Mi nombre es Paula y soy artista visual. Mis días se distribuyen entre mi trabajo de docente en la Escuela de Arte de la Universidad Católica, mi taller y Fundación Nube.
Tuve mucha afinidad con el ejercicio de la bitácora porque hice una tarea similar en el 2005, en el contexto de mi magíster. En ese momento, realizaba la obra “Living” para la que tomé notas de mis acciones cotidianas, por lo que con la bitácora estaba replicando esta lógica de trabajo, donde se empalma la vida y la escritura de la vida. En la escritura se presentaron los mismos conflictos que aquella vez, principalmente el cuestionamiento acerca de la cantidad de detalles que debía mencionar y cómo dices lo que estás haciendo.
En la bitácora observé patrones que organizan mi tiempo, pero que no son nuevos para mí porque resultaron de decisiones personales. Todas las mañanas desayuno mientras leo el diario y respondo correos hasta vaciar la bandeja de entrada. Mi trabajo docente y de taller los realizo durante las mañanas y Nube queda para las tardes, al igual que los niños y el amor. En general, los viernes estén destinados a taller por temas prácticos: nadie te va a responder un correo de trabajo este día de la semana, así que puedo trabajar con más tranquilidad.
Mi rutina cambió ahora que los niños están más grandes. Cuando partí, mi hijo Jaime era un guagua recién nacido y yo estaba aburrida de que cada cuatro horas había que mudarlo, alimentarlo y atenderlo: parecía un reloj impuesto y me desesperaba. Yo decía: “Cuatro horas” y cada cuatro horas hacía estas cosas ya que soy media alemana. A veces estaba haciendo barro cuando se ponía a llorar y tenía que partir a lavarme las manos, que no es lo mismo que dejar de trabajar en el computador. Me preguntaba: ¿Por qué está llorando a las tres horas, si debería hacerlo cada cuatro? Me queda una hora todavía, maldito”. El nacimiento de Jaime fue súper heavy porque era terriblemente llorón y yo muy trabajadora, entonces me obsesioné con recuperar mis rutinas. Ahora, los niños están más grandes, de hecho, ambos llegan más tarde hoy. Elena, mi hija, está en la casa de una amiga y la debo pasar a buscar a las 8.00 de la tarde y Jaime llega a las 6.30, así que tengo el día para mí. En general, este periodo es distinto de los anteriores ya que recuperé el control de mis tiempos. Tampoco estoy casada entonces no me espera el marido en la casa. Tengo más flexibilidad.
Hay una diferencia radical en el avance y uso de las tecnologías respecto de algunos años atrás. En el 2005 no existía el smartphone ni los computadores portátiles, lo que te obligaba a encasillar las rutinas más fácilmente. Recuerdo que mi primer celular de este tipo fue una BlackBerry y yo lo encontraba increíble porque pensaba que me iba a ahorrar el trabajo de los correos. Podía contestar correos desde la casa, no solamente mientras estaba en la universidad. Y, bueno, en realidad fue un caos debido a que todo se traslapó. Mientras estás hablando llegan mensajes, así que para evitar ver Whatsapp volteo el teléfono. Me percato que cuando estamos en una reunión todos los celulares están brillando por los millones de notificaciones que reciben. Creo que la tecnología provocó que todo se cruzara más.
En Chile se dice que somos súper trabajólicos y creo que es verdad. Soy una persona dispuesta a trabajar hasta las 3.00 de la mañana, aunque me cueste. Las horas de la mañana las mantengo bajo control, pero estoy dispuesta a sobregirarme cuando es necesario. A medida que pasa el tiempo, establezco más relaciones sociales con la gente que trabajo. Es inevitable que nos juntemos a comer y que estemos hablando de cosas que se relacionen con el trabajo. Por ejemplo, con los artistas conversamos sobre temas vinculados a nuestra disciplina, e incluso con Manuel, mi pareja, nos entretenemos mucho si discutimos sobre arte, música y cine, que son conversaciones que caerían en el ámbito del trabajo. Es indistinguible. Fui a una residencia en el norte hace unos días atrás y me encontré con una persona que fue mi estudiante y en un punto de la conversación noctura, después del trabajo, le dije: “¿Sabes qué? Pasa que yo pienso en arte”, es decir, yo no entiendo qué es descansar de mi trabajo. Me imagino que la gente que trabaja en una oficina con una planilla Excel termina su jornada y hasta ahí llega. Sin embargo, yo soy una obsesiva, pienso en arte, y creo que a la mayoría de los artistas les sucede de la misma forma. Tengo quinientos cuadernos sobre los atrapanieblas, mi proyecto reciente. Entonces dibujo cómo los voy a resolver y empiezas a volverte loca porque observas en la calle referencias que te pueden servir. Unos días atrás estaba tomando fotos a una malla que vi en el Easy mientras me mezclaban las pinturas y pensaba: “Esto es lo que quiero hacer”. Le envié la fotografía al arquitecto y me encanta porque me responde que sí, que no hay problemas. No sé si lo pasas bien o mal, pero es una bestia que te domina.
Hice el pregrado entre 1990 y 1995, y más tarde hice el magíster entre 2001 y 2003. Las obras que mencioné del año 2005 estaban estrechamente vinculadas a lo que investigué en el magíster, que era la cocina y, por lo tanto, las nociones de arte-vida. En esa época era amiga de Teresa Aninat, quien trabajaba junto a Catalina Swinburn. Recuerdo haberles comentado que admiraba sus obras y la modalidad de trabajo que empleaban, bastante ejecutiva. Planificaban proyectos, los hacían y los cerraban. Esta modalidad me parecía genial porque contrastaba con mi trabajo artístico, que siempre se ha presentado como una extensión de mi vida. En ese momento, los insumos de mi obra correspondían a los registros de mis acciones cotidianas y a las fotos que tomaba, mientras que mi tema estaba relacionado con el lenguaje. Con el transcurso del tiempo, todo se enredó y me di cuenta que también me interesaba el lenguaje como problema. Finalmente, el problema y el tema terminan siendo las mismas cosas. Hoy mi actividad es más pulsional; las cosas aparecen como extensiones del cuerpo.
En una etapa de mi vida batallé contra la expansión de mi relación arte-vida. Intenté concentrar mis proyectos en dossiers que planificaban el trabajo en ciclos de dos años, pensando que mi entusiasmo podía estar encapsulado en ese periodo de tiempo. El primer catálogo fue “Living” y luego siguió “Nadie quiere morir”. El tercero tenía un título conformado por palabras atópicas. Sin embargo, jamás pude proteger un área de mi vida del trabajo. Existe una foto muy divertida que tomaron en el montaje de una exposición en las afueras del Centro Cultural de Las Condes, y que retrata simbólicamente esta situación: aparece Jaime de nueve meses de edad, tomando una siesta sobre unos papeles de diario para impedir el paso de la humedad y cubierto con mantas.
La circularidad de las ideas es un tema que me interesa seguir investigando. Años atrás, cuando di el examen de magíster, conversé con Roberto Farriol que era el director de la Escuela de Arte de la UC. Le dije que me daba cuenta que mi sistema de fondo —lo crudo y lo cocido— es siempre el mismo, sólo que se presenta de distintas formas en mi obra. Hace poco saqué mis cuadernos y los revisé, gestos con los que reforcé mi planteamiento de que las ideas son más o menos las mismas. Tengo un cuaderno del 2002 donde ya aparecían las verticales y las horizontales, junto con una cita de Bergson que señala que la historia es esencialmente longitudinal y los acontecimientos son verticales, encontrándose las líneas en algún punto. Hasta el día de hoy pienso de esta forma, lo que queda claro con la forma de la malla del atrapaniebla. Si le mostrara a alguien las fotografías del atrapaniebla y los dibujos de esa época, se daría cuenta que son idénticos.
Las ocasiones en que me han preguntado “¿Qué es lo que más disfrutas? ¿El proceso o el resultado?”, con el propósito de identificar mi parte favorita del trabajo artístico, resulta que no tengo una respuesta definida. Cuando recién comienzo a pensar una idea para una obra, en ese instante muero. Hago millones de dibujos, que es lo que pasó ahora con el atrapanieblas. A medida que avanzo en el proceso empiezo a delegar las partes que requieren una excesiva mecanicidad —de las que mi trabajo tiene varias— porque me aburren. Cuando la obra está terminada y montada también es un momento bello, aunque más bien por el orgullo que produce. Las invitaciones que llegan porque consideran que tus obras son buenas generan la misma sensación. Te preguntas: “¿Qué tanto he hecho?” porque siempre crees que el trabajo del resto es mucho mejor. Este pensamiento me obsesiona, pero a veces caes en cuenta de que la persona del otro lado te observa y le asigna un valor a tu trabajo.
La lógica de cualquier economía funciona bajo el supuesto de que produzco algo, lo vendo y recibo una retribución económica por ello. Así se valora el trabajo. Sin embargo, en el mundo del arte y en particular en nuestro país este sistema no se presenta bajo esta forma. Hay poco coleccionismo, poco galerismo y, en general, pasan pocas cosas en el mercado del arte. En Chile, el reconocimiento depende de curadores que te invitan a participar en exposiciones y que te inician en el círculo de los que postulan a fondos. Tienes que formular proyectos una y otra vez para conseguir financiamiento, al mismo tiempo sacrificas tiempo para hacerlo. Para poder vivir, la mayoría de los artistas nos dedicamos a la docencia, actividad que muchas veces se debate con el tiempo que empleamos para taller. A todo lo anterior, se suma el desgaste que te deja una exposición. Te preguntas si vale la pena, divagas entre las posibles respuestas en el taller, pero si recibes una nueva invitación te alegras y empiezas otra vez. Aparte de la importancia del reconocimiento de curadores, las situaciones que me producen más goce ocurren cuando amigos u otras personas vienen a mi casa, se fijan en algo y hablamos sobre la obra . En esos casos, es inevitable pensar que estoy bien.
Hoy me desvinculé de la galería con la que estaba trabajando, y siento que mi decisión expandió algo en mi pecho que llevó a imaginarme nuevos proyectos como el atrapaniebla. Además, justo encontré una residencia a la que me interesa postular. Después de dejar la galería, siento que mis ideas van tomando forma porque ya que no debo producir para las ferias 1, 2, 3 y 4. Ahora conozco gente, tengo suerte y así se organiza el cosmos para que las cosas resulten. Es una actitud oceánica que me lleva de una cosa a otra y donde todo se mezcla; me encanta.
Mi trabajo con la galería fue muy positivo porque logré hacer un circuito de ferias latinoamericanas que me permitió conocer gente, curadores, aprender a montar profesionalmente, entre otras cosas. Aprovechas una dimensión de las galerías que facilitan la producción y la venta de tus obras, que a veces va bien o mal. No obstante, un buen galerismo debería posicionar a los artistas en museos, ayudarlos a organizar exposiciones, alimentar sus currículums y eso no pasó. Además, te adaptas a la galería, en el sentido de que vendes obras pequeñas porque cuesta que las personas compren los proyectos grandes; lo que ofreces no son más que hijos de esta gran idea. Ahora estoy tratando de retomar cosas que me parecen mas escenciales.
Cuando era joven escuché que las artes son las únicas disciplinas que van a contrapelo del sistema económico, ya que no se guían por la lógica de hacer, vender, vivir —aunque no falta el artista que lo hace—. La idea me pareció súper linda y me hizo sentido. En general, uno siempre busca los recursos para invertir en lo que haces. La escasez de recursos no se explica sólo por la falta de coleccionismo, ya que, si vendiera lo suficiente para poder vivir, de todas formas, me faltaría dinero porque emplearía una parte importante para alimentar al monstruo que es la producción artística. Siempre buscas alimentar a este monstruo, ya sea a través de mejorar obras que quedaron imperfectas o haciendo cosas nuevas. Se asemeja a los trenes que funcionaban a carbón pues tenías que utilizar cada vez más materia para que mantuviera su ritmo.
Por otra parte, FONDART nunca me ha resultado amistoso porque los formularios me desesperan, no sé escribir en ese formato. También existen fondos de la Universidad Católica, los Fondos de Cultura y Creación Artística, que tienen un formato más sencillo y amigable que los concursos que ofrece el Ministerio, aunque mantienen la competitividad. Hasta el momento, para producir arte me las he arreglado con ambos fondos y con lo que gano por mi obra. Por otra parte, un porcentaje importante de los ingresos de mi actividad docente y de mi trabajo en Nube van al taller. En ocasiones necesitas un marco de aluminio que vale 10 veces más que el marco de madera, pero es lo que necesitas. Nunca escatimo en gastos para este tipo de cosas; prefiero dejar de comer o endeudarme antes que dejar de hacer lo que quiero. De todas formas, yo no trabajo con oro, mis materiales son similares a los de Fundación Nube. El valor de mis obras está en el trabajo manual, que suele ser bastante.
Mis trabajos subvencionan a este monstruo. Hace poco fui a comprar materiales para el atrapanieblas, entre ellos, el lino. Soñé que se caían, los perdía y me lamentaba por la plata invertida, pero luego decía que no iba a pensar en los recursos gastados. Me digo a mí misma: “Nadie me obliga a hacer esto, lo hago porque quiero y veré cómo me las arreglo después”. Siempre he trabajado para costear estos gastos, en ese sentido, soy súper autónoma. Ni casada me importó esto. Creo que se debe a mi único mandamiento: lo bueno atrae lo bueno, y mientras estés con una buena onda, te pasarán cosas buenas.
En el futuro me gustaría pasar mis dibujos en limpio para que queden organizados, pero cada día que pasa pareciera que el lápiz está asesinando el cuaderno. Las páginas no son suficientes ante la urgencia de que la idea se escape. Quizás un día enloquezca tanto que saldré con un lápiz a todas partes para anotar las cosas que se me ocurren. A veces enumero las ideas o cosas por hacer para no olvidarlas y cuando llego a mi casa las anoto. Por ejemplo, el lunes pasado salí a trotar y apenas volví, dibujé un guion para un video de Nube. Después ocurre que las ideas no son tan buenas como parecían, o ya las habías pensado un montón de veces…
Hace unos días, el Mono Silva me hizo un test que arrojó que mi perfil de persona no admitía el ocio, algo que resulta extraño para la gente. Tienden a preguntarme: “Pucha, ¿y dedicas tiempo para ti?”. También me entregan los típicos consejos tales como: “Tienes que darte tiempo para ti”, “No te estreses tanto que te vas a enfermar” o “Cuídate, descansa”. Sin embargo, no sé qué hacer. Por ejemplo, dormir no me apasiona como a otras personas, es decir, intento dormir 7 u 8 horas porque es saludable, pero nunca tomo siestas. Cuando me acuesto pienso que es una sensación placentera, pero, por otra parte, me despierto súper energética. Usualmente programo el despertador 15 minutos antes de la hora que debo levantarme. Quizás la etapa de tránsito entre el sueño y la vigilia podría considerarse un momento de ocio porque es un tiempo que me concedo.
El ocio está asociado con la playa y el mar, particularmente con el camping de Playa Blanca. En ese momento puedo estar sin hacer nada, cuando te tiras en la arena caliente y la ola hace algo por ti. No ocurre en el lago ni en la montaña, pero pasa cuando oyes el sonido del mar. Ahí me puedo quedar pegada. Las sensaciones de la ciudad son distintas, aunque no necesariamente significa que son negativas. Por ejemplo, me encanta moverme en bicicleta, pero no la idea de subir el cerro y andar transpirando con las piernas calientes. Me gusta moverme en bicicleta, me siento feliz mientras escucho música. Sin embargo, me cuesta hacerlo, principalmente por el tiempo. También me encanta ir al cine, es lo máximo. Si fuera más talentosa me hubiese gustado hacer cine en lugar de hacer arte. A veces prefiero ir a ver películas que exposiciones, pero me parece que hay que ser brillante para plantear todas las variables que se ponen en escena. El cine me deja rumiando y reflexionando, por eso me gusta.
Tomar café en el taller es similar a andar en bicicleta o ir al cine. La mayoría de los artistas que compartimos taller nos tomamos los viernes para trabajar allí. En las mañanas generalmente trabajo, me dedico a cortar, pegar, coser y dibujar, pero el resto del día consiste en compartir café y conversar tonteras. Me fascina comer y tomar mientras se comparte una conversación, el problema es que finalmente los temas que se hablan están vinculados con el arte. En este barrio te encuentras con un montón de gente. No falta la persona que te dice: “¡Qué bueno que te veo! Me acordé de ti porque quería escribirte” y se arma otra cosa. De hecho, el primer insumo para la bitácora ocurrió en estas circunstancias pues coincidí con Mariana, una diseñadora, en un café cercano.
Una de las actividades que realizo frecuentemente es trotar en la mañana o en la noche, dependiendo del tiempo que poseo. Me gusta trotar porque entro en un estado de trance que devela los saberes y los haceres de mi cotidianidad. Cuando salgo voy totalmente desatendida: cruzo las calles confiando en que no me van a atropellar. Sin embargo, no es un movimiento puramente intuitivo pues sé de memoria mi trayecto usual por Vespucio. Muchas personas dicen que practican un deporte para liberar tensión, pero si me preguntan a mí hasta cuando estoy trotando, pienso. Antes hacía yoga, que producía el mismo efecto que trotar, hasta que decidí dejarlo porque tenía demasiadas cosas que hacer. Era un sinsentido pues la sensación agradable que sentía después de salir de la práctica no duraba nada, tenía que partir corriendo a buscar a Elena al colegio. Las mañanas se acortan si debes ir a buscar a tus hijos; los jardines infantiles tienen jornadas enanas, que se extienden un poco más cuando entran al colegio. Este tiempo que ganas lo aprecias porque la tarde tienes que repartirla entre el trabajo y los niños.
Cuando me hablan sobre la inactividad, me pregunto: “¿Qué será? ¿A qué se refieren? ¿A quedarse sentado?”. No sé cómo estar haciendo nada. Posiblemente se relaciona con la crianza y el desarrollo de la culpa porque veías a tu abuela hacía muchas cosas, o estaba tu papá que los sábados en la mañana tomaba las herramientas que tenía en un panel súper lindo y veía las cosas que estaban malas en la casa para arreglarlas.
Actualmente la sociedad necesita el ocio y me parece absurdo ya que deja de ser natural y se transforma en una imposición. Estamos llenos de mensajes que dicen que hay que descansar porque es importante para la salud, que debemos dormir una cierta cantidad de horas por los mismos motivos. En otras palabras, tienes que tener tiempo de ocio para ser normal y no sé si es correcto.
Hace poco participé en un ciclo de charlas que se llama “Desde mi Lab”, organizado por el Centro de Innovación de la Universidad Católica, en el que invitan a personas de la universidad para contar las cocinerías, es decir, los procesos creativos. En mi presentación utilicé dos pantallas, una para mostrar mis obras y otra para retratar sus procesos, mientras relataba mi rutina cotidiana. Cuando terminé, se acercó una niña que estaba a cargo del área de innovación de una empresa. Me contó que intentaba generar ambientes parecidos a los de las oficinas de Facebook o Google, donde todo está mezclado: hay mesas de ping pong, talleres de serigrafía al costado de los computadores y puffs. En el fondo, en Silicon Valley tratan de imitar la vida del artista que no delimita con claridad la separación de espacios o actividades. El pensamiento divergente estimula porque estás conversando relajado y haces sinapsis, te conecta con algo. Es un fenómeno que no ocurre con la compartimentación. Esta niña que se acercó a hablar conmigo, me decía que su jefe la retaba porque ella quería instalar un café en la oficina, pero su jefe la reprendía pues consideraba que era una pérdida de tiempo. En Chile la productividad está encasillada, es mal visto si te tomas un café o empleas más tiempo del previsto para el almuerzo. Finalmente, se crea la necesidad del ocio para las personas porque las distracciones no están permitidas.
El modelo de vida del artista debería pensarse como un referente en el campo de la innovación. Me parece que los artistas debemos dejar de hablar ente nosotros y hablar con otros. Nuestra forma de trabajo es estimulante para las personas que se desempeñan en el campo de la innovación. Si ves los espacios de innovación de la Universidad Católica o edificios que tienen los mismos objetivos, te das cuenta que hay una similitud con el taller de un artista pues son espacios abiertos y sin divisiones. La única diferencia es que son asépticos y con horarios fijos.
Generalmente, no me enfermo, he sido muy saludable. La última vez que me sentí pésimo fue por una amigdalitis que tuve cuando la Elena era chica. Sin embargo, hay tema con la enfermedad. Mi mamá murió de cáncer. Si me duele un dedo, siempre pienso que tengo algo terminal.
Las vacaciones decamping en Playa Blanca son necesarias. Me encantan porque amanezco con los pies en la arena y estoy así todo el día. Por otra parte, cuando vacacionamos con Manuel es genial ya que visitamos ciudades, un panorama que significa caminar, ir a museos, andar en bicicleta, mirar, conversar, entre otras actividades. Si no tomo vacaciones de este tipo, trato de irme con libros, cuadernos y dibujos. Es difícil poner la mente en blanco.
Los fines de semana durante las mañanas me dedico a leer o dibujar, pero intento que no sea tan parecido al trabajo para no ser demasiado nerd. En las tardes, almuerzo y tomo un traguito con la mente más desconectada. Me siento en la cocina a dibujar y soy feliz. Normalmente un descanso para alguien podría ser tomar clases de arte cuando, en realidad, yo trabajo en eso. Por otra parte, no me gustan los feriados porque la semana se acorta, tengo la sensación de que debo hacer más cosas y finalmente no las termino. De todas formas, los disfruto.
Siempre me encantó la idea de que mis hijos se sumaran a mi vida. Cuando éramos chicos mi papá tenía que hacer visitas de obras a las construcciones los sábados y, como no tenía con quien dejarnos porque no teníamos mamá, nos subía al auto y nos llevaba. Era parte de mi vida. Actualmente, una porción significativa de mi trabajo guarda relación con mis observaciones de las obras de construcción como el hormigón, la materialidad, lo concreto y los procesos, que van desde el primer trazado hasta el término de la estructura. Pese a que estaba obligado a llevarnos, fue una buena escuela para mí. Por otro lado, mi abuela se encargaba de la crianza durante la semana y gracias a ella me acerqué a la cocina. Tal como me sucedió, me gusta que mis hijos me acompañen y miren, pese a que el celular los distraiga mucho. Me rendí con controlar el uso del celular, así que me consuelo con que algo les quedará de lo que vivieron conmigo. También están involucrados porque mi casa es un espacio de trabajo, me gusta mantener las puertas y las ventanas abiertas para que entre y salga gente.
Ser artista es una fortuna porque nunca te jubilarás de este quehacer y esta idea me parece maravillosa. Sin embargo, también es un infortunio ya que seguramente seré muy pobre. No había reparado en la jubilación hasta que hablé hace poco con mi cuñada que trabaja en finanzas al igual que mi hermano. Ellos estaban pensando cómo iban a ocupar sus tiempos después de jubilarse y recién tienen 35 años. Al menos les faltan 25 años para retirarse si consideras que la edad de jubilación es 60 o 65 años. Además, la gente vive hasta los 90 años. Mi abuela tiene 95 años y está muy bien. El único problema es que el cuerpo sólo le permite caminar porque fue dueña de casa toda su vida; entonces, ahora sólo pasa los días. Si ella hubiese ocupado su vida en otras cosas quizás podría hacer otras cosas como tejer o leer perfectamente. Me parece que las personas de 85 años se mantienen jóvenes y vitales, así que hay que aprovechar ese tiempo.