Soy Jimena Rey, tengo 42 años y soy contrabajista. En realidad mi título es Licenciada en Música, especialidad contrabajo. Soy argentina, de Mendoza. Estudié allá toda mi carrera de pregrado y me vine el año 2002 porque concursé en la Sinfónica Nacional de Chile y quedé. Desde entonces estoy acá, hace 16 años. Soy integrante de la Orquesta Sinfónica Nacional. Paralelamente toco en la Orquesta La Camerata de la Universidad de Los Andes, que es una orquesta chiquitita, desde hace 8 años. Y me dedico a la docencia también. Hice clases en la Escuela Moderna de Música, pero ahora trabajo con niños, tengo orquestas infantiles a mi cargo. En algunas dirijo el Proyecto “Artista infantil” y en otras soy profesora. Estos últimos son tres proyectos: en Calera de Tango, la Fundación Belén Educa y otro en Rancagua. Además, este año empecé a estudiar Gestión Cultural que es algo que había querido siempre, siempre, siempre. En las orquestas infantiles hay un poco de gestión y también en otros proyectos independientes que estoy desarrollando con colegas.
Hacer la bitácora me encantó. Siento que estoy al debe. Si tuviera más tiempo lo haría de nuevo porque me pasaron dos cosas. Primero, me centré en la parte netamente laboral. Creo que consigné solamente momentos de trabajo. Y lo segundo, fue una semana muy atípica porque estuve de gira con la Sinfónica. Entonces todas las otras actividades de esa semana estuvieron suspendidas. Consigné sólo lo que estaba haciendo como trabajo y no otras tan netamente laborales, por ejemplo, los FONDART. No escribí sobre otras cosas porque soy muy cuadrada. Me dijeron: “trabajo” y puse trabajo. Pero me pareció muy interesante el hecho de estarse observando. Ahora que lo pienso bien, es verdad que casi siempre son atípicas. Ayer me preguntaban “Bueno, ¿pero qué día fijo tienes para juntarte?” y la verdad es que ninguno en realidad. Las semanas son eso, son siete días totalmente movibles.
A partir de eso puedo constatar que todas las actividades que realizo son en grupo. Tengo muchos desplazamientos que sí son solitarios, pero los trabajos siempre son con gente. La música funciona así. Si no es con colegas, es con alumnos todo el tiempo. No hay ninguna actividad que haya consignado que haga sola.
Esa semana no tuve espacios para mi producción personal. Puede que haya sido por la época de preparación del Fondart, que todo el tiempo que uno tiene libre lo dedica a eso. De hecho, en la gira me pasó. Las giras de la Sinfónica están hechas conscientemente con espacios de descanso para que cuando tengas que trabajar estés muy concentrado. Pero todo ese tiempo que estuve en un hotel lindo, que no estaban mis hijas, igual trabajé. El Fondart siempre es un tema intenso, pero ya terminó y ahora estamos con otro proyecto de la Ley de Donaciones Culturales que también nos tiene locos. Y cuando pase, seguramente tendré otro trabajo en el magíster. Y bueno, siendo madre, el momento en que tienes un rato libre, te sientes culpable. Entonces en vez de leer un libro, vas a la plaza o a una obra de teatro infantil.
Si hubiera hecho este ejercicio hace diez años habría sido muy distinto. Habría muchos momentos de ocio. Yo leía permanente. Eso es lo que más echo de menos, leer en la noche. Antes devoraba libros, devoraba novelas. ¿Qué más hacía? Tenía mucha más vida social, mucha más. La organización ha cambiado, pero eso es algo que no tiene que ver tanto con el trabajo ni con el arte, sino con ser mamá. La cantidad de tiempo que uno desperdicia, ¿no? Después de tener hijos te vuelves tan práctica. Si tienes que sentarte a escribir, te sientas y escribes. No te das vueltas como antes: “Ay, no estoy inspirada, que me duele una uña, que no…”. O tengo una hora para estudiar esta sinfonía para la semana que viene en la Orquesta. Y me pongo a estudiar. No voy a buscar a ver la biografía del compositor o que voy a cambiar la cuerda. No, es ahora, ya estudié, chao. Uno se pone mucho más práctico en ese sentido, y ves para atrás cuanto tiempo desperdiciabas. Es muy narcisista, pero pasa que ves compañeros que no tienen hijos y dicen: “ay, es que no pude hacer el trabajo porque estaba resfriado”. Y estando resfriada igual funcionas.
Otro cambio importante ha sido la tecnología. Yo siento que las aplico harto. La búsqueda de material se ha simplificado muchísimo. Antes, pasarle material a un alumno o tener uno mismo, había que buscar, había que pedir, había que copiar, qué sé yo. Ahora mandas links y se acabó. Incluso buscar un material de estudio es bastante más simple. Yo uso mucho el Whatsapp con los alumnos. Me he acostumbrado y creo que funciona súper bien, decirles “¿Tienes dudas? escríbeme, no esperes a la otra semana”, porque las clases funcionan de semana a semana.
Ponte tú, el alumno llega con su clase estudiada. Un ejercicio que yo le doy, corregimos sobre ese ejercicio y le dejo tarea para la clase siguiente. Entonces en vez de esperar una semana con una duda, me dice: “profe, escuche esto a ver si está bien” o “este ritmo no sé cómo resolverlo…” Y yo tatatá, hablando. Ni siquiera tocando, voy manejando y lo solfeo. Ese tipo de cosas siento que es un gran aporte, es increíble cuando están bien usados. Bueno, también se nota la diferencia pre tecnología y post tecnología en cuanto el cambio que ha habido en los alumnos. Primero que todo, cambió la metodología de enseñar porque ahora son muy de la inmediatez. Cuesta mucho sentarlos a hacer un trabajo que lleve más de un rato o, por ejemplo, ver un video o escuchar algo. Es un desafío enseñarles que para estudiar instrumentos tienen que tener paciencia, tienen que entrenar el cuerpo. Antes uno tenía esa costumbre, ahora los chicos no lo ven como opción. A muchos les da lata y se van. Pero otros, los que tienen la paciencia de quedarse, cuentan con más herramientas que nosotros en ese tiempo. El profesor está disponible 24/7, y además pueden ver material, está YouTube, ellos mismos pueden investigar.
Mi trabajo me define. Si bien me pagan por eso, es lo que quiero hacer. No es un trabajo en sí, no te da lo mismo, y no te cambias fácilmente. Es para lo que te preparaste toda tu vida. Y qué bueno que te paguen por eso, pero va por otro lado. Nunca he pensado ponerle límites. Sí estoy un poco más desmotivada, un poco más desgastada y por eso estoy ampliando mis horizontes. Sólo tocar ya no me llena, antes sí, era todo para mí. Hoy también me interesa la investigacion, la producción, la gestión. Eso ha cambiado, pero nunca ha sido una opción dejarlo. El campo también lo demanda. Estás o no estás. Si tú le empiezas a poner límites empiezan a dejar de llamarte. Y eso no me molesta porque me gusta tocar. Me da un poco de lata ensayar, pero tocar en público me encanta.
Me complica un poco en relación a la vida familiar, sobre todo con las rutinas. Los niños las necesitan y eso es complicado cuando no tienes horarios. A veces envidio a las mamás que tienen una pega de ocho horas corridas, vuelven a su casa y apagan el teléfono. Entonces los niños se acostumbran a que mamá se va a tal hora, viene la nana, vuelve mamá y nos acostamos. Sábado y domingo mamá está. Y eso conmigo no pasa jamás. Lo que tuvimos que hacer –mi esposo también es artista– fue organizar una rutina familiar y hacerla cumplir esté quién esté. Pero todos los días es distinto. A veces está mamá, a veces está papá, a veces está la nana o días como hoy está la hija de la nana, que es la niñera. Ahora ya están más grandes mis hijas y lo pueden entender, pero a un bebé es muy difícil hacerle comprender eso. Los bebés se rigen por sus horarios y si un viernes o un sábado en la noche la mamá no está, no lo entienden. Eso era complicado.
Hay momentos que te definen. Como en un concierto cuando estás tocando algo que te encanta. Es súper emotivo, se te caen lágrimas y tú piensas: “¿en qué otra pega podría estar emocionada hasta las lágrimas?”. Y me pagan por esto. Esos momentos son impagables.
He ido avanzando a partir de nuevos desafíos. Primero, –durante muchos años– fue netamente el lado instrumental. Tocar siempre me motivó. Habían ciertas obras que siempre quise tocar, ciertos grupos de cámara, distintos géneros que explorar. Y ahora hay cosas que no me animan tanto. Por ejemplo, ser solista. Los grupos de cámara me gustan mucho. Tengo un grupo de tango, ahí estoy explorando el género y la parte de producción. Y con el magíster me estoy ampliando también, busco hacer proyectos más independientes, más personales.
El trabajo en equipo es especial. Se da algo muy mágico en la música que es que dos personas que no se hablan hace años, pueden tocar juntos maravilloso. Yo todavía no me explico cómo funciona, pero es así. Por otra parte, hay que caminar sobre huevos todo el tiempo. Y lo otro que pasa es que es un campo muy competitivo contrario a lo que la gente piensa. Muchas veces dicen: “Ah, paz y amor”, “Es tan lindo lo que hacen”. Si supieran lo competitivo que es. Por cada artista que está en un cuerpo artístico estable con un sueldo estable, hay 20 atrás que quieren apuñalarlo para estar ahí. Es un mundo feroz, muy descarnado en ese sentido. Puedes hacer un buen papel mucho tiempo y tocar muy bien, pero de repente un día te caíste o tocaste mal, y te desprestigias por meses. Muy ingrato.
El éxito para mí se define cuando tocaste bien en un concierto. Esto se determina desde una medida que compartimos como músicos que es la misma medida que se aplica en los concursos: pasión, tempo, carácter, matices, ese tipo de cosas. También hay un espacio más subjetivo ya que te puede gustar más éste o éste otro concierto, pero siempre dentro de un cierto nivel de objetividad.
Mi relación con el fracaso la he identificado cuando estuve en concursos a través de los fantasmas que están en la cabeza. Te dicen: “Lo estás haciendo mal, estás desafinando”. Y finalmente en el último concurso que preparé me di cuenta que esos fantasmas tenían cara, tenían nombre: son tus mismos colegas. Es muy loco verlo. Probablemente no sea así en la realidad, pero es lo que uno percibe, las propias imágenes que una se hace. Cada instante de música que estoy haciendo, proyecto lo que ellos estarían diciéndome en ese momento. Y no creo que sea tan raro, a muchos les pasa. Por lo mismo es un mundo muy endémico: somos pocos, todos nos conocemos. Por eso yo decidí abrir mi campo. Me sentía un poco saturada, quería tener conversaciones con gente distinta, hablar de otras cosas, menos técnica, menos música.
Mi oficio siempre me ha permitido mantener mis condiciones materiales. No he tenido que trabajar en otras cosas, gracias a Dios, nunca. Siempre he podido vivir de la música, que no es poco, se agradece realmente. La búsqueda que últimamente he hecho en el campo de la docencia tiene que ver con complementar el ingreso. Más campo para tocar no tengo. Con la sinfónica hay conciertos viernes y sábados seguro, a veces los jueves también. Y con la Universidad de Los Andes los miércoles. No tengo más capacidad de ensayo, por eso no podría tomar otro trabajo de intérprete porque ya el calendario me empieza a topar. Entonces la manera más lógica de complementar es la docencia.
En este momento la gestión me tira mucho. Si pudiera creo que tal vez me dedicaría a esto y a tocar solo un poco. Agradezco esos momentos sublimes donde estoy tocando y me encanta, pero, por otro lado, tener que vivir y pagar cuentas de algo que amas tampoco es tan bueno. A veces envidio a la gente que tiene una pega “x” que les da lo mismo y en su tiempo de ocio hacen lo que les encanta. A veces sientes que prostituyes lo que haces, ¿no? Algo tan sagrado, algo tan hermoso mezclarlo con el dinero nunca es tan bueno.
El tiempo libre es el momento que dedicamos a la familia, el tiempo que pasamos juntos. Procuramos que todos lo disfrutemos. Entonces, o hacemos una salida que esté un poco matizada, o invitamos amigos, grupos familiares con que todos nos sintamos bien, con adultos con los que conversar nosotros y que las niñas estén entretenidas. Yo creo que pasa un poco por ahí en estos momentos. O ir a visitar a la familia a Argentina. Vamos unas cuatro o cinco veces al año.
La relación del trabajo con el ocio tiene muchas escalas de grises. Podríamos poner en un extremo lo que es netamente trabajo que serían los trabajos formales: la Sinfónica, La Camerata, las clases. Y en el otro extremo salir con una amiga, que pasa cada dos meses. Curiosamente si bien mi medio es muy endógeno, mis amistades más profundas no son músicos. En el medio tienes el Magíster o los proyectos independientes, lo que se va a topando con un poco la vida familiar. A veces, mientras estoy cuidando a mis hijas, estoy haciendo algún proyecto al mismo tiempo. Luego tenemos momentos de vida familiar solamente. En mi cabeza sigue siendo un poco una obligación porque es el tiempo que tengo que dedicarle a ellas. Como te digo, es toda una escala, de un extremo al otro. No sé si es tan claro como esto.
El ocio es el disfrute. Descanso también, pero primero disfrute. En la sociedad puede estar más delimitado, no lo sé. Somos tan especiales los artistas. Puede que haya gente que sale de su trabajo y se olvida hasta el día siguiente, y el resto es todo tiempo de ocio. Yo personalmente me siento siempre culpable cuando no estoy haciendo algo, siempre tengo pendientes.
La enfermedad en el caso de los artistas es un poco compleja. Bueno, para otras presiones también, pero el tema de que haya un componente físico –además del intelectual– en lo que tú haces lo dificulta. La tendinitis, por ejemplo, es siempre un fantasma para nosotros. Tengo colegas que tienen que jubilar por incapacidad. Algunos no lo logran y tienen que buscar otra cosa que hacer. Es un fantasma permanente, es un tema de hasta qué punto me autoexijo sin dañarme en el intento, ¿no? Por un lado, no llevarte al límite, por el otro cuidar las condiciones en que trabajas. Por ejemplo, la semana pasada suspendimos un ensayo porque no estaba la temperatura. Además, los instrumentos se arriesgan, es todo un tema. Una vez tuve un principio de tendinitis por mala técnica. Se solucionó, pero siempre queda ahí la pequeña molestia por la que hay que cuidarse un poquito más.
Respecto a los tiempos de descanso de fin de semana diría que no tengo, pero vacaciones sí nos tomamos. Quince días por lo menos sin hacer nada en que nos vamos de viaje. No llevo instrumentos, me desconecto totalmente. Siempre he mantenido esa costumbre de irme al menos 15 días, aún en la etapa de estudios. Es verdad que tenía un costo al volver, pero yo lo asumía. Creo que por sanidad mental hay que hacerlo. Tengo un alumno que estudia en Boston, en el New England Conservatory, y cada vez que viene, efectivamente me pide un contrabajo para estudiar. Yo siempre le digo “pero 15 días, disfruta a tu familia”, “no, no, no” y se lleva el contrabajo y estudia. Yo nunca he hecho eso. Y lo que procuro –como no tengo fines de semana– es, por lo menos, un día a la semana dedicarlo entero a las niñas. Normalmente es el domingo, pero a veces no lo tengo entero. Entonces si es feriado, también estoy con ellas para compensar.
La maternidad es muy determinante, sobre todo para las mujeres. Aunque de a poco está cambiando. ¿Fue la Ana Tijoux que visibilizó esto? En una entrevista le preguntaron: “Cuando te vas de gira, ¿con quién dejas a tus hijos?. Y ella respondió: “Bueno, quiero que a algún hombre le pregunten eso”. Cuando me voy de gira muchas veces dejo a las niñas con la nana, y mi esposo también. En la Sinfónica trabajamos juntos. Muchas veces tenemos horarios distintos, pero otras veces no. Hace quince días nos fuimos de gira y se quedaron 3 días nada más, pero lo máximo que las hemos dejado es una semana.
Respecto al retiro no sé si va a ser pronto o tarde, no sé si lo iré a dilatar o me iré a jubilar a la edad que corresponde. Hace poco se jubiló un muy querido amigo a los 78 años y estaba totalmente vigente, podría haber seguido 5 años más fácilmente. No sé si yo lo voy a dilatar tanto, lo que sí me imagino es estar más dedicada a la gestión. Pero dudo mucho que deje de hacer todo. No se trata sólo de un trabajo, es lo que te gusta hacer.