Mi nombre es Gerardo Oettinger. Soy dramaturgo y director. Estudié teatro en el Club de Fernando González y después en La Memoria con Alfredo Castro y Juan Radrigán. Aunque me encanta actuar, me dediqué más a escribir, porque es como actuar pero piola, en casa, oyendo música, tomando una chela, fumando algo. Pero a veces con la escritura se logra la adrenalina de la escena. Cuando me ha saltado la liebre, he actuado en algunas obras audiovisuales, como en ANIMALES de Carlos Tampe, en Valdivia y fue bacán.
Empecé a escribir teatro hace como hace unos 14 años atrás, cuando congelé mis estudios teatrales. Quería seguir actuando. Estando en escena. Entonces pensé que escribir era una manera de hacerlo posible. Y lo es.
Llevo alrededor de 14 obras escritas y estrenadas o publicadas, es casi una por año, se ve caleta, pero es piola. Juan Radrigán decía que si uno escribe una hoja diaria, en un mes tienes 30 hojas. También dijo: “600 hojas para llegar a 30”. Juan tenía más de 40 obras de teatro, caleta de cuentos y poemas. Escribió todos los días. Entonces, al lado del maestro, es poco.
Pertenezco a la compañía “Teatro Síntoma” y, además, he tenido la oportunidad de trabajar con distintos colegas, directoras o directores con los que nos hemos propuesto ideas. Hay veces que dirijo mis obras yo y otras, otros. Depende.
Creo que los últimos años he logrado trabajar solo escribiendo, fue una decisión que tomé aunque eso me enviara a la quiebra financiera, jajaja, lo cual pasó, porque vivir del arte es como algo kamikaze. Quise aperrar y tirarme al vacío. Voy a apostar. Voy a hacer eso y
nada más. Y si no gano plata, filo. Como un sacrificio medio ritual a las deidades del Teatro que hay que hacer. Lo bueno es que si uno no es rígido, cuando cae y topa fondo, rebota.
Alguna vez intenté combinar la escritura con otros trabajos, pero me superó, era lo uno o lo otro, hay gente que puede con ese malabarismo. Me hizo bolsa la mente. Una vez trabajé en TVN haciendo guiones y paralelamente escribía una obra y dormía como 3 horas. Trabajas todo el día, después en la noche llegas a seguir escribiendo. No me da la cabeza.
Justo la semana que hice el registro de la bitácora no tuve mucho ocio porque estaba previo a un estreno. Entonces eran puros ensayos, ensayos y ensayos. Además, justo un amigo, Carlos Tampe, llegó de Valdivia con un corto que había que editar. Salía de ensayo y tenía que armar un Fondart y después volvíamos a editar el corto. No hubo mucho ocio. Luego me enfermé y caí en cama con gripe. Estaba destruido, así que hasta ahí no más llegó la bitácora.
Mi rutina es igual a la no rutina. Usualmente escribo más durante los fines de semana y a horarios raros. Prefiero escribir un domingo que un lunes, ¿por qué?, no sé. Soy súper cambiante en eso porque de repente estoy obsesionado con un tema y me armo una rutina. Otras veces, ando buscando, investigando, escribiendo, picoteando materiales.
Mi ejercicio de investigación consiste en ver muchos documentales, leer sobre el tema, observar la realidad misma, salir a caminar, a mirar, conversar con amigos o desconocidos. Ir probando la historia. Contándola. Viendo las reacciones.
Hay ocio positivo y otro negativo como en todo, hay que saber usarlo. Cuando termino una obra no puedo empezar otra altiro a no ser que sea imperativo por pega. Me gusta dejar reposar los materiales. Como las obras se me van acumulando, ahora estoy escribiendo tres al mismo tiempo. Entonces ese deseo de reposo creativo nunca puedo cumplirlo mucho. Si ando medio depresivo, esos lapsos de lucha entre ocio y trabajo duran más y son más extraños. Otras veces ando con mucha energía, ánimo y orden. Jajaja, parecen confesiones bipolares.
Estoy armando postulaciones, me gustaría volver a Francia a terminar una obra que empecé allá. Creo que llevo mucho tiempo sin tener vacaciones, porque estos años de escritura, han sido unas largas vacaciones no vacaciones.
Cuando me dicen, “hoy es feriado”, digo: buena, pero pienso: “Cresta, no veo la diferencia”, escribir es como un feriado permanente. Y eso es porque como el sistema no nos integra, entonces tenemos que crear nuestros propios sistemas, por lógica. Cuando estoy con obra en el teatro, tengo que adaptarme al sistema propio del teatro y sus horarios, a las funciones los fines de semana en la tarde noche.
Igual yo siempre fui bueno para dormir en la mañana y estar en la noche despierto, salí a mi mamá en esa cuestión. Me cuesta trabajar en la mañana, ando con sueño, no pienso bien. Mejor en la noche.
Mi imagen de trabajo se proyecta en los momentos de escritura frente al computador o en los ensayos. También en otras cosas como cuando prepararo un proyecto o postulo a un fondo. Concursar es una pega brígida que nadie te paga. Es como un ejercicio budista, como el de esos monjes tibetanos que dibujan un mandala cósmico de arena gigante y colorido y cuando lo terminan, en un acto de ofrenda repleto de humildad, los destruyen con movimientos suaves, ofreciendo un poco de arena a los espectadores, y tirando en algún bosque la otra parte. No sé. Ver una película como referente es parte del trabajo, aunque parezca y sea ocio. Por ejemplo, mirar una serie en Netflix es distinto para mi hermano, que es ingeniero, porque él la ve como espectador, para divertirse, emocionarse, y yo la veo por lo mismo, pero además, porque estoy aprendiendo cómo se arman, cómo funcionan. Todo eso me sirve, hasta el chat, porque chatear es dialogar, es escribir.
Uno trata de disfrutar pero te das cuenta de cosas, de estructuras dramáticas, de cómo son los personajes. Tengo la suerte de que ese ocio me sirve.
Imagino que cuando un médico ve Doctor House, piensa: “Esto no es así” o “está mal ese procedimiento”, “es para darle más dramatirsmo”. De alguna u otra manera, vivir siempre pensando en el oficio es estresante. Por eso finalmente, el buen ocio es difícil de alcanzar.
Siempre se escucha por ahí en el oficio, que a las personas que escriben, las relaciones les cuesta, porque siempre están pensando en otra cosa, en sus historias y eso compite con el amor. Es peludo el equilibrio, como siempre. Pero es que muchas soluciones aparecen en los momentos menos esperados. Las obras hablan, conversan, discuten.
En general, yo escribo en mi casa. Cuando estuve en París trabajando en una residencia, toda la gente me decía: “Sale, anda a los cafés”. ¿Para qué? En el café me desconcentro. Con escribir todos los días algo, aunque sea una línea, estoy satisfecho. No sé a qué hora ni cuándo ni cómo, pero ya con eso avanzas. Si estás urgido, más cerca del deadline, te armas más, te levantas más temprano. Los deadline los puede imponer un fondo, la compañía, el director donde esté trabajando, el estreno. Yo, por lo menos, dependo de los estados de ánimo porque hay veces que prefiero trabajar en la mañana y hay veces que tengo que hacerlo en la noche. Entonces soy súper cambiante en ese sentido.
Nunca había hecho un registro similar a la bitácora. Soy súper malo para llevar diarios de ese tipo, nunca en mi vida he tenido una agenda por ejemplo. Me acostumbré a acordarme de las fechas, lo tengo todo en mi cabeza. Es que desde chico tengo la letra horrible y me da rabia ver mis cuadernos. Nunca sentí placer con la escritura manuscrita. Si tuviera que escribir una obra a mano me muero, me desespera.
Me acostumbré a tener las fechas en mi cabeza y claramente cuando ya son muchas hago un bloc y un calendario muy visible y simple para acordarme. Y si sucede algún cambio todos los otros te avisan. Es una agenda que descansa en la colectividad, pero yo me acuerdo generalmente por lo mismo. Además, las fechas son tan cambiantes que si tienes una agenda, la estás cambiando todo el rato. Nada es fijo, ni los afiches. Entonces mi agenda mental se acomoda rápidamente. Mi organización se adapta a las cosas que van pasando. Soy muy carpe diem, desde chico. También tengo suerte en ese sentido.
Me olvido de mil cosas pero no de mis obras. Puedo tener una durante muchos años y la guardo en mi cabeza. Sé que las tengo que ir terminando pero también sé que de repente aparece otra, y esta la tengo que guardar. Entonces me van ganando las prioridades del momento. Hay obras que me han demorado años en retomarlas. Es como tener información compartimentada. Entonces de repente estoy viendo un documental y anoto datos, frases, fechas, nombres. Anoto en el celular, en cuadernos, en las notas del teléfono, en audios. Después todo eso lo anoto en el computador, y ahí logro un orden. Tampoco me puedo acordar de todo.
Mi trabajo es dinámico. Tengo varias obras a la vez y ahí voy viendo cuáles van saliendo. Hay dramaturgos que tienen una y le dan sólo a esa. Hay personas más cuadradas. A mí me da lo mismo, pienso: “Ya chao, se cayó. Voy a la otra”. No me atrapo en ese sentido. Si no salió, no salió nomás. Y si no hay Fondart la hacemos de otra manera. O si se tiene que esperar, se espera. No hay un orden establecido, por lo general en teatro pasa de todo. A veces te piden algo y luego ves si te gusta o no. Si no te gusta pero te pagan, lo analizas y haces el contrapeso: “ya, me pagan, pero no me gusta tanto, me tienen que pagar más”. Te tiene que gustar el equipo, el elenco, el director, como dije antes, es una apuesta que se hace. Y si no me gusta nada, digo: “No”. También es una cosa de guata. Y lo otro es que si un director me trae un tema y yo no puedo apropiarme de la idea, que pase por mí, digo que no, mejor escribe tú tu propia obra. A veces pasa eso, que hay directores que quieren que les escriban la obra que ellos no pueden escribir, y eso es súper barza porque no te pagan. Si pagaran, por último uno podría decir, ya, veamos a ver si puedo lograr lo que quieres. Pero gratis. Es mucho el abuso... Jajaja.
Por lo general nadie quiere dirigir una obra que tú le pasas así como así, es muy difícil. Entonces por eso he tenido que dirigir algunas mías. Lo más común es que un grupo de amigos decida hacer una obra que les guste: “me encantaría hacer una obra así”, “a mí también", "¿busquemos este tema?”, “hagámoslo”, ¿postulemos a este Fondart?, etc. Eso es lo que más funciona.
Respecto al financiamiento no siempre está sujeto al Fondart, muchos trabajan de forma independiente. Tengo amigos directores que no están ni ahí, que tú les dices: “¿Postulemos a un Fondart?” y te responden “ni cagando”. Es que es indigno, es de una indignidad tremenda. Tú lees las listas del jurado –lo googleas, lo buscas– y no han hecho nada mucho. Te juzgan no los has visto nunca en una sala de teatro. Siempre se dice que es una lotería media arreglada, que siempre salen los mismos y bueno y es así y también está la suerte y muchos factores y que uno también se equivoca caleta. Es súper desgastante. Te piden todo este lenguaje posmoderno que no dice mucho. Para la dramaturgia es terrible. Te dan dos o tres meses cuando una obra puede demorar años. Te piden muchas cosas que no cuadran. Además, es evidente que el Estado desconfía mucho del artista. Me pasó cuando fui a París. Te hacen gastar más de la mitad de tu tiempo juntando boletas para que rindas el café que te tomaste en tal parte y hacer unos Excel tremendos. En vez de estar escribiendo, pierdes el tiempo.
Es como cuando desde la izquierda decimos: “La derecha no invierte en cultura” y me río un poco con eso porque tiene un lado absurdo. Porque, ¿por qué la derecha querría invertir en artistas que los odian? Tiene lógica.
Lo bueno es que no te quieran financiar es que nos obliga a generar sistemas nuevos de pensamiento y tener las cosas más claras. Me gusta armar Fondart a modo de ejercicio creativo, porque exige hacer una reseña, una estructura, pulir las ideas, conocer el proceso completo. Te obliga a ordenar el proyecto. La dramaturgia, a diferencia de la poesía, suele ser mucho más estructurada. No es llegar y sentarse a escribir. Aunque pareciera que no siempre hay estructura, es un trabajo que requiere mucha edición. Permite avanzar y comprender la obra desde un lugar mucho más amplio, saber cuánto costaría y cuántos ensayos necesitas. Tiene cosas buenas y malas. Yo diría que lo peor del Fondart es la cantidad de fondos que hay a repartir, son pocos, lo que genera inevitablemente una élite cultural. Hay artistas que jamás van ganar un Fondart porque no tiene actores famosos o porque no conoce el academicismo o porque no ha ganado otros fondos, entonces es un círculo vicioso.
En este momento el trabajo para mí lo es casi todo, hice una apuesta al 100%. Dije: “No voy a vivir más de otra cosa, aunque no tenga ni uno, me da lo mismo, chao”. Hasta ahora me he logrado mantener y hacer cosas. Algo más empieza a salir, es como ir al casino y apostar. Si no apuestas no ganas, y si apuestas poco, ganas poco. Es como que la vida te exige un poco ese sacrificio, aunque tiene costos. A veces se anda sin ni uno, eres dependiente-independiente y es súper peludo porque muy pocos lo logran. El ambiente es súper competitivo, aún cuando hay bastante compañerismo. El problema es que hay muy poco para muchos. Es como cuando tiras un pedazo de pan a la plaza y llegan todas las palomas a comérselo. Tienen que competir. Eso te obliga a trabajar demasiado, pero lo bueno es que mata el ego porque en general el arte es gente con mucho ego. El 90% de lo que uno hace es frustración.
En Chile el fracaso es brígido porque no te lo perdonan. En otros países es un aprendizaje y lo usan, aquí fracasaste y cagaste. Es un escenario súper posible. Pasa cuando a tu obra le va mal, cuando no hay gente, cuando la crítica es mala. Cuando no tiene más proyección, no quedó en ningún festival, no la van a llevar a ninguna parte, ningún teatro la quiere, ahí quedaste. Tu obra murió y toda muerte duele. Es complicado, porque hay aprendizaje en el proceso, pero aún así el fracaso es público y eso es brígido. Es súper subjetivo. Si haces una empresa de palomitas de maíz y nadie las compra, cagaste, quebraste. Pero aprendiste en el proceso y todo. Entonces es complicado el tema del fracaso porque es público, y cuando te critican en la presna donde hay millones de lectores y te hacen bolsa, igual te deja un rato medio raro. Es distinto a equivocarse en un trabajo normal donde te reta el jefe en una esquina y cuatro pelagatos te vieron. Aquí te publican, y es brígido. Uno sabe que se expone a eso y no es tan terrible. Al final es solo crítica y chao. También me he dado cuenta que cuando te critican más, también la gente va más a ver tu obra, será el morbo. Es raro.
Hay un reconocimiento pero nunca muy ligado a lo monetario. De repente hay obras que son más comerciales, pero yo, por lo menos, me dedico más a obras políticas entonces sé que nunca va haber mucha plata ahí para que las produzcan. Si hay algo de reconocimiento o éxito me mejora el currículum para postular a una residencia bacán en París o España o Japón o México o Argentina, no sé. Ser itinerante. Por eso me gustaba el circo cuando niño, porque viajaban trabajando.
Pasa que hay obras que quiero caleta y me siento súper realizado, pero a nadie les gusta y no pasa nada. Entonces, en esto del arte hay mucha suerte. Las deidades del teatro existen. Y son quisquillosas. Por eso cada vez que observas una entrevista en el Actors Studio siempre los actores de Hollywood dicen: “bueno, mi trabajo”, pero hay mucha suerte en eso. ¬Por ejemplo hay obras que son buenas y viajan por todo el mundo, al público les encantan, y yo voy a verlas y no entiendo por qué les gustan tanto y a mí no. Y ahí uno dice. Realmente en gustos no hay nada escrito. Hay veces que veo artistas que me encanta su trabajo, que para mí son geniales, pero no pasa nada con ellos, no logran despegar y no se entiende por qué. Esto es un poco como el pobre Van Gogh. Ahora sus cuadros valen millones de dólares y son geniales, pero en su momento a nadie le importó. Se tuvo que pegar un tiro en la guata porque ya no daba más. Solo su hermano creyó en él. Ahora lo adoramos.
El trabajo define caleta. Es súper importante la coherencia de la vida con la obra, pero para ser totalmente coherente, tienes que ser como Buda. Pero es bien raro tener un discurso en la obra y un estilo de vida totalmente contrario, no cuadra. En general molestan los artistas que son así, la gente se da cuenta.
Por eso se me cruza la vida con lo que hago, porque trato de tener alguna coherencia aunque cueste. Yo tuve esa empresa y gané mucha plata, pero no estaba feliz. Cuando la dejé el tema de la plata quedó fuera de la discusión. A veces la vida te pide sacrificios o sea te los exige. Es como el amor, hay que sacrificar.
Pero también puedes hacer balance. Yo he tenido la suerte de que no he tenido hijos, entonces te cambia la balanza porque hay un ser humano. Si tu hijo te da lo mismo y tu carrera es lo que más te importa puede que seas un bacán en el arte, pero como humano eres una mierda. Y ahí después andas haciendo obras moralistas, ¿y tu familia cómo? En mi caso no se ha dado y lo he aprovechado. Si tuviera un hijo o me hubiera casado habría tenido que ver otras opciones, quizás buscar más pega en el cine, en audiovisual, en teleseries. Pero no ha ocurrido. Me dije: “Voy a hacer puro teatro”. Ahora quiero dominar bien eso, y he podido hacerlo porque he estado solo. No se ha dado y yo me he cuidado también, si voy a tener un hijo será con alguien que quiera. Y si ya no sé, y sale, ahí uno verá. Pero no ha ocurrido y entonces he aprovechado.
Lo que cuentan muchos escritores, artistas y filósofos es que el ocio es súper importante, pero, en general, lo que hago yo –para la sociedad– es ocio. Cuando te dicen “¿en qué trabajas?”, respondo “escribo obras de teatro”, y luego repiten: “pero ya, ¿en qué trabajas?”. Para el resto, lo que yo hago puede ser ocioso: escribir en tu casa, sin horario. En realidad tengo el ocio y el trabajo muy confundido. He tenido que defender mi trabajo frente a mi familia, mis amores, amigos, todos. Cuánta gente le habrá dicho a Van Gogh: “Déjate pintar”. Y el artista está entre convencerse a sí mismo y al resto de que lo que está haciendo sirve de algo. Es una locura, uno no debería caer en ese juego. Pero hay veces que es inevitable tropezar en la oscuridad.
El teatro sirve, claramente, como toda arte, pero ninguna obra va a cambiar el mundo completamente. Por algo puedes montar una tragedia griega y estar híper vigente porque el mundo básicamente es el mismo desde Esquilo y antes. Poderoso caballero es don dinero dijo Quevedo. Con las mismas pulsiones de muerte, las mismas envidias y ansias de poder, pero también con las mismas ganas de vivir, el mismo amor y creatividad.
Con teatro Síntoma, rescatamos historias que se olvidan, buscamos en los testimonios como arqueólogos de la palabra. Patrimonio inmaterial que nos hace pensar sobre la sociedad en la que estamos.
Un espacio de ocio absoluto es el carrete. No tengo un espacio de ocio libre de eso, como un deporte o algo así. Antes tenía, pero lo he ido perdiendo. Quizás podría decir que pintar es un ocio. No lo hago como un oficio, aunque me dan ganas. Es como un hobbie. Pero, por ejemplo, también me gusta estar en mi cama, no hacer nada y ver un documental y dormir. Ese es mi ocio más grande yo creo, soñar en la siesta.
Simbólicamente el ocio se asocia a algo malo, a la flojera. También tiene una carga de culpa porque sientes que te atrasas y no estás produciendo. Por eso trato de que el ocio me calce con lo que estoy haciendo, entonces ahí siento que por lo menos estoy avanzando desde alguna parte.
Cuando estoy más holgado de tiempo se me confunden esos espacios y dejo que el ocio se apodere un poco porque ayuda a distraer, a descansar.
Cuando tuve una hepatitis estuve en la clínica en cama e igual aproveché de escribir y de leer. A menos que te dé alzheimer o una cosa donde el cerebro falle, puedes seguir escribiendo.
También depende de la voluntad porque puedes tener una depresión. En el arte la salud mental es súper compleja porque hay gente a la que mata y hay otros a los que les sirve como motor. Entonces ahí hay períodos de melancolía que son súper creativos, porque se trabaja con emociones. A mí por lo general me pasaba cuando estaba ganando mucha plata y estaba súper bien, escribía menos. La crisis es constitutiva del arte. Como decía Juan Radrigán, necesitas esa rabia, ese motor interno. De ahí sale mucho, a menos que tengas una depresión demasiado fuerte que te impide e inmoviliza.
Respecto a los tiempos dispongo de total libertad para organizarlos. Es súper importante para mí porque desde chico tuve problemas con los colegios y los horarios. Cuando me encuadran me empiezo a sentir mal. Cuando pololeaba me decían: “¿Y por qué no escribiste en la semana?”, “¿Y por qué tienes que escribir el fin de semana?” y ahí empiezo a chocar, porque escribo cuando me pulsa más. Entonces también tienes problemas con los otros que están en un sistema más ordenado y tú cambias todo eso. Claro, lo ideal sería que uno tuviera fines de semana libres, pero a veces no es así. Yo he tratado. La última vez que pololié logré ordenarme, se puede igual, con amor todo se puede. Porque para qué vas a estar con alguien que no está también. Entonces depende del sacrificio que hagas. Si estás solo tienes los horarios que quieres.
La idea del retiro o la jubilación es inimaginable. Ahí vienen las crisis. Es casi como Pablo de Rokha, que a los 60 años agarró una pistola y chao. En el teatro no hay contratos, aunque igual hay sindicato que organiza bingos para los más viejitos. En general, los artistas que logran sostenerse es porque son de familias con plata, entonces tienen algo. En el mundo del arte la vejez es brígida.
Para los maestros con los que yo he trabajado como Juan, no hay una fecha de jubilación. Escriben hasta el último momento. Es difícil pararlo porque es una pulsión. Igual he pensado: “Ya no hago más esta huea, me aburrí, no hago más teatro, me tiene chato”. Pero después uno vuelve. A mi edad, cambiar de rubro está peludo. Perdería todo lo que he avanzado. El arte es como una droga. Te hace sentir bien, pero te destruye. Te deja sin ni uno pero te satisface.
* Fotografía de Gonzalo Donoso.