengo idea si voy a tener hijos. Además, soy súper cabra chica. Mi pololo tiene una hija de cinco años y tenemos una peluquería, entonces yo le compro cosas, es como jugar, como lúdico. Un montón de los dibujos que ella hace después los ocupo para hacer flyers. Nada de esto me produce conflicto y la parte que me producía o que me produce conflicto aún, la escribo.
Acerca de la jubilación, el otro día le dije a mi sobrina "¿Tú me vas a pagar el asilo cuando esté vieja?" y me dice "'Jo, ¡cómo se te ocurre que te voy a llevar a un asilo, yo te voy a cuidar, te voy a tener en una casa bacán!". Yo quedé como “¡Uff!”, pero la verdad es que no pienso mucho en eso. Yo creo que me voy a morir antes. Además, no me voy a retirar, hasta que me muera voy a seguir haciendo las cosas que hago y, según yo, ahí voy a tener un mínimo reconocimiento. No sé, me regalarán del gobierno un millón de pesos para morir en paz.
Primero, fue extrañísimo hacer la bitácora porque nunca he hecho ningún trabajo de autodescripción. Lo interesante fue que implicaba un trabajo, que a uno le cuesta registrar o separar las actividades que no están dentro del ocio y las que están dentro del ocio. No me parece demasiado clara la división, la frontera, contrariamente a lo que podía haber pensado. Entonces me dificultaba un poco pensar qué es lo que estaba haciendo. Y la otra cosa importante de haber hecho la bitácora es darme cuenta de que los espacios de ocio no son demasiados, son pocos. Por las actividades que he desarrollado en los últimos quince años, la división ente horas de trabajo y horas de no-trabajo remunerado se me borró. O sea, yo trabajo los domingos. Entonces ahí hay una diferencia, aunque yo creo que quizás a mucha gente le pasa lo mismo.
Hace quince años dejé de trabajar como empleado, dejé de ser asalariado con contrato. Ahí es donde se me hace más evidente el cambio porque tenía que cumplir horario fijo todos los días o cada ciertos días. Tenía tan incorporado eso que la división se producía un poquito más fuerte. O sea, el lunes tenía que ir a las 9 de la mañana o el día que sea a trabajar, y ahora no es todos los lunes, ni a las 9 de la mañana.
Yo creo que pasa fundamentalmente a las personas que ya tenemos edad, y claramente a la gente que jubila pues empieza a manejar su propio tiempo. A veces produce problemas gravísimos si no están acostumbrados.
Mi trayectoria laboral empezó haciendo clases. Yo estaba estudiando otra cosa en la universidad cuando, en determinado momento, decidí dedicarme a la escritura. Por lo tanto, me cambié de carrera y empecé a estudiar licenciatura. Finalmente, como vino el golpe, no había más licenciados porque eran unos ociosos, entonces me titulé de profesor. Entonces mi vida laboral estuvo asociada, un par de años no más, a la docencia en la universidad y en un colegio. Después me fui al ámbito editorial. Todo mi trabajo siempre ha estado asociado a los libros, siempre ha estado vinculado a lo que son mis intereses, mis pasiones. Nunca he hecho un trabajo solamente por recibir dinero y estoy feliz de haberlo logrado y de lograrlo todavía. Trabajé en editoriales grandes, medianas, pequeñas, nacionales, internacionales. Actualmente hago trabajo de editing. Me piden informes de libros en determinado momento y trabajo editando con personas o con instituciones. Si asocias la literatura con los libros yo siempre he trabajo en el área literaria, lo que es un error porque no los libros no son literatura. La mayoría de los libros en el mundo no son de literatura. El libro tiene otra función dentro de la sociedad que es de transmitir conocimiento para leer. En este momento, paralelo a la información que se maneja por Internet, el libro sigue siendo un elemento primordial en la transmisión del conocimiento en Occidente, desde el siglo XI o XII. Otro dato importante con respecto al libro y la fama de los libros es que la mayoría de nuestras decisiones hoy día, pese al Internet, los libros y todas esas cosas, las tomamos en base información oral.
La situación que siempre describo, en las clases que hago en un diplomado en la Chile y en la de Santiago, a la gente que hace edición es "Si alguno de ustedes reza a los dioses, o a algún dios, o alguna actividad, ese rezo lo aprendió. ¿Lo leyó?". Es un acto asociado con la divinidad. Después el acto más humano, o uno de los más humanos, es tener un niño en los brazos. Cuando tú le cantas una canción de cuna, ¿la leíste en alguna parte? No. Por lo tanto, esos dos actos, que son bastante importantes en la vida de las personas, no pasan por la lectura. La historia oral, el conocimiento oral, la información oral sigue siendo, a mi entender, un elemento fundamental de cómo nosotros nos movemos en el mundo. La mayor conexión que uno tiene con los otros no es a través de Internet, ni de cartas ni de libros ni nada por el estilo, siempre es oral, aunque esté mediatizada por el teléfono.
Los cambios que han ocurrido en mi rutina en relación a veinte años atrás es que tomo notas en papeles, pero la escritura propiamente tal, la hago en Internet y eso implica una mayor dificultad hacerlo ahora que hace veinte años atrás. Hace veinte años atrás hubiese sido la forma más natural haber escrito una bitácora a mano, de hecho, cuando me llegó la bitácora, esa cosa de papel, ese objeto, dije "¿Pero por qué no lo hacen por Internet?”. Entonces eso es una diferencia. La segunda es que hace veinte años hubiera sido bastante más presuntuoso al escribir lo que escribí. Hace veinte años atrás tenía sobre cuarenta y menos de cincuenta años. Ese es un período en que, por lo menos para la gente de mi edad -eso puede cambiar, va cambiando-, uno estaba muy presuntuoso, pero también muy temeroso, porque ya no es promesa. La gente de mi edad, entre los cuarenta y los cincuenta años posiblemente -esto es hace veinte o treinta años atrás-, estaba en el momento de mayor productividad reconocida por otros. Cuando me cambié de empresa a los cincuenta años más o menos me costó mucho encontrar trabajo después porque me decían: "Es que tú tienes demasiado currículum para lo que necesitamos". Yo respondía “Necesito trabajar. Por favor, no estoy sobrecalificado”. Uno nunca está sobrecalificado, a no ser que se crea el cuento. Ahí está subcalificado porque no entiende. Esa es la diferencia hace veinte años.
Mi forma de organizar el ocio y el trabajo hubiera sido distinta, no sé en qué, pero distinta. Yo creo que hubiera tenido bastante más claro cuál era la diferencia entre ocio o no-ocio. Hace veinte años todavía mis hijos, por ejemplo, tenían algún grado de dependencia conmigo, pero ya no mucha. Hubiera sido un poquito distinto.
Yo creo que trabajo es todo, pero si hago una división metodológica, el trabajo se entiende habitualmente como realizar una actividad que sea remunerada y esa remuneración va a significar utilizar eso en otras actividades, entre ellas comer, habitación. El ocio lo asocio fundamentalmente a todo momento en que tú puedes realizar actividades que no tienen relación necesariamente con la obtención de bienes, de recursos. El trabajo creativo estaría fuera del trabajo en esa división, sin embargo, pienso que el trabajo tiene que ver con seguir ciertos procedimientos, tener un resultado y eso no tiene que ver con la remuneración, sino más con la productividad. Entonces creo que las artes o las actividades artísticas relacionadas con eso, en general, evidentemente son un trabajo, no tengo ninguna duda. El trabajo que hace un asaltante de banco también es trabajo, lo que pasa es que es ilegal, pero igual es un trabajo. Trabajos son procesos por los cuales tú consigues algo. Ahora en términos mucho más amplios y generales uno lo asocia a la remuneración y al esfuerzo incluso.
En mi biografía ha habido formas de distinguir esos tipos de trabajo. Cuando hice recién la distinción entre literatura y libro para mí era muy claro. Evidentemente he hecho muchos libros, pero que no tienen nada que ver con literatura. Ahí lo que me ha gustado han sido los procesos productivos en términos de conseguir un libro y no necesariamente el trabajo creativo porque cada vez que uno trabaja con un libro, como lo hago, estoy viendo el proceso productivo. La escritura es distinta, o sea, es absolutamente distinta. El trabajo de operar por códigos verbales y visuales, por la palabra, es lo que más me motiva a relacionarme, conmigo y con los otros. Cuando estoy trabajando, por ejemplo, con un libro de biología -sin dejar de operar sobre esa máquina comunicativa, ese dispositivo comunicativo- la materialidad del idioma me fascina, porque siempre miente. Es lo que más me gusta. Nunca se refiere a la realidad, sino que crea realidad. Las palabras siempre crean realidad, y la única realidad posible es la que se crea. La otra está ahí, pero es imposible acceder a ella, o sea estás en ella, pero no eres capaz de moverla demasiado.
Yo no tengo ninguna posibilidad de trazar una división entre ese trabajo y la escritura, están permanentemente confundidos, permanentemente. Lo he visto en mucha gente, no solamente en la gente que trabaja con literatura o solamente en arte. Conozco personas que tienen otras profesiones y nunca dejan de estar operativamente recepcionando para la consecución de su interés. Un obrero que trabaja con madera, que hace sillas, nunca deja de ver los pedazos de madera que le pueden servir para hacer la silla. Yo creo que en todos los trabajos puede ocurrir eso, pero también en todos los trabajos puede ocurrir exactamente lo contrario. Hay personas que dividen desde su actitud, cómo se visten, cómo se relacionan lo que consideran trabajo y ocio. Esa división no es demasiado fuerte en mí, lo que no quiere decir que no me preocupe en ciertas ocasiones de marcar en mí cierta formalidad. En general, es más un continuo. En el momento en que me tocó trabajar en editoriales en puestos ejecutivos, evidentemente tuve que vestirme en muchas instancias, por ejemplo, de determinada manera, incluso usar un lenguaje. Ahí sí que se producía la división.
Yo puedo desempeñar mi trabajo “creativo” y “productivo” de forma indistinta en diferentes espacios. Evidentemente hay ciertos espacios que son más propicios porque, por ejemplo, en determinado momento necesito cierto grado de silencio, pero otras veces yo quiero escribir exactamente en un ámbito lo más contaminado posible. Eso es una experiencia laboral y de las circunstancias. Yo escribo casi todos los días, no sé si todos, pero casi todos los días. Es una actividad permanente. Las premuras por pagar cuentas de la luz y cosas así siguen estando presentes, pero cuando mis hijos eran pequeños y había que llevarlos al colegio eran más potentes.
Generalmente se asociaba a la escritura, sobre todo aquello que se acerca más a lo que se llama poesía, la noche, las estrellas y todas esas payasadas, pero yo escribía en la mañana, antes de que despertaran mis hijos porque si no después entraba en la lógica de llevarlos al colegio, ir a trabajar, volver en la tarde y en la noche estaba demasiado cansado. La escritura no eran pajaritos ni arreboles; la escritura pasa por otros lugares y también por esos otros. La literatura para mí no es un trabajo o una actividad en la que digo “Qué bonito”. A partir de eso, fundamentalmente la indiferencia respecto al espacio es asumirlos desde la perspectiva de dónde me quiero instalar y no que me determine. Es más fácil escribir en la noche por el silencio, pero uno en la noche nada un poco embotado porque tiene todo lo del día y, por lo tanto, cierta dependencia a volarse. Creo que lo que se llama voladura está presente en todo momento.
Cuando mis hijos crecieron no era necesario despertarse tan temprano, pero lo seguí haciendo de todas formas. Ahí se genera cierto grado de rutina, aunque en realidad prefiero escribir a la hora que sea. Cuando escribí la bitácora coincidió con días en que estuve en el campo. Como tengo una conexión muy mala y tenía internet entre 4 y 6 de la mañana, va a aparecer que a esa hora me levantaba para ver algunas cosas y que también escribía. Después volvía a hacerlo a las 12 del día.
Toda la gente está en situaciones especiales, pero mi situación especial es que en el periodo más largo de mi vida utilizaba el 80% de mi tiempo y mi energía para generar recursos, y sólo el 20% lo dedicaba a mis propios recursos. Desde hace 15 años aproximadamente es al revés. Llegar a estar en esa situación es una maravilla, pero hay que construirla también.
El ámbito en el que me desempeño es una situación de constante devenir, en que uno participa y te ordenas. Evidentemente cuando tenía veinte, veinticinco años me importaba mucho aparecer. Es muy agradable y es muy satisfactorio que te digan que está bien lo que tú has hecho, es fantástico, me encanta. Pero la meta no es el reconocimiento, sino que es el proceso. Durante los últimos diez años aproximadamente he tenido hartos reconocimientos y me gusta, pero fundamentalmente lo bueno de eso es que existen más posibilidades que hayan leído o lean lo que ya hice. Es lo mejor de todo porque sin reconocimiento tu obra te sigue perteneciendo a ti como un acto privado, pero cuando se difunde ya no es tuya. Y para mí lo más importante es que las cosas que escribo no me pertenezcan. Como hacedor de esta cosa que se llama arte, lo que yo hago es fabricar unos dados, de madera, de metal, virtual -lo que quieras-, unos dados a los que les pongo numeritos, unos puntitos, -lo que sea-. Luego los meto dentro de un cacho, que puede ser un libro o un video, pero quien hace el juego es el lector, él tira los dados. Por lo tanto, la jugada que va a aparecer ahí depende del lector. Entonces lo que me gusta es no tirar dados marcados, sino hacer dados para que otros jueguen.
Cuando las personas hablan de cuál es la intención del autor, está bien, puedes conocerla, pero da un poco lo mismo. Hubo un periodo en que hubo una especie de fanatismo por la teoría de la recepción, que yo también viví, pero ésta tiene sus límites, es decir, sin los dados no hay recepción posible: depende de quién haga los dados el cómo van a moverse, aunque tú hagas el juego. La gracia de esto, lo que a mí me gusta hacer, es trabajar esas unidades significativas, esos detonantes que son las palabras, o un conjunto de palabras que son detonantes de otras cosas, de otras palabras. Y estas otras palabras no las pongo yo, sino que las pone la persona que está leyendo. Me parece que es notable eso de que tú ves una palabra, que es una especie de abstracción sonora de un significado, y te puede generar palabras o ciertos grados de percepción como lector. Entonces las palabras no remiten necesariamente a la realidad, sino que generan explosiones de neuronas, y eso es todo.
Cuando realizo un trabajo, en términos creativos, para mí la mayor satisfacción es que siempre estoy dudando de él, no existen los trabajos bien hechos. La escritura, por lo menos, la dejo y después la leo de nuevo. Ahí me sorprendo con un “¿Cómo pude hacer esto?” en un sentido positivo, negativo o regular. El factor que determina si algo está bien o mal es cuando me sorprendo, me sorprendo de lo que pasa ahí.
Las nociones de fracaso y éxito están presentes en mi trayectoria; se relacionan con lograr el objetivo que tenías. Es decir, finalmente los fracasos suceden cuando te pones una meta que se resuelve en sí misma y no entiendes que cualquier proceso que hagas siempre tiene una multiplicidad de posibilidades de que ocurra de una manera diferente en términos de consecución. El éxito tiene que ver más que nada con que el resultado genere algo que a uno le gusta independientemente de cuál haya sido el propósito con que lo hizo. El éxito, como lo entiendo, es que el resultado sea muy positivo, pero no está necesariamente asociado con mi intencionalidad. Si en determinado momento hago algo y alguien cree que es una ironía y no lo es, quizás no me guste que sea así. Pero éxito y fracaso son términos que no tienen claroscuro; el claroscuro es la luz y es la oscuridad al mismo tiempo. Debe haber otra situación que no se llama luz ni oscuridad y que también está presente en otra dimensión y nosotros no sabemos. En resumen, el éxito es cuando te sientes bien habitando la escala de grises y el fracaso es cuando te sientes mal. Eso es independiente de cuál es el propósito que tú tienes.
A propósito del lenguaje, hay una palabra que obedece a cierta intencionalidad que está muy presente en el mundo neoliberal, que es "Perfecto", "Esto está perfecto" ¡Eso es una aberración, eso es una estupidez! En las malas traducciones que se hacen de las películas en inglés, sobre todo norteamericanas, dicen "Vamos a hacer la comida perfecta", pero ¿qué es lo perfecto, por favor? ¿Qué es lo que es eso? Eso no se logra ni siquiera en un laboratorio. ¿De qué estás hablando? Entonces, a propósito de esta discusión, creo que el éxito y el fracaso funcionan como diada cuando utilizas la palabra perfecto, o utilizas la frase "Todo depende ti", o Nike, "Hazlo" porque tienes el deseo, pero finalmente el deseo es el logro: te pones estas zapatillas y eres campeón mundial. Toda esta cosa new age o autoayuda me parece brutal porque es radicalmente antihumano.
La palabra ocio tiene una carga negativa muy potente dentro del mundo occidental. En el caso de ese pequeño espacio que se llama Europa, que es un pedazo de un continente llamado Eurasia, desde Roma empieza a cambiar el sentido de ocio y éste comienza a aparecer asociado a no-productividad, asociado sólo a placeres hedonistas. Creo que el ocio se vincula a las actividades que tienes que realizar fundamentalmente para sostenerte sin que medie un término de intercambio. En el campo nosotros usamos leña, entonces estuve un par de días cortando madera con una sierra eléctrica. En esa actividad no había mediación económica, sólo tenía por objeto poder subsistir. Hacer comida tiene que ver con la subsistencia y podría ser un trabajo, pero podría estar dentro del ocio porque no hay un término de intercambio. Leer, desde cierta perspectiva, no es productivo, pero lo que te pasa en la cabeza y en todo el cuerpo cuando lees es producción.
El ocio también tiene que ver con el goce, más que con placer. Por ejemplo, a mí los deportes me dan lo mismo, pero a la persona que le duelen las piernas porque va trotando, porque a él le gusta trotar, está sintiendo goce y no placer, a menos que sea masoquista. Quizás no necesariamente es goce, pero se relaciona con sentir intensamente lo que estás haciendo. Ocio es sentir intensamente lo que estás haciendo, saber que es el mejor lugar en el cual quieres estar o la mejor situación en la cual quieres estar. Esta definición también podría ser para hablar de trabajo. Por eso, la división entre trabajo y ocio cuesta manejarla, excepto en el caso de que tengas que trabajar mucho porque tienes muchas deudas y que el trabajo es solamente operativo. Esto se explota mucho en el área de ventas, por ejemplo: tienes que ganar, tienes que ganar y tienes que ganar.
El ocio, en el sentido más amplio, tiene que ver con creación, con observación activa, no pasiva. El ocio se vincula con no estar necesariamente constreñido a un logro específico porque el placer – uso esta palabra a falta de otra- está asociado al hacer y no en la consecución. Es lo que pasa cuando lees una novela -a la gente que le gusta leer- y no quieres que termine; o si estás viendo un partido de fútbol -si eres fanático de este deporte- quieres que termine antes, pero si están jugando muy bien, no quieres que termine el partido. Entonces tiene que ver con la intensidad, con que no quieres que tu presencia concluya en ese lugar.
Estoy atento a que ocurran momentos de ocio, me preocupa. O sea, por algo escucho cierta música, por algo busco ciertos libros, por algo me instalo en ciertos lugares, porque claramente lo estoy buscando, estoy atento a que ocurra. Son cosas sorprendentes. Yo no soy de Santiago, aunque llevo en Santiago más tiempo del que viví en otro lugar. Me acuerdo de haber venido a Santiago, haber estado en la Alameda, ver la cordillera y no poder creerlo. Yo estaba al lado del mar, donde no se veía la cordillera, pero siempre estuvo presente. Han pasado treinta y tantos años desde que vivo en Santiago y todavía me sorprende la cordillera. De repente vas girando en una calle y la ves. Si le sacara una foto, la pusiera en internet y dijera que son los Himalayas, posiblemente algunos podrían decir “Oh, no tiene nada que ver, déjate te tonteras”. En ese sentido, hay que estar atento a las sorpresas que te dan las cosas, no pasar no más. Es decir, más que buscar, hay que dejar que las cosas te invadan o que las situaciones te invadan, pero ser capaz de distinguirlas.
Esta consigna de estar prestando atención permanentemente a veces entra en conflicto con las necesidades materiales. Puedo estar muy entretenido en determinado momento y tener que partir a una reunión, o estar en una situación muy placentera, en un espacio de confort y ¿para qué voy a querer salir de ahí? Lo que pasa es que el lugar de confort siempre te está mostrando los otros lugares, no es un lugar protegido. Por ejemplo, estuve en un sitio arqueológico que se llama Mitla, cerca de Oaxaca, que es una maravilla. Mientras estaba internado allí, en un momento miré y me di cuenta de que la mitología, como yo la entendía, ya no descendía a los infiernos, sino que se ascendía a la tierra como cosmovisión. Eso es maravilloso. Hay que hacer todo para conseguir algo y si las cosas están, hay que descubrirlas. Un ejemplo más bonito que es un poco antiguo es el de la tabla periódica: cuando se hizo la tabla periódica, se sabía cuáles eran los elementos, pero había algunos que no se habían descubierto, a pesar de que se sabía que estaban. Es una joya.
La sociedad contemporánea entiende el ocio fundamentalmente de forma hedonista y, segundo, tiene que ver con la consumición de ciertos objetos que te permiten estar en un estado determinado. O sea, la gente que hace deporte va al gimnasio y anda en una trotadora por quemar calorías. Lo entiendo en Nueva York, incluso en Nueva Delhi, que es más grande que Nueva York, o en Beijing, en Shanghái, que son ciudades súper pobladas, pero aquí se instala una máquina para hacer ejercicio y no por el placer de correr. En relación a la definición que señalé, nunca sería ocio porque el producto es más importante que el momento. Además, fuera de los conciertos masivos, casi todas las otras actividades son solitarias y en mi ocio las otras personas son fundamentales. Yo no existo si no existe el otro. Habitualmente ese trabajo, como cortar madera o leer un libro, lo hago solo, pero estoy con todos. No necesito estar tocando para estar con el otro, es como la escritura. Trabajo con un material que se llaman palabras, que lo usamos todos. Todos usan las palabras, por eso es tan fácil escribir y por eso es que alguna gente cree que no es trabajo. Cuando estoy trabajando con eso, estoy usando las palabras de todos, de aquellos que las dijeron y de los que las van a hablar. ¿Cómo no voy a estar metido con todo el mundo?
He tenido la suerte de que, fuera de la hipertensión, nunca me he quebrado un hueso ni he tenido gente cercana que haya tenido enfermedades demasiado graves o inhabilitantes. Yo soy de una familia grande entonces me extrañaba desde joven ver que otras familias grandes generalmente se veían porque había alguna deficiencia física de un integrante. En mi caso, yo sólo me he resfriado un par de veces. La enfermedad es una cosa que no ha estado muy cercana a mí y, por lo tanto, creo que me asustaría mucho con una enfermedad, me causaría muchos problemas.
Existe toda una mitologización con respecto a la enfermedad y la escritura porque grandes escritores, personas que escriben, hombres, mujeres, siempre han contado que su inicio es cuando estuvieron enfermos de hepatitis o de tuberculosis y pasaron acostados tres meses, tres años. Lo que pasa en esos estados, por lo menos así lo reflexiono, es que te das cuenta, en determinado momento, de que si tienes tuberculosis debes respirar. Tu preocupación es el respirar. Por lo tanto, la visión que posees del mundo cambia y te das cuenta de que respirar es natural para todos. Así percibes la fragilidad y a partir de eso se generan escrituras. Pero yo no necesité estar enfermo para captar la maravilla de la fragilidad.
Si uno piensa cómo funciona nuestro cuerpo físicamente, no estoy hablando en términos psicológicos, el cuerpo funciona por puras casualidades, o sea hay una conexión que no me funciona y se acabó mi vida. Te das cuenta de esas cosas mínimas cuando te pinchas cosiendo un botón: te pinchas el dedo y el dedo te molesta todo el día, te molesta. Nuestra biología está llena de accidentes y eso es la fragilidad. No hay que estar enfermo para darse cuenta de ese grado de fragilidad que tenemos. La inmensidad me produce el mismo sentimiento. Yo decía "A ver, el cosmos es tremendo", pero después decía "No, pero hacia adentro también, es inmenso". Si tomamos al ser humano como centro, las extensiones son inconmensurables, inconmensurables. A pesar de que el universo tenga un límite, según las últimas teorías está en expansión, y posiblemente después va a haber otra teoría que va a decir "No pues, el límite es el límite de otro universo, y de otro universo aparte".
Mientras estuve trabajando apatronado para mí era súper clara la división entre el tiempo no-ordinario, como los fines de semana, los feriados y las vacaciones, y el tiempo ordinario. Todo te lleva a eso, el sistema escolar, el comercio, todo. Y está bien porque es un logro que haya vacaciones y haya fines de semana, o sea, es una conquista social muy fuerte así que yo la defiendo. Las vacaciones en Chile deberían durar un mes y todos tomarlas al mismo tiempo, cuestión que pasa en otras partes, pero en este momento no se le ocurre a nadie. Hace unos atrás ibas a España en junio, julio y agosto, y estaba todo cerrado, y no se iba abajo el país. En España los supermercados están cerrados los domingos, lo que me parece una cosa maravillosa. Ojalá acá estuviera todo cerrado porque, pese a que me cargan las imposiciones, prefiero eso para no obligar a gente que tenga que ir a atender. Bueno, partiendo de la base que los feriados obligatorios y los fines de semana son necesarios y hay que pelear por ellos, yo me los paso en mi vida. Para mí es un privilegio que nunca había tenido. Realizo muchas más actividades antes; en esos días y en todos. Estoy constantemente haciendo cosas. Entonces es una maravilla hacer cosas inútiles, pero esas cosas inútiles que tienen que ver con... con estar intensamente vivo.
La paternidad es una transformación radical. La paternidad o la maternidad cuando la asumes, en el caso de los hombres hasta ahora pueden no asumirla, es un cambio radical. En las mujeres hay un instinto maternal que no es lo mismo que en los hombres, yo nunca he sentido un ser vivo dentro de mí, pero son experiencias igual de intensas. En el caso de uno, la mujer, está normalizado y en el caso del otro, el hombre, la visión machista heteronormativa es brutal en eso. Para mí la paternidad-maternidad, no sé cómo decirlo, debería sintetizarse en una sola palabra que incluya las dos.
El ocio cambió radicalmente cuando vinieron los hijos. La escritura pasó a la mañana y dejó de ocurrir en las horas poéticas. Existen los atardeceres arrebolados, pero evidentemente el tiempo que tienes que dedicar a los hijos para generar los ocios no es ocio; es determinante y te amarra mucho. No soy capaz de detectar si cambió el contenido de mi escritura. No escribí “Mi hijo, nació mi hijo, le puse la mano la mano en el pecho", nada de eso, pero creo que mi vida cambió radicalmente al asumir la paternidad. ¿Dónde lo noto? En que hay un vínculo que es tan fuerte que ya no depende de mí, depende de dos. Ahora, ¿cambió mi vida práctica? Mucho, desde la necesidad de generar recursos económicos para sostener eso y, en el caso mío que lo hicimos de a dos, desde el trabajo hasta el cambio de pañales. Ahora es bastante más fácil con los nuevos pañales, pero antes el pañal era de género y había que lavarlo, lo que no era fácil. Además, había que hervirlo cada cierto tiempo y lavarlo con escobilla porque las excretas de los niños son de una capacidad de teñir fuera de todo límite.
Creo que los cambios en la creación se notan más en el caso de las artistas visuales que en las escritoras. Puede ser una visión falsa mía, pero creo que, entre las escritoras que conozco, la maternidad influye más en las actividades que se le asocian; estar constantemente con los niños te cambia. O sea, yo no tengo ese grado de maternidad como hombre, tengo otros grados de maternidad. La capacidad desarrollada por muchas mujeres, no quiero generalizar, de manejar varios puntos de interés a la vez creo que facilita. La educación de los hombres es exactamente, hasta ahora, lo contrario.
Es cierto que después de la aparición de internet la gente es más compartimentalizada, pero creo que para muchas mujeres desarrollar las labores asociadas a la maternidad debe ser una carga que no sé si podría soportar. Posiblemente me habría desentendido del acto o de los niños. El tipo de relación que se establece con los niños involucra que no puedes dejarlos solos, tienen que estar dentro de tu campo de control. Cuando estamos solos en el campo lo pasamos súper bien haciendo cada uno sus cosas, pero cuando íbamos con nietos había que darles desayuno, colación, almuerzo, once, comida. Nosotros no nos saltamos el almuerzo, pero si a veces almorzamos a las tres de la tarde no pasa nada. En cambio, con los niños no puedes hacer eso.
En resumen, la paternidad o la maternidad, cuando se asume, es un vínculo que te cambia radicalmente la vida, a mí me la cambió. Ahora, ¿cómo se nota? En mi escritura no tengo idea ni voy a averiguarlo, pero en la práctica sí, en las formas de producir esa escritura de todas maneras. Cuando pienso en algunas personas, como Bach que tuvo doce hijos, ¿cómo le cambió la vida? Él necesitaba producir obras como loco para la próxima fiesta religiosa para poder mantenerlos. Quizás le hizo bien a la música.
Creo que hay muchas actividades en las cuales uno nunca se retira, entre ellas la escritura. Ahora, podría retirarme, no estoy diciendo que me muero si dejo de escribir -hasta ahora no me he muerto-, pero tampoco he dejado de escribir. Lo que pasa es que, si fuera carpintero y me llega la hora de jubilación, no voy a dejar de ser carpintero, a no ser que la carpintería haya sido sólo una actividad para sostenerme económicamente. Esto puede ocurrir en cualquier actividad. La escritura no tiene nada que ver con cumplir horarios ni es productiva económicamente. Ahora, yo oficialmente estoy jubilado, o sea tengo una pensión, pero sigo trabajando por remuneración. Ocupo el 80% en ocio, y el 20% en trabajo. Hay gente de mi edad que eran ingenieros y los echaron por viejos, tuvieron que jubilarse. Algunos se han muerto porque son incapaces de no tener la vida regulada, se deprimen. Hay otros que literalmente gozan el ocio de ir a tomarse un cafecito, hablar con los amigos y dar cátedra sobre el mundo por supuesto. Se transforman en unos reaccionarios conservadores: empieza a hablar de antes y de las enfermedades, lo que me parece espantoso.
Entonces uno tiene que educarse en el ocio y no dedicarse a hacer deportes porque a los cuarenta y cinco años ya empieza a dolerte el lumbago. Uno tiene que captar que debe vivir intensamente lo que tienes que vivir, y lo que tienes que vivir es lo que descubres y se te está presentando constantemente. No tiene que ver con metas, sino que tiene que ver con situarte, entender que en determinado momento tienes ganas de hacer nada y hacerlo. Ahora, si viene un psicólogo te va a decir "Te vas a deprimir" por hacer nada. Eso es fantástico en las conversaciones habitualmente de pareja: “¿Qué estás pensando?”, “En nada”. Efectivamente no estás pensando, estás situado solamente porque pensar se hace con palabras, lo otro es estar. Esto no es nada esotérico, o sea, para en las parejas, pero no, por ejemplo, entre amigos. No le preguntas a un amigo: "¿En qué estás pensando?". Si no estás pensando en nada, en realidad están ocurriendo muchas cosas y estás viviendo intensa o calmadamente esas cosas.
La generación de la que hablaba vivió en una estructura de trabajo donde no había ocio, sino que había actividades asociadas al ocio que eran operativas al eje de esa estructura inamovible. Es lo que les pasa a algunas mujeres que ahora hablan del nido vacío -mira, la siutiquería- para referirse a cuando se van los hijos y se les acaba la vida. No estoy hablando de artistas, estoy hablando de una mujer que se ha dedicado a su casa, que eventualmente puede haber trabajado, pero incluso, aunque trabajara, siente el nido vacío. Se les acaba la vida, ¿por qué? Porque nunca supieron construir su propio espacio, porque construyeron toda su vida en base a una institución.
Actualmente los niños si les sacas la pantalla, los que tienen acceso, no saben qué hacer y a los adultos les pasa lo mismo. Eso obedece a la misma estructura. Dicen “No seas ocioso porque estás viendo televisión”, pero eso no es ocio, es una adicción porque obedece a una estructura. El otro día un ministro, lo vi en un diario al pasar, que no leía novelas porque es una pérdida de tiempo: todo está en función de la consecución, en la obtención de algo, conocimiento, dinero, como quiera uno llamarle. Pero, en este caso, era conocimiento, era aprender y hay mucho que aprender. No es un problema de lectura, sino la necesidad de que toda acción tenga una recompensa en términos de objetivo. Cuando él trota y va escuchando los libros, en realidad no se da cuenta de que necesita escuchar algo porque al trotar, fuera de fortalecer los músculos, no siente ningún placer, sino que le preocupa lo que obtiene. Entonces una persona se daña, a mi entender, profundamente. El problema es que es ministro y daña mucho por los grados de poder que tiene. La cultura, en las páginas de los diarios, se llama “Cultura y Espectáculos”. Durante los gobiernos de la Concertación siempre se asoció al espectáculo y es tan así, que si tú miras los ministros todos pertenecían al teatro, incluyendo al de derecha. El arte es entendido como espectáculo, siendo gobiernos de izquierda, de derecha, de centro, lo que sea.
Soy Sandra Marín, un experimento, soy artista, diseñadora y creativa chilena. Tengo 33 años. Trabajo con las artes, trabajo en equipo, haciendo enlaces, trabajo con el diseño, trabajo haciendo acciones creativas. Eso es lo que mejor me podría definir.
No tengo un trabajo fijo. En general, mi trabajo es absolutamente aleatorio y he aprendido desde muy chica a valerme de esa manera. Siempre tengo 5, 6, 8 posibles trabajos andando y también estoy capacitada para sobrevivir 6 meses sin trabajo, a pesar de que nunca pasa. En el fondo, eso es lo que permite tener una estabilidad mental para poder ir llevando proyectos sin estar contratada: veo lo que va apareciendo y tengo confianza que lo que uno hace va generando una red que empieza a necesitar de ti. Entonces siempre eres una chispa que aparece en conversaciones y entre más tiempo pasa, eso se va co-activando y vas encontrando un lugar más fijo dentro de su cosa nómade.
Estudio Repisa nació cuando volví a Santiago, después de vivir 8 años en Valparaíso, porque sentí que había llegado a un tope de trabajo como independiente. Sentía que empezaba a trabajar en algo fijo o siempre iba a tener trabajos de muy baja remuneración. Entonces me vine a Santiago y me empleé por primera vez en mi vida en una revista, con una diseñadora y después con Mil Metros Cuadrados. Ahí fueron dos años de un proceso en que fui observando cómo trabajaba la gente porque antes había trabajado 3 años independiente absolutamente bajo mi propia ley, lo que me hizo ver cómo se podría estructurar un trabajo, cómo podía hacer mi trabajo. Así apareció la idea de armar un estudio de creatividad que se llamó Estudio Repisa porque la repisa es lo que estructura, lo que presenta, que muestra, que ordena. Armé los Repisa Talleres, Repisa Ediciones, Arte Repisa; todas las variables que se veían asociadas no a Sandra Marín, sino a un equipo que era un estudio. Entonces siempre fui un ente que sólo trabajaba conmigo, pero cuando había un momento de necesidad y necesitaba a alguien por un proyecto, me asociaba con otras personas. En el fondo, es distinto que contrates a Sandra a que contrates un estudio, pero fue lo que hizo el respaldo para poder crecer en este tipo de trabajos.
El estudio soy yo y mis 50.000 imaginarios, más los invitados por proyectos específicos. Me gusta hacer de todo, soy bien polifacética y multiactiva. Muchas veces hago cosas que pareciera que las hacen muchas personas, pero realmente invento que las realizan varias personas hasta en mi propia realidad. Entonces tengo varias personas trabajando para mí, pero, en el fondo, soy sólo yo. Me funciona súper bien, aunque mucha gente no era capaz de entender eso y se preguntaban “¿Cómo tú ibas a hacer todo el proyecto?”. Por eso, funciona muy bien el concepto de gente trabajando para mí, que eran mis otras personalidades. Al final cumplía la demanda necesaria, pero la verdad es que nadie me hubiera creído que yo lo hubiera hecho sola. Después les parecía que quedaba todo genial, bueno, regio, estupendo y decían “Me encanta tu estudio, todos trabajando”. La gente siempre me escribe correos como "Ustedes… y qué bueno lo que están haciendo". Me hace sentir también una autosensación de magnitud, de que todo funciona, de que todo avanza, pero al final eres tu propio minion detrás de escena. Cuando los proyectos eran realmente grandes contrataba un equipo: una subdiseñadora, un plegador, por ejemplo, un coordinador, un editor, un fotógrafo. Algunas veces tuve que redactar realmente cosas más textuales, pero la verdad antes me costaba mucho, entonces también contrataba a alguien que me ayudara a escribir a bajar contenidos nombrándolos. nóFueron muy contadas las ocasiones, en general era mi propia locura. Ahora ya he aprendido de toda esa experiencia.
Tenemos un objeto, la bitácora, que atesoré todo este tiempo; creo que fue un mes y medio que lo tuve. En general, hago este registro, es algo común en mi vida, aunque de otra manera, no es estructurado como está aquí. Voy anotando diariamente lo que hago, o lo que voy a hacer, a veces más o menos, tengo períodos. El año pasado en noviembre, octubre, estuve anotando todos los días todo lo que soñaba, por ejemplo, o todas las cosas que hacía. Otras veces son los proyectos, pero en este caso tenía esa duda de "¿Estaré anotando lo que tengo que anotar o no?". Además, cuando uno lleva una bitácora se da cuenta evidentemente de la cantidad de cosas al día que hace. Uno piensa "No, no hice nada" y en verdad son como 8 actividades. Cuando escribía no estaba segura de cuales poner: “Almorcé”, “Tuve una reunión” o, ¿todo? Era divertido, me encantaba poder ir escribiéndolo, me gusta el registro.
En cada actividad complementé el lenguaje escrito con una imagen porque mi mente interpretó los espacios de la bitácora como “Sector escritura” y “Sector dibujo”. Yo estaba dibujando, pero en acuarela y no me quise poner a acuarelar el libro porque el papel no era suficientemente grueso. Ahí dije “¿Sabes qué? En verdad la fotografía puede resultar más entretenido”. Siempre registro con fotos, siempre voy tomando fotos de todas las cosas que voy haciendo entonces dije “Cuando termine la bitácora voy a seleccionar fotos y las voy a imprimir. Entonces antes de ayer volví al tiempo en el celular, las imprimí y complementé. En el fondo, da un contexto a lo que estás diciendo, es como “Vino a visitarme tal persona, esta es la persona”, “Estábamos en este lugar”, “Vimos las obras de Marco, estas son las obras”. Las fotos volvían más entretenida la bitácora.
Mi vida es observarme. La bitácora es algo que tuve que hacer desde muy chica para lograr sobrevivir, o sea, si no me observaba y no era rigurosa con lo que hacía, sentía que no iba a poder generar el trabajo que yo quería hacer. Lo que vi acá es absolutamente mi vida, que ojalá fuera el 75% ocio, cosa que no pasa, pero el 50% es estar en la casa, almorzar, caminar, pasear, juntarme con gente y el otro 50% es construir, armar, dibujar, reuniones. Considero que al final toda esa estructura es trabajo porque hasta cuando me junto con alguien para ir a un bar estoy haciendo redes, haciendo lazos, poniéndome en el lugar de “Oye, ¿qué estás haciendo? Podríamos trabajar juntos”. Es algo que hago permanentemente, me cuesta sacármelo de la cabeza. Eso me hace sobrevivir.
Mi familia siempre ha meditado y la verdad es que nunca lo había tomado tan en serio. Desde el año pasado dije “Ya, esto es algo que yo sé que es bueno y no lo practico siempre". Me decidí a hacerlo todos los días y con la bitácora me di cuenta de que efectivamente todos los días en la mañana me levanto y medito. Lo anoté todos los días y era interesante porque cada vez que lo anotaba me sentaba y decía "OK, me senté en la mañana tal día, meditación". En la descripción ponía “Sentarse a meditar, aspirar", el objetivo era “Templar" y los efectos percibidos “Conexión, organización". Fueron siete veces que lo escribí y todas las veces iba observando algo distinto o quería contar algo distinto que pasó, o agregaba otra idea. Creo que fue lo que más me emocionó de la bitácora: darme cuenta de que había logrado adquirir el hábito y que cada vez que lo escribía podía entregar nueva información, o sea, todos los días me aportaba en algo. Fue lindo.
Hace una década tenía 23 años y desde entonces ha cambiado un montón mi rutina. Antes realmente carreteaba mucho más, esforzaba mi cuerpo a resistir mucho más, tenía menos noción de hacia dónde iban las cosas y los tiempos que quería entregarme entonces no creo que hubiera estado tan contenta con escribir la bitácora quizás. Mi vida ha cambiado un montón. Yo empecé a trabajar antes de salir de la universidad, a los 21 años más o menos. Comencé a trabajar en el Instituto de Artes, haciendo de montajista de la sala de exposiciones, hacía folletos y ayudaba con cosas a mis amigos, mis compañeros. Siempre estuve trabajando, pero no sabía cómo hacerlo, tenía miedo de cómo me iba a enfrentar al mundo social del trabajo. No quería emplearme. Yo creo que definitivamente el contexto siempre es súper importante para cambiar, la gente que te va rodeando y la gente que uno elige para rodearse, pero en este caso específico pienso que es una voluntad interior de decir "Hay algo que uno tiene y, ¿qué es? ¡¿Qué es?!". Esa búsqueda es lo que me hace siempre ir y querer encontrar un nuevo techo. Entonces uno encuentra un techo y piensa "Ya, ¿y qué hay más arriba?". Te subes a la escalera y ya arriba del techo dices "Oye, pongamos otra". Así vamos y hacemos un segundo piso, un tercero, un cuarto, un quinto, un avión, un helicóptero, un espacio sideral, estrellas. Siempre hay más. De hecho, ahora estoy en un momento específico de mi vida en que una gran pregunta es “¿Cuál es el octavo cielo?”. Siento que llegué a un lugar, estoy súper bien, me funcionan las cosas, pero… ¿Entonces qué? Estoy en un momento de muchas preguntas en mi vida, específicamente ahora me planteo "¿Esto es? ¿Cómo sigue?". En esta década, de los 23 a los 33 años, articulé algo súper fuerte en mí que es coherente y sé que funciona, o sea, yo aprieto “Play” a mi máquina y genera dinero, genera vías, genera tiempo, pero no sé si es exactamente lo que quiero que siga. Por eso me fui a vivir fuera de Santiago y dije "Ya, voy a ir alternando”.
Yo soy muy buena para hacer pop up con esto de que realmente invento personajes en mi cabeza para funcionar en distintas partes de mí misma, incluso las partes que no te gustan. Te pones en modo automático, lo mismo que pasa con ciertas formas de trabajo. Mi oficina en Santiago es nómade, a veces el taller de mi hermana, a veces el estudio de un amigo, que podría ser mi taller, pero aún no me he decidido a marcar esa huella. Cuando viene alguien a visitarme trato de montar un lugar de acuerdo a la persona, soy súper psycho en ese sentido. Me encanta combinar las cosas y decir "Quizás a esta persona le interesa más ver este cuadro" o tener estas cosas a mano, mostrar estos libros. Me encanta estar despertando intereses como "¿Qué cosa le podría gustar que ponga en la bitácora?... ¡Fotos! De repente es entretenido poner fotos". Mi pensamiento está siempre tratando de hacer algo que entusiasme a los otros, los despierte y arme un lazo. En ese sentido, ahora la tecnología me ha ayudado porque hago más video conferencia. Es normal que yo esté trabajando en Caleu y haga una videoconferencia con 3 personas en un mismo día, es como si estuviera en Santiago. A alguna gente le puede producir incomodidad que no esté en Santiago, pero no se nota, trato de que no sea tema, que sea una virtud.
Trato de tener mis espacios súper bien marcados acá y si uno pudiera nombrarlo, una clientela que también hay que cuidar. Hay que decir “Está todo bien, sigamos trabajando” a las personas con que uno trabaja. El estudio siempre fue mi casa, pero pasaba camuflado. La gente encontraba que era un estudio, pero otros días era mi casa, otros días era un living, otros días un taller. Siempre hay que ir encontrando los pasadizos para sobrevivir, sobrevivir con lo que uno tiene ganas de que sea chispeante, siempre estar alerta.
En mi vida encuentro que el trabajo es mi accionar, es lo que hago. No lo considero un hobbie, es mi trabajo, es lo que yo disfruto hacer, lo que estoy buscando compartir, crear, armar. Es un eje, un pilar en mi vida. Además, articula poder tener una casa, poder ir al supermercado y, por otro lado, poder descubrir mundos nuevos. Tiene esas dos variables, es un pilar.
Hay límites sobre lo que considero trabajo. Cuando no tengo lucas para hacer un proyecto ya no es un trabajo. Por ejemplo, estuve 2 años y medio metiendo plata en un libro, dibujando todos los días, pero no era un trabajo porque era algo en que yo invertía y lo pasaba súper bien. Después resultó que quedó bueno y como funcionó, pasó a ser una pega que duró un año y medio que, en el fondo, fue moverlo, venderlo, distribuirlo, copiarlo, dar entrevistas. El trabajo lo asocio con la subsistencia, con una retribución económica. Las cosas que hago, las cosas que salen, las tomo y las transformo para que pueda sobrevivir con eso. En general dicen “¡Pero nadie puede vivir del arte!” y obvio que sí, depende del lugar que le das. Quizás ahora nadie te está pescando con que hagas fanzines, o sea, cuando yo tenía 23 años hacía fanzines y a nadie le importaba. Ahora tengo 33 y están en el Centro Nacional de Documentación de las Artes. Ha sido mi pega mucho tiempo y gracias a que hice eso me salieron un montón de pegas, pero cuando lo hacía antes nunca fue una pega. Se transformó por darle interés a mi trabajo. Tengo una cosa bien magmática con el trabajo.
A medida que pasa el tiempo, cada vez más he elegido hacia dónde ir. Siempre ha sido una constante de la cual también me he tenido que defender un montón pues la gente dice “Pero ¿por qué vas a tener que hacer siempre lo que te gusta?”, clásica pregunta. Yo pienso “¿Y por qué no? ¿De dónde salió que no?”. Cuando tenía 23 años muchas veces tuve que hacer un folleto de algún artista que no me interesaba o de algo que no era mi pasión porque necesitaba las lucas en ese caso, pero ahora ya tengo cierta estructura. También he armado un colchón de subsistencia económica, por ejemplo, este año decidí que voy a tomar puras pegas que tengan más que ver con educación y comunidades, voy a intentar no tomar otro tipo de pegas. El otro día me llamaron y me dijeron “Oye ¿te interesaría hacer un folleto para Faber Castell?”, a lo que respondí “Ah, sí, en verdad si me encantaría”. Tiene que ver con arte, es igual una marca comercial, pero, en el fondo, voy siempre apuntando más y afilando más con quién te relacionas. Cada vez vas teniendo más poder de decisión porque sabes cómo han funcionado las otras cosas.
Yo creo que los criterios para definir un trabajo bien hecho son bien diferenciados. En mi forma de trabajar tengo ese tipo de distinción, o sea, en general si estoy haciendo un libro para otra persona veo a la persona, escucho a la persona, siento a la persona y digo “Ya, a esta persona le va a gustar que el libro sea más blanco y de líneas sencillas”. Quizás a mí me hubiera gustado que estuviera completamente lleno de colores y de papel bond, eso hubiera sido el libro que a mí me gustaría, pero he aprendido a mirar las cosas desde el diseño. El diseño me ha ayudado un montón: se nombra como el cliente dice, a otro le gustan las cosas más blancas, sencillas, delgadas, y con espacio. No era lo que yo prefería, pero, en el fondo, el trabajo terminó siendo excelente porque esa persona fue feliz, le encantó. Si me preguntas a mí no me gustó ese libro, pero depende del punto de vista. Las cosas que son excelentes, buenas o de alto nivel son las que atesoro en mi repisita. Cuando viene alguien le digo “Oye ¿te gustaría mirar esto? Está excelente”. Creo que los criterios tienen mucho que ver con para quién, hacia quién. Cuando hago algo para mí busco que sea mágico, que tenga ciertas coordenadas de misterio, de sorpresas, de alegrías, de inesperado. Espero que tenga espacios donde al otro se le mueva su interior. En general, lo que yo hago tiene que ver harto con el otro. Me pasa que yo siento los “Oh, qué está lindo” y cuando pasa eso algo está bien. No he querido entregar los propios finales en varias cosas en las que he trabajado y me los quedo, pasando piola. Hay veces en que me preguntan “¿Y te los vas a llevar?”, yo digo “Sí, me los voy a llevar” y la gente me mira con cara de “No queremos que te lo lleves”, así que finalmente respondo “Bueno ya, se los voy a regalar”. Cualquier tipo de persona hubiera dejado la cosa tirada, pero yo usualmente todas esas cosas las agarro y me las llevo. Cuando las personas te dicen “Por favor, déjalo”, contesto “Ya, bueno, ya, pero hagámosle una cajita para conservarlo” que son cosas que yo haría. Esas son cosas que sacan la sonrisita y con las que la gente hizo click.
En algún momento cuando era más chica, como a los 20, tendía a mirar mucho el campo alrededor porque si yo dibujaba se suponía que entraba en un sistema, pero mi propio trabajo lo hacía un poco a escondidas. Ahora ha ido pasando y, claro, al final el reconocimiento de tus pares tiene mucho que ver en cómo estás tú, porque para mí lo que uno hace siempre saca algo de uno. Uno dibuja, te dicen “Oye, se parece a ti” y piensas “Ah, sí, es verdad”. Cuando alguien dibuja muy oscuro, está heavy el compadre, está atrevido, está enojado, no sé. Pienso que las cosas que uno hace pienso transfieren mucho de cómo estás, de cómo es uno. Entonces el hacer, el reconocimiento de los pares tiene que ver con “¿Qué ven ustedes en esto?” y si encuentran algo que yo no he visto es genial, es una conversación con el otro. Más que ser súper bueno, o súper rara, o súper estrambótica, es “¿Qué viste tú?”.
He tenido proyectos que han sido un fracaso, en el sentido de que los he querido instalar en ciertos lugares. Por ejemplo, una vez hice un libro, “Siete Colores”, que tiene que ver con un viaje al sudeste asiático, así que pensé “Ah, seguramente a los del consulado de Tailandia les va a encantar”. Podemos hacer un proyecto, cartas, mucho tiempo. Llegué a hablar con el cónsul, quien me dijo “Olvídate, no estoy ni ahí con tu proyecto, no tiene nada que ver con lo que a nosotros nos interesa”. Fue tan un fracaso, me costó, pero, por otro lado, pasó que el libro en sí mismo mucha gente lo veía y me decía “Oh, amamos tu libro, es increíble”, “Lo necesito para mi sobrina”, “Lo necesito para mi tía”. El fracaso lo he aprendido a tomar desde donde lo veas. Para mí fue un gran aprendizaje darme cuenta de que hay ciertos lugares donde simplemente no resulta y está bien también. Siempre me cuesta fracasar, es algo que está súper marcado en mi vida, no fracasar. Haré todo lo posible por sobrevivir y por hacer lo mejor posible siempre, pero hay veces en que ya he aprendido a aceptarlo. El año pasado fue un año en que acepté decir “Oye, me fue mal”. Antes no lo hacía, era incapaz de decir que me había ido mal en la vida o en un proyecto.
Ante mi familia ha sido más difícil enfrentar los fracasos, particularmente ante mi mamá. Su figura me ha ayudado un montón a ser como soy yo porque ella ha sido la gran cuestionadora de cómo yo trabajo, de cómo yo vivo, de cómo yo armo mi tiempo entonces siempre me defendí un poco de esas miradas de “Ser superior madre”: “Oye, lo estás haciendo mal, esto no debería ser así”, “Te quiero, te amo, te adoro, pero ¿por qué no te empleas en un lugar?”, o “¿Por qué no haces tal y tal cosa?”. Ahora ya lo superé y tengo una relación súper buena con mi mamá, pero ella siempre, en el fondo, tiene ese punto de vista de “No estoy tan de acuerdo con que seas tan artista”. Por eso es más difícil decirle a ella “Sí, mira fui hice esto y no me funcionó, fracasé. Abrázame, por favor”.
Siento que el dinero es una coordenada que prefiero siempre tenerla a la vista, o sea, es algo que me importa, pero no me importa demasiado. Siento cierta confianza con respecto a que siempre llega. De hecho, creo que mis más grandes desafíos fueron cuando estaba independiente, no tenía trabajo y no iba a hacer de mesera de nuevo en mi vida nunca más. Ahí llegué a tener $350, pero me llegó una súper pega. Entonces mi posición siempre era decirles a mis amigos “Hasta que no tengas nada, dale, pero sobrevive en las cosas en que tú confías”. Para mí el dinero siempre llega, esa es mi premisa y prefiero tenerla al lado, conmigo. No es que te vaya a regalar las cosas, si puedes pagarme genial porque yo puedo hacer otra, no me da vergüenza. No tengo una relación amor/odio con el dinero como “Ah, no. ¿Cómo le voy a poner precio a mi dibujo?”, obvio que sí, lo hice. Si tú me quieres comprar un dibujo, te lo vendo y te digo “Vale $350.000”. Si me preguntas “¿Te lo puedo pagar en cuotas?”, súper, bacán. Si me dices “No, no tengo plata”, te pregunto cuánto puedes pagar. El dinero tiene mucho que ver con cómo uno lo mide. Si le estás cobrando a una gran empresa obvio que vas a cobrar 2 millones, pero si hay una persona que lo necesita y se lo puedes regalar también. Entonces tiene mucho que ver desde dónde se está mirando ese dinero. No le vas a cobrar lo mismo a una persona que a otra. Finalmente son cosas que van de la mano: si no tengo dinero no sobrevivo, si no sobrevivo se acaba el proceso, por lo que siempre es mejor tenerlo y mirarlo de frente. Es súper importante aprender a manejarlo, a invertirlo, a guardarlo, a moverlo, a conversarlo con tus pares. Cuando contratas a alguien, de acuerdo lo que te están pagando le pagas. Es muy importante tenerlo así, de frente, porque es una realidad importante.
Para mí el tiempo libre es mi más alto dinero. Creo que donde más gano dinero es en el tiempo, es lo que pago más caro. Siempre tengo tiempo, no tener tiempo es como lo administro. Si hoy día no hubiese querido hacer nada tengo derecho a hacerlo. “Oye, no, cancelo todo lo que tengo que hacer hoy día” y me quedo donde yo puedo. En el fondo, esa libertad es algo que es mega valioso, impagable; lo pagable es todo ese trabajo, todos estos desafíos y cosas que uno hace para decidir eso. O sea, cómo me siento para vivir con el biorritmo de mi interior y no de cómo está el mundo afuera, poder ser respetuosa con eso. Siento que existir, ser persona es una cuestión valiosa, tan única e irrepetible que es a lo que más le quiero dar importancia y un valor.
En mi tiempo libre hago cosas variadas. A veces estoy en la hamaca, me tiro en la hamaca y digo “Oh, estoy perdiendo el tiempo”, pero después pienso “Ah, no. Verdad que estoy invirtiendo mi tiempo, estoy invirtiendo mi tiempo”. Me dedico a mirar las plantas, a veces me concentro y me pongo a dibujar sólo por dibujar. Me gusta mucho hacer acuarelas, sentarme, nadar en los libros que colecciono e inventar ideas místicas. No tengo específicamente un patrón del uso del tiempo. Me gusta cocinar, pero porque a la hora de almuerzo me gusta mucho también mirar el techo. También me junto con amigos. En general, intento que en mi semana haya un encuentro social porque admito que me encanta estar adentro, conmigo inventando cosas, descubriendo cosas. Entonces me organizo para salir con mi mamá, ver a mi hermana, ver a mi sobrino o invitar a un amigo. Es algo que pongo en mi agenda mental: “Oye, hace tiempo que no salgo para acá”, o “No voy para allá”, o al revés “Ya fui a este lugar, no voy a ir”. Trato de repartir esos tiempos.
El ocio, el tiempo libre creo que es lo más valioso, así realmente lo que más importa en la vida. El ocio es el momento en el que eres pleno, ocio es estar haciendo nada. ¿Qué es estar haciendo nada? Es como “Ahh…”, una sensación de relajación que se produce cuando estás dibujando, o estás mirando el techo, o estás sentado, o estás comiendo con alguien y son puras instancias bacanes, son valiosísimas. El ocio, el tiempo libre creo que es donde habita la persona.
Definitivamente hay un desfase entre mi forma de entender el ocio y la de la sociedad. Cuando he trabajado en comunidades, sobre todo cuando es fuera de Santiago, tenemos cierto código con el ocio. Cuando estás más fuera el ocio es realmente algo así como “Oye, que eres ocioso, cabro ocioso”. No hay un valor en eso, para nada, está mal visto ese espacio. La gente dice “Este cabro lo único que hace es aburrirse” y quizás estaba inventado la teoría del Big Bang. Se le resta importancia al aburrirse que tiene mucho que ver con el ocio y que tiene que ver con que estabas pegándole a una maderita, se quebró y ¡wow! Se te ocurrió algo. Estabas sentado mirando la nada y se te cayó una manzana en la cabeza y ¡oh! La gravedad. No sé por qué, pero realmente pasan cosas en esos momentos.
Cuando estoy colapsada de información voy y me echo dos días, me obligo a estar echada. Es como si saliera una capa, lo que le sucede a las serpientes o a las arañitas. El ocio te entrega esa capacidad de dejar algo abajo y volverte a activar. He desarrollado una autotécnica que es un poco vergonzosa, pero es real. Si estoy un poco sobrepasada de mí misma me obligo a ver, por ejemplo, una serie, pero no la veo a un ritmo normal, sino estoy 13 horas frente a la pantalla. También lo hago con una película buena, lo importante es estar muchas horas. Algo en mi cerebro, atrás de la cabeza, se logra resetear absolutamente y de no querer hacer nada, de haber estado colapsada, me siento distinta después de esas 13 horas frente a una pantalla. Encuentro que la pantalla es un momento en que realmente evades todo, como si hicieras una capa. Hago ese ejercicio conscientemente y “¡Pun!”, realmente después de esas trece horas quedo limpia. Puedo partir de nuevo y me funcionan de nuevo otras cosas. Trato de no hacerlo tanto porque sé que es como un psicoactivo. Me resetea mucho el cerebro ese tipo de cosas, por ejemplo, obligarme a estar muchas horas sentada en el sillón. Tu cuerpo quiere todo el rato hacer algo, piensas “Debería ir a buscar…”, “Debería llamar a no sé quién”, se te ocurren miles de ideas y no haces ninguna. Es una técnica difícil porque a los 45 minutos ya tienes 5 ideas que hacer, pero no debes anotarlas. En el fondo, es lo que me ha ayudado mucho en la meditación diaria, en estos 20 minutos que medito. Antes sólo te sentabas y se te ocurrían 3 ideas, a los 10 minutos tenías 40 ideas y querías tener un lápiz al lado para anotar todas las cosas que te acordaste de que tenías que hacer. Es un ejercicio decir “No, en este momento no voy a pensar en las cosas que tengo que hacer, en las ideas que voy a tener, sino que simplemente voy a estar”. Ese mini reseteo mañanero, que antes también lo hacía en la noche, ayuda un montón a esa calma.
Yo creo que esta perspectiva del ocio es de la sociedad contemporánea. Santiago es un lugar en que puedes encontrar a gente que entienda este tipo de definiciones, pero sales a la sexta región, la séptima y en general a las afueras, a cualquier espacio que no está tan contemporaneizado y el trabajo con el ocio no están concebidos según este tipo de nuevas visiones, sino que la gente lo deja pasar no más y las dan por dadas. Son teorías contemporáneas que flotan en el aire sólo por estar conectados a Facebook. En mi caso, puede ser 100% la red en que yo me muevo que es súper acotada y que tiene que ver con artistas, diseñadores, gente que trabaja en trabajos sociales que le da un valor a eso. Para ellos, el ocio es una instancia creativa que da valor. Trabajo en la Residencia de Arte Colaborativo y uno de los puntos importantes es que en las instancias de ocio encuentras cosas o aparecen nodos, puntos. Eso no es normal escucharlo en otros lugares.
Me carga, me carga estar enferma. La enfermedad es un momento en que mi cuerpo está desarticulado, entonces significa que trabajaste mucho o hay una relación que te enferma, algo no está funcionando bien. Para mí la enfermedad es el mejor médico, el explicador de lo que te está pasando. Yo soy muy seguidora de la Louise Hay, pero porque mi mamá era muy seguidora de ella. Mi abuelo era doctor y toda la vida él vivía con los remedios y con la pastilla, por lo que mi mamá tomó mucho. Cuando nacimos nosotras dijo “No, no les voy a dar remedios” y todo el mundo “¡Pero cómo!”. Ella decía “Si está con fiebre es porque está cansada o está creciendo”. Mi mamá era enfermera también y obvio que con 40° de temperatura nos llevó a la clínica, pero si me aplastaba el dedo chico me decía “Pucha, el dedo chico tiene que ver con la familia y en general cuando te pegas en el dedo chico estás teniendo problemas familiares o es el dedo del corazón”. Son los primeros detalles que tienen que ver con las relaciones, o la guata, los nervios, o me hierve la hiel; hay muchos dichos populares. Encuentro que la enfermedad es tu mejor aliada, en el sentido de decirte que algo no está bien. Es como tu máquina, por eso digo que me carga. Cuando te pasa algo es como “Pucha, tengo que trabajar”. Si no escuchas la enfermedad y no la atiendes, te desgastas. También la escucho porque mi economía no está hecha para ir al doctor, no tengo una economía de “Ya, voy a ir a no sé qué porque me duele la garganta”, sino que me pregunto “¿Por qué me duele la garganta? Ah, me duele porque quizás no dije tal cosa”. Eso tiene mucho que ver con la medicina china, la medicina alternativa, todas las otras cosas que son gratis. Te puedes sanar sólo dándote cuenta de por qué las cosas te afectan y qué es lo que te está diciendo tu cuerpo. En mi economía de trabajo es súper bueno. Voy una vez al año al doctor chino que te mueve todos los huesos y te alinea los chakras, realmente tu cuerpo funciona mejor. Hay que escuchar la enfermedad, aunque a veces te da mucha lata.
Tomo vacaciones cuando es necesario. Por ejemplo, me tomo vacaciones cuando funciona el plan, pero también tengo una cábala. En febrero hay mucha pega en Santiago porque están todos de vacaciones y es un mes en el que estoy siempre disponible. En general, es un mes en el que trabajo mucho y quedo súper cansada. En cambio, en marzo cuando está sobre estimulada la ciudad, es un momento en que yo bajo la intensidad, estoy más tranquila, esperando, porque en general la mayoría de los proyectos se gestan y en abril te vuelven a pedir. Entonces siempre tengo un momento más tranquilo en marzo. Los fines de semana para mí no tienen ese sentido porque muchas veces el lunes es el día en que más descanso, el jueves o cualquier día. Por eso, siempre funciono con una agenda porque no tengo el lunes a viernes y el sábado o el domingo. Voy viendo qué día es hoy, qué planes hay. Me sirve un montón saber que va a haber un feriado porque ese día es mejor quedarse en la casa y no salir a la carretera. No hay que estar desconectada del quehacer diario del 75% de los seres humanos que están al lado tuyo. Es bueno saberlo, pero no es algo que rija mi actuar.
Hace 2 años la maternidad fue mega, mega, mega tema. En ese momento en mi vida pensé que no estaba capacitada para ser mamá. Errores grandes que uno tiene en la vida. Creo que, en ese sentido, como llevaba mi vida y como llevaba mi trabajo no me permitían generar la exigencia necesaria que creía que necesitaba dentro de la estructura mental que quería entregarle a alguien que fuera hijo mío. Ahora yo podría decir “Oye, qué exigente la niñita, hueón”. En este momento actual para mí la maternidad es una realidad súper posible, deseada incluso, pero también considero que es una responsabilidad, una buena responsabilidad. Me encantaría que si tengo un hijo tuviera un papá porque en mi familia tuve un papá que fue ausente, que le costó un montón y después las cosas fueron cambiando. Fue difícil para mi mamá, trabajando sola con dos hijas. El papá no apañaba, después se casó de nuevo, apareció mi padrasto que ha sido genial, muy buena onda. Me gustaría no replicar ese tipo de cosas, siendo más cuidadosa o por lo menos intentándolo. Pero también, ¿cuán cuidadosa se puede ser con la vida? Es algo que en algún momento me pasó la cuenta, quise tener más control del que yo creo que fue necesario. Quise ser más estructurada y ahora la verdad pienso que los niños son siempre una bendición. Me imagino que es súper estresante y heavy, por lo mismo creo que también disfruto a concho mi situación, soy consciente del valor que tiene. En algún momento le puse más valor que del que tenía y fui un poco egocéntrica en ese sentido.
Me encantaría retirarme. Encuentro que, en el fondo, me gusta la idea de estar siempre retirada, de ser siempre jubilada. No me gusta la idea de que hay una edad donde sucede eso. Me gusta vivir con la idea, cuan real o irreal sea, pero me gusta mucho creer que soy jubilada, que trabajo porque me gusta y que hago las cosas porque lo deseo. No estoy esperando un momento en que me voy a liberar de algo, sino que, al revés, vivo con eso porque me gusta que sea así, entonces tengo una relación súper feliz con la jubilación, porque yo me siento jubilada. Tengo una idea de tener siempre un respaldo para esa edad en que también tu cuerpo te da menos, tengo la confianza en que por algo uno crece. Tengo 33 años, cuando tenga 66 años voy a tener el doble de la edad que ahora tengo y me imagino la cantidad de cualidades que se van a haber desarrollado de las que no tengo idea ahora. Entonces tengo mucha confianza en esa época, en el futuro, la vejez, en el tiempo, en la belleza que aparece cuando uno crece. Es una belleza demasiado distinta y tiene otra magia. Tengo mucha fe en esos tiempos, o sea, me gustaría seguir viva.
El trabajo creativo es sobre todo un trabajo inmaterial, y como tal es difícil de confinar a espacios y tiempos acotados. Eso hace que se desperfile en tanto práctica productiva y que, a menudo, se invisibilice. Las labores domésticas y de cuidado —otro trabajo inmaterial, ciertamente feminizado—se superponen al escasamente reconocido trabajo creativo. Las mujeres artistas tienen que hacer compatibles dos tipos de labores que les exigen disponibilidad 24/7, y ninguna de ellas es registrada como trabajo. Y aunque nuestros hallazgos apuntan que el tiempo de ocio es fundamental para el trabajo creativo, las mujeres artistas tienen dificultades para permitírselo.
«Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida», reza la máxima de Confucio, cuya circulación popular en tiempos actuales parece estar estrechamente ligada al estilo de vida de los artistas. En la labor artística parece estar la clave de un trabajo que no parece trabajo, sino que se experimenta como todo lo contrario. Las formas en que los artistas han gestionado históricamente el binomio trabajo/vida ha dado lugar a un modelo laboral celebrado y replicado desde otros sectores productivos contemporáneos, en tanto encierran la promesa de una existencia libre del tedio y el sinsentido de un trabajo esclavizante. Cuando las prácticas que proporcionan el sustento son gozosas, estimulantes y hacen posible la realización personal, ¿dónde termina el trabajo y empieza el ocio?
¿Es posible dar reconocimiento social a un trabajo intangible que se resiste a la estandarización?
Proyecto Ocio es una investigación que se propone indagar en las condiciones de trabajo y las prácticas de ocio de los productores culturales de la ciudad de Santiago de Chile, observando las tensiones y contradicciones que experimentan en el marco de las recientes transformaciones en el mundo del trabajo. A partir de un conjunto de entrevistas en profundidad y otras instancias de discusión colectiva de estas temáticas, el proyecto busca ofrecer una caracterización reflexiva del mundo del arte, del sector creativo y el campo intelectual en tanto ámbitos productivos que ponen en entredicho la oposición binaria entre trabajo y ocio: por una parte, porque su tarea es elaborar bienes inmateriales y simbólicos, frecuentemente asociados al tiempo libre y el esparcimiento; y por la otra, porque tienen una alta identificación con su trabajo, consiguiendo gratificación y autorrealización personal a través de éste.
Este estudio busca levantar un conjunto de experiencias de trabajo creativo y artístico, analizando las características de sus dinámicas y las implicancias subjetivas en la biografías de los productores culturales. Este material servirá como punto partida para una discusión que sido insuficientemente abordada en el campo local: las condiciones de trabajo de los creadores locales, y el particular modo en que en sus estilos de vida se entremezclan las dimensiones personales y laborales; familiares y profesionales; los gustos personales y el trabajo remunerado. Nos preguntaremos, en otras palabras, los modos en que lo personal es también político. ¿De qué formas los tiempos de ocio ofrecen fronteras o límites a la productividad en los campos culturales
Soy Cristóbal Cea, tengo 36 años y soy artista. Actualmente hago clases en dos universidades, en la Universidad Andrés Bello y en la Universidad Católica; en una enseño videojuegos y en la otra, artes mediales. También hago clases en el Magister de Artes Mediales de la Universidad de Chile, pero eso un semestre al año.
Escribir en la bitácora me gustó; fue rico porque adquirió la forma de un régimen, un poco meterse en un curso de crossfit. Me gustó la propuesta porque se volvió un hábito, es un bonito ejercicio. Pude notar que tengo microtiempos de ocio que consisten en leer, nadar. Generalmente, la escritura de la bitácora la encajaba dentro de estos microtiempos de ocio. Muchas de las cosas que hice están anotadas después porque no quiero ser el psicópata que anda anotando después de todas las cosas. En este proceso me percaté que mis tiempos de ocio son pocos, lo que no quiere decir que piense que trabajo mucho. Me recuerda a una escena de “Gladiador”, donde el personaje de Russell Crowe tenía un esclavo que durante la noche hacía unas figuritas para su familia. Entonces, Russell Crowe le pregunta al esclavo: “¿Cuándo tienes tiempo para hacer eso?” y él responde: “Bueno, la mayoría del tiempo hago lo que tengo que hacer y con lo que queda, hago lo que quiero”. Eso me parecía una buena disposición. Creo que hoy en dia, muchas veces uno es esclavo de las cosas que tiene que hacer y es importante encontrar esos pedacitos de tiempo que son tuyos. Ahí encajé la bitácora.
La organización se basa en una negociación de tiempos. Por una parte, está eso de que ahora no es distinguible el trabajo del ocio, en el sentido de que, por ejemplo, Facebook básicamente es un Tamagochi con personas de verdad; tienes que mantenerlo, alimentarlo y nutrirlo. Entonces es un juego, pero también es trabajo y yo creo que hay que negociar las cosas. Hay muy pocos tiempos que son un secreto con uno mismo, donde estás contigo, que conllevan anhelos y esperanzas personales. Al final, tienes que tratar de hacer que esas esperanzas y anhelos se encarnen en espacios personales. Generalmente el modus operandi es tratar de negociar las cosas.
Mis tiempos de producción como artista están protegidos con una cuestión que inventé cuando vivía en Estados Unidos: me dije a mí mismo que tenía que trabajar una hora al día, aunque fuera rellenar el Excel de las tomas que tengo. Siempre he tenido ese problema porque tengo un déficit atencional cuático. Intento que el trabajo sea de una hora al día, algo con lo que pueda ir a dormir y decir “hoy día hice algo”. Los martes y viernes suelo quedar con esa sensación, pero generalmente todos los días encuentro un lugar donde me quede un pedacito de tiempo. En ese sentido, mi flujo de trabajo es súper móvil; se trata de hallar esos espacios en cualquier momento. Esta negociación de tiempos no suele estar sujeta a los plazos de proyectos. Una vez Joaquín Cociña me dijo que desconfiaba de la idea del artista que hace trabajos para proyectos —quizás lo estoy malinterpretando—. En mi caso, hago proyectos para hacer trabajos. Me pareció súper interesante el comentario, me aclaró bastante la película. Me parece que el proyecto es algo vinculado a lo instrumental y el trabajo es lo que quiero encontrar, una búsqueda más intrínseca.
Espero no sonar muy volado, pero me encanta dibujar, siempre me gustó dibujar. Cuando estaba chico en el colegio, era el niño bueno para el dibujo y recuerdo que un compañero de curso me decía que lo que más le llamaba la atención cuando dibujaba era que no tenía idea de qué estaba dibujando al principio, pero al final se entendía; de repente, se comprendía. Hace algunos años me acordé de lo que había dicho Sebastián, mi compañero. Pienso que quizás la vida es un poco así: no sabes que estás haciendo algo y no sabes lo que quieres. La persona que dibuja tampoco sabe qué es lo que va a dibujar, sabe más o menos para dónde quiere que vaya la moto y espera que el dibujo se resuelva en el tiempo, eso es generar las circunstancias para entender qué estoy dibujando en términos de poner obras y proyectos. Quizás en cierto minuto necesite un lápiz, un instrumento, y pongo el proyecto en función de poder hacer que el dibujo siga dibujándose.
Es raro porque en el fondo tiene que ver con estrategia, que está tan mal ocupada esa palabra hoy en día. El año pasado la Universidad Católica invitó a una reunión para conversar sobre el plan estratégico de la Facultad de artes. El invitado principal era un ingeniero que nos decía: “¿Qué es estrategia? Es diferenciarse para ganar”. Fue espantoso. Yo pensaba que era una noción súper cagona del término porque, para mí, estrategia es encontrar alguna manera para salvarte y salvar tu trabajo. En un contexto así hay que ser estratégico, pero no para ganar, sino que para no perderse. Es como el cuento que me gusta de Penélope y Odiseo, donde ella de alguna manera compra tiempo a través del tejido mientras espera que vuelva Odiseo, su anhelo. Odiseo hace lo mismo por su lado, aunque es un conchadesumadre. La historia de la sirena con Odiseo trata de lo mismo, de cómo me las arreglo para consevar algo que quiero y lograr que las cosas sucedan sin rendirse a las sirenas.
Hace 10 años atrás el ejercicio de la bitácora habría sido distinto. Estaba más urgido. He aprendido a acomodarme con el hecho de que no soy una persona que puede sostener la tensión por periodos demasiado prolongados, así que he aprendido a trabajar de a poquito para construir cosas más grandes. Probablemente pasaba más tiempo preocupado porque no tenía un mes para trabajar tranquilo en algo. Ahora doy por hecho que no existe el mes para trabajar en algo. Me interesa más trabajar el contexto también; tratar de posibilitar que el contexto sea mejor para que la gente pueda trabajar mejor en general.
Creo que hoy vivo como el esclavo de Russell Crowe. Tengo unas cosas que sé que son mías y que las quiero mucho, y estas valen más que el tiempo que duran. Entonces, si tienes algunas cosas que valen más que el tiempo que duran, está todo bien.
De todas formas, el tema de trabajar en distintos espacios guarda relación con el problema de la copresencia, que es importante en la división de ocio y trabajo. Por ejemplo, me llama la atención que Facebook y Whatsapp eliminaron el concepto de estar ocupado. Si te encuentras con dos personas conversando y notas que están embalados, tú no hueveas. Si llamas por teléfono de línea fija y alguien está hablando, suena ocupado. Sin embargo, ahora no existe esa idea de estar ocupado. Al trabajar en distintos espacios tienes ese problema: una cosa que es urgente en un lado tiene conflictos con otra cosa que es urgente en otra. Todavía estoy tratando de balancear bien todo, qué tanta cuerda puedes dar; cuánto tiempo puedes exigir para ti; qué tan importante es el tiempo para hacer bien tu pega de esclavo en las otras cosas.
Mi relación con la tecnología es buena; creo que es un poco parecida a mi relación de pareja. Yo soy católico y estoy casado con una mujer preciosa que es judía y atea, y la adoro. Me llevo súper bien con la tecnología, creo que la entiendo, me fascina y al mismo tiempo lo encuentro una hueá. Claro, no encuentro que Constanza sea una hueá. Sólo son relaciones paradójicas y como paradójicas, creo que son productivas.
El trabajo para mí es instrumental porque es una herramienta para conocerme a mí mismo y conocer a otra gente. Siempre he entendido que el trabajo es el óxido de procesos mentales y lo que queda; es decir, lo que se muestra es el remanente de cosas que ojalá te hayan transformado y que en sí mismas no valen mucho. Por eso soy un poco desapegado con las obras.
Me gusta que mis distintos trabajos conversen. Me gusta enseñar cosas que investigo sin tratar de crear clones, así que intento que la clase sea un ejercicio que contribuya a mi trabajo y que, al mismo tiempo, sea una manera de compartir con la gente que va a mis clases; aprender de ellos.
Mis trabajos actuales son las clases y el arte. Si es que hay fondos, los fondos también son mi trabajo. La idea mía es organizarlos todos, ojalá hacerlos lo más míos que puedan ser, es decir, crear la mejor versión de ti que puedas ser. Pienso en mis trabajos como una familia, donde todos se afectan de distinta forma y no hay uno sobre otro. Por ejemplo, no pienso que mi trabajo de docencia esté para poder dedicarme a mi producción personal. Siempre quise dar clases, mi papá es profesor. Sin embargo, lo que no quiero hacer es transformarme en ese profesor de carrera que sacrifica su trabajo artístico para terminar siendo una persona amargada en el futuro que, sin darse cuenta, cague la carrera de la gente que viene abajo y los quiera maltratar con sueldos miserables, porque en el fondo padece que nunca pudo ser artista por dedicarse a las clases.
Por otra parte, tampoco me dedicaría a mis trabajos personales completamente. Me gusta mucho el estatuto de estar entremedio porque en el fondo me sirve para tener la independencia de decir: “mira, me encanta esto, pero tengo opciones”. Y en el arte me gusta poder decir: “genial, pero tengo opciones”. Finalmente, la ventaja de tener múltiples trabajos es que creo que eliges más libremente entre un trabajo y otro. Creo que puedes ser más generoso si eres un poco más libre entre una cosa y otra. Quizás todo es culpa de que mis papás dormían en piezas separadas.
Valoro un trabajo como bien hecho cuando te transforma; cuando sales distinto de ese proceso; cuando afecta a la persona de manera que ya no es la misma que cuando entró. No me gusta la idea de un trabajo o de una actividad que funcione como una confirmación de “qué bacán que eres”, encuentro que es una hueá. Las voces de mis pares o de otros en general también son importantes para esa valoración, aunque no me interesan en el sentido de que actúen como una garantía de “oh, qué bacán tu trabajo”, sino porque es rico tener una buena relación de pares. El diálogo con mis pares me sirve porque parto de la base de que las cosas que hago están mal, entonces siempre pregunto. Es como una comida: haces una comida, invitas gente, y cuando notas que están contentos, es bacán.
Estos invitados a la comida serían, por ejemplo, la historia del arte. Lo que me encanta de la historia del arte no es el hecho de saber, sino el hecho de pensar que estás entrando en una conversación con vivos y muertos; se trata de una expresión de amor que va más allá de la vida y la muerte, es cariño, respeto. Entonces los invitados a la conversación son vivos y muertos, gente del mundo del arte de otro lado que —supongo— contribuye a la transformación, aunque de verdad me importa un rábano. A veces, claro, hay cuestiones que son más estratégicas, aunque trato de que los motivos siempre sean honestos. Cuando vivimos con la Coni durante un año en Nueva York, lo que más nos llamó la atención era que las relaciones sociales eran transaccionales, y lo que nos ayudó a sobrevivir allá fue decir: “pico con eso, tratemos de sobre maniobrar este problema”. Entonces no hicimos relaciones transaccionales e intentamos conocer a la gente de verdad porque las amistades son cosas de verdad y el resto es challa, no genera lealtades reales ni nada por el estilo. A veces hay relaciones con tus pares que pueden posibilitar que hagas más cosas, por ejemplo, no te quieres agarrar a mocha con la Vicerrectora Académica, pero sí quieres conocer a esa persona por lo que la persona es y no por lo que la persona hace, no por el rol que tiene en una red operativa de una institución. Es una negociación, pero en buena.
Una condición de la vida contemporánea que es súper importante es tratar de ver cómo la sociedad trabaja o se las arregla para poder sobrevivir a la imposición que describe Manuel Castells, la de la sociedad de la información. Y en ese caso, encuentro raro que el modo de ser artístico cada vez es un modo de hacer que otras disciplinas tratan de adoptar. Por ejemplo, ocurre con Steve Jobs. Me carga hablar de él porque es una especie de Karadima de la ingeniería comercial: todos aman a Steve Jobs. Es una figura del emprendimiento cuyas metodologías de trabajo, investigación e ingeniería son artísticas. Pesca una cosa que no tiene nada que ver, un computador y lo mezcla con música. Pesca cosas que son sagradas y las mezcla con cosas profanas. Esa es una metodología, es Duchamp poniendo una rueda en un taburete. Actualmente todos ocupan esas metodologías muy artísticas. El emprendedor básicamente es un ingeniero artista y yo creo que esto se va a ir expandiendo a todas las disciplinas. Por ejemplo, los abogados son freelancer ahora, trabajan un año en una empresa y se van a otra. La apuesta está en que la empresa pueda no depender de ellos. En el fondo, es una sociedad con menos seguridad, institucionalmente precaria.
Hablando de precariedad, mi trabajo y las necesidades materiales no convivían muy bien hasta que fui a estudiar afuera. Viví en la casa de mis papás hasta bien viejo, creo que hasta los 29. Cuando fui a estudiar a otro país era casi como una salida. Me quería casar con mi polola e irme con ella, a lo que ella respondió: “nica voy a ser ‘la señora de’, saco de hueas”. Yo tenía todo este plan que al final no resultó. Ella se fue después a estudiar a una universidad mucho mejor y si no hubiese pasado eso, yo no podría haber conseguido una oferta de trabajo que me dieron allá. Supongo que este tema es un problema de disposición más que de planes; es decir, si tienes la disposición de abrirte a la posibilidad de trabajar y de satisfacer tus necesidades materiales, siempre vas a encontrar la manera de hacerlo.
La posibilidad de ser artista estuvo en riesgo casi absoluto por una serie de cosas el año 2015. Entre ellas, estar viviendo dos años de príncipe consorte del programa de magíster de la pareja, termina por dejarte en una situación donde no sabes muy bien qué estás haciendo. Justo había terminado el magíster entonces tenía que olvidarme de todo lo que había aprendido. Estuve trabajando mucho para sobrevivir. Tenía un montón de pegas chicas y no podía encontrar una estrategia que me dejara tiempo libre para trabajar en las cosas que quería. Tengo algunos textos que escribo para mí y recuerdo que en algún minuto de esa época escribí: “bueno, hasta acá no más llegó el arte”. Aunque me ha pasado más de una vez. Yo creo que los artistas mueren hartas veces; artista que no se muere es novato. Es raro ese proceso porque tienes que dejarte morir. Sabes que no vas a bajar de allí porque no hay nada más abajo. Ese dejarse morir se mezcla con cosas raras, porque además en el mundo de las artes se relaciona con el miedo a desaparecer. Por ejemplo, si te mueves a otro lugar desapareces un poco, y ese miedo se hace presente. En el arte es más fuerte ese miedo, es parte de la naturaleza de cómo funciona. Un músico que no puede cantar ¿es músico? Un artista cuyo trabajo no se ve… Tú sabes que dependes de otra gente. En fin, hay una serie de cosas. Retomando el tema inicial, he trabajado vendiendo computadores, haciendo obras a otros artistas, en películas, varias cosas. Básicamente el trabajo que tengo ahora deriva de una pega que tuve en un minuto donde no sabía si iba a seguir haciendo arte, que era trabajar haciendo clases de medios digitales en una escuela de animación y cine. Hay que dejarse contaminar también.
Ayer tomé un café con una señora que trabajaba haciendo clases en la Universidad Católica y se había ido el 74’ de Chile. Me dijo: “A mí me enseñaron una cosa en la vida y es que hay que tener un trabajo y un oficio. Cuando estuve afuera me dediqué al oficio, que era la traducción. Me dediqué a traducir y traducir. Por ahí entré a otra cosa y eventualmente recuperé mi trabajo. Pero hay que tener las dos cosas, porque cuando no tienes trabajo, tienes que tener oficio”. Buen dato.
En mis tiempos de ocio, absolutamente ociosos para mí, juego Nintendo. Me compré un Nintendo Switch el año pasado porque hago clases de videojuegos: esa fue la excusa laboral. Ayer en la noche descargué un juego que mezcla fútbol con autos. ¿Has escuchado algo que sea más una parodia de la masculinidad? Bueno, diez minutos del juego y no estoy pensando en ninguna cosa. Constanza se ríe cuando nos ponemos a jugar porque me encuentra un pendejo. Al final no sé si el disfrute está en el juego o en el hecho de que estoy haciendo una pendejada. De todas formas, no sé si es ocio. Lo que pasa es que la frontera entre ocio y trabajo se ha nublado para mí. Leo libros porque sé que me interesan, pero son libros que después tengo que ocuparlos para la universidad y me entretiene leerlos. A veces voy al San Cristóbal, me siento en una banca y me pongo a leer.
Cuando digo que no pienso en nada cuando juego, tampoco pienso que el cerebro está inactivo. Por ejemplo, cuando estás cortando pasto no estás pensando sólo en eso, sino que en un montón de cosas que el pasto te hace pensar y son tuyas. Hay algo con la propiedad del tiempo.
Los tiempos de ocio los concibo como aquellos que no están sometidos a una agenda, es como si existieran en otra esfera de tiempo nomás. Por ejemplo, si salgo a caminar con mi mamá es ocio porque es completamente poco productivo, es un lapsus de tiempo que vale más que el tiempo que toma. Son tiempos que valen más de lo que toman, si pienso en términos de valor y productividad. Algunas otras actividades que identifico con esta categoría son caminar, anclarme, tomar una cerveza con Constanza en la ventana, fumarme un cigarro. También me gusta mucho ir al cerro. Las actividades culturales las asocio más a pegas familiares, como “vamos a ver una película”. Siento que es más un trabajo que ocio. Es rara esa costumbre de que los papás quieren que vayas a visitarlos todo el fin de semana, si no te llaman y te dicen que no te ven hace mucho tiempo, así que se siente como una imposición. Yo prefiero los encuentros azarosos porque no tienen esa carga que los vuelve responsabilidad. Por otra parte, siento que hay un ocio bonito con mis amigos que vinculo con cosas azarosas. A veces me encuentro con amigos y pasan cosas, aunque generalmente sean tiempos chicos. Hace un par de semanas fui a ver a una amiga a Berkeley por una noche. Llegué a las 7 de la tarde, me fui al otro día a las 10 de la mañana y fue valioso verla. Nos abrazamos, conversamos cosas, me mostró donde estaba y su casa, nos reímos y se quedaron muchas cosas, muchos pensamientos comunes. Bueno, ese tiempo valía mucho más que las 12 horas que tomó.
El ocio lo asocio a la libertad y creo que es un deber tener libertad. No puedes ser artista si no eres un abanderado de la libertad individual, en el sentido de que no estar atado, de hacer las cosas porque necesitas hacerlas. Suena súper amplio, pero al mismo tiempo cada día es más difícil. Es un deber, pero no es una pega.
A veces siento que el ocio se acabó, por lo menos socialmente ya no hay tiempos muertos. Casi le tengo pavor a Uber y a esos autos que se manejan solos porque, aparte de atropellar gente, qué va a pasar con ese tiempo que uno tenía manejando. Una vez me tocó hacer clases en una universidad que me quedaba a 3 horas de distancia, así que una vez a la semana manejaba 6 horas. En el camino escuchaba música, lo pasaba bacán, pero si es que no tuviese que manejar esas 6 horas ese tiempo habría sido usado posiblemente para trabajar. Entonces creo que la sociedad está contra el ocio, ahora. Hay que productivizar el ocio y maximizar el tiempo que se usa ya que es un problema económico. El crecimiento poblacional es muy bajo y se necesita que la gente trabaje más.
En el entorno artístico es rara la relación entre ocio y productividad que mencionaba. Por ejemplo, si hay una inauguración, ¿es pega o es ocio? Yo creo que para mí es más pega que otra cosa. Si voy solo a la exposición no es pega; si voy con alguien no es pega; pero si voy a una inauguración yo creo que es pega, es trabajo social. Estar presente en una inauguración muchas veces se debe al afecto, pero generalmente es pega. En general hay artistas que tienen más ocio; sin embargo, hay riesgos en ese ocio. Por ejemplo, yo trato de hacer que mi tiempo de ocio sea muy valioso y, por otra parte, hay gente que lo ocupa en Facebook que para mí es una hueá, es perder el tiempo. El otro día vi una estadística de cuántas horas de YouTube se ven al día y creo que era un billón de horas en el mundo. Un billón de horas viendo YouTube. Saqué el cálculo para ver cuántos años eran esas horas en vidas humanas y resultó que eran aproximadamente 1500. O sea, quinientas veinte mil vidas humanas al año usadas en ver YouTube. Quedé sorprendido, pensé: “¡Wow! Eso es un genocidio”. Hay gente que pierde tiempo desde mi perspectiva. En artes se da mucho el tema de ir a tomar una cerveza porque estás chato, porque no tienes plata, porque no salió el fondo, porque fulano es un estúpido. Técnicamente es ocio, pero creo que es mal usado.
Mi idea de la enfermedad ha cambiado desde la universidad. Hay cosas que son muy incomprendidas, por ejemplo, hay cosas que para un adolescente son terriblemente dolorosas y para un adulto son una estupidez. Me pasa mucho que me toca gente en clases que tú notas que están tristes y es una tristeza que no se puede explicar, como sentirse feo. Recuerdo que en la universidad me sentí feo y no quería salir de la casa. Supongo que eso es en parte una enfermedad. Me acuerdo de que me afectó radicalmente, no podía trabajar. También hay otro tipo de cosas. Una vez me atropellaron y me fracturé las costillas, los brazos y qué se yo. Por un lado, eso fue bueno porque no podía trabajar en clases fracturado, así que tomé un bus y partí al Festival de Cine de Valdivia. Lo pasé súper bien, conversé harto y lo pasé la raja con gente que había conocido hace poco. También recuerdo lo que significaba estar enfermo en el colegio, era rico. Veía el matinal en la mañana, Teleduc, recibía cariño. Hasta ahora no tengo malas experiencias de enfermedad, gracias a Dios.
Los tiempos de vacaciones o feriados no existen por ahora. La última vez que tuve vacaciones fue el 2013, 2014, que fuimos por 10 días a Puerto Rico. Me costó salir, estuve tres días mal genio porque estaba con la cabeza puesta en hacer una obra. Ahora tenemos ganas de salir, pero ha sido complicado. El año pasado fue súper difícil porque mi pareja no tenía trabajo, estaba un poco triste y, por mi parte, tenía mucha pega. Nunca nos había tocado a los dos tener un año muy difícil por razones bien distintas y de verdad necesitábamos vacaciones juntos. Estábamos llegando a fin de año con muchas ganas de irnos, tomarnos ese tiempo, cuando me llegó una oportunidad de hacer una residencia. Me sentí pésimo. El mes y medio de vacaciones lo pasé en la residencia que, si bien era una circunstancia agradable para trabajar, igual era trabajo. Ahora tenemos ganas de ir a Argentina durante una semana en julio, si es que las platas andan bien. Si no, ir al cerro una semana también puede ser, si al final es necesario tener tiempos más prolongados. El año pasado, las vacaciones en realidad fueron un temón en mi relación de pareja. Uno quiere tener una relación buena con la gente y eso necesita tiempo. Ambos queremos tener una relación más sana en comparación con el año pasado y para eso necesitamos tener más espacios de tiempo y al final es una negociación.
Los sábados tenemos una cosa a la que le decimos “sapatos” no sé por qué. Tratamos de que sea un día donde no se hace nada. Todo el día en cama, flojos, ir a comprar pan con el pijama puesto debajo de los pantalones. En la mañana de los domingos me gusta salir a caminar más rato. Este año he tratado de que el fin de semana sea cualitativamente distinto a los otros días de la semana. No obstante, hacer un fin de semana completo es súper difícil. Lo intentamos en la medida de lo posible. Este es el primer año que Constanza tiene que preparar clases, algo que hace los domingos. En mi caso, los domingos tengo que corregir entregas porque hay una actividad de un curso que consiste en postear en una página y tienen plazo hasta este día. Siempre postean a última hora y como me gusta llegar con los textos leídos, corrijo los domingos.
Ahora tuvimos problemas con el calefón y llevamos como dos semanas sin agua. Estaba chato de bañarme con una pelela en la ducha, así que me inscribí en una piscina cerca de donde vivo y tienen buena ducha. Además, pensé que podía usarla como una pausa entre la mañana y la tarde, entonces trabajo en la mañana, luego voy a la piscina y de ahí a la universidad. El otro día, creo que el lunes, fui a la clase de la universidad y un alumno me dijo: “Usted viene de la playa”, a lo que pensé “pero qué pregunta más idiota”. Si puedo ir a la piscina no me tengo que sentir culpable por eso, es media hora que necesito. Cuando trabajaba en la tienda de computadores en el Mall Alto Las Condes, una vez fui a almorzar, me tomé una cerveza y cuando le comenté a mi compañero de trabajo me dijo:“¿cómo se te ocurre tomar cerveza un día laboral?”. Y nada, si es media hora, no estoy curado, tampoco es estar alcohólico, sino que porque quiero.
Hay algunas cosas chicas que son súper lateras, por ejemplo, si eres adjunto en la Universidad Católica te invitan a realizar un diplomado de capacitación docente que es súper bueno. El problema es que te solicitan hacer este diplomado cuando estás entrando y te pagan súper poco; entonces, necesitas trabajar en otra cosa mientras realizas esta capacitación docente. Recuerdo que en el verano la hice en dos semanas, donde tenía que ir a San Joaquín durante las mañanas.
Respecto a la paternidad, es una idea que me encantaría, pero no por el momento. Constanza no quiere tener hijos, así que no sé si los tendré, pero estoy abierto a esa posibilidad. Me da risa esta situación porque normalmente la gente dice “estoy abierto a la posibilidad de tener”. En el caso de que ocurriera cambiarían ciertas cosas, habría que hacer algunos ajustes. Probablemente no podría viajar tanto. Una vez, Coni me dijo que quería ser un artista nómade, a lo que comenté que había dos maneras de lograrlo: siendo terriblemente pobre o multimillonario. Ser artista nómade con hijos sería más difícil todavía. En cualquier circunstancia, tener hijos fomentaría un cambio radical del trabajo.
La jubilación no es algo en lo que piense. Tengo plata en una AFP, pero usualmente trato de reinvertir la mayoría, soy medio apostador en ese sentido. Confío en que si hago bien el trabajo va a ser mejor, van a seguir saliendo cosas, aunque eventualmente eso se va. Un poco en la línea del dicho “uno siempre cosecha lo que siembra”, creo que si siembro cosas buenas no deberían ocurrir problemas. De todas formas, me angustia pensar en esta etapa, pero me digo a mí mismo que no debo hacerlo. He visto gente angustiarse y los efectos pueden ser tóxicos, sobre todo cuando se encarnan en aprensiones, en ser mafiosos, en tratar de chaquetear. Me parece legítimo tener angustia, pero trato de tener respuestas que no sean negativas.
No sé si mi actividad artística se detenga ante ese retiro eventual. Quizás sería un retiro en hueveo como Maurizio Cattelan, quien en el fondo se retiró de una forma de vivir el arte hoy en día. Esa forma de retiro me gusta. No me agrada la idea de tener setenta años, estar aburrido de trabajar, pero seguir haciéndolo porque no me queda otra. Pienso en el gasfíter que está arreglando el calefón en mi casa, amigo de mi mamá y que tiene ochenta años. Me contaba que su nieta tiene problemas y como él no tiene ningún peso ahorrado, necesita trabajar todo el tiempo. Me dijo: “piensa en tu futuro. Yo me la farreé, estoy acá porque fui hueón”. A pesar de todo, no creo que la mejor solución es tener dinero en el banco. Yo siento que el mejor ahorro son las relaciones buenas y honestas. Si tienes buenas y honestas relaciones, puedes construir muchas cosas en conjunto.
Mi nombre es Rosario Montero, soy artista visual y tengo 40 años. Acabo de terminar un doctorado y mi condición laboral actual es de transición, trabajo en mis proyectos y ayudo a mis hermano en la sociedad de inversiones que tenía mi papá (murió en diciembre pasado).
Hice mi doctorado en la Escuela de Estudios Culturales de Goldsmiths University acerca de la representación del paisaje en Chile. Es una escuela que promueve la interdisciplinariedad, por lo que me permitía realizar un doctorado de carácter práctico que tuviese una salida visual. Mi metodología de trabajo consistió en entender cómo nos relacionábamos con el paisaje cotidiano, así que fui a las ciudades de Iquique y Puerto Varas para entrevistar a las personas sobre las maneras en que percibían el territorio y la idea de paisaje. Terminé mi doctorado hace un mes.
Retorné a Chile hace un año y medio, pero he estado yendo y viniendo desde Inglaterra. Tuve a mi hijo, Manuel, y después de su nacimiento decidimos volver. Como me ha tocado ir y venir aun he sentido un quiebre en mi vida por que todo ha sido continuo. Actualmente tenemos un colectivo con Paula y Sebastián que, dado que cuenta con tres personas, tiene la ventaja de que podemos repartir el trabajo.
Soy una persona dispersa que se desconcentra fácilmente, entonces intento agarrar el fondo por la forma. El resultado es que me vuelvo mucho más metódica. En general, mi vida es súper ordenada y más ahora que tengo un niño. Hay mujeres que logran sumar a sus hijos a sus actividades laborales, pero no es mi caso. Si está Manuel no puedo pensar en otra cosa. La gente suele decir que las mujeres son multitask, pero creo que hay un gen masculino en mi cabeza que me lo impide. Mi bitácora refleja bastante bien esta forma de trabajo. Llego a la oficina, hago cosas de oficina, apago el computador, voy a buscar a Manuel y en mi casa no veo más pega. Algunas veces contesto un par de correos, pero no lo hago mucho si lo comparo con otras épocas de mi vida.
En la bitácora me percaté que no tengo ocio y si lo tengo, sería mi hijo. Ando corriendo todo el día. Cuando llega la noche me siento tan agotada que no veo ni películas ni capítulos de nada. Los días que puedo hacer otras cosas son muy pocos; ha sido un tiempo particularmente intenso por los favores que mi papá me pidió antes de morir.
En el transcurso de los años he aprendido que trabajar colaborativamente es más entretenido, además de que facilita el cumplimiento de tareas. Últimamente mi vida es un caos, así que el tiempo tiende a ser discontinuo: Manuel se enferma, o algo mas siempre pasa.
Mi rutina no ha cambiado mucho, siempre he hecho de todo un poco. Cuando tenía veinte años trabajaba harto y también era ordenada: intentaba realizar mis labores de lunes a viernes y mantener un horario de oficina. A veces debía trabajar los fines de semana.Tenía un estudio pequeño en mi casa y, dado que los muebles se podían mover ahí, armaba las fotos.
Los límites del trabajo respecto a otras dimensiones de mi vida resultaban más difusos cuando era joven. En mi familia, mi papá llegaba a contarnos de su jornada laboral y todos los viajes familiares que hicimos estaban sujetos a ésta. No había una distinción entre su vida y su trabajo.
El trabajo es importante en mi vida porque me gusta lo que hago. Tomar fotografías, retocar, diseñar proyectos me parece lo más entretenido. Mi único problema es la gestión y el resto de las tareas, como rendir fondos.
Nunca supe que quería ser artista hasta que fui mayor. En el momento que tenía que postular a la universidad no sabía si elegir arte o diseño, sólo estaba segura de que me gustaba la fotografía y el grabado. Mi referencia más cercana era mi madre que es profesora de artes y que siempre quiso ser artista, pero sus padres no la dejaron.
No estaba convencida del todo cuando entré a artes en la Universidad Católica y este sentimiento se acentuó al descubrir que existía una jerarquía social potente en ese ambiente. Había una crítica colectiva hacia las estudiantes que proveníamos de colegios particulares mas conservadores, dando a entender que malgastábamos un cupo porque íbamos a ser dueñas de casa. Más tarde, partí a Montreal de intercambio donde conocí a muchos profesores y personas que cambiaron mi percepción del arte. Ahí, fue la primera vez que me sentí par, en lugar de una calientasillas.
A mi regreso y luego de terminar los ramos de la carrera, trabajé de guía de trekking de Explora por ocho meses.Volví a Santiago con dinero porque pagaban y daban buenas propinas (al ser aislados tenia poco gastos), así que al regreso pude invertir en y ponerme a trabajar.
Es difícil explicar los criterios que me permiten identificar un trabajo bien hecho. Si hago una exposición, me preocupa que las conversaciones no giren solamente en torno a la materialidad del trabajo, sino que aparezcan anécdotas personales de quienes observan el trabajo. Para mí significa que la obra llegó y les permitió reflexionar, me emociona mucho. En términos formales, busco que la obra esté bien terminada, que no esté inclinada, que la fotografía no tenga mugre, que la pared quede bien pintada y que en la impresión resulten los colores que esperaba. Cuando realizo un proyecto me siento feliz si logro descubrir cosas nuevas. No me angustio si cometo errores, más bien intento aprovecharlos para comprender cosas. La idea de fracaso no tiene sentido, está fuera del ámbito del arte. Quizás soy lo suficientemente egocéntrica para creer que no fracaso, pero más bien considero que son oportunidades de aprendizaje.
Las condiciones materiales han influido poco sobre mis decisiones de trabajo, así que me siento privilegiada. La fotografía me gustó desde el principio porque me resultaba fácil, no soy tan buena para pintar. Además goza de la gracia de que tiene un campo de trabajo más concreto que permite dar cierta estabilidad. Por ejemplo, cuando era joven subvencioné mis proyectos de arte con el dinero que obtenía haciendo fotos. En general, las condiciones económicas tienden transformarse en determinantes de la actividad artística cuando alcanzas cierta edad y no inviertes en tu práctica si no ganas un fondo; esperas que se autosustente. Sin embargo, dedicarme a la fotografía permitió que me angustiara menos por el dinero. Mientras estudiaba hice fotos para eventos, luego para catálogos; entonces, siempre tuve trabajo. En Londres vivíamos de forma más precaria, pero me gané una beca y además hacíamos talleres, por lo que tuve suficiente.
Los momentos que comparto con Manuel se asemejan bastante al tiempo libre. Vamos a la plaza y él juega mientras estoy sentada, cuidándolo. Por otra parte, sólo por trabajo comparto con otras personas, de hecho, hace poco Daniel me dijo: “Manuel salió demasiado sociable, no se parece a su mamá”. Al principio iba a discutir, pero me percaté que tenía razón pues este año no he visto a nadie. Si tengo suerte, me reúno una vez al mes con amigos, aunque la mayoría usamos Whatsapp para mantenernos en contacto. En general, todos cuentan con menos tiempo y si nos juntamos llevamos a los niños, así que estamos pendientes a medias.
Desde mi perspectiva, el ocio está vinculado a hacer yoga, ver películas y series, dormir, descansar y aburrirse. También es subir cerros, hacer paseos, conocer lugares, viajar. Ahora bien, el ocio entendido como no actuar o no hacer nada me produce una sensación incómoda. Antes sentía que debía usar mi tiempo de un modo productivo, así que cuando no tenía qué hacer tejía. Si estoy agotada y me acuesto en la cama es inevitable pensar: “Debería estar haciendo algo”. No obstante, poco a poco me da menos cargo de consciencia, de hecho, siento que me cuido si tomo una siesta. En un sentido más simbólico, el ocio es tener tiempo para reflexionar dónde estás y qué quieres hacer.
A partir de mi experiencia en los distintos lugares que he vivido, creo que el rol del ocio está definido por la cultura. En Londres tenía un carácter productivo, es decir, se asociaba a alimentar tus conocimientos en áreas que no eran familiares a tu cotidianidad. Las personas consumían cultura, asistían a charlas, iban al parque o hacían otras actividades. En nuestro país el ocio tiene un doble estándar, porque se define como un tiempo necesario para las personas mientras que paralelamente es juzgado, ya que no produce un resultado material en el contexto productivo actual. El ocio está hiperproductivizado, principalmente a través de las redes sociales que muestran que debes ser feliz, viajar y aspirar a una vida que es deseada por todos, sin mencionar el trabajo ya que está asociado con elementos negativos. No existe una ética del trabajo pues se trata de una carga para las personas. Por otra parte, el ocio es principalmente inmaterial y debido a que no tiene una salida comercial se percibe de forma negativa. Por eso cuando las te reprenden, las escuchas decir: “Ya estás ociosa”. Este concepto en inglés se traduce como “leisure”, que se relaciona con la idea de la autoindulgencia.
En el campo artístico la visión del ocio depende del artista y, en mi caso, lo considero tremendamente productivo pues es un momento para hacer click. En otras palabras, surgen ideas para solucionar problemas que están grabados en el inconsciente. Pese a que mis proyectos tienen un carácter interdisciplinario y, por lo tanto, tienen más contenido teórico, la producción artística es intuitiva. El ocio es positivo justamente porque permite que te desconectes de la racionalidad y que las cosas se solucionen con el input de estar pensando en algo más.
Me carga la enfermedad y la idea de guardar reposo, porque no me gusta sentir que dependo de otra persona. No entendía qué podía hacer si me quedaba en cama. Hasta el día de hoy me pasa lo mismo. Hace dos semanas estuve enferma y perdí mi objetividad, sentía que el mundo había colapsado.
Las vacaciones me encantan, pero por temas familiares siempre se vincularon al trabajo.
La maternidad irrumpió fuertemente en mi vida, sobre todo viviendo en Londres porque mi familia es muy intensa y no tenía a nadie allá. Antes tenía mucho tiempo, así que podía estructurar el ocio y el trabajo según mis necesidades. Todos los días iba a yoga a un lugar que quedaba lejos de mi casa, debido a que me gustaba la profesora que impartía clases. Tomaba el tren, pasaba a una cafetería y luego me ponía a trabajar hasta tarde si era necesario. Cuando nació Manuel mi vida cambió tanto que el doctorado se transformó en una zona segura para mí. Aunque se trata de un trabajo constante como el de una hormiga, sabes que tiene un camino, una metodología y una estrategia, y que sólo hay que esperar. Era el único lugar que me permitía escapar del caos, se asemejaban a unas vacaciones. Contaba con un pretexto para sentarme a leer tranquila que aproveché harto, de hecho, terminé el doctorado en el tiempo estipulado pese a que paré un tiempo.
Si tienes un niño es más compleja la estructuración del trabajo porque no puedes decir: “Hoy no haré nada, así que mañana trabajo el doble”. Quizás te enfermas o sucede otro evento que te impide trabajar, el panorama se vuelve más impredecible. Además, ya tengo un problema con la ansiedad para tomarme días libres. A medida que Manuel crece, las cosas cambian, por ejemplo, ahora puedo hacer más cosas con él y no demanda la misma atención. Todavía no logramos ver una película juntos, pero ya vamos a llegar ahí.
La jubilación me preocupa en términos concretos porque no sé qué haré ni de qué viviré cuando no pueda trabajar más. De todas formas, la jubilación me parece un modelo súper capitalista, ya que promueve la idea de que te esforzaste en un trabajo que odiaste toda tu vida y en el momento en que ya no puedes hacer nada, recibes este premio que es descansar. En mi caso, me gusta lo que hago entonces no imagino un retiro en el futuro. Además, por la experiencia de mis papás conozco mejor los posibles caminos. Mi mamá dejó de trabajar, se reinventó y se dedicó al arte, mientras que mi padre no se retiró porque le gustaba su trabajo.
Me llamo Paloma Gómez, tengo 38 años. Soy artista visual y fotógrafa. Esta distinción la realizo porque soy artista visual, en el sentido de que me dedico a la producción de obras de arte, y fotógrafa profesional, enfocada en la publicidad y editorial. Desde hace poco tiempo me desenvuelvo en el ámbito de la docencia, realizo clases de pintura y fotografía. En la actualidad, cuento con contrato de trabajo fijo con dos instituciones, aunque ambos son por honorarios. Más bien soy independiente, es decir, freelance.
Soy bastante organizada para la noción convencional que se tiene sobre una artista visual. La idea de que el artista es bohemio, desorganizado, volado, una persona que no entiende nada y vive en el mundo de las nubes tiene mucho de mito. Hay algo de cierto si pensamos que ser más volátil sirve para crear, pero en el mundo real una tiene que ser súper organizada, porque de otra forma no podrías vivir de lo que haces. Por esto, tengo millones de cuadernos donde registro mis procesos creativos, que es algo que trabajo harto, y así me percato de lo que hago y no usualmente. En especial, este ejercicio fue impactante porque pensé: “Trabajas mucho, Paloma, necesitas un descanso”, pero es marzo. Tengo que ponerle muchas ganas, recién está empezando el año.
No tengo límites de trabajo ni contrato, así que tampoco hay tiempos definidos de descanso. Puedo empezar un día a las 7 de la mañana y terminar a las 11, y otro día despertar y cuidar a mis sobrinos todo el día. Sin embargo, las clases que imparto tienen un horario semestral que me ayuda a construir una estructura y me permite organizar el resto de las cosas. Por otra parte, a la vez surgen trabajos que no están contemplados en esta organización como un reportaje donde tuve que ir a la cresta de la loma a hacer fotos y luego editarlas. Este tipo de pegas siempre salen de una semana para otra, aunque es normal, todos los meses me llaman.
Cuando revisé la bitácora noté que todo lo hago sola, principalmente mis actividades laborales. En el trabajo comparto con otras personas cuando hago fotos o doy clases, pero no tiene mucho sentido poner a los alumnos. Aquí en el taller almorzamos juntos o tomamos un café. A veces las conversaciones que se generan giran en torno a los proyectos en los que estás trabajando, y no en los panoramas del fin de semana. No obstante, la presencia de la pega es más suave porque todos quieren “descomprimirse” cuando abandonan sus talleres. Las instancias propiamente de ocio y descanso fueron pocas esta semana, pues lamentablemente tuve que trabajar sábado y domingo. Sin embargo, pese a ser escasos, compartí con más gente como la familia.
Los lugares que circulo habitualmente se encuentran en una misma zona urbana, por lo que me muevo en bicicleta o a pie. Vivo a diez minutos caminando de mi taller, a veinte minutos del instituto donde doy clases y lo más lejos que tengo que ir es a Las Condes, por una clase que imparto una vez a la semana. En este sentido, creo que he tenido suerte con el transporte pese a que siempre he intentado que mis trayectos sean más amables porque hago muchas cosas en el día. Estos trayectos son una instancia para escuchar música, que tiene un rol súper importante en mi vida. Aprovecho de escuchar cosas que me gustan y descubrir otras nuevas, oír radios por internet e incluso entrevistas. Además, es la manera de informarme porque no tengo televisión; perdí ese hábito hace muchísimos años. A veces miro los diarios vía internet, pero en realidad me entero de los eventos por la mañana cuando sintonizo la radio. Dado que mi trabajo es solitario, también escucho música en estos ratos. A diferencia de otras personas, no tengo problemas para trabajar y oír la radio al mismo tiempo.
Este ejercicio sería distinto hace diez años, en primer lugar, porque no vivía en Chile. Además, mi rutina era totalmente distinta: dedicaba gran parte de la semana a trabajar en fotografía y no tanto en la producción artística. Había salido recién del máster y estaba trabajando a tiempo completo en un estudio de fotografía y postproducción, así que usaba harto el computador. Los fines de semana pintaba, salía o me reunía con amigos. Quizás tenía un poco más de ocio porque vivía en Valencia, entonces iba constantemente a la playa. Pese a que esta experiencia me sirvió mucho —de hecho, gracias a eso puedo ser fotógrafa independiente ahora—, esta rutina cambió cuando sentí que debía trabajar más en mis cosas. Y aunque el último tiempo que estuve en Barcelona trabajé freelance, decidí volver a Chile también por mi familia.
Si voy un poco más atrás, hace quince años trabajaba todo el día en cosas que se relacionaban con arte. Recuerdo que organizaba ciclos de cine con un amigo, que significaban mucha pega y nadie nos pagaba por eso. Realmente era por amor al arte. Cuando uno empieza, hace ese tipo de cosas por diversión y después te planteas que tiene que ser valorado, porque de otra forma no puede ser parte de tu vida. Estos cambios ocurren porque uno va creciendo, se pone mayor —por no decir viejo— y cambian los objetivos; es normal. Mi prioridad ahora es hacer mi trabajo y ser eficiente para salir, compartir con amigos, ir a ver a mi madre que vive en la playa y no hacer nada más que mirar el mar o tomar un descanso un fin de semana largo. Hace diez años, más o menos entre los veinticuatro y los treinta, era trabajar y trabajar. Después uno baja el ritmo, en el sentido de que te vas dando cuenta de que todo lo otro es súper necesario en tu vida. De otra forma, empiezas a tener problemas, a sentirte menos contenta. Mi conclusión es que hay épocas para todo.
Hace unos días estaba en un carrete y hablaba sobre trabajo con la polola de un amigo que es arquitecta, quien me decía: “Es que eres divertida, porque cuando me preguntan qué hago, respondo que trabajo en arquitectura; y cuando te preguntan a ti, respondes que eres artista”. Esta reflexión es porque daba la impresión de que soy artista 24 horas al día, y así es. Es mi trabajo y también mi pasión, por eso ha determinado mi vida desde que tengo uso de razón. Nunca he pensado que no debía dedicarme al arte. Mi resolución ha sido tan absoluta al respecto que hubo una época en que rompí situaciones estructurales, familiares, amorosas, de todo tipo porque quería hacer arte. Hay otros artistas que decidieron serlo a los dieciocho años, dedicándole las horas justas, casi como si trabajaran en una oficina. En mi caso no es así porque concibo el arte como una necesidad y no una decisión. Tengo claro que nunca voy a hacerme rica, a menos que apunte con el palo al gato y no es mi caso, mi arte no es tan comercial. En realidad, hago lo que quiero, voy por mi camino abriendo puertas de a poco y así soy feliz. A medida que pasó el tiempo busqué otra posibilidad profesional que es la fotografía, que para mí se trata de un trabajo en la medida que cumple una función y un objetivo súper específico. La fotografía es multifacética y una herramienta muy útil porque si necesitas imágenes para tal cosa, las hago, me pagas y se acaba. En este sentido, es más que arte ya que cumple otras posibilidades, es un elemento más cotidiano. Hoy en día la mayoría de las personas están en contacto con la fotografía a través de los celulares y los computadores, no es una propiedad exclusiva del arte.
En mi vida, el arte es una necesidad de expresar, crear, construir. Las herramientas que utilizo son el dibujo y la pintura, que manejo desde niña, y la fotografía, que incluí más tarde a mi lenguaje. Por este motivo, mi obra la calificó como visual, pues no me limito a ninguna de estas tres técnicas, sino que se complementan, se unen y el producto es una obra. Ahora mismo trabajo con dibujo y pintura a partir de referentes fotográficos que yo realicé. Hago fotografías de la ciudad en la noche y las represento de una forma aleatoria, intentando ser figurativa. A medida que avanzó, aparecen tantos trazos y gestos que se vuelve una masa, se torna algo indefinible. Me parece interesante jugar con el límite de lo que está ahí, lo que puedes ver y lo que puedes imaginar que apareció. Por todo esto, espero que mis obras comuniquen, pues se trata de un lenguaje. Esas expectativas se traducen a la hora de exponer en una opinión que puede ser un “me gusta”, “no me gusta”, “me llega”, “no me llega”, “me interesa”, “no me interesa”, lo que sea. Creo que generalmente se produce una conexión, ya sea con amigos, familiares, colegas e incluso con personas que no me conocen. Mi obra es bien abierta, por lo que suele conectar, pero si no te gusta ocurre un rechazo que es inmediato, así como en el amor. Hay personas que me dicen “tu obra me habla, la quiero ahora” y es genial, lo agradezco mucho. Sin embargo, no he analizado estas reacciones, no entiendo cómo sucede esa fascinación o ese rechazo tan impactante. Me quedo con la idea de que mi trabajo comunica y expresa las cosas que intenté poner ahí, lo que me alienta a seguir.
Hay ciertos elementos que caracterizan mi trabajo, por ejemplo, realizar muchas obras a la vez. En este minuto tengo diez obras en proceso y posiblemente termine la mayoría al mismo tiempo. Entonces ocurre una serialidad que contamina los trabajos entre sí: el aprendizaje que hice en uno, lo dejo un rato y sigo con otro. Esa es mi manera. Por otra parte, nunca he trabajado con el objetivo de exponer en algún lugar o momento. Todo inicia con la necesidad de hacer algo y luego pienso si se expondrá o mandaré proyectos para hacerlo. Sigo el curso natural de un proceso creativo personal del que quizás se expondrán diez obras finalmente. En general, realizo una muestra por lo menos una vez al año. También participó en cosas colectivas varias veces al año. En general, la creación de mi obra toma mucho tiempo, a veces más de lo que normalmente espero. Mis trabajos parecen rápidos porque me demoro poco cuando los hago, pero les dedico mucho tiempo. Su realización es un trance, cosas que necesitan tiempo. Nadie me está pidiendo que exhiba mis trabajos para que se justifique esta dedicación, sino que lo hago porque sé que tendrán su espacio en cierto momento. Algunas personas han comentado que mi obra es contraria al sistema de productividad contemporáneo, ya que bajo sus parámetros se trata de una pérdida de tiempo.
Estimo que un trabajo está bien hecho cuando me siento contenta con el resultado: es un pequeño triunfo que ocurre en el taller. De todas formas, si pienso que terminé una obra y posiblemente no siga trabajando porque quizás la arruine, me digo a mí misma: “No me voy a engañar, está semiterminada”. Por otra parte, como profesora me acostumbré a hablar sobre si algo funciona o no, que no guarda relación con el gusto por la obra ni la realización personal durante el proceso. A veces sucede que no se ejecuta algo como debería, pero el resultado funciona. Sin embargo, cuando estás enseñando tienes que velar por el aprendizaje de los estudiantes, es decir, comentarles si lograron manejar las técnicas. La visualidad es subjetiva, pero aún así hay reglas.
Uno es permeable a todo lo que ve y con lo que está en contacto. Tengo muchas influencias antiquísimas. Me encanta el arte y su historia, cada vez que puedo compro más libros o voy a una biblioteca para revisar otros. Pienso que es parte de mi trabajo ver, conocer y reconocer la tradición y lo que está pasando entre tus pares y tus colegas. Hay que estar activo y despierto porque todo cambia. Ahora bien, tus necesidades y ganas de hacer cosas generalmente crecen por ciertas líneas que pueden ser influenciadas por elementos que vas viendo y que no están fácil que desaparezcan, a menos que te reinventes de forma maravillosa como lo hizo Picasso.
He recorrido varios museos importantes y si puedo asistir a una feria de arte voy, porque me gusta ver lo que otros hacen y también ver cosas que no aplico en mi obra. Tengo un gusto súper diverso en arte contemporáneo. Empatizo con obras que se acercan a mi trabajo, pero también empatizo con obras que no tienen relación con lo que hago. Hay mucho talento en este mundo, hay gente que hace cosas extraordinarias. La primera vez que quedé con la boca abierta fue en la Bienal de Sao Paulo del 2004. Ha sido la única vez que fui y quedé impactada con el nivel que tenían. Las instalaciones, las pinturas, las fotos y las obras en general eran alucinantes. Los colores, la creatividad, lo gracioso que era el trabajo de estos artistas, en su mayoría de ascendencia asiática y brasileña, era genial. Los pisos y pisos de arte que tenían, claramente se constituían como una influencia. En general, cada vez que hago un viaje terminó con cuatro libros de apuntes de cosas que vi y millones de folletos. Todavía reviso mis cosas de hace diez años y me percato que siguen influenciando mi trabajo como los grabados de Durero. En Alemania tuve la oportunidad de visitar un museo que es sólo de grabados y de curiosa encontré la biblioteca, un lugar impactante. Noté que había gente sentada con obras y las reproducían, así que me acerqué y pregunté si se trataban de originales, a lo que me respondieron que sí y qué cualquiera podía revisar. Los pedí, pero no podría creer que eran los originales. Mientras trabajaba, lloraba en el escritorio. Estas personas tenían una colección maravillosa de grabados de Durero y otros artistas disponibles para consulta.
El éxito y el fracaso en mi carrera han sido como la luz y la sombra, son vecinos. Todo el rato tienes éxitos y fracasos. Pienso en otros artistas como Goya que toda su vida pintó obras maravillosas y en Van Gogh que trabajó seis años y fue brillante todo ese tiempo. En mi caso, fui súper precoz porque entré dibujando y pintando a la Escuela, que me reseteó en muchos aspectos. Por ahí yo creo que hice más punta hacia atrás que para adelante, pero son aprendizajes. Más tarde, hice el proceso inverso: cuando partí a España yo tuve que resetearme de la Escuela. Hoy me siento súper cómoda y contenta con lo que estoy haciendo, y lo noto en que ya no me pregunto tantas cosas, sino que fluyo y hago. Me falta tiempo y espacios para las millones de ideas que tengo ganas de hacer. En este sentido, el éxito es vencer el cansancio, se trata de olvidar los problemas cotidianos y continuar. Si bien uno aprecia resultados y siente una buena racha cuando expone y te dan feedback, si ganas un premio, si vendes una obra o muchas, en el día a día se aprecian esos mini éxitos que ocurren en el taller que consisten en producir concentradamente y disfrutar mientras lo haces. De todas formas, te rompes la cabeza ya que es inevitable sufrir en el proceso. Buscas nuevas referencias, las abandonas, te das cuenta de que has estado perdiendo tiempo porque verdaderamente funciona lo que hacías, entre otras cosas. A veces depende del ánimo con que amanezcas y como las mujeres somos muy instintivas; nos dejamos llevar por eso.
La relación entre trabajo y dinero es dura. Cada vez se torna más difícil porque poco a poco dedico más horas al taller, lo que significa no recibir plata ni ver resultados inmediatos. Nunca he dejado de hacer cosas que me interesan, intento mantener un equilibrio en la medida que se pueda. Esta negociación de intereses es un aprendizaje finalmente. Por ejemplo, cuando hago fotos por trabajo, conozco gente y otras realidades, la paso bien y aprovecho de salirme un poco del mundillo de la creatividad. Gano lucas y al mismo tiempo tomo otros aires, me oxigena. Por otra parte, las clases me dejan con una sensación muy bacán porque transmito mucho mi pasión por las artes y dejo a mis estudiantes energizados, siento que hago bien el trabajo. Pese a que la docencia está en el marco de las concesiones, durante muchos años no quise dar clases y pude mantenerme sin ellas. Empecé a hacerlas porque tenía ganas y creía que podía enseñar algo más que una técnica. La docencia es un trabajo mal pagado y un poco ingrato en términos económicos, porque a veces no te hacen el contrato que corresponde, no te esperan si tienes problemas y te pueden reemplazar en cualquier momento. Sin embargo, no es muy distinto del trabajo de fotógrafa, diseñadora gráfica o arquitecta donde todos tienen que pelear para mantener sus pegas y conservar clientes. Por mucho que tengas un contrato que dicte que trabajas de lunes a viernes en ciertos horarios, nadie te asegura que va a durar toda la vida, tienes que esforzarte para conservarlo. Por eso no me entrampo con la idea de “Ah, pucha, no tengo un contrato y quiero uno”. A ratos, tengo un deseo súper profundo de quedarme en el taller y no salir de ahí, pero creo que sería muy fácil enloquecer y entrar a un bucle donde me estanque con situaciones que no lo merecen. De todas formas, nunca me he enfrentado a esta situación. Sólo viví un par de años haciendo solamente mi obra y no fue del todo productivo, me rayé mucho.
La palabra ocio está asociada para mí al placer, a pasarlo bien, es decir, hacer cosas que me gustan. Por ejemplo, ir a una tienda, ver a una amiga, tomar un café, recorrer la ciudad sin hacer nada en particular y perder dos horas mirando cómo es. Esto es ocio y también parte de mi trabajo porque alimenta todo lo que hago. Hay ocasiones donde me quedo pegada en cosas que nadie más observa y después vuelvo para hacer una sesión de fotos ahí. Dado que trabajo con imágenes de la ciudad, vivir la ciudad es importante en el sentido más abierto posible, pues existe la posibilidad de que cada uno la experimenta de formas distintas y, por lo mismo, no tenga las mismas visiones.
La primera impresión que da mi rutina es que sólo me levanto, trabajo y vuelvo a acostarme a dormir. Particularmente esta semana tuve pocos momentos de ocio porque fue híper trabajólica, pero no es la regla general. Me gusta llegar a la casa y conversar, salir a tomar algo, ir a una inauguración o ver una exposición. Normalmente asisto unas dos o tres veces a la semana, pero la semana que pasó no tuve tiempo para nada. Esta última actividad es parte de mi tiempo de ocio porque, como lo dije antes, es la necesidad de estar en contacto con el arte. Es lindo, entretenido, lo pasas bien observando el trabajo de otra gente. Además, te encuentras con colegas, amigos y terminas pasando un momento de ocio que a su vez es de trabajo. Para ser artista tienes que estar conectado y aunque puedes vivir solo en tu cueva, no es mi actitud en realidad. Por otra parte, en Santiago pasan tantas cosas como charlas, visitas guiadas, conferencias, que uno quisiera ir a todo, pero no da el tiempo. Otra actividad que realizo es ver una película o ir al cine, sola o acompañada. También voy al parque a jugar con los niños, a dibujar o a tomar sol y leer. Últimamente, cada vez que puedo me escapo a la playa porque mi mamá vive en Concón.
Creo que mis tiempos de ocio suelen ser más solitarios por mi entorno. Mis padres se fueron de la ciudad, por lo tanto no son parte de mi cotidiano. Mis amigos pasan tiempo con sus hijos o trabajan mucho debido a la edad que tienen, entonces cada vez resulta más difícil reunirse. Hay que concertar una cita con dos semanas de anticipación, perdiéndose la espontaneidad que había hace quince años, cuando queríamos vernos. Por eso, mis momentos de ocio se han transformado. Si tengo tiempo libre, prefiero sentarme en una plaza a leer, siempre ando con un libro o un cuaderno.
Entre las pocas actividades que catalogué como ocio fue cuidar a mis sobrinos de 1 y 6 años. Disfruto mucho cuidándolos, son parte de mi vida. Les enseño, jugamos, nos reímos, les hago fotos, en fin, un conjunto de cosas que no las haces más que con un niño. Puedes tomar un copetito con tus amigas, pero no tiene nada que ver con esta experiencia que encuentro súper bonita, es como volverse más niña. Algo que no puse en la bitácora es que ahora estoy de novia, entonces mi rutina es un poco más movida. A veces dormimos en mi casa, después en su casa y así. Tampoco agregué que medito todos los días porque considero que es parte de mi vida y no ocio, es un placer pero asociado a una necesidad vital.
En una ciudad que se basa en una dinámica de capital le cuesta mucho el ocio, particularmente Santiago, que es una urbe potente. Cuando viví en Valencia extrañaba la energía santiaguina, querer salir, moverse todo el rato, el metro, que sube y baja, de allá para acá. En Valencia no pasaba nada de esto, los ritmos eran muy distintos. A las ocho de la tarde la gente se iba a sus casas y los domingos no abría nada, ni los malls porque como es una provincia muy tradicional era casi obligación ir a un parque, a la iglesia o a la playa. De todas formas, me acostumbré, gracias a un grupo de amigos que hizo de familia toda esa época, y que me ayudaron a disfrutar esta parte, a volver agradable esta experiencia.
Hoy en día estamos viviendo un momento en que el ocio está encasillado a ciertas cosas como Netflix, la televisión, el internet, entre otras cosas. Circulamos día a día por los mismos lugares, transitando de un lugar a otro sin saludar a nadie. Somos como hormiguitas. Ese fluido de seres humanos de allá para acá en autos o caminando, toda esa energía humana concentrada es muy loca. La ciudad suele ser una neurosis, por lo mismo, es poco el lugar que le da al ocio. ¡Hasta los sábados y domingos ves a la gente moverse con histeria! Sin embargo, este fenómeno tiene muchas caras y me alucina. Es donde decidí vivir. Si quisiera vivir en el campo estaría allá.
La vida que tenemos los artistas contemporáneos es súper distinta a la de otras personas, en el sentido de que el ocio alimenta nuestra productividad porque nos ayuda a imaginar, pensar, reflexionar y cuando llega la hora de trabajar quizás realizamos cosas que no tienen ningún sentido bajo la lógica capitalista. Una nunca está pensando de dónde sacar la plata para poder ejecutar un proyecto artístico, ni la plata que va a obtener. Simplemente se te ocurre y la haces, así de simple.
Antes de una exposición me enfermé y quedé sin voz, básicamente de histérica. Ahí tuvo que hablar la persona que escribió el texto que acompañaba mis obras y la gente de la galería. Yo sólo pude decir: “Muchas gracias”. Esta situación me sirvió para notar que mi estrés podía llegar a niveles drásticos. La meditación ayuda bastante a inhibir la ansiedad del día; cuando estoy estancada me percato de que necesito parar y meditar un rato. Me deja más clara, logra poner una distancia con mis emociones y suaviza esa pasión que tiñe todo y que puede joder un día. Por otra parte, creo que me enfermo poco pues me muevo mucho, estoy constantemente activa.
Hace unos años, los fines de semana no eran tales, porque trabajaba. Durante los días de semana me dedicaba a la fotografía, así que los sábados y domingos los dejaba para pintar. Ahora necesito permitirme estos momentos de ocio con mis sobrinos, por ejemplo. Tomo vacaciones y hago una pausa los fines de semana largos, aunque lleve mi libro o cuaderno, porque me he percatado de que me sirve mucho para desconectar, volver con energía y seguir. Todo esto se debe a que he logrado conquistar un espacio de trabajo cotidiano para mis obras. En algún punto decidí que mi jornada laboral de lunes a viernes la dedicaría al arte, para que los fines de semana quedarán para mí. Pese a que lo intento y lo cumplo en cierta medida, tampoco puedo dedicar todos los días a mi obra y hay sábados que imparto clases en horario vespertino. Aunque, por ejemplo, este fin de semana largo no me toca dar clases así que me iré a la playa sin computador y con un cuaderno para dibujar sí quiero. No tiene sentido auto - explotarse.
No tengo una rutina concreta para las vacaciones, es decir, no lo hago como otras personas que destinan dos meses, por ejemplo; no me programo tanto. Particularmente en el verano de este año estuve varios días afuera y la pasé súper bien. También fui a un museo y espero participar en una residencia este año porque me gustaría volver. Ojalá pueda programar las vacaciones de aquí en adelante, pero mi vida en general cambia bastante.
La jubilación no existe para un artista, se trabaja hasta el último aliento, si te da la cabeza y el cuerpo. Cuando decides estudiar artes, te entregas a cualquier cosa para el futuro. Si estás haciendo lo que quieres y te va relativamente bien, entonces es bacán. Si vas a llegar a viejo así, mejor. Lo único que espero es estar en mi sano juicio para no ser mucha carga de los demás, pero fuera de eso ojalá viva mucho. Además, una nunca sabe, puede que te maten en la esquina. Siempre he sido consciente de que ese tipo de cosas pueden ocurrir, tengo una mentalidad que es: “ahora o nunca”. Por lo mismo, hice cosas muy valientes, pero también otras de las que a veces me arrepiento.
Si tengo que imaginar que haré en 10 años más, espero seguir trabajando y ser mejor en el arte que hago, crear cosas hermosas en dos pinceladas. No sólo espero mejorar como artista, sino también pasarlo bien, porque al final es lo que yo necesito. Una habla de sus instrumentos de trabajo cuando, en realidad, son juguetes.