Mi nombre es Felipe Guillon, tengo 38 años, me titulé de arquitecto el año 2008 y trabajé en Valparaíso hasta el año 2016. Entre medio estuve dos años en Buenos Aires, pero volví a Valparaíso luego de ese estudio. Actualmente soy arquitecto asociado en algunos proyectos de la misma empresa en que trabajaba anteriormente. Me hago cargo del desarrollo más técnico y milimétrico, el detalle de cada proyecto de arquitectura. Las ideas y conceptos las trabajo con el arquitecto titular de la oficina que está en Valparaíso. Eso me tiene bastante dividido entre Santiago y Valparaíso, tengo que viajar seguido. Es parte un poco de mi rutina. Acá me desempeño en el tiempo de estudio de esos trabajos, y en proyectos que hago yo sólo por mi cuenta sin estar asociado a esa firma. No tengo un sueldo constante, sino que cobro mis honorarios cuando se producen los estados de pago.
Nunca había hecho nada parecido a este ejercicio de registro. Me enfoqué en las actividades que no tienen mucho que ver con el trabajo la verdad. Así lo entendí. Las primeras dos actividades que están registradas son netamente trabajo o se inscriben en una rutina de un día de trabajo, como almorzar, por ejemplo. Y luego empecé a pensar qué era más interesante registrar. Están las actividades numeradas, y me pregunté: “¿Qué es una actividad?”. Entonces definí que para mí las actividades que tienen que ver con el ocio generaban una especie de sentimiento, había expectativas. Yo esperaba que sucedieran de alguna manera. Y esas fueron finalmente las actividades que etiqueté como de ocio y que terminé registrando. Por ejemplo, el almuerzo. Sobre todo en el contexto de los viajes a Viña, almorzar era muy esperado por mí porque podía detenerme un poco. Son días muy agitados, ando corriendo y los tiempos están súper justos. Siempre estoy tratando de hacer las cosas más rápido para ganar un poco de tiempo. Entonces, al segundo día de la bitácora, me di cuenta que era un espacio que esperaba no porque tuviera hambre sino porque necesitaba parar. Dejar mis cosas y sentarme. Incluso almorcé con el computador porque todo lo que hiciera en ese tiempo es ganado. Es la histeria por avanzar y liberar un poco la tarde, terminar antes la jornada. En mi condición contractual no tengo horario. Finalmente, mientras más rápido haga las cosas que tengo que hacer antes me desocupo.
Fuera de la pega casi siempre estoy con mi hija. También lo registré en la bitácora. Tenemos una rutina en la que voy a buscarla caminando. Yo habitualmente ocupo el auto, pero decido dejarlo acá, voy a buscarla y volvemos a la casa caminando. Aquí estamos un rato, de hecho, ella raya ese pizarrón. Tiene dos años, es chiquitita, pero camina y le gusta mucho estar fuera. Me gusta que a ella le guste. Luego agarramos el auto y la llevo de vuelta. Ese también es un tiempo que considero que es más rutinario. No se producen actividades de ocio en la casa generalmente.
Mi oficina es bien portátil, pero casi siempre prefiero hacerlo en el taller porque es lo que más me acomoda. Pero no sé, los correos igual los puedo mandar desde un restaurant en la carretera o cerca del terminal. Aprovecho esos espacios cuando son cosas urgentes, pero es una actividad que no me produce ninguna satisfacción realmente. El trabajo, acá en el taller, me gusta mucho.
Para organizarme hago unas listas cada tanto. Casi siempre contienen las actividades más urgentes o inmediatas, que se llevan a cabo dentro de los próximos tres días. Porque una lista de más actividades incluye muchas cosas y el sólo verlas me hace sentir que no las voy a terminar. Entonces tengo que hacer una lista que me permita ir tachando y sentir que avanzo un poco. Las cosas que llevan mucho tiempo postergadas dejan de ser importantes para mí, las voy chuteando. Como ya lleva dos meses, puedo dejarla un día más. Y al final eso se termina transformando en un mes, y luego en otro, y en otro. Un cliente me dijo en marzo: “¿Podremos terminar esto antes de fin de año?”, y yo me relajé un poco y todavía no se ha hecho. Trabajo con plazos y también tiene relación con el carácter del cliente. Las cosas más informales pierden un poco de prioridad. Las cosas que implican un equipo más grande que está esperando ese input me preocupan y trato de sacarlas antes. Pero cuando es una persona que necesita que le regularicen la casa, lamentablemente y es una lástima, no va ascendiendo en la lista.
En general las cosas que más me interesan –por alguna razón– surgen en los momentos de mayor estrés. De alguna manera ayuda a liberar tensión. No me agrada trabajar bajo presión porque siento que no me gusta lo que hago. Entonces necesito hacer algo que sí disfrute como un set art de música. Aquí me doy vueltas y juego con eso un rato, luego me voy a dar vueltas de nuevo para seguir avanzando un poco más. Tengo algunos proyectos fuera de lo arquitectónico que conviven bastante bien con lo que hago, tampoco tengo mucha tolerancia a pasar mucho rato haciendo música. Entonces es una cosa de media hora que me permite descansar, y ya puedo volver a la actividad anterior. Justo cuando logré terminar la bitácora el trabajo de arquitectura se volvió un poquito más distendido y lúdico con parte de los proyectos vinculados al diseño, quizás el lado más creativo de la arquitectura. En general, para eso me dan más tiempo, o yo me tomo más tiempo para hacer la entrega. Ese trabajo lo disfruto mucho más y no siento que necesite darme vuelta para tocar música.
La creatividad en mi trabajo tiene que ver con poner algo donde no hay nada. Hacer que algo aparezca en el fondo, ver algo que apareció antes en un plano y cómo se ve ahora en la realidad. Esa parte de la arquitectura me parece bien llenadora, no necesito mucho más. Con eso estoy súper satisfecho, aunque son pequeños momentos, yo diría que un 5% del total.
En general, me identifico bastante con lo que hago. Igual trabajo con otra empresa y todos los encargos tienen una coordenada fuerte del arquitecto de Valparaíso. No puedo tomar decisiones por mí mismo porque lo represento a él en su proyecto. Estoy tratando de reproducir su mano, su mente, su gusto, sus criterios. Me siento representado en esos proyectos, pero en un porcentaje menor.
Acerca de lo que identifica mi trabajo, tengo que diferenciar entre lo que es la oficina de Valparaíso y lo que es mi propia oficina. En esa oficina trato de aportar un grado mayor de racionalidad a las cosas y a las atenciones que se hacen, que las cosas y las decisiones tengan una justificación. Y al momento de presentar proyectos, que haya una forma ordenada de hacerlo. Eso es porque el arquitecto es un poco desordenado y yo trato de complementarlo. No es porque crea en el orden y la racionalidad, pero trato de hacer algo que ayude en ese sentido, como ser más ordenado en los temas normativos, más riguroso, más claro, más transparente. No me pasa tanto cuando trabajo solo porque siempre trato de ir descubriendo una metodología nueva o una forma de trabajar distinta. Cada proyecto aparece como un nuevo vacío que hay que definir. Mi actividad es más cercana a la experimentación. El camino aprendido con la oficina de Valparaíso es como el “camino”, pero de repente esa no es mi forma. Aprendí circunstancialmente que hay otros modos. Haber venido a Santiago me ha ayudado a encontrar mi propia forma que es algo que me preocupa heavy. También se producen ineficiencias a raíz de esto por creer que hay otra forma de hacer las cosas y que quizás tengo otra distinta a la de mis colegas. Quizás voy a llegar a un resultado similar, pero tengo que permitirme explorar.
Para encontrar tiempo para mis proyectos he tenido que pasar de varias ofertas de Valparaíso. Hubo un tiempo en que estuve muy ocupado con cosas que no me gustaban particularmente, ramas de la arquitectura y la construcción que no me resultan fáciles ni gratas. Estuve coordinando muchos proyectos y esa no fue una experiencia muy rica porque, en el fondo, tenía que hablar con ingenierías que es un conocimiento tan específico que tampoco me sentía muy capacitado para hacerlo. Requería un esfuerzo muy grande, invertir mucho tiempo para generar las definiciones e instrucciones. Entonces finalmente fui rechazándolas de a poco para dejarme un espacio, emprender cosas nuevas y atender lo que ya está en curso.
Mi formación profesional estuvo un poco distorsionada por una visión de la arquitectura que yo tenía heredada de mi viejo, que también es arquitecto. Entré a la universidad entendiendo lo que me transmitió y durante los últimos años he aprendido a definir mi propia visión. Él era de una escuela racional, práctica y funcional y esa perspectiva me resulta fácil porque es lo que aprendí desde chico. Yo lo escuchaba hablar y por osmosis recibía. No alcanzamos a trabajar juntos porque él se jubiló antes que yo me recibiera.
Para mí el éxito en arquitectura es que el proyecto se haga, es fundamental que termine existiendo. A pesar que uno aprende mucho al desarrollarlo, dibujarlo, al hacer el recorrido, el proyecto sólo termina cuando existe materialmente el producto. A los primeros proyectos que hice en Valparaíso les tengo un cariño particular porque me sorprendían mucho. En el plano uno dibuja algo, pero al comienzo no hay mucha noción de cómo se va a ver ese espacio. Por eso me sorprendían los tamaños de los recintos, las dimensiones de las cosas, los muros anchos y largos, el lograr ver el resultado de una intención, como se materializa el espacio finalmente.
Por otro lado, el fracaso tiene que ver con el mal funcionamiento de los equipos. Uno le pierde el cariño a los proyectos si no se comparte la visión del mandante o tus colaboradores. Se va armando una cosa muy estéril que cumple, pero no te representa. Ese para mí es el mayor fracaso.
En la bitácora registré actividades variadas. De hecho, las estuve catalogando un poco entre ocio y trabajo solamente. Y también rutina, como estos almuerzos que están inscritos en lo cotidiano, pero tienen algo especial, como algo meritorio que finalmente los hace quedar en la bitácora. Porque las actividades más operativas de trabajo no quedaron registradas, tiene que ver con el tiempo que tiene algún grado de justificación. O sea, es un espacio que uno puede decidir, yo decido ocupar este tiempo en esto y no es algo obligatorio ni es parte de mis responsabilidades. Por ejemplo, cuando estoy súper estresado trabajando acá, el poder darme una vuelta de diez minutos a hacer un poco de música me permite sentir que tengo control sobre mi tiempo y que puedo administrarlo. No es tanto una actividad sino más bien el ejercicio de la voluntad. Y por ello, puede o no vincularse con el trabajo. Te llena un poco, te da una cuota de sentido porque hay un sentimiento de realización cada vez que digo: “Ah, tengo media hora para ir a buscar a mi hija”. Normalmente me demoro cinco minutos, pero me voy a tomar media hora. Y eso hace que todo pare. Son cosas que ocurren mentalmente y también físicamente. Creo que tiene que ver con hacer las cosas particularmente lento. De repente, media hora en ir a buscarla y volver, pero me tomo la media hora, no como cuando estoy en Valparaíso, que trato de hacer todo muy rápido para terminar antes. Aquí hago un esfuerzo para demorarme la media hora que dije que me iba a demorar. Varios de mis tiempos de ocio son bien personales, pero igual muchos de ellos también están asociados a otras personas finalmente, como la familia, o los amigos.
Hay algunas actividades que asocio a una especie de complacencia. Tienen que ver con cosas intelectualmente no tan intensas. Esas cosas que son tonteras, como dibujar un plano a mano, un esquema de un terreno. Me produce mucha satisfacción hacerlo porque es algo más instintivo. Ves el terreno, sabes para donde está el norte, la vista de la casa. Es un dibujo súper básico, no es técnico. Me imagino que en la pintura también debe haber una parte que no es tan racional tampoco, que es puramente manual.
Creo que los tiempos de ocio están siempre bien. En las actividades que registré pude notar qué es lo que pasaba con el tiempo cuando estaba ocupado y no podía destinarlo al ocio. También cómo percibía ese tiempo mientras estaba haciendo mi actividad de ocio. Cómo percibía mi rutina y mi trabajo. En general, el ocio me permitía salirme de ese espacio y poder analizar las cosas que pasaron durante el día y reflexionar sobre cómo está yendo un proyecto. Es como hacer una pausa y tomar distancia para mirar las cosas.
Para algunas personas el ocio está vinculado a la culpa. A veces puede haber un grado de eso, como cuando estoy con un plazo encima y me pongo a hacer un poco de música. Pero siento que es algo que necesito, aunque está esa sensación que me dice que no debería estar haciendo eso. Pero en la mayoría de las actividades registradas, yo diría que, en general, son cosas que están plenamente justificadas y yo entiendo que sin eso todo se vuelve más difícil, más vacío.
La paternidad cambió un poco la proporción de los tiempos. Sigo teniendo momentos de ocio, pero en menor medida. También trabajo menos. Estoy bastante convencido que estos tiempos son tan importantes como trabajar, por eso soy insistente en conservarlos. Hubo un tiempo en que era más activo en tomarme mis momentos, tenía un estudio formal más armado. Había un tiempo en la semana destinado a, hoy está más diluido. Pero también he encontrado otros espacios de nada. No siempre el ocio tiene una connotación creativa, a veces se trata solamente de parar, sentir que el tiempo está corriendo bajo tu control y que te pertenece. Con eso basta.
En los trabajos que realizo de manera personal sigo un poco esta lógica de control porque en parte reemplazan esas actividades de ocio. Uno prueba cosas nuevas y se permite hacer actividades más complacientes. La inmobiliaria no las va a apreciar ni te las va a pagar. Uno le hace un dibujo súper bonito a la inmobiliaria y te cambian el proyecto altiro. Y a veces, a otros clientes les gusta simplemente ver un dibujo bien hecho. Eso también tiene que ver con el goce, el que alguien valore lo que hiciste. También se relaciona con el éxito, saber que hiciste algo que a alguien le gustó.
Hace mucho tiempo que no me tomo vacaciones, desde que soy padre. Tampoco he salido con mi hija. Y los fines de semana la verdad es que son bien trabajados. Por el estilo de vida que llevamos con mi pareja, los tiempos en casa estamos los dos 100% con mi hija. No vemos tele, no le mostramos el celular, entonces en realidad estamos siempre con ella. Valoro harto el tiempo que pasamos solos, porque siento que la estoy estudiando un poco a mi manera. También estar los dos con mi hija 100% me resulta súper cansador. Yo preferiría de repente un pin poneo. Yo dos horas, tú dos horas, bueno, un rato juntos también. El tiempo que estoy con ella solo también siento que la Lore está de alguna manera descansando, y eso para mí es la forma que uno debería hacerlo. Parar un rato. Lo mismo con salir a tomarse una chela o hacer música. Son tiempos que se agradecen porque te llenan de energía y te reviven un poco.
La idea de inhabilidad supone una contradicción porque es un tiempo en que te preocupas, pero no puedes trabajar simplemente. A mí personalmente me cuesta mucho entender o justificar el tiempo de inhabilidad en el que estoy incapacitado. Me cuesta comprenderlo y asimilarlo como un tiempo de no trabajar. Me siento incómodo.
No añoro la jubilación o el retiro. Todavía me gusta mucho mi trabajo. La idea que está más presente es poder elegir finalmente qué hacer y qué dejar de lado. Hay algunas cosas que preferiría no hacer, como la coordinación de ingenierías, pero muchas veces uno las hace porque están bien pagadas y se necesitan las lucas. Acá las pensiones son tan malas, que surge la idea de hacer algo como un negocio para tener un segundo ingreso. Quizás que te permita trabajar menos, o darme el lujo de decir que no, que ya no voy a hacer eso.