Mi nombre es Rosario Montero, soy artista visual y tengo 40 años. Acabo de terminar un doctorado y mi condición laboral actual es de transición, trabajo en mis proyectos y ayudo a mis hermano en la sociedad de inversiones que tenía mi papá (murió en diciembre pasado).
Hice mi doctorado en la Escuela de Estudios Culturales de Goldsmiths University acerca de la representación del paisaje en Chile. Es una escuela que promueve la interdisciplinariedad, por lo que me permitía realizar un doctorado de carácter práctico que tuviese una salida visual. Mi metodología de trabajo consistió en entender cómo nos relacionábamos con el paisaje cotidiano, así que fui a las ciudades de Iquique y Puerto Varas para entrevistar a las personas sobre las maneras en que percibían el territorio y la idea de paisaje. Terminé mi doctorado hace un mes.
Retorné a Chile hace un año y medio, pero he estado yendo y viniendo desde Inglaterra. Tuve a mi hijo, Manuel, y después de su nacimiento decidimos volver. Como me ha tocado ir y venir aun he sentido un quiebre en mi vida por que todo ha sido continuo. Actualmente tenemos un colectivo con Paula y Sebastián que, dado que cuenta con tres personas, tiene la ventaja de que podemos repartir el trabajo.
Soy una persona dispersa que se desconcentra fácilmente, entonces intento agarrar el fondo por la forma. El resultado es que me vuelvo mucho más metódica. En general, mi vida es súper ordenada y más ahora que tengo un niño. Hay mujeres que logran sumar a sus hijos a sus actividades laborales, pero no es mi caso. Si está Manuel no puedo pensar en otra cosa. La gente suele decir que las mujeres son multitask, pero creo que hay un gen masculino en mi cabeza que me lo impide. Mi bitácora refleja bastante bien esta forma de trabajo. Llego a la oficina, hago cosas de oficina, apago el computador, voy a buscar a Manuel y en mi casa no veo más pega. Algunas veces contesto un par de correos, pero no lo hago mucho si lo comparo con otras épocas de mi vida.
En la bitácora me percaté que no tengo ocio y si lo tengo, sería mi hijo. Ando corriendo todo el día. Cuando llega la noche me siento tan agotada que no veo ni películas ni capítulos de nada. Los días que puedo hacer otras cosas son muy pocos; ha sido un tiempo particularmente intenso por los favores que mi papá me pidió antes de morir.
En el transcurso de los años he aprendido que trabajar colaborativamente es más entretenido, además de que facilita el cumplimiento de tareas. Últimamente mi vida es un caos, así que el tiempo tiende a ser discontinuo: Manuel se enferma, o algo mas siempre pasa.
Mi rutina no ha cambiado mucho, siempre he hecho de todo un poco. Cuando tenía veinte años trabajaba harto y también era ordenada: intentaba realizar mis labores de lunes a viernes y mantener un horario de oficina. A veces debía trabajar los fines de semana.Tenía un estudio pequeño en mi casa y, dado que los muebles se podían mover ahí, armaba las fotos.
Los límites del trabajo respecto a otras dimensiones de mi vida resultaban más difusos cuando era joven. En mi familia, mi papá llegaba a contarnos de su jornada laboral y todos los viajes familiares que hicimos estaban sujetos a ésta. No había una distinción entre su vida y su trabajo.
El trabajo es importante en mi vida porque me gusta lo que hago. Tomar fotografías, retocar, diseñar proyectos me parece lo más entretenido. Mi único problema es la gestión y el resto de las tareas, como rendir fondos.
Nunca supe que quería ser artista hasta que fui mayor. En el momento que tenía que postular a la universidad no sabía si elegir arte o diseño, sólo estaba segura de que me gustaba la fotografía y el grabado. Mi referencia más cercana era mi madre que es profesora de artes y que siempre quiso ser artista, pero sus padres no la dejaron.
No estaba convencida del todo cuando entré a artes en la Universidad Católica y este sentimiento se acentuó al descubrir que existía una jerarquía social potente en ese ambiente. Había una crítica colectiva hacia las estudiantes que proveníamos de colegios particulares mas conservadores, dando a entender que malgastábamos un cupo porque íbamos a ser dueñas de casa. Más tarde, partí a Montreal de intercambio donde conocí a muchos profesores y personas que cambiaron mi percepción del arte. Ahí, fue la primera vez que me sentí par, en lugar de una calientasillas.
A mi regreso y luego de terminar los ramos de la carrera, trabajé de guía de trekking de Explora por ocho meses.Volví a Santiago con dinero porque pagaban y daban buenas propinas (al ser aislados tenia poco gastos), así que al regreso pude invertir en y ponerme a trabajar.
Es difícil explicar los criterios que me permiten identificar un trabajo bien hecho. Si hago una exposición, me preocupa que las conversaciones no giren solamente en torno a la materialidad del trabajo, sino que aparezcan anécdotas personales de quienes observan el trabajo. Para mí significa que la obra llegó y les permitió reflexionar, me emociona mucho. En términos formales, busco que la obra esté bien terminada, que no esté inclinada, que la fotografía no tenga mugre, que la pared quede bien pintada y que en la impresión resulten los colores que esperaba. Cuando realizo un proyecto me siento feliz si logro descubrir cosas nuevas. No me angustio si cometo errores, más bien intento aprovecharlos para comprender cosas. La idea de fracaso no tiene sentido, está fuera del ámbito del arte. Quizás soy lo suficientemente egocéntrica para creer que no fracaso, pero más bien considero que son oportunidades de aprendizaje.
Las condiciones materiales han influido poco sobre mis decisiones de trabajo, así que me siento privilegiada. La fotografía me gustó desde el principio porque me resultaba fácil, no soy tan buena para pintar. Además goza de la gracia de que tiene un campo de trabajo más concreto que permite dar cierta estabilidad. Por ejemplo, cuando era joven subvencioné mis proyectos de arte con el dinero que obtenía haciendo fotos. En general, las condiciones económicas tienden transformarse en determinantes de la actividad artística cuando alcanzas cierta edad y no inviertes en tu práctica si no ganas un fondo; esperas que se autosustente. Sin embargo, dedicarme a la fotografía permitió que me angustiara menos por el dinero. Mientras estudiaba hice fotos para eventos, luego para catálogos; entonces, siempre tuve trabajo. En Londres vivíamos de forma más precaria, pero me gané una beca y además hacíamos talleres, por lo que tuve suficiente.
Los momentos que comparto con Manuel se asemejan bastante al tiempo libre. Vamos a la plaza y él juega mientras estoy sentada, cuidándolo. Por otra parte, sólo por trabajo comparto con otras personas, de hecho, hace poco Daniel me dijo: “Manuel salió demasiado sociable, no se parece a su mamá”. Al principio iba a discutir, pero me percaté que tenía razón pues este año no he visto a nadie. Si tengo suerte, me reúno una vez al mes con amigos, aunque la mayoría usamos Whatsapp para mantenernos en contacto. En general, todos cuentan con menos tiempo y si nos juntamos llevamos a los niños, así que estamos pendientes a medias.
Desde mi perspectiva, el ocio está vinculado a hacer yoga, ver películas y series, dormir, descansar y aburrirse. También es subir cerros, hacer paseos, conocer lugares, viajar. Ahora bien, el ocio entendido como no actuar o no hacer nada me produce una sensación incómoda. Antes sentía que debía usar mi tiempo de un modo productivo, así que cuando no tenía qué hacer tejía. Si estoy agotada y me acuesto en la cama es inevitable pensar: “Debería estar haciendo algo”. No obstante, poco a poco me da menos cargo de consciencia, de hecho, siento que me cuido si tomo una siesta. En un sentido más simbólico, el ocio es tener tiempo para reflexionar dónde estás y qué quieres hacer.
A partir de mi experiencia en los distintos lugares que he vivido, creo que el rol del ocio está definido por la cultura. En Londres tenía un carácter productivo, es decir, se asociaba a alimentar tus conocimientos en áreas que no eran familiares a tu cotidianidad. Las personas consumían cultura, asistían a charlas, iban al parque o hacían otras actividades. En nuestro país el ocio tiene un doble estándar, porque se define como un tiempo necesario para las personas mientras que paralelamente es juzgado, ya que no produce un resultado material en el contexto productivo actual. El ocio está hiperproductivizado, principalmente a través de las redes sociales que muestran que debes ser feliz, viajar y aspirar a una vida que es deseada por todos, sin mencionar el trabajo ya que está asociado con elementos negativos. No existe una ética del trabajo pues se trata de una carga para las personas. Por otra parte, el ocio es principalmente inmaterial y debido a que no tiene una salida comercial se percibe de forma negativa. Por eso cuando las te reprenden, las escuchas decir: “Ya estás ociosa”. Este concepto en inglés se traduce como “leisure”, que se relaciona con la idea de la autoindulgencia.
En el campo artístico la visión del ocio depende del artista y, en mi caso, lo considero tremendamente productivo pues es un momento para hacer click. En otras palabras, surgen ideas para solucionar problemas que están grabados en el inconsciente. Pese a que mis proyectos tienen un carácter interdisciplinario y, por lo tanto, tienen más contenido teórico, la producción artística es intuitiva. El ocio es positivo justamente porque permite que te desconectes de la racionalidad y que las cosas se solucionen con el input de estar pensando en algo más.
Me carga la enfermedad y la idea de guardar reposo, porque no me gusta sentir que dependo de otra persona. No entendía qué podía hacer si me quedaba en cama. Hasta el día de hoy me pasa lo mismo. Hace dos semanas estuve enferma y perdí mi objetividad, sentía que el mundo había colapsado.
Las vacaciones me encantan, pero por temas familiares siempre se vincularon al trabajo.
La maternidad irrumpió fuertemente en mi vida, sobre todo viviendo en Londres porque mi familia es muy intensa y no tenía a nadie allá. Antes tenía mucho tiempo, así que podía estructurar el ocio y el trabajo según mis necesidades. Todos los días iba a yoga a un lugar que quedaba lejos de mi casa, debido a que me gustaba la profesora que impartía clases. Tomaba el tren, pasaba a una cafetería y luego me ponía a trabajar hasta tarde si era necesario. Cuando nació Manuel mi vida cambió tanto que el doctorado se transformó en una zona segura para mí. Aunque se trata de un trabajo constante como el de una hormiga, sabes que tiene un camino, una metodología y una estrategia, y que sólo hay que esperar. Era el único lugar que me permitía escapar del caos, se asemejaban a unas vacaciones. Contaba con un pretexto para sentarme a leer tranquila que aproveché harto, de hecho, terminé el doctorado en el tiempo estipulado pese a que paré un tiempo.
Si tienes un niño es más compleja la estructuración del trabajo porque no puedes decir: “Hoy no haré nada, así que mañana trabajo el doble”. Quizás te enfermas o sucede otro evento que te impide trabajar, el panorama se vuelve más impredecible. Además, ya tengo un problema con la ansiedad para tomarme días libres. A medida que Manuel crece, las cosas cambian, por ejemplo, ahora puedo hacer más cosas con él y no demanda la misma atención. Todavía no logramos ver una película juntos, pero ya vamos a llegar ahí.
La jubilación me preocupa en términos concretos porque no sé qué haré ni de qué viviré cuando no pueda trabajar más. De todas formas, la jubilación me parece un modelo súper capitalista, ya que promueve la idea de que te esforzaste en un trabajo que odiaste toda tu vida y en el momento en que ya no puedes hacer nada, recibes este premio que es descansar. En mi caso, me gusta lo que hago entonces no imagino un retiro en el futuro. Además, por la experiencia de mis papás conozco mejor los posibles caminos. Mi mamá dejó de trabajar, se reinventó y se dedicó al arte, mientras que mi padre no se retiró porque le gustaba su trabajo.