Primero, fue extrañísimo hacer la bitácora porque nunca he hecho ningún trabajo de autodescripción. Lo interesante fue que implicaba un trabajo, que a uno le cuesta registrar o separar las actividades que no están dentro del ocio y las que están dentro del ocio. No me parece demasiado clara la división, la frontera, contrariamente a lo que podía haber pensado. Entonces me dificultaba un poco pensar qué es lo que estaba haciendo. Y la otra cosa importante de haber hecho la bitácora es darme cuenta de que los espacios de ocio no son demasiados, son pocos. Por las actividades que he desarrollado en los últimos quince años, la división ente horas de trabajo y horas de no-trabajo remunerado se me borró. O sea, yo trabajo los domingos. Entonces ahí hay una diferencia, aunque yo creo que quizás a mucha gente le pasa lo mismo.
Hace quince años dejé de trabajar como empleado, dejé de ser asalariado con contrato. Ahí es donde se me hace más evidente el cambio porque tenía que cumplir horario fijo todos los días o cada ciertos días. Tenía tan incorporado eso que la división se producía un poquito más fuerte. O sea, el lunes tenía que ir a las 9 de la mañana o el día que sea a trabajar, y ahora no es todos los lunes, ni a las 9 de la mañana.
Yo creo que pasa fundamentalmente a las personas que ya tenemos edad, y claramente a la gente que jubila pues empieza a manejar su propio tiempo. A veces produce problemas gravísimos si no están acostumbrados.
Mi trayectoria laboral empezó haciendo clases. Yo estaba estudiando otra cosa en la universidad cuando, en determinado momento, decidí dedicarme a la escritura. Por lo tanto, me cambié de carrera y empecé a estudiar licenciatura. Finalmente, como vino el golpe, no había más licenciados porque eran unos ociosos, entonces me titulé de profesor. Entonces mi vida laboral estuvo asociada, un par de años no más, a la docencia en la universidad y en un colegio. Después me fui al ámbito editorial. Todo mi trabajo siempre ha estado asociado a los libros, siempre ha estado vinculado a lo que son mis intereses, mis pasiones. Nunca he hecho un trabajo solamente por recibir dinero y estoy feliz de haberlo logrado y de lograrlo todavía. Trabajé en editoriales grandes, medianas, pequeñas, nacionales, internacionales. Actualmente hago trabajo de editing. Me piden informes de libros en determinado momento y trabajo editando con personas o con instituciones. Si asocias la literatura con los libros yo siempre he trabajo en el área literaria, lo que es un error porque no los libros no son literatura. La mayoría de los libros en el mundo no son de literatura. El libro tiene otra función dentro de la sociedad que es de transmitir conocimiento para leer. En este momento, paralelo a la información que se maneja por Internet, el libro sigue siendo un elemento primordial en la transmisión del conocimiento en Occidente, desde el siglo XI o XII. Otro dato importante con respecto al libro y la fama de los libros es que la mayoría de nuestras decisiones hoy día, pese al Internet, los libros y todas esas cosas, las tomamos en base información oral.
La situación que siempre describo, en las clases que hago en un diplomado en la Chile y en la de Santiago, a la gente que hace edición es "Si alguno de ustedes reza a los dioses, o a algún dios, o alguna actividad, ese rezo lo aprendió. ¿Lo leyó?". Es un acto asociado con la divinidad. Después el acto más humano, o uno de los más humanos, es tener un niño en los brazos. Cuando tú le cantas una canción de cuna, ¿la leíste en alguna parte? No. Por lo tanto, esos dos actos, que son bastante importantes en la vida de las personas, no pasan por la lectura. La historia oral, el conocimiento oral, la información oral sigue siendo, a mi entender, un elemento fundamental de cómo nosotros nos movemos en el mundo. La mayor conexión que uno tiene con los otros no es a través de Internet, ni de cartas ni de libros ni nada por el estilo, siempre es oral, aunque esté mediatizada por el teléfono.
Los cambios que han ocurrido en mi rutina en relación a veinte años atrás es que tomo notas en papeles, pero la escritura propiamente tal, la hago en Internet y eso implica una mayor dificultad hacerlo ahora que hace veinte años atrás. Hace veinte años atrás hubiese sido la forma más natural haber escrito una bitácora a mano, de hecho, cuando me llegó la bitácora, esa cosa de papel, ese objeto, dije "¿Pero por qué no lo hacen por Internet?”. Entonces eso es una diferencia. La segunda es que hace veinte años hubiera sido bastante más presuntuoso al escribir lo que escribí. Hace veinte años atrás tenía sobre cuarenta y menos de cincuenta años. Ese es un período en que, por lo menos para la gente de mi edad -eso puede cambiar, va cambiando-, uno estaba muy presuntuoso, pero también muy temeroso, porque ya no es promesa. La gente de mi edad, entre los cuarenta y los cincuenta años posiblemente -esto es hace veinte o treinta años atrás-, estaba en el momento de mayor productividad reconocida por otros. Cuando me cambié de empresa a los cincuenta años más o menos me costó mucho encontrar trabajo después porque me decían: "Es que tú tienes demasiado currículum para lo que necesitamos". Yo respondía “Necesito trabajar. Por favor, no estoy sobrecalificado”. Uno nunca está sobrecalificado, a no ser que se crea el cuento. Ahí está subcalificado porque no entiende. Esa es la diferencia hace veinte años.
Mi forma de organizar el ocio y el trabajo hubiera sido distinta, no sé en qué, pero distinta. Yo creo que hubiera tenido bastante más claro cuál era la diferencia entre ocio o no-ocio. Hace veinte años todavía mis hijos, por ejemplo, tenían algún grado de dependencia conmigo, pero ya no mucha. Hubiera sido un poquito distinto.
Yo creo que trabajo es todo, pero si hago una división metodológica, el trabajo se entiende habitualmente como realizar una actividad que sea remunerada y esa remuneración va a significar utilizar eso en otras actividades, entre ellas comer, habitación. El ocio lo asocio fundamentalmente a todo momento en que tú puedes realizar actividades que no tienen relación necesariamente con la obtención de bienes, de recursos. El trabajo creativo estaría fuera del trabajo en esa división, sin embargo, pienso que el trabajo tiene que ver con seguir ciertos procedimientos, tener un resultado y eso no tiene que ver con la remuneración, sino más con la productividad. Entonces creo que las artes o las actividades artísticas relacionadas con eso, en general, evidentemente son un trabajo, no tengo ninguna duda. El trabajo que hace un asaltante de banco también es trabajo, lo que pasa es que es ilegal, pero igual es un trabajo. Trabajos son procesos por los cuales tú consigues algo. Ahora en términos mucho más amplios y generales uno lo asocia a la remuneración y al esfuerzo incluso.
En mi biografía ha habido formas de distinguir esos tipos de trabajo. Cuando hice recién la distinción entre literatura y libro para mí era muy claro. Evidentemente he hecho muchos libros, pero que no tienen nada que ver con literatura. Ahí lo que me ha gustado han sido los procesos productivos en términos de conseguir un libro y no necesariamente el trabajo creativo porque cada vez que uno trabaja con un libro, como lo hago, estoy viendo el proceso productivo. La escritura es distinta, o sea, es absolutamente distinta. El trabajo de operar por códigos verbales y visuales, por la palabra, es lo que más me motiva a relacionarme, conmigo y con los otros. Cuando estoy trabajando, por ejemplo, con un libro de biología -sin dejar de operar sobre esa máquina comunicativa, ese dispositivo comunicativo- la materialidad del idioma me fascina, porque siempre miente. Es lo que más me gusta. Nunca se refiere a la realidad, sino que crea realidad. Las palabras siempre crean realidad, y la única realidad posible es la que se crea. La otra está ahí, pero es imposible acceder a ella, o sea estás en ella, pero no eres capaz de moverla demasiado.
Yo no tengo ninguna posibilidad de trazar una división entre ese trabajo y la escritura, están permanentemente confundidos, permanentemente. Lo he visto en mucha gente, no solamente en la gente que trabaja con literatura o solamente en arte. Conozco personas que tienen otras profesiones y nunca dejan de estar operativamente recepcionando para la consecución de su interés. Un obrero que trabaja con madera, que hace sillas, nunca deja de ver los pedazos de madera que le pueden servir para hacer la silla. Yo creo que en todos los trabajos puede ocurrir eso, pero también en todos los trabajos puede ocurrir exactamente lo contrario. Hay personas que dividen desde su actitud, cómo se visten, cómo se relacionan lo que consideran trabajo y ocio. Esa división no es demasiado fuerte en mí, lo que no quiere decir que no me preocupe en ciertas ocasiones de marcar en mí cierta formalidad. En general, es más un continuo. En el momento en que me tocó trabajar en editoriales en puestos ejecutivos, evidentemente tuve que vestirme en muchas instancias, por ejemplo, de determinada manera, incluso usar un lenguaje. Ahí sí que se producía la división.
Yo puedo desempeñar mi trabajo “creativo” y “productivo” de forma indistinta en diferentes espacios. Evidentemente hay ciertos espacios que son más propicios porque, por ejemplo, en determinado momento necesito cierto grado de silencio, pero otras veces yo quiero escribir exactamente en un ámbito lo más contaminado posible. Eso es una experiencia laboral y de las circunstancias. Yo escribo casi todos los días, no sé si todos, pero casi todos los días. Es una actividad permanente. Las premuras por pagar cuentas de la luz y cosas así siguen estando presentes, pero cuando mis hijos eran pequeños y había que llevarlos al colegio eran más potentes.
Generalmente se asociaba a la escritura, sobre todo aquello que se acerca más a lo que se llama poesía, la noche, las estrellas y todas esas payasadas, pero yo escribía en la mañana, antes de que despertaran mis hijos porque si no después entraba en la lógica de llevarlos al colegio, ir a trabajar, volver en la tarde y en la noche estaba demasiado cansado. La escritura no eran pajaritos ni arreboles; la escritura pasa por otros lugares y también por esos otros. La literatura para mí no es un trabajo o una actividad en la que digo “Qué bonito”. A partir de eso, fundamentalmente la indiferencia respecto al espacio es asumirlos desde la perspectiva de dónde me quiero instalar y no que me determine. Es más fácil escribir en la noche por el silencio, pero uno en la noche nada un poco embotado porque tiene todo lo del día y, por lo tanto, cierta dependencia a volarse. Creo que lo que se llama voladura está presente en todo momento.
Cuando mis hijos crecieron no era necesario despertarse tan temprano, pero lo seguí haciendo de todas formas. Ahí se genera cierto grado de rutina, aunque en realidad prefiero escribir a la hora que sea. Cuando escribí la bitácora coincidió con días en que estuve en el campo. Como tengo una conexión muy mala y tenía internet entre 4 y 6 de la mañana, va a aparecer que a esa hora me levantaba para ver algunas cosas y que también escribía. Después volvía a hacerlo a las 12 del día.
Toda la gente está en situaciones especiales, pero mi situación especial es que en el periodo más largo de mi vida utilizaba el 80% de mi tiempo y mi energía para generar recursos, y sólo el 20% lo dedicaba a mis propios recursos. Desde hace 15 años aproximadamente es al revés. Llegar a estar en esa situación es una maravilla, pero hay que construirla también.
El ámbito en el que me desempeño es una situación de constante devenir, en que uno participa y te ordenas. Evidentemente cuando tenía veinte, veinticinco años me importaba mucho aparecer. Es muy agradable y es muy satisfactorio que te digan que está bien lo que tú has hecho, es fantástico, me encanta. Pero la meta no es el reconocimiento, sino que es el proceso. Durante los últimos diez años aproximadamente he tenido hartos reconocimientos y me gusta, pero fundamentalmente lo bueno de eso es que existen más posibilidades que hayan leído o lean lo que ya hice. Es lo mejor de todo porque sin reconocimiento tu obra te sigue perteneciendo a ti como un acto privado, pero cuando se difunde ya no es tuya. Y para mí lo más importante es que las cosas que escribo no me pertenezcan. Como hacedor de esta cosa que se llama arte, lo que yo hago es fabricar unos dados, de madera, de metal, virtual -lo que quieras-, unos dados a los que les pongo numeritos, unos puntitos, -lo que sea-. Luego los meto dentro de un cacho, que puede ser un libro o un video, pero quien hace el juego es el lector, él tira los dados. Por lo tanto, la jugada que va a aparecer ahí depende del lector. Entonces lo que me gusta es no tirar dados marcados, sino hacer dados para que otros jueguen.
Cuando las personas hablan de cuál es la intención del autor, está bien, puedes conocerla, pero da un poco lo mismo. Hubo un periodo en que hubo una especie de fanatismo por la teoría de la recepción, que yo también viví, pero ésta tiene sus límites, es decir, sin los dados no hay recepción posible: depende de quién haga los dados el cómo van a moverse, aunque tú hagas el juego. La gracia de esto, lo que a mí me gusta hacer, es trabajar esas unidades significativas, esos detonantes que son las palabras, o un conjunto de palabras que son detonantes de otras cosas, de otras palabras. Y estas otras palabras no las pongo yo, sino que las pone la persona que está leyendo. Me parece que es notable eso de que tú ves una palabra, que es una especie de abstracción sonora de un significado, y te puede generar palabras o ciertos grados de percepción como lector. Entonces las palabras no remiten necesariamente a la realidad, sino que generan explosiones de neuronas, y eso es todo.
Cuando realizo un trabajo, en términos creativos, para mí la mayor satisfacción es que siempre estoy dudando de él, no existen los trabajos bien hechos. La escritura, por lo menos, la dejo y después la leo de nuevo. Ahí me sorprendo con un “¿Cómo pude hacer esto?” en un sentido positivo, negativo o regular. El factor que determina si algo está bien o mal es cuando me sorprendo, me sorprendo de lo que pasa ahí.
Las nociones de fracaso y éxito están presentes en mi trayectoria; se relacionan con lograr el objetivo que tenías. Es decir, finalmente los fracasos suceden cuando te pones una meta que se resuelve en sí misma y no entiendes que cualquier proceso que hagas siempre tiene una multiplicidad de posibilidades de que ocurra de una manera diferente en términos de consecución. El éxito tiene que ver más que nada con que el resultado genere algo que a uno le gusta independientemente de cuál haya sido el propósito con que lo hizo. El éxito, como lo entiendo, es que el resultado sea muy positivo, pero no está necesariamente asociado con mi intencionalidad. Si en determinado momento hago algo y alguien cree que es una ironía y no lo es, quizás no me guste que sea así. Pero éxito y fracaso son términos que no tienen claroscuro; el claroscuro es la luz y es la oscuridad al mismo tiempo. Debe haber otra situación que no se llama luz ni oscuridad y que también está presente en otra dimensión y nosotros no sabemos. En resumen, el éxito es cuando te sientes bien habitando la escala de grises y el fracaso es cuando te sientes mal. Eso es independiente de cuál es el propósito que tú tienes.
A propósito del lenguaje, hay una palabra que obedece a cierta intencionalidad que está muy presente en el mundo neoliberal, que es "Perfecto", "Esto está perfecto" ¡Eso es una aberración, eso es una estupidez! En las malas traducciones que se hacen de las películas en inglés, sobre todo norteamericanas, dicen "Vamos a hacer la comida perfecta", pero ¿qué es lo perfecto, por favor? ¿Qué es lo que es eso? Eso no se logra ni siquiera en un laboratorio. ¿De qué estás hablando? Entonces, a propósito de esta discusión, creo que el éxito y el fracaso funcionan como diada cuando utilizas la palabra perfecto, o utilizas la frase "Todo depende ti", o Nike, "Hazlo" porque tienes el deseo, pero finalmente el deseo es el logro: te pones estas zapatillas y eres campeón mundial. Toda esta cosa new age o autoayuda me parece brutal porque es radicalmente antihumano.
La palabra ocio tiene una carga negativa muy potente dentro del mundo occidental. En el caso de ese pequeño espacio que se llama Europa, que es un pedazo de un continente llamado Eurasia, desde Roma empieza a cambiar el sentido de ocio y éste comienza a aparecer asociado a no-productividad, asociado sólo a placeres hedonistas. Creo que el ocio se vincula a las actividades que tienes que realizar fundamentalmente para sostenerte sin que medie un término de intercambio. En el campo nosotros usamos leña, entonces estuve un par de días cortando madera con una sierra eléctrica. En esa actividad no había mediación económica, sólo tenía por objeto poder subsistir. Hacer comida tiene que ver con la subsistencia y podría ser un trabajo, pero podría estar dentro del ocio porque no hay un término de intercambio. Leer, desde cierta perspectiva, no es productivo, pero lo que te pasa en la cabeza y en todo el cuerpo cuando lees es producción.
El ocio también tiene que ver con el goce, más que con placer. Por ejemplo, a mí los deportes me dan lo mismo, pero a la persona que le duelen las piernas porque va trotando, porque a él le gusta trotar, está sintiendo goce y no placer, a menos que sea masoquista. Quizás no necesariamente es goce, pero se relaciona con sentir intensamente lo que estás haciendo. Ocio es sentir intensamente lo que estás haciendo, saber que es el mejor lugar en el cual quieres estar o la mejor situación en la cual quieres estar. Esta definición también podría ser para hablar de trabajo. Por eso, la división entre trabajo y ocio cuesta manejarla, excepto en el caso de que tengas que trabajar mucho porque tienes muchas deudas y que el trabajo es solamente operativo. Esto se explota mucho en el área de ventas, por ejemplo: tienes que ganar, tienes que ganar y tienes que ganar.
El ocio, en el sentido más amplio, tiene que ver con creación, con observación activa, no pasiva. El ocio se vincula con no estar necesariamente constreñido a un logro específico porque el placer – uso esta palabra a falta de otra- está asociado al hacer y no en la consecución. Es lo que pasa cuando lees una novela -a la gente que le gusta leer- y no quieres que termine; o si estás viendo un partido de fútbol -si eres fanático de este deporte- quieres que termine antes, pero si están jugando muy bien, no quieres que termine el partido. Entonces tiene que ver con la intensidad, con que no quieres que tu presencia concluya en ese lugar.
Estoy atento a que ocurran momentos de ocio, me preocupa. O sea, por algo escucho cierta música, por algo busco ciertos libros, por algo me instalo en ciertos lugares, porque claramente lo estoy buscando, estoy atento a que ocurra. Son cosas sorprendentes. Yo no soy de Santiago, aunque llevo en Santiago más tiempo del que viví en otro lugar. Me acuerdo de haber venido a Santiago, haber estado en la Alameda, ver la cordillera y no poder creerlo. Yo estaba al lado del mar, donde no se veía la cordillera, pero siempre estuvo presente. Han pasado treinta y tantos años desde que vivo en Santiago y todavía me sorprende la cordillera. De repente vas girando en una calle y la ves. Si le sacara una foto, la pusiera en internet y dijera que son los Himalayas, posiblemente algunos podrían decir “Oh, no tiene nada que ver, déjate te tonteras”. En ese sentido, hay que estar atento a las sorpresas que te dan las cosas, no pasar no más. Es decir, más que buscar, hay que dejar que las cosas te invadan o que las situaciones te invadan, pero ser capaz de distinguirlas.
Esta consigna de estar prestando atención permanentemente a veces entra en conflicto con las necesidades materiales. Puedo estar muy entretenido en determinado momento y tener que partir a una reunión, o estar en una situación muy placentera, en un espacio de confort y ¿para qué voy a querer salir de ahí? Lo que pasa es que el lugar de confort siempre te está mostrando los otros lugares, no es un lugar protegido. Por ejemplo, estuve en un sitio arqueológico que se llama Mitla, cerca de Oaxaca, que es una maravilla. Mientras estaba internado allí, en un momento miré y me di cuenta de que la mitología, como yo la entendía, ya no descendía a los infiernos, sino que se ascendía a la tierra como cosmovisión. Eso es maravilloso. Hay que hacer todo para conseguir algo y si las cosas están, hay que descubrirlas. Un ejemplo más bonito que es un poco antiguo es el de la tabla periódica: cuando se hizo la tabla periódica, se sabía cuáles eran los elementos, pero había algunos que no se habían descubierto, a pesar de que se sabía que estaban. Es una joya.
La sociedad contemporánea entiende el ocio fundamentalmente de forma hedonista y, segundo, tiene que ver con la consumición de ciertos objetos que te permiten estar en un estado determinado. O sea, la gente que hace deporte va al gimnasio y anda en una trotadora por quemar calorías. Lo entiendo en Nueva York, incluso en Nueva Delhi, que es más grande que Nueva York, o en Beijing, en Shanghái, que son ciudades súper pobladas, pero aquí se instala una máquina para hacer ejercicio y no por el placer de correr. En relación a la definición que señalé, nunca sería ocio porque el producto es más importante que el momento. Además, fuera de los conciertos masivos, casi todas las otras actividades son solitarias y en mi ocio las otras personas son fundamentales. Yo no existo si no existe el otro. Habitualmente ese trabajo, como cortar madera o leer un libro, lo hago solo, pero estoy con todos. No necesito estar tocando para estar con el otro, es como la escritura. Trabajo con un material que se llaman palabras, que lo usamos todos. Todos usan las palabras, por eso es tan fácil escribir y por eso es que alguna gente cree que no es trabajo. Cuando estoy trabajando con eso, estoy usando las palabras de todos, de aquellos que las dijeron y de los que las van a hablar. ¿Cómo no voy a estar metido con todo el mundo?
He tenido la suerte de que, fuera de la hipertensión, nunca me he quebrado un hueso ni he tenido gente cercana que haya tenido enfermedades demasiado graves o inhabilitantes. Yo soy de una familia grande entonces me extrañaba desde joven ver que otras familias grandes generalmente se veían porque había alguna deficiencia física de un integrante. En mi caso, yo sólo me he resfriado un par de veces. La enfermedad es una cosa que no ha estado muy cercana a mí y, por lo tanto, creo que me asustaría mucho con una enfermedad, me causaría muchos problemas.
Existe toda una mitologización con respecto a la enfermedad y la escritura porque grandes escritores, personas que escriben, hombres, mujeres, siempre han contado que su inicio es cuando estuvieron enfermos de hepatitis o de tuberculosis y pasaron acostados tres meses, tres años. Lo que pasa en esos estados, por lo menos así lo reflexiono, es que te das cuenta, en determinado momento, de que si tienes tuberculosis debes respirar. Tu preocupación es el respirar. Por lo tanto, la visión que posees del mundo cambia y te das cuenta de que respirar es natural para todos. Así percibes la fragilidad y a partir de eso se generan escrituras. Pero yo no necesité estar enfermo para captar la maravilla de la fragilidad.
Si uno piensa cómo funciona nuestro cuerpo físicamente, no estoy hablando en términos psicológicos, el cuerpo funciona por puras casualidades, o sea hay una conexión que no me funciona y se acabó mi vida. Te das cuenta de esas cosas mínimas cuando te pinchas cosiendo un botón: te pinchas el dedo y el dedo te molesta todo el día, te molesta. Nuestra biología está llena de accidentes y eso es la fragilidad. No hay que estar enfermo para darse cuenta de ese grado de fragilidad que tenemos. La inmensidad me produce el mismo sentimiento. Yo decía "A ver, el cosmos es tremendo", pero después decía "No, pero hacia adentro también, es inmenso". Si tomamos al ser humano como centro, las extensiones son inconmensurables, inconmensurables. A pesar de que el universo tenga un límite, según las últimas teorías está en expansión, y posiblemente después va a haber otra teoría que va a decir "No pues, el límite es el límite de otro universo, y de otro universo aparte".
Mientras estuve trabajando apatronado para mí era súper clara la división entre el tiempo no-ordinario, como los fines de semana, los feriados y las vacaciones, y el tiempo ordinario. Todo te lleva a eso, el sistema escolar, el comercio, todo. Y está bien porque es un logro que haya vacaciones y haya fines de semana, o sea, es una conquista social muy fuerte así que yo la defiendo. Las vacaciones en Chile deberían durar un mes y todos tomarlas al mismo tiempo, cuestión que pasa en otras partes, pero en este momento no se le ocurre a nadie. Hace unos atrás ibas a España en junio, julio y agosto, y estaba todo cerrado, y no se iba abajo el país. En España los supermercados están cerrados los domingos, lo que me parece una cosa maravillosa. Ojalá acá estuviera todo cerrado porque, pese a que me cargan las imposiciones, prefiero eso para no obligar a gente que tenga que ir a atender. Bueno, partiendo de la base que los feriados obligatorios y los fines de semana son necesarios y hay que pelear por ellos, yo me los paso en mi vida. Para mí es un privilegio que nunca había tenido. Realizo muchas más actividades antes; en esos días y en todos. Estoy constantemente haciendo cosas. Entonces es una maravilla hacer cosas inútiles, pero esas cosas inútiles que tienen que ver con... con estar intensamente vivo.
La paternidad es una transformación radical. La paternidad o la maternidad cuando la asumes, en el caso de los hombres hasta ahora pueden no asumirla, es un cambio radical. En las mujeres hay un instinto maternal que no es lo mismo que en los hombres, yo nunca he sentido un ser vivo dentro de mí, pero son experiencias igual de intensas. En el caso de uno, la mujer, está normalizado y en el caso del otro, el hombre, la visión machista heteronormativa es brutal en eso. Para mí la paternidad-maternidad, no sé cómo decirlo, debería sintetizarse en una sola palabra que incluya las dos.
El ocio cambió radicalmente cuando vinieron los hijos. La escritura pasó a la mañana y dejó de ocurrir en las horas poéticas. Existen los atardeceres arrebolados, pero evidentemente el tiempo que tienes que dedicar a los hijos para generar los ocios no es ocio; es determinante y te amarra mucho. No soy capaz de detectar si cambió el contenido de mi escritura. No escribí “Mi hijo, nació mi hijo, le puse la mano la mano en el pecho", nada de eso, pero creo que mi vida cambió radicalmente al asumir la paternidad. ¿Dónde lo noto? En que hay un vínculo que es tan fuerte que ya no depende de mí, depende de dos. Ahora, ¿cambió mi vida práctica? Mucho, desde la necesidad de generar recursos económicos para sostener eso y, en el caso mío que lo hicimos de a dos, desde el trabajo hasta el cambio de pañales. Ahora es bastante más fácil con los nuevos pañales, pero antes el pañal era de género y había que lavarlo, lo que no era fácil. Además, había que hervirlo cada cierto tiempo y lavarlo con escobilla porque las excretas de los niños son de una capacidad de teñir fuera de todo límite.
Creo que los cambios en la creación se notan más en el caso de las artistas visuales que en las escritoras. Puede ser una visión falsa mía, pero creo que, entre las escritoras que conozco, la maternidad influye más en las actividades que se le asocian; estar constantemente con los niños te cambia. O sea, yo no tengo ese grado de maternidad como hombre, tengo otros grados de maternidad. La capacidad desarrollada por muchas mujeres, no quiero generalizar, de manejar varios puntos de interés a la vez creo que facilita. La educación de los hombres es exactamente, hasta ahora, lo contrario.
Es cierto que después de la aparición de internet la gente es más compartimentalizada, pero creo que para muchas mujeres desarrollar las labores asociadas a la maternidad debe ser una carga que no sé si podría soportar. Posiblemente me habría desentendido del acto o de los niños. El tipo de relación que se establece con los niños involucra que no puedes dejarlos solos, tienen que estar dentro de tu campo de control. Cuando estamos solos en el campo lo pasamos súper bien haciendo cada uno sus cosas, pero cuando íbamos con nietos había que darles desayuno, colación, almuerzo, once, comida. Nosotros no nos saltamos el almuerzo, pero si a veces almorzamos a las tres de la tarde no pasa nada. En cambio, con los niños no puedes hacer eso.
En resumen, la paternidad o la maternidad, cuando se asume, es un vínculo que te cambia radicalmente la vida, a mí me la cambió. Ahora, ¿cómo se nota? En mi escritura no tengo idea ni voy a averiguarlo, pero en la práctica sí, en las formas de producir esa escritura de todas maneras. Cuando pienso en algunas personas, como Bach que tuvo doce hijos, ¿cómo le cambió la vida? Él necesitaba producir obras como loco para la próxima fiesta religiosa para poder mantenerlos. Quizás le hizo bien a la música.
Creo que hay muchas actividades en las cuales uno nunca se retira, entre ellas la escritura. Ahora, podría retirarme, no estoy diciendo que me muero si dejo de escribir -hasta ahora no me he muerto-, pero tampoco he dejado de escribir. Lo que pasa es que, si fuera carpintero y me llega la hora de jubilación, no voy a dejar de ser carpintero, a no ser que la carpintería haya sido sólo una actividad para sostenerme económicamente. Esto puede ocurrir en cualquier actividad. La escritura no tiene nada que ver con cumplir horarios ni es productiva económicamente. Ahora, yo oficialmente estoy jubilado, o sea tengo una pensión, pero sigo trabajando por remuneración. Ocupo el 80% en ocio, y el 20% en trabajo. Hay gente de mi edad que eran ingenieros y los echaron por viejos, tuvieron que jubilarse. Algunos se han muerto porque son incapaces de no tener la vida regulada, se deprimen. Hay otros que literalmente gozan el ocio de ir a tomarse un cafecito, hablar con los amigos y dar cátedra sobre el mundo por supuesto. Se transforman en unos reaccionarios conservadores: empieza a hablar de antes y de las enfermedades, lo que me parece espantoso.
Entonces uno tiene que educarse en el ocio y no dedicarse a hacer deportes porque a los cuarenta y cinco años ya empieza a dolerte el lumbago. Uno tiene que captar que debe vivir intensamente lo que tienes que vivir, y lo que tienes que vivir es lo que descubres y se te está presentando constantemente. No tiene que ver con metas, sino que tiene que ver con situarte, entender que en determinado momento tienes ganas de hacer nada y hacerlo. Ahora, si viene un psicólogo te va a decir "Te vas a deprimir" por hacer nada. Eso es fantástico en las conversaciones habitualmente de pareja: “¿Qué estás pensando?”, “En nada”. Efectivamente no estás pensando, estás situado solamente porque pensar se hace con palabras, lo otro es estar. Esto no es nada esotérico, o sea, para en las parejas, pero no, por ejemplo, entre amigos. No le preguntas a un amigo: "¿En qué estás pensando?". Si no estás pensando en nada, en realidad están ocurriendo muchas cosas y estás viviendo intensa o calmadamente esas cosas.
La generación de la que hablaba vivió en una estructura de trabajo donde no había ocio, sino que había actividades asociadas al ocio que eran operativas al eje de esa estructura inamovible. Es lo que les pasa a algunas mujeres que ahora hablan del nido vacío -mira, la siutiquería- para referirse a cuando se van los hijos y se les acaba la vida. No estoy hablando de artistas, estoy hablando de una mujer que se ha dedicado a su casa, que eventualmente puede haber trabajado, pero incluso, aunque trabajara, siente el nido vacío. Se les acaba la vida, ¿por qué? Porque nunca supieron construir su propio espacio, porque construyeron toda su vida en base a una institución.
Actualmente los niños si les sacas la pantalla, los que tienen acceso, no saben qué hacer y a los adultos les pasa lo mismo. Eso obedece a la misma estructura. Dicen “No seas ocioso porque estás viendo televisión”, pero eso no es ocio, es una adicción porque obedece a una estructura. El otro día un ministro, lo vi en un diario al pasar, que no leía novelas porque es una pérdida de tiempo: todo está en función de la consecución, en la obtención de algo, conocimiento, dinero, como quiera uno llamarle. Pero, en este caso, era conocimiento, era aprender y hay mucho que aprender. No es un problema de lectura, sino la necesidad de que toda acción tenga una recompensa en términos de objetivo. Cuando él trota y va escuchando los libros, en realidad no se da cuenta de que necesita escuchar algo porque al trotar, fuera de fortalecer los músculos, no siente ningún placer, sino que le preocupa lo que obtiene. Entonces una persona se daña, a mi entender, profundamente. El problema es que es ministro y daña mucho por los grados de poder que tiene. La cultura, en las páginas de los diarios, se llama “Cultura y Espectáculos”. Durante los gobiernos de la Concertación siempre se asoció al espectáculo y es tan así, que si tú miras los ministros todos pertenecían al teatro, incluyendo al de derecha. El arte es entendido como espectáculo, siendo gobiernos de izquierda, de derecha, de centro, lo que sea.