Me llamo Paloma Gómez, tengo 38 años. Soy artista visual y fotógrafa. Esta distinción la realizo porque soy artista visual, en el sentido de que me dedico a la producción de obras de arte, y fotógrafa profesional, enfocada en la publicidad y editorial. Desde hace poco tiempo me desenvuelvo en el ámbito de la docencia, realizo clases de pintura y fotografía. En la actualidad, cuento con contrato de trabajo fijo con dos instituciones, aunque ambos son por honorarios. Más bien soy independiente, es decir, freelance.
Soy bastante organizada para la noción convencional que se tiene sobre una artista visual. La idea de que el artista es bohemio, desorganizado, volado, una persona que no entiende nada y vive en el mundo de las nubes tiene mucho de mito. Hay algo de cierto si pensamos que ser más volátil sirve para crear, pero en el mundo real una tiene que ser súper organizada, porque de otra forma no podrías vivir de lo que haces. Por esto, tengo millones de cuadernos donde registro mis procesos creativos, que es algo que trabajo harto, y así me percato de lo que hago y no usualmente. En especial, este ejercicio fue impactante porque pensé: “Trabajas mucho, Paloma, necesitas un descanso”, pero es marzo. Tengo que ponerle muchas ganas, recién está empezando el año.
No tengo límites de trabajo ni contrato, así que tampoco hay tiempos definidos de descanso. Puedo empezar un día a las 7 de la mañana y terminar a las 11, y otro día despertar y cuidar a mis sobrinos todo el día. Sin embargo, las clases que imparto tienen un horario semestral que me ayuda a construir una estructura y me permite organizar el resto de las cosas. Por otra parte, a la vez surgen trabajos que no están contemplados en esta organización como un reportaje donde tuve que ir a la cresta de la loma a hacer fotos y luego editarlas. Este tipo de pegas siempre salen de una semana para otra, aunque es normal, todos los meses me llaman.
Cuando revisé la bitácora noté que todo lo hago sola, principalmente mis actividades laborales. En el trabajo comparto con otras personas cuando hago fotos o doy clases, pero no tiene mucho sentido poner a los alumnos. Aquí en el taller almorzamos juntos o tomamos un café. A veces las conversaciones que se generan giran en torno a los proyectos en los que estás trabajando, y no en los panoramas del fin de semana. No obstante, la presencia de la pega es más suave porque todos quieren “descomprimirse” cuando abandonan sus talleres. Las instancias propiamente de ocio y descanso fueron pocas esta semana, pues lamentablemente tuve que trabajar sábado y domingo. Sin embargo, pese a ser escasos, compartí con más gente como la familia.
Los lugares que circulo habitualmente se encuentran en una misma zona urbana, por lo que me muevo en bicicleta o a pie. Vivo a diez minutos caminando de mi taller, a veinte minutos del instituto donde doy clases y lo más lejos que tengo que ir es a Las Condes, por una clase que imparto una vez a la semana. En este sentido, creo que he tenido suerte con el transporte pese a que siempre he intentado que mis trayectos sean más amables porque hago muchas cosas en el día. Estos trayectos son una instancia para escuchar música, que tiene un rol súper importante en mi vida. Aprovecho de escuchar cosas que me gustan y descubrir otras nuevas, oír radios por internet e incluso entrevistas. Además, es la manera de informarme porque no tengo televisión; perdí ese hábito hace muchísimos años. A veces miro los diarios vía internet, pero en realidad me entero de los eventos por la mañana cuando sintonizo la radio. Dado que mi trabajo es solitario, también escucho música en estos ratos. A diferencia de otras personas, no tengo problemas para trabajar y oír la radio al mismo tiempo.
Este ejercicio sería distinto hace diez años, en primer lugar, porque no vivía en Chile. Además, mi rutina era totalmente distinta: dedicaba gran parte de la semana a trabajar en fotografía y no tanto en la producción artística. Había salido recién del máster y estaba trabajando a tiempo completo en un estudio de fotografía y postproducción, así que usaba harto el computador. Los fines de semana pintaba, salía o me reunía con amigos. Quizás tenía un poco más de ocio porque vivía en Valencia, entonces iba constantemente a la playa. Pese a que esta experiencia me sirvió mucho —de hecho, gracias a eso puedo ser fotógrafa independiente ahora—, esta rutina cambió cuando sentí que debía trabajar más en mis cosas. Y aunque el último tiempo que estuve en Barcelona trabajé freelance, decidí volver a Chile también por mi familia.
Si voy un poco más atrás, hace quince años trabajaba todo el día en cosas que se relacionaban con arte. Recuerdo que organizaba ciclos de cine con un amigo, que significaban mucha pega y nadie nos pagaba por eso. Realmente era por amor al arte. Cuando uno empieza, hace ese tipo de cosas por diversión y después te planteas que tiene que ser valorado, porque de otra forma no puede ser parte de tu vida. Estos cambios ocurren porque uno va creciendo, se pone mayor —por no decir viejo— y cambian los objetivos; es normal. Mi prioridad ahora es hacer mi trabajo y ser eficiente para salir, compartir con amigos, ir a ver a mi madre que vive en la playa y no hacer nada más que mirar el mar o tomar un descanso un fin de semana largo. Hace diez años, más o menos entre los veinticuatro y los treinta, era trabajar y trabajar. Después uno baja el ritmo, en el sentido de que te vas dando cuenta de que todo lo otro es súper necesario en tu vida. De otra forma, empiezas a tener problemas, a sentirte menos contenta. Mi conclusión es que hay épocas para todo.
Hace unos días estaba en un carrete y hablaba sobre trabajo con la polola de un amigo que es arquitecta, quien me decía: “Es que eres divertida, porque cuando me preguntan qué hago, respondo que trabajo en arquitectura; y cuando te preguntan a ti, respondes que eres artista”. Esta reflexión es porque daba la impresión de que soy artista 24 horas al día, y así es. Es mi trabajo y también mi pasión, por eso ha determinado mi vida desde que tengo uso de razón. Nunca he pensado que no debía dedicarme al arte. Mi resolución ha sido tan absoluta al respecto que hubo una época en que rompí situaciones estructurales, familiares, amorosas, de todo tipo porque quería hacer arte. Hay otros artistas que decidieron serlo a los dieciocho años, dedicándole las horas justas, casi como si trabajaran en una oficina. En mi caso no es así porque concibo el arte como una necesidad y no una decisión. Tengo claro que nunca voy a hacerme rica, a menos que apunte con el palo al gato y no es mi caso, mi arte no es tan comercial. En realidad, hago lo que quiero, voy por mi camino abriendo puertas de a poco y así soy feliz. A medida que pasó el tiempo busqué otra posibilidad profesional que es la fotografía, que para mí se trata de un trabajo en la medida que cumple una función y un objetivo súper específico. La fotografía es multifacética y una herramienta muy útil porque si necesitas imágenes para tal cosa, las hago, me pagas y se acaba. En este sentido, es más que arte ya que cumple otras posibilidades, es un elemento más cotidiano. Hoy en día la mayoría de las personas están en contacto con la fotografía a través de los celulares y los computadores, no es una propiedad exclusiva del arte.
En mi vida, el arte es una necesidad de expresar, crear, construir. Las herramientas que utilizo son el dibujo y la pintura, que manejo desde niña, y la fotografía, que incluí más tarde a mi lenguaje. Por este motivo, mi obra la calificó como visual, pues no me limito a ninguna de estas tres técnicas, sino que se complementan, se unen y el producto es una obra. Ahora mismo trabajo con dibujo y pintura a partir de referentes fotográficos que yo realicé. Hago fotografías de la ciudad en la noche y las represento de una forma aleatoria, intentando ser figurativa. A medida que avanzó, aparecen tantos trazos y gestos que se vuelve una masa, se torna algo indefinible. Me parece interesante jugar con el límite de lo que está ahí, lo que puedes ver y lo que puedes imaginar que apareció. Por todo esto, espero que mis obras comuniquen, pues se trata de un lenguaje. Esas expectativas se traducen a la hora de exponer en una opinión que puede ser un “me gusta”, “no me gusta”, “me llega”, “no me llega”, “me interesa”, “no me interesa”, lo que sea. Creo que generalmente se produce una conexión, ya sea con amigos, familiares, colegas e incluso con personas que no me conocen. Mi obra es bien abierta, por lo que suele conectar, pero si no te gusta ocurre un rechazo que es inmediato, así como en el amor. Hay personas que me dicen “tu obra me habla, la quiero ahora” y es genial, lo agradezco mucho. Sin embargo, no he analizado estas reacciones, no entiendo cómo sucede esa fascinación o ese rechazo tan impactante. Me quedo con la idea de que mi trabajo comunica y expresa las cosas que intenté poner ahí, lo que me alienta a seguir.
Hay ciertos elementos que caracterizan mi trabajo, por ejemplo, realizar muchas obras a la vez. En este minuto tengo diez obras en proceso y posiblemente termine la mayoría al mismo tiempo. Entonces ocurre una serialidad que contamina los trabajos entre sí: el aprendizaje que hice en uno, lo dejo un rato y sigo con otro. Esa es mi manera. Por otra parte, nunca he trabajado con el objetivo de exponer en algún lugar o momento. Todo inicia con la necesidad de hacer algo y luego pienso si se expondrá o mandaré proyectos para hacerlo. Sigo el curso natural de un proceso creativo personal del que quizás se expondrán diez obras finalmente. En general, realizo una muestra por lo menos una vez al año. También participó en cosas colectivas varias veces al año. En general, la creación de mi obra toma mucho tiempo, a veces más de lo que normalmente espero. Mis trabajos parecen rápidos porque me demoro poco cuando los hago, pero les dedico mucho tiempo. Su realización es un trance, cosas que necesitan tiempo. Nadie me está pidiendo que exhiba mis trabajos para que se justifique esta dedicación, sino que lo hago porque sé que tendrán su espacio en cierto momento. Algunas personas han comentado que mi obra es contraria al sistema de productividad contemporáneo, ya que bajo sus parámetros se trata de una pérdida de tiempo.
Estimo que un trabajo está bien hecho cuando me siento contenta con el resultado: es un pequeño triunfo que ocurre en el taller. De todas formas, si pienso que terminé una obra y posiblemente no siga trabajando porque quizás la arruine, me digo a mí misma: “No me voy a engañar, está semiterminada”. Por otra parte, como profesora me acostumbré a hablar sobre si algo funciona o no, que no guarda relación con el gusto por la obra ni la realización personal durante el proceso. A veces sucede que no se ejecuta algo como debería, pero el resultado funciona. Sin embargo, cuando estás enseñando tienes que velar por el aprendizaje de los estudiantes, es decir, comentarles si lograron manejar las técnicas. La visualidad es subjetiva, pero aún así hay reglas.
Uno es permeable a todo lo que ve y con lo que está en contacto. Tengo muchas influencias antiquísimas. Me encanta el arte y su historia, cada vez que puedo compro más libros o voy a una biblioteca para revisar otros. Pienso que es parte de mi trabajo ver, conocer y reconocer la tradición y lo que está pasando entre tus pares y tus colegas. Hay que estar activo y despierto porque todo cambia. Ahora bien, tus necesidades y ganas de hacer cosas generalmente crecen por ciertas líneas que pueden ser influenciadas por elementos que vas viendo y que no están fácil que desaparezcan, a menos que te reinventes de forma maravillosa como lo hizo Picasso.
He recorrido varios museos importantes y si puedo asistir a una feria de arte voy, porque me gusta ver lo que otros hacen y también ver cosas que no aplico en mi obra. Tengo un gusto súper diverso en arte contemporáneo. Empatizo con obras que se acercan a mi trabajo, pero también empatizo con obras que no tienen relación con lo que hago. Hay mucho talento en este mundo, hay gente que hace cosas extraordinarias. La primera vez que quedé con la boca abierta fue en la Bienal de Sao Paulo del 2004. Ha sido la única vez que fui y quedé impactada con el nivel que tenían. Las instalaciones, las pinturas, las fotos y las obras en general eran alucinantes. Los colores, la creatividad, lo gracioso que era el trabajo de estos artistas, en su mayoría de ascendencia asiática y brasileña, era genial. Los pisos y pisos de arte que tenían, claramente se constituían como una influencia. En general, cada vez que hago un viaje terminó con cuatro libros de apuntes de cosas que vi y millones de folletos. Todavía reviso mis cosas de hace diez años y me percato que siguen influenciando mi trabajo como los grabados de Durero. En Alemania tuve la oportunidad de visitar un museo que es sólo de grabados y de curiosa encontré la biblioteca, un lugar impactante. Noté que había gente sentada con obras y las reproducían, así que me acerqué y pregunté si se trataban de originales, a lo que me respondieron que sí y qué cualquiera podía revisar. Los pedí, pero no podría creer que eran los originales. Mientras trabajaba, lloraba en el escritorio. Estas personas tenían una colección maravillosa de grabados de Durero y otros artistas disponibles para consulta.
El éxito y el fracaso en mi carrera han sido como la luz y la sombra, son vecinos. Todo el rato tienes éxitos y fracasos. Pienso en otros artistas como Goya que toda su vida pintó obras maravillosas y en Van Gogh que trabajó seis años y fue brillante todo ese tiempo. En mi caso, fui súper precoz porque entré dibujando y pintando a la Escuela, que me reseteó en muchos aspectos. Por ahí yo creo que hice más punta hacia atrás que para adelante, pero son aprendizajes. Más tarde, hice el proceso inverso: cuando partí a España yo tuve que resetearme de la Escuela. Hoy me siento súper cómoda y contenta con lo que estoy haciendo, y lo noto en que ya no me pregunto tantas cosas, sino que fluyo y hago. Me falta tiempo y espacios para las millones de ideas que tengo ganas de hacer. En este sentido, el éxito es vencer el cansancio, se trata de olvidar los problemas cotidianos y continuar. Si bien uno aprecia resultados y siente una buena racha cuando expone y te dan feedback, si ganas un premio, si vendes una obra o muchas, en el día a día se aprecian esos mini éxitos que ocurren en el taller que consisten en producir concentradamente y disfrutar mientras lo haces. De todas formas, te rompes la cabeza ya que es inevitable sufrir en el proceso. Buscas nuevas referencias, las abandonas, te das cuenta de que has estado perdiendo tiempo porque verdaderamente funciona lo que hacías, entre otras cosas. A veces depende del ánimo con que amanezcas y como las mujeres somos muy instintivas; nos dejamos llevar por eso.
La relación entre trabajo y dinero es dura. Cada vez se torna más difícil porque poco a poco dedico más horas al taller, lo que significa no recibir plata ni ver resultados inmediatos. Nunca he dejado de hacer cosas que me interesan, intento mantener un equilibrio en la medida que se pueda. Esta negociación de intereses es un aprendizaje finalmente. Por ejemplo, cuando hago fotos por trabajo, conozco gente y otras realidades, la paso bien y aprovecho de salirme un poco del mundillo de la creatividad. Gano lucas y al mismo tiempo tomo otros aires, me oxigena. Por otra parte, las clases me dejan con una sensación muy bacán porque transmito mucho mi pasión por las artes y dejo a mis estudiantes energizados, siento que hago bien el trabajo. Pese a que la docencia está en el marco de las concesiones, durante muchos años no quise dar clases y pude mantenerme sin ellas. Empecé a hacerlas porque tenía ganas y creía que podía enseñar algo más que una técnica. La docencia es un trabajo mal pagado y un poco ingrato en términos económicos, porque a veces no te hacen el contrato que corresponde, no te esperan si tienes problemas y te pueden reemplazar en cualquier momento. Sin embargo, no es muy distinto del trabajo de fotógrafa, diseñadora gráfica o arquitecta donde todos tienen que pelear para mantener sus pegas y conservar clientes. Por mucho que tengas un contrato que dicte que trabajas de lunes a viernes en ciertos horarios, nadie te asegura que va a durar toda la vida, tienes que esforzarte para conservarlo. Por eso no me entrampo con la idea de “Ah, pucha, no tengo un contrato y quiero uno”. A ratos, tengo un deseo súper profundo de quedarme en el taller y no salir de ahí, pero creo que sería muy fácil enloquecer y entrar a un bucle donde me estanque con situaciones que no lo merecen. De todas formas, nunca me he enfrentado a esta situación. Sólo viví un par de años haciendo solamente mi obra y no fue del todo productivo, me rayé mucho.
La palabra ocio está asociada para mí al placer, a pasarlo bien, es decir, hacer cosas que me gustan. Por ejemplo, ir a una tienda, ver a una amiga, tomar un café, recorrer la ciudad sin hacer nada en particular y perder dos horas mirando cómo es. Esto es ocio y también parte de mi trabajo porque alimenta todo lo que hago. Hay ocasiones donde me quedo pegada en cosas que nadie más observa y después vuelvo para hacer una sesión de fotos ahí. Dado que trabajo con imágenes de la ciudad, vivir la ciudad es importante en el sentido más abierto posible, pues existe la posibilidad de que cada uno la experimenta de formas distintas y, por lo mismo, no tenga las mismas visiones.
La primera impresión que da mi rutina es que sólo me levanto, trabajo y vuelvo a acostarme a dormir. Particularmente esta semana tuve pocos momentos de ocio porque fue híper trabajólica, pero no es la regla general. Me gusta llegar a la casa y conversar, salir a tomar algo, ir a una inauguración o ver una exposición. Normalmente asisto unas dos o tres veces a la semana, pero la semana que pasó no tuve tiempo para nada. Esta última actividad es parte de mi tiempo de ocio porque, como lo dije antes, es la necesidad de estar en contacto con el arte. Es lindo, entretenido, lo pasas bien observando el trabajo de otra gente. Además, te encuentras con colegas, amigos y terminas pasando un momento de ocio que a su vez es de trabajo. Para ser artista tienes que estar conectado y aunque puedes vivir solo en tu cueva, no es mi actitud en realidad. Por otra parte, en Santiago pasan tantas cosas como charlas, visitas guiadas, conferencias, que uno quisiera ir a todo, pero no da el tiempo. Otra actividad que realizo es ver una película o ir al cine, sola o acompañada. También voy al parque a jugar con los niños, a dibujar o a tomar sol y leer. Últimamente, cada vez que puedo me escapo a la playa porque mi mamá vive en Concón.
Creo que mis tiempos de ocio suelen ser más solitarios por mi entorno. Mis padres se fueron de la ciudad, por lo tanto no son parte de mi cotidiano. Mis amigos pasan tiempo con sus hijos o trabajan mucho debido a la edad que tienen, entonces cada vez resulta más difícil reunirse. Hay que concertar una cita con dos semanas de anticipación, perdiéndose la espontaneidad que había hace quince años, cuando queríamos vernos. Por eso, mis momentos de ocio se han transformado. Si tengo tiempo libre, prefiero sentarme en una plaza a leer, siempre ando con un libro o un cuaderno.
Entre las pocas actividades que catalogué como ocio fue cuidar a mis sobrinos de 1 y 6 años. Disfruto mucho cuidándolos, son parte de mi vida. Les enseño, jugamos, nos reímos, les hago fotos, en fin, un conjunto de cosas que no las haces más que con un niño. Puedes tomar un copetito con tus amigas, pero no tiene nada que ver con esta experiencia que encuentro súper bonita, es como volverse más niña. Algo que no puse en la bitácora es que ahora estoy de novia, entonces mi rutina es un poco más movida. A veces dormimos en mi casa, después en su casa y así. Tampoco agregué que medito todos los días porque considero que es parte de mi vida y no ocio, es un placer pero asociado a una necesidad vital.
En una ciudad que se basa en una dinámica de capital le cuesta mucho el ocio, particularmente Santiago, que es una urbe potente. Cuando viví en Valencia extrañaba la energía santiaguina, querer salir, moverse todo el rato, el metro, que sube y baja, de allá para acá. En Valencia no pasaba nada de esto, los ritmos eran muy distintos. A las ocho de la tarde la gente se iba a sus casas y los domingos no abría nada, ni los malls porque como es una provincia muy tradicional era casi obligación ir a un parque, a la iglesia o a la playa. De todas formas, me acostumbré, gracias a un grupo de amigos que hizo de familia toda esa época, y que me ayudaron a disfrutar esta parte, a volver agradable esta experiencia.
Hoy en día estamos viviendo un momento en que el ocio está encasillado a ciertas cosas como Netflix, la televisión, el internet, entre otras cosas. Circulamos día a día por los mismos lugares, transitando de un lugar a otro sin saludar a nadie. Somos como hormiguitas. Ese fluido de seres humanos de allá para acá en autos o caminando, toda esa energía humana concentrada es muy loca. La ciudad suele ser una neurosis, por lo mismo, es poco el lugar que le da al ocio. ¡Hasta los sábados y domingos ves a la gente moverse con histeria! Sin embargo, este fenómeno tiene muchas caras y me alucina. Es donde decidí vivir. Si quisiera vivir en el campo estaría allá.
La vida que tenemos los artistas contemporáneos es súper distinta a la de otras personas, en el sentido de que el ocio alimenta nuestra productividad porque nos ayuda a imaginar, pensar, reflexionar y cuando llega la hora de trabajar quizás realizamos cosas que no tienen ningún sentido bajo la lógica capitalista. Una nunca está pensando de dónde sacar la plata para poder ejecutar un proyecto artístico, ni la plata que va a obtener. Simplemente se te ocurre y la haces, así de simple.
Antes de una exposición me enfermé y quedé sin voz, básicamente de histérica. Ahí tuvo que hablar la persona que escribió el texto que acompañaba mis obras y la gente de la galería. Yo sólo pude decir: “Muchas gracias”. Esta situación me sirvió para notar que mi estrés podía llegar a niveles drásticos. La meditación ayuda bastante a inhibir la ansiedad del día; cuando estoy estancada me percato de que necesito parar y meditar un rato. Me deja más clara, logra poner una distancia con mis emociones y suaviza esa pasión que tiñe todo y que puede joder un día. Por otra parte, creo que me enfermo poco pues me muevo mucho, estoy constantemente activa.
Hace unos años, los fines de semana no eran tales, porque trabajaba. Durante los días de semana me dedicaba a la fotografía, así que los sábados y domingos los dejaba para pintar. Ahora necesito permitirme estos momentos de ocio con mis sobrinos, por ejemplo. Tomo vacaciones y hago una pausa los fines de semana largos, aunque lleve mi libro o cuaderno, porque me he percatado de que me sirve mucho para desconectar, volver con energía y seguir. Todo esto se debe a que he logrado conquistar un espacio de trabajo cotidiano para mis obras. En algún punto decidí que mi jornada laboral de lunes a viernes la dedicaría al arte, para que los fines de semana quedarán para mí. Pese a que lo intento y lo cumplo en cierta medida, tampoco puedo dedicar todos los días a mi obra y hay sábados que imparto clases en horario vespertino. Aunque, por ejemplo, este fin de semana largo no me toca dar clases así que me iré a la playa sin computador y con un cuaderno para dibujar sí quiero. No tiene sentido auto - explotarse.
No tengo una rutina concreta para las vacaciones, es decir, no lo hago como otras personas que destinan dos meses, por ejemplo; no me programo tanto. Particularmente en el verano de este año estuve varios días afuera y la pasé súper bien. También fui a un museo y espero participar en una residencia este año porque me gustaría volver. Ojalá pueda programar las vacaciones de aquí en adelante, pero mi vida en general cambia bastante.
La jubilación no existe para un artista, se trabaja hasta el último aliento, si te da la cabeza y el cuerpo. Cuando decides estudiar artes, te entregas a cualquier cosa para el futuro. Si estás haciendo lo que quieres y te va relativamente bien, entonces es bacán. Si vas a llegar a viejo así, mejor. Lo único que espero es estar en mi sano juicio para no ser mucha carga de los demás, pero fuera de eso ojalá viva mucho. Además, una nunca sabe, puede que te maten en la esquina. Siempre he sido consciente de que ese tipo de cosas pueden ocurrir, tengo una mentalidad que es: “ahora o nunca”. Por lo mismo, hice cosas muy valientes, pero también otras de las que a veces me arrepiento.
Si tengo que imaginar que haré en 10 años más, espero seguir trabajando y ser mejor en el arte que hago, crear cosas hermosas en dos pinceladas. No sólo espero mejorar como artista, sino también pasarlo bien, porque al final es lo que yo necesito. Una habla de sus instrumentos de trabajo cuando, en realidad, son juguetes.