Mi nombre es Sebastián Jatz y tengo 37 años. Soy compositor de formación, pero trabajo de forma irregular en proyectos de música y no todos generan un ingreso. Durante los últimos años he trabajado vinculando la música y las artes visuales, así que he participado en varios contextos de este medio, tales como museos o galerías. Mi ingreso regular proviene de la traducción y en ocasiones hago trabajos específicos.
No realicé el ejercicio de la bitácora como estaba estipulado, porque no rellené ninguna de las hojas que sistematizaban las actividades. Mi metodología fue elaborar una lista con todas ellas, indicando la hora en que la realicé. Esta semana se caracterizó por ser la última de un periodo de trabajo de muchas traducciones. Desde hace un mes he estado traduciendo sin parar todos los días para juntar dinero y dejar de trabajar los próximos meses; disponer de tiempo y dedicarme a 2 proyectos que no necesariamente me remunerarán de inmediato. Por eso, estas semanas han sido de trabajo intenso, sin embargo, ya sólo faltaba una traducción y la revisión del resto. Tuve más tiempo libre, y lo utilicé para empezar uno de los proyectos que mencioné: una partitura para orquesta. Eventualmente podría obtener dinero de ésta, pero eso depende de ganar un concurso, ya que se trata de una iniciativa propia.
La distribución de mi tiempo está organizada según los plazos de trabajo, es decir, le asigno prioridad a aquellas tareas cuyas fechas de entrega están más próximas, o que quiero finalizar antes para dedicarme a otra cosa. De todas formas, existen ocasiones en que alterno las actividades, como esta semana que trabajé en la traducción y en la partitura. Si hubiese completado la bitácora antes, estaría registrada sólo la primera de ellas, porque comprometí los textos para una fecha determinada. Ahora que está casi finalizada, puedo trabajar en la partitura que puede tomar entre 2 semanas y 3 meses. Tal como comenté, las actividades laborales no están jerarquizadas. La traducción provee el dinero para pagar mis cuentas y sobrevivir, algo que es imprescindible, mientras que la partitura aporta a mi desarrollo personal y profesional, pero sin certeza del beneficio económico que me podría dar.
El trabajo es una fuente de dinero que me permite sostener la vida que llevo. Sin embargo, en mi vida el trabajo no remunerado ha sido una práctica constante que me provee otros beneficios, tales como el desarrollo personal, la inserción en un medio, acceso a espacios, posibilidades y oportunidades. En términos económicos no genera ganancias, así que no significa mucho a menos que se produzcan pérdidas, en el sentido de que inviertes sin recibir dinero a cambio. El trabajo no remunerado y remunerado conforman un entramado; no dejaría de hacer las cosas que me gustan simplemente porque no me pagan, y al mismo tiempo debo obtener dinero para vivir. Esta fórmula funciona desde que comencé a traducir a los 14 años; es una actividad que disfruto hasta hoy.
Cuando vuelvo de Londres, ciudad donde viví, me inserto en el mundo laboral en calidad de compositor. No son muchas las oportunidades, como podrán imaginarse, y, de hecho, son menos por culpa de mi mente cerrada. Por ejemplo, descarto todas las posibilidades de hacer música para teleseries porque no me interesa y por orgullo, pues considero que mi arte merece respeto y no voy a llevarlo a cualquier espacio. Mi interés artístico no es comercial, sino que apunta a lo experimental y extraño: me gusta la música rara. No tengo muchas posibilidades de vivir de ello y la opción más cercana o viable es la academia, el camino que toman mis compañeros de universidad o mis colegas. Hice clases durante algunos años hasta que me percaté que no lo disfrutaba mucho. En este periodo comencé a hacer traducciones pagadas, sin contar con una formación profesional en este ámbito. A medida que adquirí una práctica y un hábito, generé clientela: las personas comenzaron a recomendarme, llegaron trabajos desde distintos lugares y armé un flujo constante de trabajo en torno a la traducción. Se transformó en una fuente de ingresos “segura” pues siempre existe la posibilidad de dejar de recibir trabajos dado que no tengo contratos. He desempeñado el trabajo de traductor en proyectos de empresas, pero sigo dependiendo de los textos que llegan. Por suerte, es un ritmo bastante regular que no ha supuesto ningún problema, así que no me planteo volver a un trabajo estable.
Leer, ver documentales, pasar tiempo en Internet, compartir con amigos, dormir una siesta, cocinar son algunas de las actividades que realizo en mi tiempo de ocio y que aparecieron en mi registro cotidiano. Si bien no generan ingresos económicos, complementan mi desarrollo personal y, por lo tanto, afectan mi vida profesional. Las personas que piensan que no aportan de esta manera se debe a que poseen otra noción de “lo profesional”. Posiblemente las personas que trabajan en otros campos productivos ligados a una oficina viven esta situación, sin embargo, me parece que podrían vincular, por ejemplo, un documental que vieron en su tiempo libre a su actividad laboral, sólo que sería difícil definir la incidencia directa.
La irregularidad de mi rutina ha sido constante en mi vida porque siempre he pensado que mi capital no es el dinero, sino que mi tiempo. Desde hace años quería que llegara el momento de disponer de mi tiempo y he logrado mantenerme en esta situación. Es un estado ideal en la medida en que no me vea en aprietos para pagar el arriendo, las cuentas o cualquier cosa, pero, por otra parte, puedo permitirme salir con amigos y comprar una cerveza. He conservado esta dinámica de trabajo los últimos 10 años, con la única diferencia de que actualmente poseo la tranquilidad del funcionamiento de este sistema a raíz de mi experiencia. Cuando comencé tenía la incertidumbre acerca de poder lograrlo. Mi condición antisistema posiblemente proviene de mis relaciones familiares, aunque no tengo seguridad. Siempre me ha gustado la posibilidad de mantenerme parcialmente al margen y las ocasiones en que estuve en un trabajo fijo por mucho tiempo resultaron incómodas. Incluso mientras estudiaba en la universidad deseaba salirme, todos los años.
En el sentido más amplio, el artista inventa y crea, característica que extiende al estilo de vida que lleva y la forma que tiene de hacer las cosas. Me parece que este desorden aparente de la rutina ante la vista de los demás tiende a presentarse más entre los artistas por estos motivos, a menos que se trate de personas obsesivas compulsivas. En alguna medida, poseo estos rasgos que me permiten mantener un grado de orden dentro de mi caos personal.
Los avances tecnológicos recientes, sin duda, han modificado mi registro, pero no significativamente. El computador es una extensión de las personas desde hace mucho tiempo; en mi caso, lo utilizo desde la adolescencia. No obstante, su incidencia ha aumentado ya que no sólo lo empleas para una tarea particular como antes, sino que es parte de los entornos cotidianos personales. No hay día que no uses el computador, a menos que estés de vacaciones o en una situación inusual. La computadora es el primer objeto que enciendo en la mañana y lo último que apago en la noche.
Todas las actividades cotidianas son importantes, no sólo el trabajo. Necesitas dormir y comer para obtener la energía que necesitas durante el día. Estas pausas de producción de dinero, además de complementarme de la manera que mencioné, permiten que descanses del trabajo. Por esto, distinguir las actividades que realizo entre tiempo libre o trabajo realmente no tiene mucho sentido para mí. Hay personas que consideran que el trabajo es un fin en sí mismo, generando un esquema rígido. Desde mi perspectiva, el trabajo es más bien un medio para otras cosas tales como mantener a tu familia, tener vacaciones y disfrutar de ese tiempo juntos. En el mundo del arte la gente se exige a sí misma para mantenerse en la competencia y estar presente, pero en mi caso no lo hago. Mi situación actual es similar a la de un jubilado. Antes de esa fase intensa de traducción me dedicaba a armar puzzles.
Cuando mencioné que quería dedicarme a la composición, hubo presiones familiares para que no lo hiciera, pero logré defender mi territorio. Particularmente mi madre no quería que fuera compositor, sino que buscara un trabajo “de verdad”. Más tarde, una vez que terminé mis estudios, me preguntó: “¿No te gustaría tener un trabajo regular en una universidad?”. En el transcurso del tiempo ella pudo constatar que era capaz de sobrevivir bien a mi manera.
En el momento en que decides qué estudiar básicamente piensas que es una elección que determinará tu vida. En este contexto, tuve la suerte y la posibilidad de elegir una carrera inestable en términos económicos, considerando que otras personas no pueden hacerlo porque necesitan generar dinero para ayudar a sus familias. Entré a estudiar música guiado por mi instinto y porque pensé que me producía suficiente curiosidad como para dedicarme a esta disciplina por varios años. Usualmente comienzas a estudiar música debido a que posees conocimientos o cuentas con una aproximación previa a este campo, pero yo nunca toqué instrumentos mientras fui niño, y recién aprendí a leer partituras en la universidad. No me considero músico por haber estudiado esta carrera pues para ser uno hay que tener un talento mucho más innato, que reconozco en ciertas personas.
En el colegio hice mucho teatro de buen nivel; pertenecía a una compañía que realizaba giras y que tenía una buena recepción con el público. Las personas me decían que actuaba increíble y recuerdo que me iba bien: aprendía las líneas, me paraba en escena y la actuación salía natural. Para la gente era lógico que me dedicara al teatro porque ese era mi talento, así que cuando comenté que quería estudiar música respondieron que iba a desaprovechar mis habilidades.
Siempre me gustó el arte, la estética y la belleza. Mi incursión en las artes visuales ocurrió paulatinamente y se vio facilitada debido al auge actual del arte sonoro. La gente cree que soy artista, pero no me considero uno y tampoco mi formación corresponde a las artes visuales. No es un objetivo en mi vida. Más bien comenzó como una afición que pude desarrollar y honestamente no siento ninguna presión para continuar ahí. ¿Por qué seguiría exponiendo en galerías y museos?
Al finalizar mis estudios, existía la necesidad interior de lograr reconocimiento, pertenecer a la escena y acceder a posibilidades. Hoy siento que cumplí ese propósito, es decir, no tengo que seguir luchando porque conseguí ese espacio y no poseo la ambición de llegar más arriba. Al contrario, prefiero disponer de mi privacidad y de mi tiempo que, en algún momento de la búsqueda de reconocimiento, los perdí por aceptar todas las ofertas que me hacían. Ahora, por ejemplo, reparé un armonio que compré durante tres semanas porque me producía placer. No hay ninguna remuneración por ello ni me convertiré en restaurador de instrumentos: es que disfruto de la posibilidad de hacerlo. Mi desarrollo profesional también cuenta con estas características, pues nunca quise especializarme en un área específica, sino que opté por tener la libertad de poder hacer lo que quiera. Así realizo traducciones, me dedico a componer música o a las artes visuales. En una época de mi vida hice teatro y cine y, de hecho, ocasionalmente reaparecen. Entre las actividades que hago, la cocina posee un rol importante, me encanta, al igual que los licores, de los que aprendí mucho. Me gusta la cualidad de ser amateur, en el buen sentido del concepto, ya que te entrega la posibilidad de conocer distintos temas y abandonarlos, sin la presión de desarrollar una carrera o lograr un reconocimiento en sus respectivos campos. Hay grados de satisfacción que se pueden lograr sin la ansiedad que te produce la ambición de ser el mejor.
Adopté esta postura cuando estaba estudiando en la universidad. En el conservatorio compartes con músicos que son casos de una especialización extrema, pues tocan piano u otro instrumento por 6 horas al día desde los 5 años y no tienen más vida que esa. Entonces saben tocar el piano increíble, pero no saben cocinar. Esta situación me parecía incongruente y decidí que no quería tener una vida así. La formación de compositor no es idéntica a la de un pianista, sin embargo, existen personas que ocupan su mente solamente en ello y no se desempeñan bien en otras áreas de la vida. Quise acceder a otras áreas, “sacrificando” la posibilidad de volverme un gran compositor – que nunca fue un gran anhelo-.
Mis actividades están guiadas por un instinto marcado por las cosas que me gustaron desde la niñez hasta la adolescencia, cuando se forman tus preferencias. Sin embargo, al igual que mucha gente, me moviliza la emoción de descubrir algo nuevo, de fascinarse y luego agotarlo. Es una experiencia que se asemeja a la ansiedad que te hace ver capítulo tras capítulo de una serie de televisión hasta terminarla, con la diferencia de que las personas que generaron el contenido buscan involucrar a la audiencia en la trama. El objetivo de restaurar el armonio ocurrió así: se acabó cuando la restauración estaba finalizada. Quizás le dé otro uso en el futuro, por ejemplo, podría ocuparlo en un concierto y me llegue dinero por eso, pero en esta oportunidad no era relevante, sino que importaba el trabajo de restauración. La decisión de componer una partitura de orquesta posee el mismo origen que la restauración de este instrumento, sólo que también se debe a que llevo tiempo sin retornar a la música de esta naturaleza.
La búsqueda del reconocimiento no es exclusiva del campo del arte: en cualquier ámbito de trabajo es natural que las personas valoren su trabajo y deseen que otros realicen la misma operación. Existe una dimensión más competitiva que mide el éxito a través de cifras específicas tales como el precio de las pinturas o el número de exhibiciones de un artista, pero me parece que se trata de una trampa. Desde mi perspectiva, cada uno tiene que encontrar su manera de realizarse en el mundo. Actualmente, siento que hice lo suficiente para posicionarme en el campo de las artes, por lo que no me veo en la necesidad de mantenerme en esa competencia. Es una sensación de relajo, similar a la jubilación.
El éxito y el fracaso resultan del cumplimiento de objetivos establecidos por uno mismo, ambos se vinculan a un hecho puntual. Por ejemplo, si quiero servir una taza de café y logro meter el café en la taza es una acción exitosa, pero si los eventos sucedidos impiden que ocurra de esta forma podría terminar en un fracaso. No obstante, las cosas son más complejas, ya que hay distintos grados de éxito y fracaso. En mi caso, me ha tocado de todo: ocasiones en que cumplí las metas propuestas y otras en que no pude. Una oportunidad que fue un motivo de orgullo y me hizo sentir que había logrado un objetivo ocurrió cuando me prestaron el Museo de Bellas Artes para realizar un concierto durante toda la noche pues existía la posibilidad de que rechazaran mi solicitud.
A medida que pasa el tiempo, aprendes a contener y controlar las expectativas de reconocimiento. Cuando inicias un proyecto de arte, por lo general, tienes la convicción de que se trata de algo increíble y que el mundo tiene que conocerlo, el problema es que no todos los espectadores reaccionarán con el mismo entusiasmo. Algunos responderán con indiferencia y a otros no les va a gustar derechamente. Los artistas producen sus obras con las mejores intenciones, pero una vez que estás afuera no puedes esperar que te digan: “¡Es increíble! ¡Es lo más hermoso que he visto en mi vida!”. Te vas a frustrar.
El ocio es parte de mi cotidianidad, ya que normalmente estoy lleno de tiempos muertos. No tengo hijos, no estoy casado y no tengo deudas, así que no me veo en la obligación de conseguir dinero, excepto para mantener mi estilo de vida que, además, es simple y no requiere mucho. La fábula de la hormiga y la cigarra se adecúa a la dinámica de vida que he desarrollado: la cantidad de traducciones que realicé es el alimento que junté para el invierno, es decir, una temporada sin necesidad de producir ingresos económicos inmediatos para dedicarme a otras actividades como la creación de la partitura o la escritura de un libro. Es una situación ideal para mí.
El concepto ocio está relacionado al aburrimiento, que es una pieza clave para mi trabajo musical y artístico. Por ejemplo, la música que habitualmente escuchas, la música clásica o la música folclórica poseen un ritmo de cambio constante, regular. Si oyes 20 minutos un acorde se presenta una paradoja: puedes aburrirte porque no encontrarás nada ahí, pero también puedes prestar atención a ratos y percatarte que no se trataba de un acorde, sino que era más complejo. Así comienza a manifestarse lo estrictamente musical: el acorde, lo que rodea a éste, la persona que lo produce y el lugar en el que está sucediendo. La complejidad de la existencia se manifiesta sin detenerse, sólo que identificarla depende del punto de vista personal. Desde mi perspectiva, la idea de aburrimiento no existe porque tampoco existe el vacío propiamente tal: cualquier momento está lleno. El ocio y el aburrimiento son instancias que están saturadas de elementos y que no están ajenas a mi producción artística. Un ingeniero va a su oficina a trabajar y piensa: “Entro a las 09.00 horas, la pega termina a las 18.00 horas y luego, en mi casa, me desconectaré hasta la mañana siguiente”. Mi vida no funciona de esta forma. El aburrimiento posee un sentido contracultural, es un placer que proviene desde mi posición en los márgenes del sistema.
Podría decir que tengo hobbies, aunque más bien se trata de aficiones como mencioné anteriormente. Hace años hago licores, de hecho, he considerado armar un negocio porque existe poca variedad en el mercado y a la gente le gusta. También me dediqué a hacer puzzles. Armé algunos en mi niñez, pero nunca volví a verlos hasta que me regalaron uno hace poco. Fue un gran regalo porque encajé perfectamente con la actividad. Disfruté armar puzles. Me pareció que había demasiadas lecciones de vida que se podían obtener de esto, así que me dediqué a fomentarlo, a contarle al resto las maravillas de los puzzles. Le regalé uno a mi madre para Navidad y lo llevó a Maitencillo, donde mi sobrina avanzó mucho porque se entusiasmó. La última vez que fui a la playa, armé puzzles casi todos los días. Al comienzo no quise interferir en los progresos de mi madre y mi sobrina, pero después lo hice igual pues solamente hay que desarmar y armar de nuevo. Los puzzles son un área de investigación como tantas otras de mi vida que perduran poco tiempo. Además, no me imagino haciendo puzzles todas las semanas porque sentí esa cualidad absorbente que se agota en algún punto. Mis obsesiones de larga duración son la música y el placer de descubrir cosas “nuevas” sin convertirlas en un objetivo de vida.
La mayoría de las personas desarrollan su vida laboral en horarios fijos y lugares que no son sus casas, como oficinas. De esta forma, la definición entre lo que es trabajo y lo que no resulta bastante clara, ya que sus vidas se organizan bajo estos esquemas. Finalmente, intentan aprovechar al máximo los momentos que tienen para sí mismos. No es peor ni mejor que otras dinámicas cotidianas, tampoco es antagónica a la que llevo.
Hay ocasiones en que el ocio desaparece porque te ves absorbido por el trabajo y realizas las tareas mínimas de supervivencia, es decir, comer e ir al baño. Sin embargo, no sucede exclusivamente con las actividades que me entregan una remuneración, sino que también pasó con los puzzles y el armonio. Más bien, es una inmersión absoluta que ocurre cuando me obsesiono y no me detengo hasta que termino.
Tengo pocas experiencias de enfermedad; he tenido la suerte de gozar de una buena salud. No he sufrido una afección que me inhabilite temporalmente y, ante la eventualidad de una que me limite, no dejaría de hacer mis actividades cotidianas, aunque agregue una dificultad. Creo que la reserva de creatividad del artista, que mencioné antes, me ayudaría a sobrellevarla. Asumo que las enfermedades se volverán una presencia en mi vida a medida en que transcurran los años. Pronto cumpliré cuarenta años, por lo que mi hábito de fumar dejará ver sus consecuencias.
Mi vida no se rige por un esquema temporal pues los días de la semana, los fines de semana, los feriados y las vacaciones son indistintos para mí, solamente hay tiempo y nada más. Un lugar común entre las personas es lamentarse de los lunes, mientras que para mí no es un día especialmente fatal. Los feriados son completamente inútiles porque mi rutina se sostiene sobre días que parecen feriados. Usualmente digo que vivo de vacaciones, pero al mismo tiempo las vacaciones no existen formalmente. No tengo un trabajo que permita tomarme dos semanas en el año para ir a la playa: puedo hacerlo cuando lo desee. Las vacaciones surgen espontáneamente. En este sentido, mi modalidad de trabajo no alberga el error de la manera en que lo concibe la mayoría de la gente. Estos momentos los aprovecho para ir a la naturaleza y pasar tiempo con la familia y los amigos. Mi madre tiene una casa en la playa en Maitencillo a la que voy más o menos dos veces al año. Esta semana que pasó surgió la posibilidad de ir porque no estaba cargado de pega, pero es una situación excepcional.
Durante muchos años no quise tener hijos, pero luego me abrí a la posibilidad. Me encantan los niños y seguramente es una experiencia hermosa, sin embargo, soy consciente de la disrupción que produce un hijo en la vida de las personas. Una criatura necesita atención, así que debes disponer de tu tiempo para cuidarla, sacrificando la libertad que poseías previamente. No quiero sentir frustración por quedarme sin la posibilidad de disponer de mi tiempo. Este problema me recuerda a las veces que mi madre decía: “¡Dedícate a la composición como un hobbie! Estudia leyes y toca guitarra durante las tardes, ¿qué importa?”. Justamente tener hijos significaría tocar la guitarra cuando mis tiempos lo permitan, pero no en los momentos en que quiero. En este sentido, no he querido transar. Tampoco enfrenté situaciones de pareja en la que una persona manifestara: “Vamos a tener un hijo ahora o nuestra relación se acaba”. Además, dada mi condición de hombre, puedo tener hijos al menos por veinte años más, a diferencia de las mujeres que pueden sentir una presión biológica cuando están cerca de los cuarenta años. De todas formas, no está en mis planes.
La jubilación es un misterio, no sé qué va a suceder. Me imagino que enfrentaré esta etapa de la misma manera en que lo he hecho con otras cosas de la vida: sin angustia. Si me preguntan qué haré a los 60 años, primero me cuestiono si llegaré a cumplir esa edad. Desde esta perspectiva, el futuro me parece incierto, pero espero sobrevivir y seguir trabajando para mantener una calidad de vida decente. Por otro lado, creo que estoy rodeado de personas que me quieren y que podrían preocuparse de mí en el caso de que no sea capaz de hacerlo. Usualmente este rol se les asigna a los hijos porque parece obvio, aunque dudo que quiera pertenecer a ese esquema.
Mi formación artística me entregó una herramienta cuya utilidad excede los límites del campo laboral: la creatividad. Esta idea —tan manoseada hoy— consiste en mirar las cosas desde otra perspectiva para encontrar un camino. La vida está llena de sorpresas y, pese a que armes una rutina, todo está sujeto a cambios, así que frente a la condición de incerteza y el incesante devenir me parece que la creatividad es un gran recurso. Si preparase mi jubilación, podría ser que nunca la disfrute, ya que está la posibilidad de que fallezca. Tampoco he sido bueno para planear actividades a largo plazo, así que opté por mantener mi perspectiva hacia el tiempo inmediato. Cuando las personas preguntan: “¿Y dónde te ves en 10 años más?”, en mi caso, no tengo idea. Mi esquema de vida se asemeja a la restauración del armonio, es decir, logré mi objetivo, pero ¿después qué? ¿Sostengo este estilo de vida? Retorno a la incerteza que sentía al optar por este estilo de vida hace 10 años. Si bien tengo ideas más claras y ordenadas, desconozco qué ocurrirá el próximo año y me gusta que sea así.
¿Por qué el hacer artístico se resiste a ser definido, simplemente, como un trabajo? ¿Qué hay en esta ocupación, hoy en día, que nos impide imaginarlo bajo las mismas normas que las que operan para los demás trabajadores? Nuestra investigación en el campo de las artes visuales nos permitió observar que los discursos contemporáneos de los artistas actualizan, de modos diversos, el conjunto de creencias que la sociología del arte ha llamado «régimen de singularidad». Hundiendo sus raíces en las representaciones personalistas promovidas por el romanticismo, la identidad artística se configuró históricamente asumiendo que la excelencia estaba dada por la originalidad y la unicidad, las cuales a su vez se materializaban en una capacidad sublime de alcanzar la expresión universal (Heinich, 2001). El artista moderno encarnó, de este modo, el mito del genio creador: un sujeto atípico, solitario y extraordinariamente creativo, que se sitúa en los márgenes del mundo social para iluminarle irreverentemente con sus obras maestras.
El sistema del arte ha experimentado significativas transformaciones, pero algunos de sus pilares modernos permanecen intactos. Así pudimos constatarlo en nuestro estudio: a pesar de que hoy deben desempeñar tareas diversas y cumplir funciones abiertamente mundanas, muchos de los artistas visuales apelan en diversos niveles y formas a este ideario romántico, que se sostiene en la creencia del trabajo artístico como excepción. En este ámbito, la lógica de la excepción se despliega en sus muchos sentidos y connotaciones, tanto en términos materiales como discursivos. Ante la invitación de llenar una bitácora con sus tiempos de trabajo y ocio, buena parte de los participantes encontró cierta dificultad para identificar algo similar a una rutina en sus modos de administrar el tiempo: sus haceres se encontraban marcados por la variación y la flexibilidad, y la contingencia excepcional parecía constituir la regla. Tal como nos advirtieron de antemano, las semanas que registraron en las bitácoras se poblaron de viajes, de proyectos o de tareas extraordinarias, dando cuenta de modo transversal de una rutina signada por la no rutina. Esta imprevisibilidad de sus agendas, aunque en ocasiones es una fuente de problemas o padecimientos, parece ser en definitiva una condición de posibilidad para el desarrollo de los procesos creativos y los tiempos maleables que éstos demandan.
Esta investigación se propone indagar en las condiciones de trabajo y las prácticas de ocio de los productores culturales de la ciudad de Santiago de Chile, observando las tensiones y contradicciones que experimentan en el marco de las recientes transformaciones en el mundo del trabajo. A partir de un conjunto de entrevistas en profundidad y otras instancias de discusión colectiva de estas temáticas, el proyecto busca ofrecer una caracterización reflexiva del mundo del arte, del sector creativo y el campo intelectual en tanto ámbitos productivos que ponen en entredicho la oposición binaria entre trabajo y ocio: por una parte, porque su tarea es elaborar bienes inmateriales y simbólicos, frecuentemente asociados al tiempo libre y el esparcimiento; y por la otra, porque tienen una alta identificación con su trabajo, consiguiendo gratificación y autorrealización personal a través de éste.
Realizada en el marco del proyecto FONDECYT de Iniciación Nº 1170319—«Prácticas de ocio y trabajo cognitivo. Un estudio de los sectores creativos, artísticos e intelectuales» (2017-2020)— y el Fondart en Artes Visuales Nº 454230 —«La fábrica está en todas partes. Prácticas de trabajo y ocio en el mundo del arte» (2018)—,
esta investigación plantea que las condiciones contemporáneas de los sectores creativos, artísticos e intelectuales ilustran de modo ejemplar la expansión desregulada de la esfera productiva en tiempos de la flexibilización laboral y el llamado «capitalismo cognitivo», y que el examen de sus tiempos/espacios de ocio constituye una entrada privilegiada e insuficientemente explorada a este universo de tensiones.
Así, el estudio busca levantar un conjunto de experiencias de trabajo creativo y artístico, analizando las características de sus dinámicas y las implicancias subjetivas en la biografías de los productores culturales. Este material servirá como punto partida para una discusión que sido insuficientemente abordada en el campo local: las condiciones de trabajo de los creadores locales, y el particular modo en que en sus estilos de vida se entremezclan las dimensiones personales y laborales; familiares y profesionales; los gustos personales y el trabajo remunerado. Nos preguntaremos, en otras palabras, los modos en que lo personal es también político. ¿De qué formas los tiempos de ocio ofrecen fronteras o límites a la productividad en los campos culturales?
Como ha sido señalado por diversos investigadores en el marco de los llamados «leisure studies», las prácticas de ocio no pueden ser abordadas sino desde su naturaleza multidimensional e indisociable del resto de la vida social. Por ello, nuestro diseño de investigación tiene como punto de partida las narrativas personales de los actores; avanza hacia la observación de las dinámicas colectivas en las que se desenvuelven estas prácticas; y termina interrogándose por los marcos institucionales y políticas públicas que estructuran los tiempos y espacios de ocio en los campos de la producción cultural.
1. Narrativas del ocio. Pediremos a un número de artistas y productores culturales que autoobserven y registren sus prácticas de ocio y trabajo durante el transcurso de una semana, en una bitácora diseñada especialmente para ello (que puedes haciendo click descargar más abajo). Una vez que el registro finalice, realizaremos entrevistas en profundidad con cada uno de ellos con el propósito de indagar en sus narrativas —es decir, “el reporte “nativo” de prácticas y valores” (Rojek 2005)— en torno al ocio, desde una perspectiva biográfica que sirve de marco a las descripciones de sus prácticas actuales.
2. Etnografía multisituada. Se documentará, por medio de la observación participante y el registro etnográfico, un número de espacios y/o instancias de la ciudad de Santiago en las que los productores culturales desenvuelven sus más significativas prácticas de ocio, identificados a través de las entrevistas de la fase anterior del estudio.
En el espíritu de lo que G. Marcus delineó como una «etnografía multisituada» (1995) y consciente de la multilocalización de ciertos procesos contemporáneos, esta etapa se pregunta por las dinámicas colectivas y las formas de sociabilidad que adquieren las prácticas de ocio de los productores culturales poniendo en conexión distintos espacios y sujetos cuyos vínculos no están dados (Marcus 2008).
3. Análisis de políticas públicas. Se organizarán y analizarán los documentos relativos a las iniciativas institucionales que intervienen en el desarrollo de la producción cultural y académica en Chile a partir del 2000, a la luz de los hallazgos de etapas previas. Se considerarán los programas privados y estatales que han incidido en los campos artísticos (ej.: políticas CNCA), creativos (ej.: políticas CNCA, CORFO), e intelectuales (ej.: políticas CONICYT, Ministerio de Economía). Algunos de estos materiales bibliográficos estarán disponibles para la descarga en la sección Documentos.
5. Validación y difusión de los resultados. Se convocará a unas jornadas de discusión con actores de los tres campos, con el propósito de validar y afinar los hallazgos finales del estudio. Estas jornadas se realizarán bajo el formato de tres mesas de trabajo (una por campo), constituidas por 5 a 6 invitados de disciplinas diversas. Nuestro propósito es abrir una discusión acerca de los temas del estudio que considere las voces diversas de los actores.
Las prácticas de ocio no pueden ser abordadas sino desde su naturaleza multidimensional e indisociable del resto de la vida social. Por ello, nuestro diseño de investigación tiene como punto de partida las narrativas personales de los actores.
Mi nombre es Sebastián Calfuqueo, soy artista. Además, soy profesor de artes visuales en enseñanza media en un colegio Waldorf en donde imparto clases de modelado y cerámica, con una educación diferente para Chile, más experimental. Este modelo ya llegó hace unos años pero sigue siéndolo. Allí, trabajo 30 horas semanales por contrato, así que me demanda mucho tiempo. También, aparte, hago talleres de cerámica en mi casa y en Valparaíso. Dado que vivo en Santiago, por lo menos cada dos meses, tres veces en el mes a Valparaíso. A lo atenrior, se suma que estoy cursando el magíster de Artes Visuales de la Universidad de Chile: ese es otro de mis grandes problemas. Estoy en la tesis, que ahora está programada con cursos para que la terminemos. Por lo mismo, tengo que leer mucho para la universidad. Ahí está el problema de todo.
Lo más gracioso que me pasó con la bitácora es que anotaba, pero nunca podía terminar porque siempre estaba haciendo algo; por ejemplo, venía la otra clase, o entremedio tenía que ir a alguna parte. Nunca terminaba de rellenar la ficha completamente y lo tenía que hacer después. Y lo segundo, es que me di cuenta que casi todos mis tiempos libres los paso con amigos, consumo alguna droga, o solamente me relajo. Son tiempos en la noche, más o menos después de las 9. Tengo muy establecido que esa es la hora para mi desconexión del mundo un rato. Todos mis vínculos de alguna forma tienen relación con el trabajo. Por ejemplo, tengo las clases, pero luego voy a la casa de mis papás como excusa para hornear cerámica en el taller que tengo donde ellos. Ellos tienen una casa muy, muy grande en Lo Prado, entonces puedo tener un taller grande que cuente con la electricidad que necesito. La casa donde yo vivo en Santiago Centro, cerca de Biobío, es muy antigua por lo que las instalaciones eléctricas pueden generar un corte o un incendio, así que allá no horneo.
Mis papás no son artistas, son feriantes. En algún momento me di cuenta que las conversaciones que yo tenía con ambos cuando los visitaba también aportaban a mi producción artística. Hace un tiempo estaba investigando una parte de mi historia familiar con mi papá; entonces, iba a tomar once con él para preguntarle cosas. Al fin y al cabo, todas las visitas a mis papás repercutían en lo que estaba investigando o haciendo. Mi investigación no solamente está en un libro o está en una página web: también está en las personas. No me doy cuenta de eso, pero lo veo acá, digo: "ya, conversé con mi papá sobre esto, ¿qué efecto tiene en mi trabajo?”. Evidentemente tiene efecto, porque está ahí haciendo ruido. Es raro, porque finalmente los afectos también están en función de lo laboral. Nunca tengo mucho espacio solo para mí, a menos que sean las vacaciones de verano, que ahí es muy diferente porque solamente tengo tiempo para hacer mis cosas.
Mis papás viven en Lo Prado, yo vivo en el centro, y trabajo en Ñuñoa. Entonces, trabajo en Ñuñoa, me vengo al centro, después voy donde mis papás y así. No es tan lejos, pero los trayectos igual son largos en metro; por lo menos a Lo Prado son 40 minutos. Ahí leo o utilizo alguna aplicación del celular para entretenerme. Otras veces, el vieja en metro no es muy significativo porque el trayecto es más corto. Por ejemplo, de mi casa a mi trabajo son 10 minutos en metro así que no tiene mucho sentido leer un libro. Cuando voy a la casa de mis papás, leo. Pero no siempre: hay momentos y momentos.
Volviendo a la bitácora, justo antes de que me la entregaran, estaba rindiendo FONDART. Estaba peor aún con las cosas que tenía que hacer, peor de lo que estaba cuando hice el registro en la bitácora. Mientras escribía en ella, pensaba todo el rato: "estuve mucho peor y ahora por lo menos tengo tiempo para escribir esta bitácora", porque antes no tenía la posibilidad de nada. La presión que ejercen los plazos es fuerte. Y aparte que uno nunca se termina de desconectar mucho del trabajo. Los tiempos libres que yo tengo me dedico a ver videos o me dedico a ver películas, y creo que eso también tiene que ver con la práctica de lo que estoy pensando, de lo que quiero ver, de lo que quiero hacer. Todo el rato, como un bucle. También me he preguntado cómo eso se vincula con mis relaciones afectivas, amorosas, que no me funcionan con gente que no sea del mundo del arte. Yo creo que tiene que ver con ese ritmo que nosotros llevamos, muy intenso, de no parar nunca.
Yo creo que este ejercicio sería muy distinto en otro momento de mi vida. Ahora mi trabajo se ve muy beneficiado por los medios, por las redes sociales, y todas estas cosas. Evidentemente las redes sociales antes no funcionaban de la misma forma, y la oportunidad que tengo como artista joven de hacer más visible mi obra es muy distinta a la que experimentaron colegas de mi edad hace 10 años atrás. Todo antes era mucho menos accesible, por ejemplo, las postulaciones. Ahora uno lo manda por internet y listo. El FONDART antes había que llenarlo manualmente. Había otros lenguajes y otros conflictos de por medio. Ahora es mucho más simple, entonces ahorras harto tiempo, pero también te bombardeas de muchas más cosas. Estás más bombardeado de estímulos, y de cosas que tienes que cumplir, y postulaciones. Y estoy todo el rato ahí metido, no puedo escapar de eso, aunque me lo he propuesto. Por ejemplo, cuando me he ido al sur o de viaje, ahí suelto el celular y me desconecto, pero si fuera otro el caso no pasaría.
Yo creo que todos los artistas que estén visibles en el medio artístico son artistas que trabajan. No creo que a los que les va bien o medianamente bien sean hueones flojos, ni cagando. Es una carrera donde si no pones el 10.000% tuyo no funciona. Por eso pienso que toda la gente que se dedica a la práctica artística es súper dedicada y que gasta mucho tiempo y energía en eso. Pienso que a todos nos gustaría ser artistas a tiempo completo, tener talleres como la principal actividad, pero a todos nos da un poco de miedo. A mí personalmente, me pasa que tener poco tiempo me ayuda a administrar todo; me sirve harto para ser muy productivo.
Siempre supe que quería ser artista, pero no tenía tan claro qué era ser artista. Fue un poco terrible ese descubrimiento porque había muchas cosas y capas de por medio, como la institución, el ego del otro, el ego propio. Luchar contra todo. De todas formas, es súper gratificante igual, porque terminas haciendo lo que tú quieres.
Lo que motiva mi producción son proyectos de cosas ya armadas, como exhibiciones que vienen. En general, ya no estoy postulando mucho a proyectos dirigidos. Me pasa que en general no quedo, por lo que siento que es una pérdida de tiempo cuando sé que mi trabajo no sigue la línea de lo que esperan en la postulación. Cuando pienso que sí, ahí lo hago; pero cuando noto que el perfil del artista que quieren es otro, sé que es una pérdida tiempo y energía. Antes yo postulaba a todo. Todo lo que se abría, yo postulaba. Ahora ya no, filtré yo mismo para no desgastarme tanto.
La forma en que mido el valor de mi trabajo es la forma en que interactúa con otro. Tengo unos criterios de percepción muy altos sobre mí mismo, así que me exijo mucho. Siento que me cuesta llegar a lo que quiero. Así que cuando otra persona ve mi trabajo y dice: "está bien", pienso: “basta de sobreexigirte. Ya, lo logré, no es como yo quería, pero sí funciona para los otros”, que es algo que me importa harto. Los “otros” son amigos, el mundo del arte, gente, no sé. En uno de los últimos trabajos que hice, mi intención era que se reconocieran ciertas cosas en el espacio público y pasaron. Cuando estaba haciendo el acto en vivo, y me empezaron a gritar cosas. Dije: "ya, lo logré". Ahí recién puedo descansar; cuando siento que todo lo trabajado estuvo bien hecho.
Las veces que pensé que el arte no era para mí y me frustré por lo mismo ocurrieron mientras estaba en la universidad. Cuando hacía proyectos algunos de mis profesores me decían que lo que hacía no tenía sentido, porque el feminismo no era importante o porque el pueblo mapuche ya había muerto. Hoy en día, si alguien me dijera algo así, probablemente en esta etapa de mi vida lo denunciaría. Pero en ese momento era chico y no me pude hacer cargo. Estaba súper bombardeado con esta gente que me bajaba todo el rato y decía: "no, esto no está bien"; "esto no lo hagas”. Cuando salí de ese lugar pensé: "puedo hacer lo que yo quiero, y parece que funciona hacer lo que yo quiero". La gente sí lo considera, sí lo encuentra importante, sí lo encuentra un lugar posible; el margen, salirse de esta cuestión tan armadita.
La inserción en el mundo artístico llegó a una edad muy temprana para mí, fue muy rápida. Tenía 24, 23, estaba muy chico y no me sentía para nada listo. Había terminado la universidad a los 22. Empecé a postular a cosas desde que estaba en la universidad, era súper busquilla. Desde los 20, 21 años ya estaba postulando a todo lo que se abriera. Por eso también decidí dejar de postular ya que en ese momento mandaba por mandar; no mandaba proyectos que fueran interesantes o que pudiesen quedar. Mandaba toda la carne a la parrilla, pero ahí había un problema de no saber cómo mirar. Cuando empezaron a pasar cosas fue fuerte, porque empezó a haber mucha más atención respecto a mi trabajo. Se escapó del mundo del arte y empezaron a entrevistarme medios como El Desconcierto. Pensé: “qué raro que me pase esto ahora”. Me daba cosa porque nunca los periodistas me mandaban lo que iban a publicar; entonces, salía la noticia y era como: "¿por qué hicieron esto?
Ahora estoy trabajando sobre el tema de la identidad como este lugar fijo donde la gente te quiere categorizar, este lugar estable: "tú eres un mapuche y tienes que cumplir ciertas cosas"; o "tú eres homosexual y tienes que ser de esta forma". Busco que mi trabajo se escape de esos lugares y los bombardee. En mis proyectos actuales estoy cuestionando harto eso, mi identidad propia, el encontrarme con alguien que se parece mucho físicamente a mí que es mujer, por ejemplo. También me refiero a la transexualidad mapuche. Así, hay muchas cosas que empiezan a romper un poco esta imagen de lo común, del estereotipo, de lo que uno tiene que ser. Por ahí va enfocado mi trabajo.
Creo que son pocas las actividades de tiempo libre u ocio que realizo. Son re pocas, de hecho, me obligué a mí mismo a poner algunas que yo no las consideraba. Por ejemplo, yo encontraba que visitar a mis padres era ocio, aunque también tenía que ir a hornear a la casa de ellos. Limpiar la casa y la cocina, esa es otra. Los días que no están permeados por el trabajo los termino dedicando a ordenar mi pieza, a ordenar el material que tengo que utilizar o leer, no sé. Ahora estoy con Duolingo aprendiendo portugués, entonces esos son realmente mis momentos de ocio. Pasa también que mi estrés lo compenso con comida: "ya, me voy a comprar una cena en un lugar rico". Voy y me como la cena solo. Ese tipo de cosas me hago a mí mismo. Eso si casi nunca salgo.
Todos mis amigos me dicen que no entienden como yo logro hacer cosas con el poco tiempo que tengo, pero es porque, de verdad, tiempo que salgo de clases o que no estoy en clases, estoy produciendo. Estoy pensando, haciendo, trabajando de noche, y me quedo hasta las tantas. Solamente recurro a la desconexión de este mundo cuando estoy muy cansado. Eso no pasa todos los días, pasa un par de veces a la semana.
Esa semana, la de la bitácora, fue nula en cuanto a actividades de ocio. Todo el mes de marzo y el mes de abril he estado súper corto de tiempo. Las actividades que considero de ocio son, por ejemplo, ir al supermercado o juntarme con amigos. El ocio está vinculado a otros: tomarse un té y fumarse un pito. Pero no son muchos en realidad. Por ejemplo, la ultima actividad de ocio fue la limpieza de la casa.
Personalmente no puedo trabajar volado, por eso es un tiempo que no relaciono con el trabajo. Hay harta gente que lo puede hacer, pero yo no puedo. Yo me vuelo para salir del trabajo. De hecho, no hago clases ni hago cerámica volado ni hago ningún acto manual volado, porque no tengo coordinación motriz. Se me va todo, como que soy otro ser. Entonces, mis momentos de dispersión son con la marihuana; es el momento en que me puedo desconectar y solamente estar conmigo mismo.
La palabra ocio la asocio a un tiempo de dispersión o tiempo donde también se puede acceder a cosas que no accedes en tu cotidianeidad. Por ejemplo, la literatura o el cine, ese tipo de cosas para mí es ocio, a pesar de que no las hago constantemente. Creo que es un tiempo necesario para escaparse de este mundo tan violento que te dice que hay que trabajar, trabajar, trabajar, trabajar. El ocio permite nuevos campos, nuevos lugares, entrar a otras cosas. La misma lectura sirve harto para eso, para abrir nuevos espacios, encontrar nuevos imaginarios o encontrarte cositas mínimas que te hacen click en algún momento. El tiempo de ocio hace que el otro tiempo sea productivo. Sin el tiempo de ocio, es como... no sé, si no me fumara el pito después de estar tan estresado y me tomara una taza de té, yo creo que no podría continuar, colapsaría.
No sé si la sociedad le da mucha valoración al ocio, pero ciertamente no le da mucha oportunidad de ser. Trabajamos mucho, estamos mucho rato haciendo. Yo creo que depende de la cantidad de trabajo que tienen todos, pero la gente que está ligada al mundo del arte supongo que trabaja mucho. Yo, al menos, trabajo mucho. Creo que casi toda la gente que trabaja en el mundo del arte trabaja harto, excepto la gente que está dentro de los cargos del gobierno, que obviamente no trabajan tanto. En general, todos los demás sí, porque es luchar básicamente contra un enemigo invisible. No hay nada que te respalde, no hay ningún seguro de salud pública, ningún seguro de Isapre, nada. Si te mueres, nada, no existe nada. Entonces todos los días hay luchar para por lo menos guardar o para generar más.
La relación con el ocio de alguien que no está en el mundo artístico es muy distinta. Por ejemplo, mucha de la gente que he conocido, afectivamente, de otros campos de campos de profesión, tienen harto tiempo para ir al gimnasio, tienen harto tiempo para hacer actividad física, para tomar talleres, cosas que yo no puedo hacer. Yo no tengo tiempo para tomar un taller. He querido ir natación desde hace dos años y todavía no voy. Ese es mi panorama actual: todos los días quiero mover el cuerpo y mi cuerpo como que sigue moviéndose en otros sentidos.
Tuve un choque hace dos años que me tuvo diez meses con un cuello ortopédico. No me podía mover, me quebré la cervical. Estuve a un paso de quedar inválido. Guardé reposo al principio, aunque nunca hice caso y me movía igual. Estuve internado en el traumatológico un mes y medio. Al principio me tenían hasta que bañar, a ese nivel. En el segundo mes dejaron que me parara. Yo creo que lo más fuerte de estar postrado o estar inhabilitado es que piensas mucho. He ahí el problema de todo humano, pensar mucho. La fuente de todos los problemas es pensar mucho. Yo tenía toda una cosa en mi cabeza, pensé mucho en ese tiempo y no podía dejar de pensar y no podía parar...
Recuerdo que hice una muestra con el cuello ortopédico, no sé cómo. Todos los días tenía que estar acostado, y yo no estaba acostado, estaba en el taller trabajando. Era una muestra muy importante para mí en el MAC: "la hago o no la hago, no tengo otra opción". Me acuerdo que tenía que grabar unos videos y yo salía con el equipo de grabación. Todo el mundo me daba el asiento del metro. También hartos amigos me ayudaron con los proyectos. Por ejemplo, en el montaje me ayudaron casi todos mis amigos. Yo no podía sostener una estructura que medía 5 x 3,5 metros. Era imposible que la pudiera desplazar, así que ellos me ayudaron a armarla, a montarla y a todo eso. No podía hacer fuerza y aun así todos los días taladré palos. Hasta que terminé toda la cuestión y la monté. Por esto, esa experiencia de inhabilitación no fue tal, nunca la llevé a cabo. Al final igual me curé. Se supone que cicatricé bien, pero tengo controles de aquí a 10 años más, o sea de aquí a 8 años más porque la fractura se sana luego de 10 años aproximadamente. Cuando hace frío no más me duele un poco.
Por otra parte, no pienso en nada que sea trabajo en las vacaciones, me desconecto. Siento que también tiene que ver con mi experiencia desde chico. Mi abuela es del sur, así que me iba para allá y solamente tenía campo y animales. Mi experiencia en el sur no era ver tele, era desconectarme totalmente y estar con los animales jugando, corriendo. Cuando voy al sur trato de no tener mucho el celular y no estar tan pegado. Estoy ahí en la tierra, en el espacio. En general trato de salir, no solo voy al sur. Por ejemplo, ahora en mayo me voy a Sao Paulo, como pseudo-vacaciones, pero no vacaciones como tal. Y también, allá no funcionan los iPhone para llamar o tener internet, por lo que solamente me voy a conectar cuando pueda conectarme. Allá no me genera ansiedad esta situación, acá probablemente sí.
Los fines de semana y feriados son iguales a los tiempos de trabajo. Por ejemplo, estoy yendo a trabajar a Valpo todos los sábados de este mes. Y a pesar de que carreteo, lo paso bien y como rico, allá igual estoy trabajando. Voy a estar cuatro horas sentado dando un taller: es estar con la gente para ver sus cosas, entonces igual me toma un tiempo y me agota. Aparte que siempre soy buena onda con los talleres, siempre termino excediendo el tiempo y me paso dos horas, no sé. Mi gran problema es que nunca puedo decir que no.
Sobre la paternidad, no, nada. Tiene que ver con que me gusta mucho mi tiempo conmigo mismo, y no podría compartir ese tiempo con un otro que dependa de mí. Y lo otro es que sale muy caro tener un hijo. Por ahí se me va todo a la mierda, entonces de verdad no.
Creo que no voy a vivir hasta tan viejo, siempre he tenido una idea y una noción de que no voy a ser Nicanor Parra que a los 103 años se murió, ojalá que no. Para mí la vida a los 103 años sería agotadora. Yo creo que ochenta todavía sigue siendo mucho rato.
Aunque me jubile siempre voy a estar pensando, y ese va a ser mi mayor problema; siempre voy a estar preguntándome cosas. Yo creo que cuando uno parte en el mundo del arte no tiene escapatoria, porque nunca vas a poder responderte la pregunta, esa pregunta que te hiciste al empezar. O va a surgir una nueva, que es lo mejor o peor que te puede pasar. Es entretenido, pero no sé si hasta los ochenta años voy a querer seguir haciendo obras.
Mi nombre es Paula y soy artista visual. Mis días se distribuyen entre mi trabajo de docente en la Escuela de Arte de la Universidad Católica, mi taller y Fundación Nube.
Tuve mucha afinidad con el ejercicio de la bitácora porque hice una tarea similar en el 2005, en el contexto de mi magíster. En ese momento, realizaba la obra “Living” para la que tomé notas de mis acciones cotidianas, por lo que con la bitácora estaba replicando esta lógica de trabajo, donde se empalma la vida y la escritura de la vida. En la escritura se presentaron los mismos conflictos que aquella vez, principalmente el cuestionamiento acerca de la cantidad de detalles que debía mencionar y cómo dices lo que estás haciendo.
En la bitácora observé patrones que organizan mi tiempo, pero que no son nuevos para mí porque resultaron de decisiones personales. Todas las mañanas desayuno mientras leo el diario y respondo correos hasta vaciar la bandeja de entrada. Mi trabajo docente y de taller los realizo durante las mañanas y Nube queda para las tardes, al igual que los niños y el amor. En general, los viernes estén destinados a taller por temas prácticos: nadie te va a responder un correo de trabajo este día de la semana, así que puedo trabajar con más tranquilidad.
Mi rutina cambió ahora que los niños están más grandes. Cuando partí, mi hijo Jaime era un guagua recién nacido y yo estaba aburrida de que cada cuatro horas había que mudarlo, alimentarlo y atenderlo: parecía un reloj impuesto y me desesperaba. Yo decía: “Cuatro horas” y cada cuatro horas hacía estas cosas ya que soy media alemana. A veces estaba haciendo barro cuando se ponía a llorar y tenía que partir a lavarme las manos, que no es lo mismo que dejar de trabajar en el computador. Me preguntaba: ¿Por qué está llorando a las tres horas, si debería hacerlo cada cuatro? Me queda una hora todavía, maldito”. El nacimiento de Jaime fue súper heavy porque era terriblemente llorón y yo muy trabajadora, entonces me obsesioné con recuperar mis rutinas. Ahora, los niños están más grandes, de hecho, ambos llegan más tarde hoy. Elena, mi hija, está en la casa de una amiga y la debo pasar a buscar a las 8.00 de la tarde y Jaime llega a las 6.30, así que tengo el día para mí. En general, este periodo es distinto de los anteriores ya que recuperé el control de mis tiempos. Tampoco estoy casada entonces no me espera el marido en la casa. Tengo más flexibilidad.
Hay una diferencia radical en el avance y uso de las tecnologías respecto de algunos años atrás. En el 2005 no existía el smartphone ni los computadores portátiles, lo que te obligaba a encasillar las rutinas más fácilmente. Recuerdo que mi primer celular de este tipo fue una BlackBerry y yo lo encontraba increíble porque pensaba que me iba a ahorrar el trabajo de los correos. Podía contestar correos desde la casa, no solamente mientras estaba en la universidad. Y, bueno, en realidad fue un caos debido a que todo se traslapó. Mientras estás hablando llegan mensajes, así que para evitar ver Whatsapp volteo el teléfono. Me percato que cuando estamos en una reunión todos los celulares están brillando por los millones de notificaciones que reciben. Creo que la tecnología provocó que todo se cruzara más.
En Chile se dice que somos súper trabajólicos y creo que es verdad. Soy una persona dispuesta a trabajar hasta las 3.00 de la mañana, aunque me cueste. Las horas de la mañana las mantengo bajo control, pero estoy dispuesta a sobregirarme cuando es necesario. A medida que pasa el tiempo, establezco más relaciones sociales con la gente que trabajo. Es inevitable que nos juntemos a comer y que estemos hablando de cosas que se relacionen con el trabajo. Por ejemplo, con los artistas conversamos sobre temas vinculados a nuestra disciplina, e incluso con Manuel, mi pareja, nos entretenemos mucho si discutimos sobre arte, música y cine, que son conversaciones que caerían en el ámbito del trabajo. Es indistinguible. Fui a una residencia en el norte hace unos días atrás y me encontré con una persona que fue mi estudiante y en un punto de la conversación noctura, después del trabajo, le dije: “¿Sabes qué? Pasa que yo pienso en arte”, es decir, yo no entiendo qué es descansar de mi trabajo. Me imagino que la gente que trabaja en una oficina con una planilla Excel termina su jornada y hasta ahí llega. Sin embargo, yo soy una obsesiva, pienso en arte, y creo que a la mayoría de los artistas les sucede de la misma forma. Tengo quinientos cuadernos sobre los atrapanieblas, mi proyecto reciente. Entonces dibujo cómo los voy a resolver y empiezas a volverte loca porque observas en la calle referencias que te pueden servir. Unos días atrás estaba tomando fotos a una malla que vi en el Easy mientras me mezclaban las pinturas y pensaba: “Esto es lo que quiero hacer”. Le envié la fotografía al arquitecto y me encanta porque me responde que sí, que no hay problemas. No sé si lo pasas bien o mal, pero es una bestia que te domina.
Hice el pregrado entre 1990 y 1995, y más tarde hice el magíster entre 2001 y 2003. Las obras que mencioné del año 2005 estaban estrechamente vinculadas a lo que investigué en el magíster, que era la cocina y, por lo tanto, las nociones de arte-vida. En esa época era amiga de Teresa Aninat, quien trabajaba junto a Catalina Swinburn. Recuerdo haberles comentado que admiraba sus obras y la modalidad de trabajo que empleaban, bastante ejecutiva. Planificaban proyectos, los hacían y los cerraban. Esta modalidad me parecía genial porque contrastaba con mi trabajo artístico, que siempre se ha presentado como una extensión de mi vida. En ese momento, los insumos de mi obra correspondían a los registros de mis acciones cotidianas y a las fotos que tomaba, mientras que mi tema estaba relacionado con el lenguaje. Con el transcurso del tiempo, todo se enredó y me di cuenta que también me interesaba el lenguaje como problema. Finalmente, el problema y el tema terminan siendo las mismas cosas. Hoy mi actividad es más pulsional; las cosas aparecen como extensiones del cuerpo.
En una etapa de mi vida batallé contra la expansión de mi relación arte-vida. Intenté concentrar mis proyectos en dossiers que planificaban el trabajo en ciclos de dos años, pensando que mi entusiasmo podía estar encapsulado en ese periodo de tiempo. El primer catálogo fue “Living” y luego siguió “Nadie quiere morir”. El tercero tenía un título conformado por palabras atópicas. Sin embargo, jamás pude proteger un área de mi vida del trabajo. Existe una foto muy divertida que tomaron en el montaje de una exposición en las afueras del Centro Cultural de Las Condes, y que retrata simbólicamente esta situación: aparece Jaime de nueve meses de edad, tomando una siesta sobre unos papeles de diario para impedir el paso de la humedad y cubierto con mantas.
La circularidad de las ideas es un tema que me interesa seguir investigando. Años atrás, cuando di el examen de magíster, conversé con Roberto Farriol que era el director de la Escuela de Arte de la UC. Le dije que me daba cuenta que mi sistema de fondo —lo crudo y lo cocido— es siempre el mismo, sólo que se presenta de distintas formas en mi obra. Hace poco saqué mis cuadernos y los revisé, gestos con los que reforcé mi planteamiento de que las ideas son más o menos las mismas. Tengo un cuaderno del 2002 donde ya aparecían las verticales y las horizontales, junto con una cita de Bergson que señala que la historia es esencialmente longitudinal y los acontecimientos son verticales, encontrándose las líneas en algún punto. Hasta el día de hoy pienso de esta forma, lo que queda claro con la forma de la malla del atrapaniebla. Si le mostrara a alguien las fotografías del atrapaniebla y los dibujos de esa época, se daría cuenta que son idénticos.
Las ocasiones en que me han preguntado “¿Qué es lo que más disfrutas? ¿El proceso o el resultado?”, con el propósito de identificar mi parte favorita del trabajo artístico, resulta que no tengo una respuesta definida. Cuando recién comienzo a pensar una idea para una obra, en ese instante muero. Hago millones de dibujos, que es lo que pasó ahora con el atrapanieblas. A medida que avanzo en el proceso empiezo a delegar las partes que requieren una excesiva mecanicidad —de las que mi trabajo tiene varias— porque me aburren. Cuando la obra está terminada y montada también es un momento bello, aunque más bien por el orgullo que produce. Las invitaciones que llegan porque consideran que tus obras son buenas generan la misma sensación. Te preguntas: “¿Qué tanto he hecho?” porque siempre crees que el trabajo del resto es mucho mejor. Este pensamiento me obsesiona, pero a veces caes en cuenta de que la persona del otro lado te observa y le asigna un valor a tu trabajo.
La lógica de cualquier economía funciona bajo el supuesto de que produzco algo, lo vendo y recibo una retribución económica por ello. Así se valora el trabajo. Sin embargo, en el mundo del arte y en particular en nuestro país este sistema no se presenta bajo esta forma. Hay poco coleccionismo, poco galerismo y, en general, pasan pocas cosas en el mercado del arte. En Chile, el reconocimiento depende de curadores que te invitan a participar en exposiciones y que te inician en el círculo de los que postulan a fondos. Tienes que formular proyectos una y otra vez para conseguir financiamiento, al mismo tiempo sacrificas tiempo para hacerlo. Para poder vivir, la mayoría de los artistas nos dedicamos a la docencia, actividad que muchas veces se debate con el tiempo que empleamos para taller. A todo lo anterior, se suma el desgaste que te deja una exposición. Te preguntas si vale la pena, divagas entre las posibles respuestas en el taller, pero si recibes una nueva invitación te alegras y empiezas otra vez. Aparte de la importancia del reconocimiento de curadores, las situaciones que me producen más goce ocurren cuando amigos u otras personas vienen a mi casa, se fijan en algo y hablamos sobre la obra . En esos casos, es inevitable pensar que estoy bien.
Hoy me desvinculé de la galería con la que estaba trabajando, y siento que mi decisión expandió algo en mi pecho que llevó a imaginarme nuevos proyectos como el atrapaniebla. Además, justo encontré una residencia a la que me interesa postular. Después de dejar la galería, siento que mis ideas van tomando forma porque ya que no debo producir para las ferias 1, 2, 3 y 4. Ahora conozco gente, tengo suerte y así se organiza el cosmos para que las cosas resulten. Es una actitud oceánica que me lleva de una cosa a otra y donde todo se mezcla; me encanta.
Mi trabajo con la galería fue muy positivo porque logré hacer un circuito de ferias latinoamericanas que me permitió conocer gente, curadores, aprender a montar profesionalmente, entre otras cosas. Aprovechas una dimensión de las galerías que facilitan la producción y la venta de tus obras, que a veces va bien o mal. No obstante, un buen galerismo debería posicionar a los artistas en museos, ayudarlos a organizar exposiciones, alimentar sus currículums y eso no pasó. Además, te adaptas a la galería, en el sentido de que vendes obras pequeñas porque cuesta que las personas compren los proyectos grandes; lo que ofreces no son más que hijos de esta gran idea. Ahora estoy tratando de retomar cosas que me parecen mas escenciales.
Cuando era joven escuché que las artes son las únicas disciplinas que van a contrapelo del sistema económico, ya que no se guían por la lógica de hacer, vender, vivir —aunque no falta el artista que lo hace—. La idea me pareció súper linda y me hizo sentido. En general, uno siempre busca los recursos para invertir en lo que haces. La escasez de recursos no se explica sólo por la falta de coleccionismo, ya que, si vendiera lo suficiente para poder vivir, de todas formas, me faltaría dinero porque emplearía una parte importante para alimentar al monstruo que es la producción artística. Siempre buscas alimentar a este monstruo, ya sea a través de mejorar obras que quedaron imperfectas o haciendo cosas nuevas. Se asemeja a los trenes que funcionaban a carbón pues tenías que utilizar cada vez más materia para que mantuviera su ritmo.
Por otra parte, FONDART nunca me ha resultado amistoso porque los formularios me desesperan, no sé escribir en ese formato. También existen fondos de la Universidad Católica, los Fondos de Cultura y Creación Artística, que tienen un formato más sencillo y amigable que los concursos que ofrece el Ministerio, aunque mantienen la competitividad. Hasta el momento, para producir arte me las he arreglado con ambos fondos y con lo que gano por mi obra. Por otra parte, un porcentaje importante de los ingresos de mi actividad docente y de mi trabajo en Nube van al taller. En ocasiones necesitas un marco de aluminio que vale 10 veces más que el marco de madera, pero es lo que necesitas. Nunca escatimo en gastos para este tipo de cosas; prefiero dejar de comer o endeudarme antes que dejar de hacer lo que quiero. De todas formas, yo no trabajo con oro, mis materiales son similares a los de Fundación Nube. El valor de mis obras está en el trabajo manual, que suele ser bastante.
Mis trabajos subvencionan a este monstruo. Hace poco fui a comprar materiales para el atrapanieblas, entre ellos, el lino. Soñé que se caían, los perdía y me lamentaba por la plata invertida, pero luego decía que no iba a pensar en los recursos gastados. Me digo a mí misma: “Nadie me obliga a hacer esto, lo hago porque quiero y veré cómo me las arreglo después”. Siempre he trabajado para costear estos gastos, en ese sentido, soy súper autónoma. Ni casada me importó esto. Creo que se debe a mi único mandamiento: lo bueno atrae lo bueno, y mientras estés con una buena onda, te pasarán cosas buenas.
En el futuro me gustaría pasar mis dibujos en limpio para que queden organizados, pero cada día que pasa pareciera que el lápiz está asesinando el cuaderno. Las páginas no son suficientes ante la urgencia de que la idea se escape. Quizás un día enloquezca tanto que saldré con un lápiz a todas partes para anotar las cosas que se me ocurren. A veces enumero las ideas o cosas por hacer para no olvidarlas y cuando llego a mi casa las anoto. Por ejemplo, el lunes pasado salí a trotar y apenas volví, dibujé un guion para un video de Nube. Después ocurre que las ideas no son tan buenas como parecían, o ya las habías pensado un montón de veces…
Hace unos días, el Mono Silva me hizo un test que arrojó que mi perfil de persona no admitía el ocio, algo que resulta extraño para la gente. Tienden a preguntarme: “Pucha, ¿y dedicas tiempo para ti?”. También me entregan los típicos consejos tales como: “Tienes que darte tiempo para ti”, “No te estreses tanto que te vas a enfermar” o “Cuídate, descansa”. Sin embargo, no sé qué hacer. Por ejemplo, dormir no me apasiona como a otras personas, es decir, intento dormir 7 u 8 horas porque es saludable, pero nunca tomo siestas. Cuando me acuesto pienso que es una sensación placentera, pero, por otra parte, me despierto súper energética. Usualmente programo el despertador 15 minutos antes de la hora que debo levantarme. Quizás la etapa de tránsito entre el sueño y la vigilia podría considerarse un momento de ocio porque es un tiempo que me concedo.
El ocio está asociado con la playa y el mar, particularmente con el camping de Playa Blanca. En ese momento puedo estar sin hacer nada, cuando te tiras en la arena caliente y la ola hace algo por ti. No ocurre en el lago ni en la montaña, pero pasa cuando oyes el sonido del mar. Ahí me puedo quedar pegada. Las sensaciones de la ciudad son distintas, aunque no necesariamente significa que son negativas. Por ejemplo, me encanta moverme en bicicleta, pero no la idea de subir el cerro y andar transpirando con las piernas calientes. Me gusta moverme en bicicleta, me siento feliz mientras escucho música. Sin embargo, me cuesta hacerlo, principalmente por el tiempo. También me encanta ir al cine, es lo máximo. Si fuera más talentosa me hubiese gustado hacer cine en lugar de hacer arte. A veces prefiero ir a ver películas que exposiciones, pero me parece que hay que ser brillante para plantear todas las variables que se ponen en escena. El cine me deja rumiando y reflexionando, por eso me gusta.
Tomar café en el taller es similar a andar en bicicleta o ir al cine. La mayoría de los artistas que compartimos taller nos tomamos los viernes para trabajar allí. En las mañanas generalmente trabajo, me dedico a cortar, pegar, coser y dibujar, pero el resto del día consiste en compartir café y conversar tonteras. Me fascina comer y tomar mientras se comparte una conversación, el problema es que finalmente los temas que se hablan están vinculados con el arte. En este barrio te encuentras con un montón de gente. No falta la persona que te dice: “¡Qué bueno que te veo! Me acordé de ti porque quería escribirte” y se arma otra cosa. De hecho, el primer insumo para la bitácora ocurrió en estas circunstancias pues coincidí con Mariana, una diseñadora, en un café cercano.
Una de las actividades que realizo frecuentemente es trotar en la mañana o en la noche, dependiendo del tiempo que poseo. Me gusta trotar porque entro en un estado de trance que devela los saberes y los haceres de mi cotidianidad. Cuando salgo voy totalmente desatendida: cruzo las calles confiando en que no me van a atropellar. Sin embargo, no es un movimiento puramente intuitivo pues sé de memoria mi trayecto usual por Vespucio. Muchas personas dicen que practican un deporte para liberar tensión, pero si me preguntan a mí hasta cuando estoy trotando, pienso. Antes hacía yoga, que producía el mismo efecto que trotar, hasta que decidí dejarlo porque tenía demasiadas cosas que hacer. Era un sinsentido pues la sensación agradable que sentía después de salir de la práctica no duraba nada, tenía que partir corriendo a buscar a Elena al colegio. Las mañanas se acortan si debes ir a buscar a tus hijos; los jardines infantiles tienen jornadas enanas, que se extienden un poco más cuando entran al colegio. Este tiempo que ganas lo aprecias porque la tarde tienes que repartirla entre el trabajo y los niños.
Cuando me hablan sobre la inactividad, me pregunto: “¿Qué será? ¿A qué se refieren? ¿A quedarse sentado?”. No sé cómo estar haciendo nada. Posiblemente se relaciona con la crianza y el desarrollo de la culpa porque veías a tu abuela hacía muchas cosas, o estaba tu papá que los sábados en la mañana tomaba las herramientas que tenía en un panel súper lindo y veía las cosas que estaban malas en la casa para arreglarlas.
Actualmente la sociedad necesita el ocio y me parece absurdo ya que deja de ser natural y se transforma en una imposición. Estamos llenos de mensajes que dicen que hay que descansar porque es importante para la salud, que debemos dormir una cierta cantidad de horas por los mismos motivos. En otras palabras, tienes que tener tiempo de ocio para ser normal y no sé si es correcto.
Hace poco participé en un ciclo de charlas que se llama “Desde mi Lab”, organizado por el Centro de Innovación de la Universidad Católica, en el que invitan a personas de la universidad para contar las cocinerías, es decir, los procesos creativos. En mi presentación utilicé dos pantallas, una para mostrar mis obras y otra para retratar sus procesos, mientras relataba mi rutina cotidiana. Cuando terminé, se acercó una niña que estaba a cargo del área de innovación de una empresa. Me contó que intentaba generar ambientes parecidos a los de las oficinas de Facebook o Google, donde todo está mezclado: hay mesas de ping pong, talleres de serigrafía al costado de los computadores y puffs. En el fondo, en Silicon Valley tratan de imitar la vida del artista que no delimita con claridad la separación de espacios o actividades. El pensamiento divergente estimula porque estás conversando relajado y haces sinapsis, te conecta con algo. Es un fenómeno que no ocurre con la compartimentación. Esta niña que se acercó a hablar conmigo, me decía que su jefe la retaba porque ella quería instalar un café en la oficina, pero su jefe la reprendía pues consideraba que era una pérdida de tiempo. En Chile la productividad está encasillada, es mal visto si te tomas un café o empleas más tiempo del previsto para el almuerzo. Finalmente, se crea la necesidad del ocio para las personas porque las distracciones no están permitidas.
El modelo de vida del artista debería pensarse como un referente en el campo de la innovación. Me parece que los artistas debemos dejar de hablar ente nosotros y hablar con otros. Nuestra forma de trabajo es estimulante para las personas que se desempeñan en el campo de la innovación. Si ves los espacios de innovación de la Universidad Católica o edificios que tienen los mismos objetivos, te das cuenta que hay una similitud con el taller de un artista pues son espacios abiertos y sin divisiones. La única diferencia es que son asépticos y con horarios fijos.
Generalmente, no me enfermo, he sido muy saludable. La última vez que me sentí pésimo fue por una amigdalitis que tuve cuando la Elena era chica. Sin embargo, hay tema con la enfermedad. Mi mamá murió de cáncer. Si me duele un dedo, siempre pienso que tengo algo terminal.
Las vacaciones decamping en Playa Blanca son necesarias. Me encantan porque amanezco con los pies en la arena y estoy así todo el día. Por otra parte, cuando vacacionamos con Manuel es genial ya que visitamos ciudades, un panorama que significa caminar, ir a museos, andar en bicicleta, mirar, conversar, entre otras actividades. Si no tomo vacaciones de este tipo, trato de irme con libros, cuadernos y dibujos. Es difícil poner la mente en blanco.
Los fines de semana durante las mañanas me dedico a leer o dibujar, pero intento que no sea tan parecido al trabajo para no ser demasiado nerd. En las tardes, almuerzo y tomo un traguito con la mente más desconectada. Me siento en la cocina a dibujar y soy feliz. Normalmente un descanso para alguien podría ser tomar clases de arte cuando, en realidad, yo trabajo en eso. Por otra parte, no me gustan los feriados porque la semana se acorta, tengo la sensación de que debo hacer más cosas y finalmente no las termino. De todas formas, los disfruto.
Siempre me encantó la idea de que mis hijos se sumaran a mi vida. Cuando éramos chicos mi papá tenía que hacer visitas de obras a las construcciones los sábados y, como no tenía con quien dejarnos porque no teníamos mamá, nos subía al auto y nos llevaba. Era parte de mi vida. Actualmente, una porción significativa de mi trabajo guarda relación con mis observaciones de las obras de construcción como el hormigón, la materialidad, lo concreto y los procesos, que van desde el primer trazado hasta el término de la estructura. Pese a que estaba obligado a llevarnos, fue una buena escuela para mí. Por otro lado, mi abuela se encargaba de la crianza durante la semana y gracias a ella me acerqué a la cocina. Tal como me sucedió, me gusta que mis hijos me acompañen y miren, pese a que el celular los distraiga mucho. Me rendí con controlar el uso del celular, así que me consuelo con que algo les quedará de lo que vivieron conmigo. También están involucrados porque mi casa es un espacio de trabajo, me gusta mantener las puertas y las ventanas abiertas para que entre y salga gente.
Ser artista es una fortuna porque nunca te jubilarás de este quehacer y esta idea me parece maravillosa. Sin embargo, también es un infortunio ya que seguramente seré muy pobre. No había reparado en la jubilación hasta que hablé hace poco con mi cuñada que trabaja en finanzas al igual que mi hermano. Ellos estaban pensando cómo iban a ocupar sus tiempos después de jubilarse y recién tienen 35 años. Al menos les faltan 25 años para retirarse si consideras que la edad de jubilación es 60 o 65 años. Además, la gente vive hasta los 90 años. Mi abuela tiene 95 años y está muy bien. El único problema es que el cuerpo sólo le permite caminar porque fue dueña de casa toda su vida; entonces, ahora sólo pasa los días. Si ella hubiese ocupado su vida en otras cosas quizás podría hacer otras cosas como tejer o leer perfectamente. Me parece que las personas de 85 años se mantienen jóvenes y vitales, así que hay que aprovechar ese tiempo.
Soy artista visual, o algo así. Hago clases para tercer y cuarto año de la carrera de Artes Visuales de la Universidad de Chile. Imparto los ramos de taller, que son cursos terminales del pregrado que se vinculan con el desarrollo de obra. La lógica de trabajo en este espacio es más analítica que inductiva, ya que usualmente conversamos con los estudiantes acerca de lo que quieren hacer y cada uno construye campos referenciales propios. Los cursos son semestrales y, si bien tengo que hacer clases cuatro veces a la semana, no tengo que prepararlas porque no se trata de entregar contenidos. A veces tengo que revisar trabajos porque les pido textos, otras veces llego a mi casa y busco referencias que les puedan servir, pero esto último lo hacemos también en clases. Utilizamos un computador para descargar archivos o imágenes y buscamos y mostramos algunas referencias, todos saben algo que otro no sabe, entonces se trata de un trabajo colectivo.
El instrumento fue difícil, y me imagino que para mucha gente también, porque es una constricción impuesta desde el exterior. Usualmente trabajo con limitaciones autoimpuestas, pero la bitácora presentaba un modelo de observación que no me acomodaba. Por este motivo, me resistí a escribir durante la primera y la segunda semana hasta que finalmente en la tercera semana me dije: “Ya, tengo que hacerlo”. Sin embargo, inicialmente reemplacé este sistema, preguntándome qué temas eran relevantes. Luego tomé una hoja en blanco, escribí notas y más tarde traspasé esta información a la libreta. No funcionó del todo bien pues los apartados reflexivos no encajaban. Además, no tenía claridad sobre qué anotar porque normalmente estás lleno de actividades. Me cuestionaba si debía escribir las llamadas telefónicas que realizaba o cuando tomaba desayuno. Finalmente intenté anotar las cosas que sentía que eran relevantes. La semana que realicé el registro era semana santa, así que hay un día que mi única actividad fue dormir porque no había parado hace mucho y era una misión lograrlo. Traté de tomar el peso de las actividades que hacía a través de distintos criterios, como la cantidad de tiempo que utilicé o el grado de intensidad que implicaba.
En mi distribución del tiempo existen ciertos patrones. Una parte de la semana que registré estuve con mi hijo. Estoy separado y vivo con mi hijo Salvador semana por medio, aunque a veces ese patron se desordena. Por ejemplo, esa semana la partí con él, pero no la terminamos juntos, al igual que esta que pasó. Cuando mi hijo está en la casa mi mañana comienza temprano, a las 6 de la mañana. Aunque él tiene 16 años, lo llevo al colegio porque aprovecho el viaje para ir a la universidad. Un tiempo intentamos que se fuera solo, me levantaba con él, hacíamos el desayuno y después se iba, pero entonces me quedaba en una especie de limbo hasta que llegaba la hora de partir a la universidad. Usualmente, paso las mañanas completas en la U, haciendo clases o bien en reuniones. Cuando es la hora de almuerzo, a veces como en la universidad y otras veces en mi casa, pero independientemente de esto siempre paso a mi casa entre las 3 y las 5 de la tarde e intento no hacer nada. Este es un patrón constante que, pese a ser un tiempo para no hacer nada, muchas veces me permite empezar cosas e incluye pequeñas actividades. Por ejemplo, significa empezar a leer libros, algo que siempre estoy realizando.
Hace algunos años comencé a bajar mi ritmo de trabajo lo que, entre otras cosas, significó dejar las actividades de la universidad para las mañanas y bloquear las tardes. Este tema es importante porque, en mi caso, la riqueza se traduce en la cantidad de tiempo que tienes para hacer lo que quieres o para hacer nada, si es lo que deseas. Para mi la riqueza no se vincula con el dinero sino con el tiempo. Entonces este periodo libre que sigue después de almuerzo puede contemplar muchas horas, pero no menos de una, eso no es negociable. Hay ocasiones que paso de largo sin ningún problema, es decir, leo sin percatarme que son las 7 de la tarde y que no hice nada. A veces sigo leyendo o hago otra cosa.
Cuando digo “hacer algo” me refiero a participar de un montón de cosas de las que uno podría mantenerse alejado, como involucrarme en instancias académicas o políticas en la Universidad o colaborar en el colegio de Salvador, siendo parte de comisiones o directivas. Actualmente estoy jugando tenis tres días de la semana, lo que significa “hacer algo” porque hay un horario. “Hacer algo” también es ir al cine con mi hijo o almorzar juntos, que es completamente distinto a comer solo. Nosotros comemos viendo series de televisión que ambos seguimos. Yo no lo hago estando solo, pero es distinto cuando estamos juntos. Me parece que “hacer nada” es una zona gris que se define, en parte, cuando estás solo.
Ahora bien, en términos de trabajo, mi vida es súper distinta. Antes había más trabajo físico y una dedicación más fuerte y concentrada en el taller. Además, me costaba generar una distancia de mi producción: hacía una cosa tras otra, no me detenía, pasaba mucho tiempo en talleres con más gente que opinaba sobre mi obra y que terminaba por influenciarla. Fue un periodo creativo e intelectual muy efervescente, pero todo venía desde afuera, de otros lugares. En el transcurso de los años gané una distancia reflexiva que permite observar un poco mejor mi propio trabajo. Normalmente no cuesta nada mirar el trabajo de otras personas, pero realizar este ejercicio con tus obras es difícil y todavía lo es para mí. No obstante, es una cuestión que educas a medida que tomas distancia de tu producción. Ahora intento ser más selectivo con lo que hago, trabajando en lo que siento que vale la pena.
Hace años, acceder a todo tipo de tecnologías era complejo, tanto en el trabajo como en la vida cotidiana. Ahora el día a día está inundado de estas herramientas que dificultan la separación entre trabajo y ocio. Cuando estás haciendo una clase, los estudiantes están permanentemente revisando sus telefonos, revisando el flujo de mensajes, mientras que por otro lado, uno mismo busca ejemplos en YouTube para mostrarles y terminas encontrando material que te interesa y que dejas marcado para revisarlo después. Algunas veces estoy en mi casa viendo un tutorial en YouTube de cómo pasar a Beta un archivo que venía en otro formato y aparece un video sobre tenis debido a que antes vi otros. Los algoritmos de la web poseen esa maldita capacidad de percibirte. El problema es que la programación que te ofrece finalmente es homogénea y te muestra videos que son parecidos a los que viste. Las ocasiones que ha sucedido, le pido a mi hijo que lo resetee para que exista algo de sorpresa.
Mi trabajo no tiene un estilo pues no tengo una forma de hacer las cosas. Últimamente ha habido mucho trabajo con programación, es decir, con objetos que están programados. Usando arduinos, por ejemplo. Es un tema presente, transversal y tecnológico que yo no domino y me tienen que ayudar para hacerlo. La programación se siente familiar en el sentido de que está presente en todas partes; todo es programable. Al mismo tiempo, desde la década de 1990 he experimentado con otros elementos, tales como motores o sensores infrarrojos o sistemas mecánicos, ahí me las arreglo mas o menos solo. Siempre existió la curiosidad por ocupar extensiones domésticas más que tecnología, artefactos que están en el mundo y a disposición de las personas. Hace unos días estaba en Sodimac y me quedé observando un portón automático. ¡Qué interesante el motor que tenía! No me interesó porque podría hacer algo con él, sino que me quedé mirando porque se movía lento, no era histérico y me dio la impresión de que poseía un rasgo humanizado. Me quedó dando vueltas. No estoy seguro si haré algo con esta idea, pero es una observación que detona otras. Actualmente la tecnología te reconoce, dialoga contigo de varias formas y uno tiene a mirar las cosas de una forma distinta.
Mi trabajo personal consiste en gran parte en no hacer nada, en resistir los impulsos de hacer. Generalmente trabajo en mi casa y me dedico a leer más que nada literatura y un poco de teoría. Reviso material sobre técnicas o cosas que registré, fotografié, anoté. Ahora estoy en un proyecto que involucra fotografía, así que navego por internet para ver el tipo de lente que necesito o cómo debo manejarlo. En el fondo, permanezco en este lugar hasta que llega un momento en que las cosas que he estado pensado y observando entran en un estado de simbiosis –por decirlo de alguna manera- y entonces parto al taller a trabajar. Está dinámica de trabajo puede significar uno o dos meses, incluso uno o dos años sin visitar el taller debido a que las cosas no han terminado de emerger ni han comenzado a conectarse. También hay periodos muy intensos como, por ejemplo, desde agosto del 2016 hasta noviembre del 2017, que no paré. Además, fue producir constantemente porque tenía una muestra grande en el Museo de Arte Contemporáneo. Había cosas que venían materializándose desde hace tiempo y que, al desarrollarlas en ese periodo, llevó a que aparecieran cosas nuevas. No me gusta mucho que se detonen nuevos elementos en el taller pues siento que me desvían; prefiero que surjan de una observación del cotidiano. Cuando invento cosas en el taller a partir de un accidente que generó algo extraordinario me parece que es artificial. Necesito una observación que provenga de la realidad. El taller es un lugar de ejecución de algo que ya viene cociendose hace rato, sin omitir que existen varias cosas efectivamente suceden en el taller. Uno desarrolla el lenguaje de una pieza, experimenta con distintos materiales y, ciertamente, si uno sabe exactamente lo que realizará, me parece que es mejor no hacerlo porque habrá ninguna sorpresa, ningún entendimiento.
El lugar del trabajo en la vida de los artistas es más central que en otras profesiones u oficios. Quizás podría hacer una diferencia entre las actividades que realizo para ganarme la vida —como la docencia— y mi trabajo propiamente tal, que es ser artista —con el que no gano dinero, sino mas bien lo pierdo. Además, es un trabajo tan absurdo que cuando mi hijo me observa hacer estas cosas, me dice: “¿Por qué haces eso?”. En el fondo, casi le respondo que tiene razón, pero para mí es inevitable… es la única manera que poseo de estar en el mundo. No sé muy bien para qué es, sin embargo, tengo que dedicarle mi pensamiento, mis esfuerzos físicos —si son necesarios—, mi reflexividad, mi sensibilidad. Por otro lado, las clases me permiten financiar mi vida. No es un desagrado para mí, todo lo contrario, es como si fuera un hobby remunerado. No puedo dejar de hacerlo porque tengo un contrato, pero tampoco lo dejaría ya que me permite vivir en el mundo, estar en él –especialmente en la Chile, que es un ancla a tierra feroz.
Hubo una época que hacía clases cuatro o cinco días de la semana en tres universidades distintas. Tenía que movilizarme desde un lado a otro, lo que era súper tortuoso. No disponía de mi tiempo. Actualmente no siento que pierda el tiempo con la docencia. Ahora es una situación más controlada, ha cambiado mucho: puedo tener menos clases y me pagan mejor. El único aspecto negativo de este hobby es la burocracia. He tenido periodos intensos con este tipo de tareas, pero ahora estoy en uno más tranquilo. Fui coordinador de un programa de magíster por cinco años, que un trabajo administrativo y tedioso. Sé qué me tocará nuevamente en unos años más, esta labor u otra, no obstante, por ahora puedo decir que no. Mi trabajo es hacer obra, mientras que la docencia es una especie de hobby, uno que igual me tomo bastante en serio. Hay ocasiones que es enriquecedor y divertido, otras que es fome, pero es un medio para hacer mi trabajo.
Intenté no ser artista varias veces, aunque la verdad es que no pude imaginarme siendo otra cosa. Antes de entrar a artes, estudié ingeniería durante un año y me di cuenta que no podía ser ingeniero. Cuando me cambié de carrera a artes era un mundo desconocido y, con el paso del tiempo, me percaté que mis prejuicios eran todavía más infantiles de lo que esperaba. Me sentí cómodo porque me permitía ejercer mi individualidad a fondo. Ser artista no significa que tienes que ser de una manera, sino que justamente se trata de ser quien tú quieres. Cuando entiendes eso, se vuelve un espacio súper importante. No puedes llegar y dejarlo.
Por lo general, no estoy contento con mis resultados, me cuesta. Usualmente encuentro un “pero” en el proceso o en el final. En la muestra reciente había dos trabajos que debí eliminar. Al principio estaban ahí, funcionaban, sin embargo, una semana después no me gustó uno y hacia el término de la muestra noté otro. Hay cosas que para las personas pueden ser detalles, pero, por ejemplo, las fotos que acompañaban la manguera, una pieza súper linda, parecían otra obra. Fue fatal percatarme que sobraban, que no estaban conectadas. Me pregunté cómo no lo había entendido a tiempo. Además, la manguera es una pieza que me encanta y que tiene toda una historia: perteneció a la universidad por muchísimos años, con ella regaban los jardines de la facultad. Yo me apropié de ella , se las cambié por mangueras nuevas del Sodimac. Nadie se percataba de la historia inscrita en ese objeto.
Mi relación con mi trabajo se caracteriza por quedar contento con algunas obras y con otras no. Hago pocas cosas porque me cuesta creer en lo que estoy desarrollando, sobre todo porque trabajo a partir de observaciones que lindan con lo absurdo, con lo irracional. Si no logro creer en las cosas, no hago nada más y puedo pasar años sin producir. La verdad es que tuve problemas con esto hace tiempo atrás. Cuando era joven me preguntaba por qué no se me ocurría nada y sentía que estaba desorientado, sin embargo, ahora me relajé. Podría estar 3 años sin hacer obras y no sentir culpa alguna. De todas formas, mi forma de trabajo también deja cosas a medio camino que a veces me asaltan y me dicen: “Estoy aquí esperando”.
Mis tiempos de trabajo son distintos a los de un pintor pintor, que tiende a producir en un horario delimitado similar al de una oficina. Si preguntas a un pintor qué hará desde las 4 hasta las 7, te responderá que va a pintar y cuando preguntas qué va a pintar, dice: “No sé, voy a pintar”. En mi caso, no puedo ir al taller porque si; necesito ir a hacer algo específico. Mi vida es mucho más lenta y pausada durante mucho tiempo, pero llega un momento en que se revoluciona y ahí se comprime todo. No hago muchos proyectos tampoco, en general expongo súper poco. Mis últimas muestras individuales las realicé en 2017, 2014 y 2010. En el periodo de tiempo entre mis dos últimas muestras, tuve alrededor de cinco exposiciones colectivas. No tengo apuro, me hace mas sentido trabajar así.
No tengo un sistema de registro específico para recordar las cosas pendientes o desarrollar las obras. Un amigo pintor tiene cuadernos desde 1978 hasta ahora. Tiene todos los cuadernos, igualitos, en un orden perfecto. En mi caso, anoto en papeles sueltos y tengo alrededor de diez blocks a medio empezar. Mi sistema es un desastre porque, en el fondo, no es un sistema. Las compras del supermercado las anoto al costado de un dibujo y al final de año recorto ese pedazo para pegarlo en el siguiente block. Hay dibujos que incluso pasan desde un block a otro a través de los años. Generalmente llevo conmigo tres o cuatro libretas y ninguna está completa. Soy más ordenado con mis escritos que con mis dibujos: de hecho, realizo más la primera actividad que la segunda. Los textos están guardados en el computador, quizás este es el motivo de que no sea un desastre. Los archivos suelen estar disponibles entonces es más fácil trabajar.
Escribo sobre distintas cosas con el objetivo de ampliar el campo de trabajo, de reflexionar sobre él. Hay textos que buscan comprender una observación, una situación, otros que sólo describen cosas. Estos últimos son útiles porque en el lenguaje de la caracterización encuentras variables, especifidades, enfasis. A modo de ejemplo de mi ejercicio de escritura, hace ya varios años hice un texto para un catálogo que consiste en una auto-entrevista, es decir, donde asumí tanto el papel de entrevistador como el de entrevistado. En esa oportunidad me percaté que, mas allá de la dificultad de toda respuesta, la pregunta era siempre lo más relevante, es la pregunta la que delimita el territorio. Hago ejercicios asi, pero a veces esos ejercicios se vuelven también súper complejos y no van hacia ningún lado.
Nunca publico esos textos, son solo material de un proceso, no obstante, he usado otros escritos como material de obra. En mi muestra reciente, junto a las piezas de ladrillo, había un texto que es tan importante como la parte física de la obra. Los ladrillos estaban ubicados en una vitrina museográfica que los enfriaba, los trasladaba a un estado de casi hibernación museal. El texto ayudaba a cambiar la temperatura, a devolverlos al mundo, por eso resulta tan preciso. La redacción del texto duró un mes aproximadamente; la recolección de piedras tomó mucho menos tiempo, menos de dos semanas. Pensé y pesé cada palabra para construir ese párrafo que finalmente es material de la obra, es la obra, quizás mucho más que los ladrillos.
Desde 1995 hasta 2010 hice muchas cosas y me invitaban a varias partes. Una de esas experiencias fue la Bienal de São Paulo, que para cualquier artista es una instancia importante. Sin embargo, conocer la Bienal como participante fue una de las más grandes decepciones que he vivido, básicamente porque me percaté que el mercado está involucrado en todo. No importa si es una bienal alternativa o una bienal establecida pues el mercado va a estar, incluso si no es visible a primera vista, a través de las decisiones de los curadores y la manera en que orquestan el montaje. Las galerías tienen una influencia muy potente en la elección de los artistas, y se ejerce una presión constante por la mayor visibilidad. Tuve el infortunio de presenciar una carnicería en la repartición de los espacios, donde los artistas que no contaban con poder, que no traían una maquina de relaciones consigo, terminaban en la periferia, en los pasillos, incluso en las rampas. Fue fuerte.
Nunca he sido una persona con ambiciones, en el sentido positivo de la palabra, así que después de la Bienal de São Paulo me retraje de ese mundo. Disminuí mi nivel de producción y, en algún sentido, dejé de creer en la carrera del artista. Este hito fue relevante porque me entregó una libertad que no sabía que era posible hasta ese momento. Después estuve en una exposición en Finlandia donde había varios pesos pesados. Estaban Cildo Mereilles, Santiago Sierra, Damian Ortega, entre otros artistas relevantes y un curador de la Bienal de Taiwán que visitaba la muestra. Después de la inauguración fuimos todos a comer y noté que todos los artistas se conocían, quedé sorprendido. Se preguntaban unos a otros si irían a la Bienal de París o se encontrarían en la de Estambul. Ahí te percatas que es como un club de toby, que todos se conocen y despliegan redes todo el tiempo. En el mundo del arte hay una enorme presión que decidí rechazar hace tiempo, porque no quería vivir así. Estas prácticas existen en Chile, pero es un poco ridículo porque no hay un mercado formalizado, excepto el familiar. En una inauguración compra el tío y el primo, dos coleccionistas y se acabó, no vuelves a vender por un año.
Yo creo que la única vía para hacer una carrera de artista es ir al extranjero. Conversamos este tema con una amiga que estuvo durante mucho tiempo en Berlín, y me contaba que ella podía vivir de su obra porque la clase media de allá es coleccionista, lo que implicaba que existía un mayor poder adquisitivo, pero también otra manera de valorar las obras. Allá no vendías una obra a 20.000 dólares, sino que vendes cinco obras en dos meses y cada una por 2.000 dólares. Entonces podía vivir de lo que hacía. Acá en cambio, un estudiante que está recién saliendo de artes en la Universidad Católica quiere vender un dibujo a 10.000 dólares y eso es irreal. Hay mucha desinformación y confusión sobre cómo funciona el mercado en el contexto actual.
Para mi el éxito significa haber producido cosas que no debieron ser producidas, cosas que debiesen haber sido imposibles. ¿Conoces la camioneta con el árbol? Estaba trabajando la idea de cómo habitamos en el mundo y, en este caso, tenía que ver con los estereotipos que poseemos sobre una vida mejor: que todo pasado fue mejor; que la relación idílica con la naturaleza; que la idea de cultivar nuestras propias hortalizas; entre otros. Entonces, en un ejercicio de parodia e ironía, hice colisionar estos elementos en un proyecto donde agarré una volkswagen kleinbus antigua, la restauré con personas que se dedican a este oficio, le corté el techo, planté un árbol y un huerto en su interior, y salí a viajar en esta camioneta. Presenté este proyecto a FONDART cuando quedaban dos días y lo gané, ignoro por qué. Era una obra que no debía ser, una especie de premisa absurda, insensata, pero aún asi terminó convirtiendose en algo casi sublime.
Hay cosas que me conquistan, me sobrepasan y me sorprenden, cosas que van más allá de las expectativas que tenía inicialmente. Estas obras consisten son el pago de todo lo que dedicas al trabajo. Sin embargo, existen piezas que sabías de antemano dónde iban a terminar y piensas que ojalá las hubieras quemado. Aquellas son las experiencias más cercanas al fracaso.
Hay piezas que muestran sus límites incluso antes de terminarlas y otras que no. Entre las obras que estaban en la muestra, las personas alucinaban particularmente con dos piezas que a mí no me parecían tan buenas, quizás porque no me sorprendieron tanto. Resultaron más predecibles o surgían de ideas ambiciosas que no fueron logradas. De todas formas, algunas veces este distanciamiento es una herramienta positiva pues me planteo metas que son completamente idiotas e irrealizables que desencadenan todo tipo de delirios y reflexiones. Por ejemplo, si se me ocurre hacer conversar dos frascos pienso: “¿De qué los haré hablar?”. Ahí reflexiono acerca de lo relevante que es hablar y empiezo a cargar el trabajo en alguna dirección. En ningún caso voy a llegar a hacer lo que visualicé al inicio, pero ese marco restrictivo permite que supere los límites originales que podría haber tenido. Es una buena estrategia ponerse metas absurdas y quedar corto no más.
La materialidad de los trabajos es terrible porque debes guardarlos. Mientras estás trabajando en ellos o mostrando las obras es genial, pero luego tienes que hacerte cargo y tengo una cantidad infame de cosas que no sé dónde dejar. Más allá de este tema, también se hace presente una condición material a través de la forma en que me aproximo a las cosas, que nunca es la misma. La manguera, por ejemplo, la hallé caminando por la universidad y los doscientos parches que tenía me parecían una metáfora de la educación en Chile. Es una condición material extremadamente rica. En la medida que los procesos materiales se desenvuelven, además se enriquecen reflexiva o poéticamente. Otras veces debo realizar pruebas materiales o construir un plinto que son condiciones materiales, pero más aburridas.
Es difícil delimitar el ocio porque, por ejemplo, a veces no quiero hacer nada, pero es completamente distinto a querer estar solo. Hay ocasiones en que sólo busco desconectarme y ver televisión, aunque hay otros momentos que veo televisión por un programa particular. Creo que el ocio se asocia con hacer una actividad paralela, es un hacer volitivo.
Creo que el ocio es una categoría activa. Cuando las personas se desconectan y no hacen nada es otro estado, se podría decir que vegetativo, mientras que las actividades de ocio las realizas cuando estás con energía y se definen porque no te sirven para nada o te llevan hacia otro lado. En mi caso, jugar tenis no es ocio porque últimamente se relaciona con hacer que mi cuerpo entre en un estado más afinado. Antes de entrar a la universidad jugaba mucho e iba a campeonatos. Retomé el tenis desde que llevé a mi hijo a clases el año pasado. Comencé poco a poco y, aunque mi hijo se fue, yo continué. De todas formas, no volví a practicarlo sólo porque mi cuerpo lo necesitaba, pues si fuera así podría ir al gimnasio y relacionarme con una máquina, pero me da lata. Además, soy bastante flojo con los deportes: el tenis es el único que he hecho y el único que haré. También pesco en kayak, un tipo de pesca súper específico de pesca que hago poco ya que solo lo puedo hacer en verano. No calificaría esto en el plano del ocio porque tiene que ver con estar conectado a algo vital, como la velocidad del remo, su lentitud.
De todas formas, no sé realmente qué calificaría como ocio. A veces veo cosas que realmente no me interesan por televisión para rellenar tiempo, esperando entre dos momentos. No hago shopping ni actividades similares. Realizo más cosas en la televisión o en el computador. Leer tampoco es ocio. Cuando ves la bitácora, notas que la mayoría del tiempo estoy solo, excepto un día que estuve con Salvador y otro que era una fiesta de cumpleaños. No sé si es ocio porque tiene que ver con afectos. Les puedo decir todas estas cosas, pero cuando estoy involucrado en mis cosas no diferencio, entro y salgo de todos los estados sin establecer distinciones.
Este concepto usualmente se asocia al vicio, tiene una carga cultural súper potente. Aunque el ocio se piense como una actividad negativa de cierre al mundo, lo defiendo igualmente. Creo que estos momentos son tan necesarios como cualquier otro: a veces prefieres cerrarte o abrirte, quieres hacer algo o no quieres hacer nada. Y si no haces nada, ¿estás solo o duermes? ¿Cuál es la diferencia entre no hacer nada y meditar, por ejemplo? Yo opto por no hacer nada antes que meditar, porque esta última actividad requiere una disciplina tremenda y yo soy muy inquieto. Empiezo a leer y después de diez minutos me muevo a ver otra cosa, luego me pregunto hacia dónde iba y cuando recuerdo, vuelvo a buscarla. No termino nunca las cosas de una sola tirada, tengo que ir variando, conectando.
Detenerse es importante, aunque debe hacerse sin contenido. Es decir, no hay que parar para reflexionar sobre algo, sino que por el solo acto de parar. Intento detenerme varias veces al día sin una disciplina ni un horario específico para lograrlo. También me pasa lo contrario, en el sentido de que hay ocasiones que parto al taller a las 12 de la noche porque así estoy solo o me levanto temprano más o menos a las 5 de la mañana para tomar fotos con cierta luz. Éstas son excepciones que contribuyen a que mi esquema sea irregular. En este marco, las actividades más rutinarias son el almuerzo, entre la 1 y las 3 de la tarde, y las clases que inician a las 10 de la mañana, pero no tienen una hora de término definida. Sin embargo, mi vida es mucho más regular cuando está Salvador en la casa.
Uno es artista todo el día, pues estás pensando en tu obra constantemente. No sales a caminar para calmar un poco la mente, sino que vas caminando con el problema y te lo llevas nomás. Si no lo haces, aparece un problema nuevo o encuentras una observación que te lleva a maquinar cosas sin parar. He estado en un partido de tenis y en pleno desarrollo pienso idioteces cuando debería estar concentrado en la pelota que se acerca. Me imagino que existen oficios donde puedes separar estos pensamientos de trabajo de otros momentos, pero tengo la impresión de que los artistas somos malos para esto. En general, estamos el día completo dandole vueltas e incluso tenemos un nombre para esto, le llamamos: “la mirada del artista”. Todos vemos algo de una manera particular y lo perseguimos mientras miramos. No sabemos lo que es, pues aparece de distintas formas. Desde mi perspectiva, se trata de la mirada singular de cada artista. Por ejemplo, un pintor hiperrealista probablemente esté mirando cómo brillan los vasos en una fiesta. Hay otros que están pendientes de las cosas anómalas y preguntan: “Oye, qué rara esa cuestión, ¿de dónde la sacaste?”. En esta búsqueda permanente a través de la mirada, puedes ir caminando por la calle y si encuentras algo que llama tu atención, pero estás sin teléfono, vuelves a tomarle una foto. Antes de que los teléfonos incluyeran una cámara, andaba con una todo el tiempo en el cinturón.
En nuestro oficio es más difícil manejar y delimitar los tiempos. Mis padres eran empleados bancarios; salían a trabajar a las 8.00 de la mañana, volvían a las 6.00 y el trabajo terminaba allí. La casa y la oficina estaban totalmente separados o al menos esa era la impresión que me daba. En mi caso, dado que no paso mucho en el taller, también trabajo en mi casa, dejándola un caos en ciertas ocasiones. Empiezo a armar los trabajos en mi casa y cuando es un desastre, tomo las cosas para llevarlas a un taller donde ya no me caben más cosas.
Nunca he padecido una enfermedad que me inhabilite ni he vivido la experiencia a través de las personas que me rodean, por lo resulta difícil imaginar los efectos que tendría este estado sobre mi trabajo. La única experiencia que recuerdo ocurrió cuando estaba pequeño y me dio hepatitis; es el periodo de tiempo que más leí. Sin embargo, si eres niño tus padres administran tu vida, por lo que la historia sería distinta ahora. Hace dos años tuve un accidente en moto y me quebré la clavícula, pero nada cambió. Fue una cuestión menor. Lo único atroz es que usé un chaleco de neopreno durante dos meses.
Hace más de un año instauré practicar tenis los fines de semana en la mañana. A veces entro en conflicto con esta decisión porque, por ejemplo, quiero ir a Franklin que es una actividad que se relaciona mucho más con mi trabajo, pero finalmente no lo hago. Intento mantener esta disciplina. Por otra parte, mi vida se desenvuelve en una especie de feriado parcial todo el tiempo.
Las vacaciones suponen a veces una mezcla entre trabajo y ocio. En el verano siempre vamos al sur con Salvador e intentamos pescar. Sin embargo, el año pasado para la muestra tenía que planificar una foto que consistía en una oveja calzando unas botas, que es una figura conocida en el sur porque se dice que los gauchos en la Patagonia se pescan a las ovejas, que no tienen nada más. Para tener sexo con estos animales les ponen botas en las patas traseras con el propósito de que no se muevan. Yo pensaba que era una imagen política súper potente, así que parte de las vacaciones fue tratar de hacer esta foto. Salvador me acompañó a ir a hablar con un gaucho para que nos prestara una oveja y además nos ayudara a agarrarla para ponerle las botas. Parece simple, pero en realidad saltaba hacia todos lados cuando la tomabas. Estuvimos dedicados a esta tarea cinco de los quince días que planificamos para las vacaciones, y al final fue un fracaso porque no podíamos hacer la foto, la oveja se movía o se sacaba las botas y las veces que lo logramos el sol ya estaba en una posición terrible. Nunca pudimos hacerlo. El trabajo se involucra en las vacaciones, pero otras veces ni se aparece. De todas formas, siempre estoy abierto a que las cosas se permeen, no tengo ningún problema.
La paternidad tiene un montón de ramificaciones. En mi caso, se trata de la paternidad de un matrimonio separado, donde viví con Salvador hasta que tenía 5 años. Hoy está más grande, tiene 16 años, así que he recuperado cierta libertad sobre todo porque puedo dejarlo solo. Estudia solo, a veces cocina, lava los platos, es autosuficiente de muchas maneras. Lo voy a dejar al colegio en las mañanas, pero vuelve a la casa por su cuenta. No obstante, pese a estas libertades, la paternidad consiste en estar atento a lo que está pasando. El año pasado fui delegado de curso del colegio y debía estar involucrado en todas las actividades: la organización de la semana de no sé qué, la kermesse, el viaje a no sé dónde, la comida de no sé quién. Ese año fue terrible y sumamente intenso por la edad de Salvador y, además, por el magíster.
En general, intento integrar a Salvador de alguna manera a mis obras. Ha ayudado con los montajes, otras veces, con sus conocimientos computacionales. Cuando tengo que editar algo, él realiza una pre-edición. Durante el último par de años se desarrolló esta dinámica de prestarme ayuda. Salvador se volvió un punto de contacto, pese a que a veces considere que las cosas que realizo son una especie de gilipollada. Las formas de contactarte con tu hijo cambian en el transcurso del tiempo: al principio cantas canciones de cuna y después te dedicas a pasear con él y subir cerros. Ahora estamos pasando por un período más dificil, el está en la adolescencia, matando al padre, así que tampoco busca conversar conmigo y si quiero hablar con él considera que estoy invadiendo su espacio personal. Es complicado. El trabajo se convirtió en un pequeño espacio donde podemos compartir ciertas cosas. El me muestra cosas que ha visto en Pinterest o en la Web, y me dice: “Mira, esta cuestión se parece a lo que estabas haciendo”. No tengo expectativas de conectarme ampliamente con el mundo, pero siempre he pensado que hacerlo con mi hijo es esencial.
Los artistas no se retiran, a no ser que se suiciden. En mi caso, no me imagino haciendo nada todo el tiempo, así que pensar en la jubilación es difícil. Mi experiencia cercana con este proceso son mis padres que tienen ochenta y tantos años. Mi madre toma clases como loca y viaja harto, es seca. Hace cinco meses estaba en las pirámides mayas y ya está planeando irse a Croacia. Ella compra paquetes que incluyen el vuelo, el hotel y tours, pero no está interesada en los tours, hace sus propios planes. Por el contrario, mi padre prefiere permanecer en la casa y no hace nada más que leer. En este sentido, parece mucho más jubilado que ella, pero es su manera de disfrutar un mundo mas interno. Mi madre tomó el retiro como una oportunidad para vivir y hacer las cosas que no había podido hacer antes; mi padre simplemente bajó la velocidad. Así lo estoy haciendo yo, bajar las revoluciones va mejor con mi carácter.
La jubilación me parece extraña. Quizás me transforme en otra cosa, por ejemplo, me gustaría escribir ficción. Quizás también retome el trabajo con madera —que es súper bonito— con la diferencia de que cuando era más joven lo hacía de una manera más comercial, porque necesitaba sobrevivir. Confeccionaba muebles, pero no propiamente muebles como tales. Trabajaba en una agencia que realizaba infraestructura para publicidad, entonces nuestra labor consistía en hacer muebles para promoción de productos, ficticios, quioscos de cliente frecuente para el Apumanque, ese tipo de cosas. Teníamos que montar veinte muebles en tres días, por lo que teníamos que trabajar durante los días y montar en las noches. Era un ritmo fuerte. No obstante, aprendí un montón de mueblería plana, que es básica, pero fue una gran escuela. Me gustaría trabajar con madera sólida, hacer algunos muebles, ensambles, quizás hasta carpintería japonesa. A modo de resumen, visualizo un plan lejano de jubilación entre la carpintería y la literatura, posiblemente a la edad de mi padre.
“Prototipo para una vida mejor”
Mi nombre es Gimena Castellón, soy artista visual y diseñadora. Trabajo de docente; imparto clases de arte, pintura, trabajos manuales y construcción de juguetes para niños de 6 a 8 años en la Alianza Francesa. También diseño para la editorial de mi pareja. Por último, soy profesora de yoga, hago clases en mi casa y a domicilio. Actualmente preparo mi trabajo para una residencia.
En el proceso de llenar la bitácora, cuando intentaba sintetizar mi día, quedaba la estructura laboral, asociada al rédito económico, y se drenaban las cosas intangibles que se relacionan con el quehacer artístico como los momentos de reflexión, la investigación en internet, las charlas acerca de un tema que me interesa. Ese conjunto de cosas no las pude volcar en la bitácora, porque me parece que el cuadernillo tenía poco espacio.
Además, el día está tan atomizado que me parece difícil que esos elementos ingresen en la estructura que se propone. Si las actividades se registraran en un audio al final del día, uno no se editaría ni limitaría tanto, que es lo que me ocurrió a mí. Intenté cumplir con el término “trabajo” y resultó que mi propia mentalidad editó como “no trabajo” lo que era mi hacer artístico, que consiste en mucho trabajo sin materia. Así, llegaba al final de la semana y decía: “¿Qué hice?”. En realidad, hice un montón de cosas, pero fue difícil plasmarlas en el papel. Por ejemplo, encontré un texto que servía para mi investigación personal acerca de la primera bruja que fue juzgada, quien era una inmigrante en Salem. Este escrito me flechó porque apuntaba a cómo lo inmigrante se transforma en aquel “otro” a ser juzgado. Finalmente, ese pequeño tiempo hizo trabajar mi cabeza y disparó toda una máquina que no pude anotar en la bitácora, porque es un trabajo mental que realizo mientras lavo los platos, por ejemplo. Me pareció muy difícil transparentar mi trabajo real.
Pese a esta observación, la bitácora sirvió para desencadenar reflexiones tales como que no podemos ver bajo la noción de trabajo aquello que no tiene un resultado material o monetario. Nuestro pensamiento está tan estructurado que cuando debemos reflejar nuestra semana laboral el trabajo inmaterial queda afuera. Es la ausencia la que habla, aquello que no quedó escrito. Esta reflexión permite que durante la primera semana te percates de lo que hiciste mal y así durante la segunda semana logras justificar un poco mejor lo que haces, aunque no deja de ser complejo. Suena romántico lo que pienso, pero creo que una trabaja de docente o en otras labores por tiempos limitados, y es artista todo el día. Por ejemplo, mientras voy a comprar los materiales para mis alumnos de la Alianza Francesa, encuentro un papel que es muy bueno. Cuando estoy con mi hija pasa lo mismo; es inevitable. Entonces una no está escindida en ningún momento de la reflexión artística. Aparte, parece una adicción porque cuando me encuentro con colegas en un cumpleaños hablamos sobre cómo estamos y luego sobre convocatorias, muestras y exposiciones.
Hay tiempos reservados y privilegiados que empleo para investigar libremente. Me siento en la computadora para buscar información en lugar de leer un libro porque me atrae lo que puede resultar del azar. El tiempo del colectivo y de la micro lo uso un montón para el trabajo mental de conectar ideas. No leo libros durante esos trayectos porque siento que es un trabajo de otra índole, que direcciona la casualidad de colecciones que necesito. Cuando viajo en colectivo pinponeo y conecto mis ideas en la cabeza mientras escucho música, es un buen momento. Además, mis trayectos cotidianos son largos, duran una hora de ida y de vuelta. Los martes y los jueves viajo en micro entre 3 a 4 horas. Si no realizo este trabajo mental, utilizo mi teléfono que cumple una función similar a la del computador. Es una oficina ambulante, estoy trabajando todo el rato: respondo correos, busco información, entre otras cosas. Incluso puse en la bitácora que leía el tarot. Cuando utilizo el computador es porque me siento a diseñar o editar.
La estructura de mis tiempos hace 10 años era distinta, principalmente por la disponibilidad 24 horas que te provee la tecnología. El teléfono provee un conjunto de actividades que facilita que tengas una disponibilidad completa para el resto de las personas; el problema es que permite que pierdas mucho el foco y la concentración profunda por varias horas consecutivas. La artista mujer con IPhone es totalmente multitasking y recalco que “la artista mujer” porque el hombre se desentiende más del teléfono. Por estos motivos, le dedico menos al hacer, a materializar una idea porque cuando llega ese momento está súper trabajada. No hago bocetos o borro menos pues casi todo está en mi cabeza, debido a esos micro momentos que tengo en los que laburo la idea hasta que llega el momento de concretar. Ahora soy más efectiva.
También, la bitácora me ayudó para percatarme de que hago un montón de cosas sola. Cuando finalmente tengo un día libre, por ejemplo, mi pareja se va a jugar fútbol y mi hija se queda dormida, entonces se produce una soledad que pesa ocho veces más porque no me di cuenta que estuve toda la semana sola. A veces me viene un bajón y digo: “Estoy sola en Chile”, pero no dura mucho, sino hasta que mi hija despierta.
Ser artista es un trabajo de 24 horas: no está escindido de uno ni te deja en algún momento. En este sentido, tienes la mirada del artista, estás todo el tiempo laburando, escribes y tomas notas todo el tiempo. Este trabajo es energía vital para mí desde pequeña, ha sido así toda la vida. Cuando era niña jugaba a que era artista profesional hasta que un día no salí más del juego. Me cuesta pensar espacios que están fuera de mi trabajo de artista. La única excepción es cuando juego con mi hija, porque es un momento de relajo donde sueltas todo y si te manchas la cara con torta, está todo bien. Sin embargo, la maternidad es otro de los trabajos de 24 horas.
Yo necesito el trabajo debido a que me estructura y me gusta, me hace bien. En el periodo de posparto tenía miedo de volverme loca, pensaba: “¿Qué hago sin trabajo?”. Finalmente comencé a dar clases a los 15 días. Soy una persona que trabaja mucho, pero en cosas que me hacen feliz. No elijo el trabajo por dinero, por algo también soy artista. Recuerdo que mi pareja cuando me conoció decía: “Sos como Peter Pan”, pues creía que mi manera de elegir los trabajos según la felicidad que me producían, era infantil. Pienso que si tienes la opción de hacerte la vida linda, haz que sea un juego. Mi forma de ser artista todo el tiempo la vuelco a las otras dimensiones de mi vida. ¿Por qué hay que sufrir la vida del trabajo? Sufrí un trabajo que desempeñé en una editorial muchos años y renuncié por ese motivo. Nunca más volví a elegir ese trabajo.
Tuve trabajos que no estaban vinculados al arte, pero siempre los pensé para el arte, te permiten ser artista. El más extraño lo tuve en un call center a los 18, 19 años. De todas formas, encontraba que tenía una cosa divertida porque uno lo ve y piensa: “Estoy dentro de una película, trabajo 4 horas aquí”. Te cuentas una historia y la usas como una herramienta para poder atravesar el sopor kafkiano de estar metido en un lugar cerrado haciendo lo mismo todos los días. Más tarde, cuando hice mi posgrado de arte debía escribir un libro de artista: mientras veía que mis amigos llegaban con unos libros increíbles, yo trabajaba en la editorial todo el tiempo. Les llevé mi agenda a la que titulé “Libro de artista para una artista que tiene que trabajar en otra cosa para ser artista” y, en el fondo, fue genial porque también dejaba una dimensión artista a través de las notas, los colores, los rayados y las flechas para organizarme. Estaba bueno. No obstante, los otros trabajos sirven para que pueda tener tiempo de artista, es decir, podría entrar a una editorial o a un diario como diseñadora, tener un horario de 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde, pero se acaba mi vida como artista. Por este motivo, mis otras actividades laborales siempre son para poder ser artista.
Hubo un momento de mi vida en que pensé con la cabeza lo que debía hacer. Llegué desde Bahía Blanca, mi ciudad de origen, a Buenos Aires el 2001, en calidad de estudiante esperanzada que iba a estudiar Letras. Yo empecé en el arte escribiendo, era escritora. Este año ocurrió la crisis económica argentina, una de las más graves después de la que se vive ahora. La situación era muy dura, todos estaban desesperados, era joven, tenía a mi hermano más pequeño conmigo, mis padres estaban separados, en fin, un momento de colapso. Ahí pensé: “Bueno, todo bien con el arte, pero hasta acá. Tengo que laburar porque no da para más”. Repartí currículums y quedé enseguida en un local de ropa. Esa misma noche imprimí un libro en mi casa, algo que no podía hacer por las mismas dificultades económicas. En este contexto, aparecieron otros materiales y objetos que me llevaron a las artes visuales y que desplazaron ese lugar que tenían las letras antes. Las artes visuales surgieron como un residuo de esa vida difícil en plena crisis económica del país. No tenía nada, no había para comer ni entretenerse, pero estaba esta impresora que mi papá nos había mandado y que rompí para que entraran hojas de otros tamaños y elaborar estos libros. Ahí decidí estudiar diseño porque, pese a que el arte estaba bien y contaba con las herramientas estéticas para ello, necesitaba mantenernos a mi hermano y a mí. Así que estudié, me recibí y comencé a trabajar en la editorial, pero paralelamente formé parte del “Proyecto Venus” que fue súper importante. En el posgrado de artes que estudié después revisamos este caso. Esa fue la manera que una manga de locos encontramos para sobrevivir en medio de una crisis tremenda, un momento de emergencia. Cuando mi hermano estaba viviendo su vida y yo había logrado estabilidad, dije: “Hasta acá llegaste, diseño”. Renuncié a la editorial, comencé a trabajar freelance, solté todo y me dediqué completamente al arte. A diferencia de otros artistas, mi carrera se inició tarde, debido a la pausa que hice por la crisis económica grave de mi país.
La herramienta para sobrevivir fue esa creatividad; las decisiones que tomé para poder avanzar, crecer, establecerme y mantener a mi hermano. Todos estos elementos conformaron una metodología de vida que está en mi obra y que me convirtió en artista: una política y una economía con los materiales, la administración del tiempo, el esfuerzo, no perder la alegría por lo que estás haciendo en ningún momento.
Al principio de mi carrera artística siempre hubo una línea económica necesaria porque no podría permitirme gastar mucho. No iba a pintar con óleo ya que el bolsillo no daba para eso, así que empecé por el dibujo, porque hay un lápiz en todos lados. El dibujo para mí era una rebelión económica, un modo de decir: “Voy a ser artista, aunque sólo tenga esto”. En todos mis trabajos se mantiene esa economía de los materiales, esas elecciones nunca se van. En algún punto me captaron unas galerías y mi obra comenzó a venderse un montón, pero sentí que traicionaba algo. Me dejaba presionar por la venta y hacía cosas casi decorativas con buena una salida comercial. Vender es bueno, el problema es que mataba ese relato que mencioné antes, hacía piezas sueltas y creaba huérfanos todo el tiempo. Mis obras son sistemas: así como un libro tiene varias partes, si vas a contar una historia necesitaba que estuvieran todos los actores. Finalmente corté con esa línea porque me percaté que había automatizado una fórmula y hacía cosas sueltas que ya no sentía. Actualmente trabajo con galerías, pero no con esa obra.
En general, trabajo con pequeñas historias -propias o ajenas- que se potencian. Por eso, pienso que una obra está bien cuando logré que contara algo. En comparación a otros trabajos que buscan constituirse como un objeto artístico hermético, persigo el desarrollo de una historia que yo relato o que otros cuentan al espectador. Yo pongo un micrófono en la obra para que viva, es una propuesta relacional.
Todos los artistas somos narcisistas que buscamos reparar algo interno que está o no está observado, valorado, lastimado, lo que sea, hay distintos grados. Todos los artistas buscamos ser mirados y cuando sucede, sientes que lograste algo. Ahora, cuando te miran bien porque también uno asoma la cabeza y vienen las críticas negativas. Cuando recibí una crítica negativa fue tremendo porque provino de un crítico súper conocido que opinó sobre una muestra mía que era pequeña, así que me mató de entrada. Aprendí un montón de esta experiencia pues tomé responsabilidad de lo que comunica mi trabajo y tomé consciencia de hasta dónde llega uno con lo que hace, cómo alcanza a personas inesperadas. Si la crítica hubiese sido positiva, no habría ocurrido este aprendizaje posiblemente, aunque lo bueno siempre es genial, te alimenta, te sana, te sientes valorado. Es una contraprestación y un reconocimiento. Las dimensiones no monetarias de tu obra justamente provienen de ahí, sientes que todo el esfuerzo que realizas funciona.
No me importa lo que dice la crítica. Este caso me pegó porque estaba recién asomándome como artista y este crítico me mató de forma pública; es un caso aislado. La opinión que realmente me importa es la de mis pares artistas y la del entorno inmediato de la obra. Por ejemplo, hace poco hice una residencia en Batuco para Baco donde trabajé con la historia de una familia que tenía una panadería hace 60 años. Para eso, el diálogo con el contexto para mí fue súper importante. Las opiniones de esas personas eran oro porque finalmente trabajaba con sus historias. Este proceso finalizó con una muestra que se hizo dentro de esta panadería que fue el centro de encuentro del pueblo por muchos años, te enterabas de todo en ese lugar. La gente que iba a comprar pan se quedaba media hora para saber lo que ocurría, escuchar la radio o ver televisión. El día que inauguramos la muestra algo de esto volvió; la sangre circuló nuevamente por ahí. Las personas hablaban, soltaban sus propias historias a medida que veían sus trabajos, comentaban quiénes eran sus familiares. Me encantó que haya podido generar este espacio de encuentro porque finalmente es una de las cosas que es el arte.
Inevitablemente algunas decisiones en función del dinero comenzaron a aparecer, es un garrón, pero es la realidad. Por ejemplo, siempre tuve ciertos días libres de la semana para poder dedicar más tiempo a mi trabajo y a mi hija, pero por motivos económicos decidí tomar más trabajo que resta tiempo del que empleo para mi actividad artística. Entre las actividades laborales que desempeño, las clases de arte y de yoga son las que entregan un ingreso más estable. La docencia es una fuente de estabilidad para la mayoría de los artistas.
La actividad artística en Chile y Argentina es distinta, no necesariamente en un sentido negativo. En mi país tenía más tiempo para desarrollar mi obra, mas nunca se me hubiese ocurrido trabajar con ciertos materiales que apuntan a construir proyectos grandes, porque no tenía una economía que respondiera a eso. La creación se realizaba a una escala más humana, una escala de lo posible. Pocos artistas tienen taller porque implica que tienes un ingreso fijo para pagarlo. Por el contrario, todos los artistas tienen un taller aquí y yo no entendía cómo. Iba a ver muestras y la economía de los materiales y las dimensiones de las obras me indicaban que tenían dinero, pero no es así. Finalmente, creo que las razones de estas diferencias se deben a que existen varias formas de obtener un fondo y que están mejor vehiculizados que en Argentina. Por ejemplo, Daniel, mi pareja, me contaba que la universidad le pagaba por exponer y tener muestras durante el año. Puede ser poco dinero, pero en mi país sólo te desean mucha suerte cuando tienes una exposición y si es que te dejaron ir a hacer la muestra porque significa ausentarse. Además, los fondos que otorgan en Argentina son realmente pequeños comparados con los de Chile, aunque también la escala de los proyectos es más humilde. Algunos proyectos que se postulan a FONDART parecen empresas que se ponen en marcha, sin embargo, lo bueno es que dan trabajo a un diseñador, a un asistente, a un fotógrafo, es decir, proveen trabajo y generan una trama económica que sostiene a varios. Este sistema produce que te programes de otra forma pues también como artista debes manejar aspectos administrativos como saber postular, escribir, llenar planillas, entre otros. Por otra parte, las personas se devuelven manos, lo que es súper positivo. Si alguien postula, te anota en el proyecto y se gana el fondo, finalmente aparece una nota con tu nombre en el libro que resulta del proceso, por ejemplo. Se producen tramas de valorización del trabajo de otros artistas. En resumidas cuentas, hay fondos que ayudan a sostener la creatividad artística.
La economía del arte en Chile permite la profesionalización del artista, en el sentido de manejar dinero. No obstante, puede caer en una producción fría porque desde que el proyecto se arma y se materializa pasó la vida, y tienes que cumplir con aquello que prometiste.
En mi tiempo libre miro películas o escucho radio, aunque a veces la primera actividad es parte de mi trabajo. También voy al parque con mi hija. Esas son las principales actividades de mis espacios libres.
La vida social es trabajo para los artistas, particularmente para las mujeres y madres. Es un universo difícil porque si no apareces comienzas a desaparecer para el entorno. Y si tuviste un hijo todavía más, entonces tienes que esforzarte para que no ocurra. Muchas veces he ido a buscar a mi hija, me pongo la mochila y tomo una micro hasta el MAC de Quinta Normal, aunque sea para estar 15 minutos en la presentación de una residencia, de un trabajo o de una inauguración. Mi hija ha visto muchas muestras, pero es parte de. Hay ocasiones en que veo amigos, pero es trabajo, una tiene que ir. Todas esas instancias sociales son trabajo.
Mi familia está en Argentina y la mayoría no son artistas. Hablo con mi mamá y me dice: “¿Qué estás haciendo?”, a lo que respondo: “Una obra que consiste en una estructura con palos”. Me contesta: “Ah, una instalación” y me río porque ya sabe todo. Mi pareja y su círculo de amigos son artistas, al igual que los míos, por lo que suele ser tema de conversación. Cuando estamos con los padres de mi pareja es un momento para no hablar de arte, ahí no hay conexión. Mi única actividad fuera del arte es el yoga, pero considero que es un tipo de expresión del arte más lejana. No hablo de otras cosas, ¡qué enferma!
La génesis del ocio se vincula a que tú estás jugando mientras otros están preocupados de que todo se sostenga, es decir, tus padres. El ocio está ligado al juego, ese espacio en la cabeza que no está imbuido por lo monetario y ese es el motivo por el que lo vinculo al retorno a lo familiar, a los momentos en que la casa o la arquitectura de la familia era sostenida por otras personas.
La sociedad tiene una mala percepción del ocio porque la gente está enferma de ansiedad de poder, de tener y de consumir. Así, el ocio es mal visto o se piensa como una pérdida de tiempo porque no genera ganancias. Las personas no saben qué es lo que les gusta hacer cuando tienen tiempo libre, no les resulta fácil responder esta pregunta. ¡Tienen depresión cuando están de vacaciones! Este sentimiento es un síntoma social que muestra cómo no sabemos emplear nuestro tiempo libre. Si pasas un día acostado en la cama te sientes mal ya que no estás produciendo. Se trata de un chip que la sociedad pone en nuestra cabeza y que te programa para producir, ganar dinero y consumir. Además, la enfermedad de la ansiedad se agudiza debido a las comparaciones constantes que te ofrecen las redes sociales; mientras estás acostada en tu cama comiendo un pan con manteca y viendo una película, Facebook te ofrece a otro que está dando una conferencia no sé dónde. Te sientes una mierda. Esta competitividad genera que no disfrutes tu tiempo libre y no logres identificar qué hacer cuando cuentas con este momento.
También es verdadero que el goce es cultural. A diferencia de la época de nuestros padres o de cuando éramos pequeños, la forma en que empleamos nuestro tiempo de ocio es teledirigido. ¿Cómo sabes que disfrutar tu tiempo libre es comer pochoclo viendo la televisión si tu referencia es una imagen que aparece en un paradero o en una revista? Las personas pierden su propia voz, su resonancia. Es difícil que una persona sepa qué le gusta hacer más allá del trabajo porque pierden el contacto consigo mismos. Estamos rodeados de información que nos dice incluso cómo es el amor. Todo esto que señalo proviene de la psicología. Los artistas somos niños que sobrevivimos, seguimos haciendo lo que nos gusta. Si un niño hace lo que le gusta y le dices que no lo haga, lo va a hacer igual. La psicología señala que el paso de la niñez a la adultez está dado por el ocultamiento de la fantasía: ésta pasa a ser parte del mundo íntimo-mental de la persona y al no desplegarse, se traduce en represiones. Entonces, los artistas se siguen tirando al piso, hacen como si fueran niños y están a salvo de las opiniones ajenas ya que se les justifica por “ser artistas”. Tengo un amigo vestuarista al que le pregunto: “Juan, ¿está bien que use esto?, a lo que responde “Eres artista, los artistas pueden ponerse cualquier cosa y se verán bien”. Es lo mismo. Pienso que esto nos brinda una sanidad mental justamente porque no nos reprimimos respecto de las cosas que nos dan placer y disfrutamos de lo que para otros es excentricidad. Logramos conjugar ese universo de juego con el mundo adulto y las responsabilidades.
Actualmente las academias y los docentes son los grandes responsables de que los chicos piensen que se recibirán de Bellas Artes o Artes Visuales como artistas. No creo que las academias formen artistas, pese a que hay artistas que pasan por la academia. No comparto la fórmula de la fábrica de artistas porque, además, produce que el arte no esté en el arte hoy. Estas academias obsoletas llenan de frustración a toda una generación que podría estudiar otras carreras interesantes como diseño, publicidad o cine. Sería fundamental que los primeros años de la academia fueran duros para que los estudiantes pasen por varias experiencias que los formen para ser artistas, pero no ocurre por un tema de dinero, sobre todo en Chile. El artista que atravesó la academia sabe que se va a matar de hambre hasta que incorpore una cierta economía o viva generando proyectos.
Un artista no se define por su formación, puede ser autodidacta. Más bien, se define porque posee una mirada artística que está conectada con el sentimiento de que no puede abandonarse. No es posible escindirse de esa parte de uno, pese a que opine que no está bien. Ser artista implica sacrificios ya que vas a tener la muestra por la que luchaste tanto y al mismo tiempo no tendrás un peso para hacer el flete o enmarcar. También puedes lograr enmarcar tu obra completa y no vender nada, así que te endeudarás. Al final, lo único que te vuelve artista y te invita a realizar esos sacrificios es una fe —no religiosa— de que es lo que debes hacer.
Hay una gran confusión entre crear objetos artísticos y arte decorativo que ha existido siempre.
En mi infancia pasé mucho tiempo en cama, enferma, por lo que tuve que hallar formas para entretenerme. A través de la literatura aparecieron la imaginación, la fantasía, la creatividad, tejía un universo de relatos. Recuerdo que más tarde iba a visitar enfermos junto a mi abuela, una costumbre de mujeres grandes de una cierta clase social, es todo un mundo cuando uno es pequeño. No sabías a quien visitabas, pero te contaban su historia. Hay una directora que se llama Lucrecia Martel y que me recuerda estas historias, porque señala que sus películas provienen de los relatos de enfermos que escuchó. Es un universo increíble.
Tengo la idea de que todo viaje hay que capitalizarlo a nivel artístico. Si vas a algún lado, haces una residencia o visitas los museos. De hecho, cuando fuimos de vacaciones a Chiloé, pasamos al MAM, conversamos para hacer una residencia y arreglé una muestra para octubre. Está la parte de diversión, pero una tiene que hacer rendir la economía que estás movilizando, así que es trabajo de todas formas.
Las noches de los sábados que para muchos son de carrete, para mí son de taller. Mi pareja va a jugar fútbol, así que estos momentos de soledad los aprovecho para trabajar. Los domingos intentamos ir a la plaza y el resto es ordenar la casa, lavar la ropa, es decir, administración hogareña.
La maternidad significó preocuparme por el hecho de perder visibilidad en el mundo del arte. Así que inicié un proyecto que me facilitara el contacto fluido con artistas que consistió en la creación de una galería online donde no aparezco yo, sino que muestro los trabajos de otros artistas. Fue muy bueno porque se volvió una vía para no desaparecer. Me esforcé en encontrar algo para no dejarme llevar por la maternidad que tiene algo de seductora, te lleva y no te das cuenta. Dices: “Bueno, hoy no hago nada y me dedico a…”, sobre todo cuando son bebés. La maternidad me volvió mucho más efectiva, empleo mi tiempo de mejor forma. Una amiga me había dicho que ocurría y es real. Pienso que antes perdía un montón de tiempo y no me percataba.
Hago un esfuerzo por llevar a mi hija a donde sea que vaya. Gestiono las residencias para que sean madre-hija, si postulo a una beca busco que me acepten con un bebé. Lo mismo hice cuando estaba embarazada. A mis alumnas les comento que se debe realizar un ejercicio de visibilización de la maternidad en el arte porque si aparece una mujer con un bebé la suelen ver como un problema. Si una mujer hizo una tremenda muestra, llevó a su hijo al montaje o apareció con el padre en determinados momentos, ella hizo militancia de la visibilidad. Considero que está buenísimo porque nos abre el camino a todas.
Mi nombre es Bernardo Oyarzún, soy artista visual. Mi actividad laboral está dedicada mayoritariamente al arte y está dividida entre el tiempo que dedico netamente a mi producción artística y el que asigno a trabajar de forma remunerada, al trabajo museográfico. Este último corresponde a un 30% del tiempo total de trabajo que consiste en prestar servicios de plotter para espacios de arte, galerías y museos, entre otros espacios. Este dinero es empleado para gastos domésticos y autogestión. También he realizado clases en la UNIACC, Universidad de Artes, Ciencias y Comunicación, pero renuncié por el tema de demanda de exposiciones y bienales el año 2016. Ahora no hago nada en forma regular relacionado con la docencia. Pese a que es entretenido hacer clases, no busco ocuparme en eso porque me sustrae muchísimo.
El registro de mi semana lo escribí en el computador porque no pude hacerlo en la bitácora, tengo una letra manuscrita horrible. La experiencia del registro de la bitácora no fue compleja porque la ordené por horas para que fuera sistemático, fue muy entretenido hacerla, porque coincidió con algunas visitas notables.
Todas las semanas tengo actividades excepcionales pero la visita de Nelson Garrido para mi familia siempre resulta algo muy agradable y extraordinario, fue un aliciente para empezar. Nos conocimos en una residencia de fotografía en Valparaíso el año 2010. Nelson estuvo todo el fin de semana con nosotros: llegó a mi casa el sábado en la mañana y se fue el lunes. El domingo que comencé el registro fuimos al persa. Hicimos actividades muy relajadas y bastante mundanas, no eran elevadas, aunque sí muy ricas culturalmente. Es mi fuente de inspiración esos lugares, vinculado a lo marginal, a lo periférico. Es parte de mis actividades normales ir al mercado persa; es una actividad que hacemos reiteradas veces con la familia. No es un paseo de todos los domingos, pero es casi obligatorio este ejercicio. Tenemos todos los persas clasificados, sabemos más o menos lo que hay en cada uno. Pamela, mi pareja, está preparando un proyecto y necesitaba comprar muñecas Barbie, así que la visita de Nelson coincidió con una etapa bastante movida por esos lugares: íbamos a ir sí o sí. Así que lo invitamos y aceptó con mucho entusiasmo, además son paseos familiares que tienen mucha acción precisamente por los niños. Uno tiene que estar llamándolos: “Bruno, ven para acá”, “¡Bruno!”, pero así son los paseos, un poco estresantes por el celo paternal. Pero les encanta porque miran juguetes y compran cosas. Esta actividad puedo definirla como artística, porque es muy delirante para los sentidos, colores, sonidos, sabores,… siempre estamos absorbiendo, adquiriendo cosas, es una parte de mi territorio.
Hay un predominio del trabajo en mi bitácora. En mi caso, es raro que tenga un momento para no hacer nada, para el ocio. El único momento de descanso consciente es antes de dormir, pero a veces también nos distraemos con series o películas o alguna tontera. Un rato en las nubes y paramos la máquina. Sin embargo, en el día no existen esos espacios, son muy agitados, la familia es algo que no para, estás lleno de actividades, es difícil estar sin hacer nada. Últimamente he trabajado mucho porque estoy en tres proyectos: uno para el Museo de la Memoria; unas clases en el Centro Cultural Palacio La Moneda a propósito de la exposición de artistas latinoamericanos que está ahora; y otro proyecto que tengo en Nueva Zelanda y una invitación a Colombia en octubre. Todos tienen un componente creativo: generar una obra o una propuesta. Por todo esto, siempre estoy en deuda. El coleccionista Claudio Engel me pidió un recuento de la mayor cantidad de obras posibles en agosto del año pasado y recién se lo mandé hace una semana atrás. Ahora debo una suerte de boceto de lo que haré en el Museo de la Memoria. No trabajo con asistente en estas actividades, porque es muy personal, no puedo decirle a alguien: “Oye, escríbeme el proyecto para el Museo de la Memoria”. Tampoco para la selección de obras donde tenía que agregar una descripción. Me cuesta delegar.
Mi espacio de trabajo y mi rutina se estructuran en mi casa todo el tiempo. Cuando tengo que ir a Santiago Centro, intento concentrar la mayor cantidad de actividades para ese día, como hoy, que fue súper activo. Tuve una reunión a las 11.00 en el Museo Bellas Artes y luego fui a Estación Central a hacer compras, herramientas o cosas domésticas. Programo el día para que quede muy ocupado y aprovechar la salida. Por otra parte, mi trabajo artístico lo desarrollo en el campo; Cabrero es mi taller y centro de operaciones productivas. El patio de mi casa en Santiago parece un taller, pero en realidad es una bodega, cosas en transición al Sur. El próximo año vamos a dar vuelta esta forma de organizarnos porque ya no viajaremos para allá, sino que vamos a estar allá y viajaremos para Santiago. Tendremos una calidad de vida que no tiene comparación.
Hace 15 años atrás no tenía ofertas de trabajo como las que tengo ahora, por ejemplo, tutorías, una intervención breve en alguna Universidad o residencias fuera de Chile. Después de la Bienal de Venecia cambió todavía más la situación, empezaron a comprar obras, una demanda impensada hace un par de años. Ahora, si pienso en la diferencia que tendría mi bitácora actual respecto a otra fecha, no creo que sea mucha, siempre es mucho trabajo. Tenía muchas actividades laborales remuneradas y pero eso lo fui ordenando para priorizar el arte, al final eso mermó por decisión propia. Trabajos como los de montaje son cosas que fui marginando por el desgaste energético impresionante que implica. Al final, decidí por mi cuenta dejar de hacer cosas que te sustraen mucho, para complementar con más trabajo artístico.
Me resisto a las tecnologías actuales, odio el celular, sobre todo cuando estoy haciendo un trabajo y lo olvido intencionalmente en la casa, porque te llaman constantemente para decir: “Oye, ¿a qué hora vienes”, “¿Vienes en camino?”. Hay varios espacios que envían las cosas tarde, eso genera mucho estrés, eso lo detesto. Así que opto por dejar el celular en la casa. Al final, es desgaste gratuito porque no es que uno no vaya a realizar el trabajo, salvo excepciones críticas, donde ya no se puede hacer nada. Pienso que todavía se puede mantener a raya ese dispositivo, aunque veo que se transformó en una herramienta de control que invade tu intimidad, tu espacio.
Ahora bien, al igual que todo el mundo, me parece que el computador es una herramienta excelente. No obstante, da pie para que te presionen porque todo el mundo supone que tienes más capacidad que antes para hacer cosas, todo se vuelve inmediato. Por ejemplo, no te piden cosas para mañana, sino que en un rato más, el mismo día. La gente ocupa de forma realmente absurda las herramientas y los tiempos de trabajo, esto finalmente termina atrofiando tu vida. Así que, por una parte, amo la tecnología porque provee herramientas espectaculares con las que trabajo, como Photoshop o Ilustrator; y, por otra, también las odio porque te han atrapado en un callejón sin salida.
Mis dos trabajos son absolutamente necesarios, el arte tiene que ver con una necesidad personal, íntima, mientras que el otro es por una necesidad mundana, cuestiones prácticas. Ambos trabajos me agradan; la labor museográfica me entretiene, sin embargo, la experiencia de mi trabajo artístico es radicalmente diferente porque me entrego totalmente a éste y me ocupa mucho más tiempo. Me cuesta muchísimo clasificarlo como trabajo, porque es una parte mía muy personal que se expande. Surge de ahí mismo, no es algo forzado, se trata de una necesidad íntima. Me ha pasado que voy manejando, en el metro, en la micro, o estoy a punto de dormir y encuentro la solución a algo. Es rara esa cuestión: tu cerebro sigue funcionando independientemente, pero de una forma en que tú no estás consciente de ese trabajo. Me pasó hace poco cuando fui a buscar a Nelson Garrido y le conté mis últimas obras del año pasado; un proyecto gigante para el Museo de la Memoria, después la Bienal de Venecia y, por último, una obra para la Bienal de Curitiba, no tenía mucho más que contar y que no era poco, sin embargo, me preguntó: “¿Qué estás haciendo ahora?”. Fue muy divertida la broma, más todavía cuando quería parar un poco la máquina el 2018, pero la pregunta provocó que vinculara unos proyectos en estaban ahí en stand by, ya que había realizado tres obras gigantescas en un año. En esta conversación sucedió algo inusitado; apareció la solución a un proyecto que estaba archivado en mi cabeza hace cinco años. Una parte de este proyecto se llama “Cabezas voladoras” y consiste en una serie de videos que presenté en la feria ARCO en España. En ese momento, sentía que no estaba completo y quedé con esa sensación. Mientras charlaba con Nelson, recordé este proyecto y vi la solución de inmediato: “Ah, si estoy en otro proyecto…“Cabezas Voladoras”.
En general, pasa mucho que tienes ideas en la cabeza y no te das cuenta cómo aparecen. Es algo que no se detiene nunca. No me siento en el escritorio a hacer un proyecto, sino que más bien estas ideas surgen en momentos inesperados. Estos golpes creativos que se traducen en la solución final de un proyecto son impredecibles, no tienen que ver con un momento de ocio ni inspiración. No obstante, estas situaciones ocurren con ideas pendientes, por ejemplo, que fueron motivadas por un interés particular en un lugar o lo que sea. Por ejemplo, cuando vas a una residencia tienes una motivación a observar con cierta agudeza y terminas por generar ciertos intereses particulares, pero que no se definen en proyectos de forma clara. La solución de ese interés puede que no aparezca en ese momento, ni en la residencia, pueden ser procesos de años. No es posible programar eso. Por ejemplo, la obra “Funa” que presenté en el Museo de la Memoria estuvo en stand by durante cinco 5 años. Yo sabía que esa obra era una utopía, un sueño post revolución sobre la caída de las estatuas. La idea consistía en derribar a los falsos héroes. Sin embargo, no tenía la obra resuelta hasta que la relacioné con los frisos grecorromanos y la hice.
En este momento debo tener cinco proyectos de diferentes épocas que están en stand by y que se reactivan a partir de algunos eventos. Ocurrió con la obra que realicé cuando me invitaron a MERCOSUR, que consistió en escribir una frase en guaraní con letras de tierra. La idea original era hacer unas letras gigantes de tierra y escribir el nombre de un héroe mapuche para el Museo de la Memoria. No obstante, cuando me invitaron a MERCOSUR, fui a una residencia donde rescaté una frase que perfilaba una cuestión etnográfica. Esta frase presentaba al guaraní como una persona que muestra toda su identidad a través de sus creencias, sus costumbres y todo su arsenal cultural. Cuando encontré esta frase pensé: “Ah, lo escribo en tierra”, aunque se trató de una solución más lógica que relacioné con lo que iba a hacer en el Museo de la Memoria y al final terminé desarrollándola en MERCOSUR.
Existen proyectos que no cuentan con esta resolución, pero son muy pocos. Estos proyectos que no tienen algo resuelto, que me llevan a desvariar y a veces resultan o no, los llamo “experimentales”. A veces me obligo a desarrollar estos casos que desconozco cómo terminarán. Por ejemplo, en el Museo de la Memoria tengo que hacer una propuesta que incluye varios pies forzados. Tengo que desarrollar un proyecto colectivo en el que trabajaré con mi comunidad mapuche y perfilar una obra a partir de esta colaboración. Tengo dos ideas que no sé cómo se resolverán: una consiste en una suerte de rastreo arqueológico, pero no como se piensa usualmente con elementos iconográfico, sino desde un ángulo mucho más hibrido y ecléctico. He visto cosas alucinantes como, por ejemplo, cuando observas un kollón, un kultrún al lado de objetos mundanos como un azucarero de plástico y una lata de refresco. Eso es muy latinoamericano, es alucinante. Otra idea es trabajar con una mujer sabia de la comunidad en relación con la neo memoria ancestral que se ha activado hoy día de las culturas nativas, la forma en que traduce y transmite este renacimiento cultural. Recuerdo que la inauguración de Werkén en Valparaíso fue bicultural —espero que sea la primera de muchas— empezó con una ceremonia mapuche a la que siguió la inauguración oficial. Más tarde, junto a varias autoridades de la comunidad, subimos al segundo piso donde estaba la obra y ella se emocionó. Vio los kollón y me dijo emocionada: “Voy a tocar el kultrún”. Fue impresionante lo que pasó cuando comenzó a tocarlo porque la obra estaba en una sala gigante que tenía eco. Quizás es la intuición, pero ella supo lo que faltaba en ese lugar y paso algo nuevo en la obra, pero parecía normal al mismo tiempo magia, eso habla de otro estado de cosas que años atrás habría sido impensada. Las dos ideas son muy potentes espero que se resuelvan de buena forma, estoy ahí a la espera.
Werkén surgió cuando Ticio Escobar me invitó sorpresivamente a participar en el concurso de la Bienal de Venecia y quedamos finalistas. El problema es que estábamos contra el tiempo para desarrollar el proyecto, ya que una vez que te comunican la selección, tienes dos semanas para concretar el proyecto. En esa oportunidad también ocurrió un chispazo. Empecé una operación de diseño pues quería una cosa modular que se multiplicara y analógicamente se vinculara con la segunda idea de la obra, que eran todos los apellidos mapuche que sobreviven hoy día. Por otra parte, tenía una idea como pie forzado; que debía transformarse en un relato contemporáneo de Chile, de una imagen muy vitalizada de un pueblo absolutamente negado. Era el tema que habíamos propuesto, estábamos en acuerdo con Ticio que el proyecto sería el tema mapuche sin ningún tipo de restricciones. Partí con una idea a priori de levantar una obra modular y armé muchas composiciones a partir de montones de objetos mapuche: wyños, kultrun, toquicura… hasta que llegué a los kollong el gran chispazo, un eureka. Cuando envié la idea a Ticio, respondió: “habemus opera”. Quedó realmente alucinado con la propuesta y en conjunto la refinamos. El relato se armó rápido, tal vez es la obra más pronta que he hecho en mi producción artística.
He vivido el fracaso con obras experimentales, pero se trata más bien de un fracaso muy personal y muy productivo. A partir de estas situaciones he podido rescatar lecciones muy potentes. Tal vez una de las obras con la que quedé más disconforme fue una de tipo experimental que hice en Cauquenes hace muchos años atrás. No tenía mucho tiempo, así que tomé un montón cosas, pensando que se iba a solucionar allá motivado por el desastre ecológico que ocurrió en el río “Cruces” en Valdivia, provocado por la Industria de la celulosa. Escribí un cuento sobre las forestales, recuerdo que se hablaba de fotos desvergonzadas que tomaba la empresa poniendo plantas de plástico y flores, sobre y en la rivera del río, entonces llevé árboles de pascua y unas flores de plástico. Empecé a construir una plantación y varias cosas con los árboles de plástico, pero no llegamos a nada convincente y terminé por regalarlos. Finalmente hicimos un florero gigante con muchas señoras del lugar y escribí mi cuento del zorro y el conejo en las paredes, a propósito de las forestales. Una de estas empresas forestales en otro lugar introdujo zorros para que se comieran los conejos y produjo una sobrepoblación de estos animales, eso lo vi in situ e inspiro mi historia, pero todo el proyecto, sin embargo, no me gustó, pero, a raíz de este florero que hice con las señoras de Cauquenes desarrollé una hipótesis sobre matriarcado y estética popular que terminó en “Doméstica”, un proyecto muy bello que hice posteriormente con financiamiento de la Universidad de Harvard. Esta propuesta se presentó para el proyecto de Art Forum que había ganado junto a Cristóbal Lehyt. Se trataba además de una residencia en Harvard de 10 días, muy buena y motivadora por cosas periféricas a la residencia, En esos días conocí a Ronal Kay un personaje bellísimo, terminamos siendo amigos en ese evento.
Al final, si pienso en Cauquenes como un fracaso, no es así, tuvo consecuencias notables, fue el inicio de un gran proyecto, así lo veo ahora.
El fracaso en el mundo del arte no es terrible, son grandes lecciones, quedan cosas dando vueltas y vienen explosiones creativas de todo eso, hay mucho aprendizaje. El arte no está inserto en la productividad del mundo real, no hay éxito, ni fracaso. El arte esta en un plano simbólico muy lúdico y excitante: puedes jugar, no pasará nada si te equivocas. De todas formas, pese a que uno sabe esto, la presión y la imposición de que todo tiene que salir bien es gigantesca, porque efectivamente una muestra puede quedar en el plano de la intrascendencia. Pero no es más que tiempos de trayecto a otra cosa, en realidad todo es impredecible, eso es lo que motiva, finalmente los únicos mecanismos de control que tienes son justamente los tiempos perdidos antecesores de un proyecto.
Por otra parte, no hay una cuestión racional y lógica para saber si una obra es una buena pieza. Hay montones de capas para descifrarla profundamente o disfrazarla en especulaciones. Estas infinitas capas permiten que cualquier persona pueda sacar algo de la obra, desde lo más literal y obvio, hasta los más simbólico y críptico, es una trama muy potente. En el caso de mis trabajos me gusta la simpleza embaucadora como la obra “Bajo Sospecha”, que se ve muy básica, pero contiene montones de acontecimientos que construyen un relato bastante complejo, finalmente; puedes visualizar el tema de “La Parentela” como un espejo patronímico, o un ensayo de antropología, o lo que quieras. En realidad, las obras siempre tienen fondo que explorar.
La opinión del mundo del arte acerca sobre mi trabajo no me influye en nada respecto de lo que tengo que hacer, porque lo veo como una responsabilidad y que sólo yo puedo resolver. La convicción es lo que me mueve, pensar que solo yo puedo hacer lo que tengo que ha desarrollado la obra que tengo. Quizás algo que facilitó este punto —que no sé si es bueno o malo— se debe a que empecé tempranamente arriesgando todo en cada obra, incluso con incertidumbre económica temeraria, eso forjó un desarrollo profesional fuerte y diversificado y con mucha seguridad en lo que hacía, eso se plasmó en muchas obras y circulación de mi trabajo en todos lados; tengo tantas exposiciones en Chile como fuera de este país. De alguna manera, la dinámica arriesgada me validó como artista, sobre todo lo que he realizado fuera de Chile, más ahora que tenemos fresco el efecto donde nuevamente quedó en evidencia la apuesta al límite con Werken -me refiero a su producción traumática- con los efectos increíbles post exhibición. Antes de esta Bienal tan importante para un artista, nunca recibí tantos aplausos alegres por una obra y otras críticas de mala leche antes de su ejecución, como contraparte aparecieron cosas raras en la prensa, -un porcentaje mínimo por suerte - particularmente cuando se conoció el resultado el concurso del envío chileno a esta Bienal, por primera vez tuve que reaccionar, con medidas concretas, como rechazar una invitación importante a una institución muy importante, pero no quiero detallar este episodios tan decadente, quería decirlo para enrostrar la miopía que suele ocurrir en Chile. En el resto del mundo no fue así, fuimos muy bien considerados por el mundo del arte, tuvo una recepción espectacular, hasta con portadas. Después fuimos validados, yo diría, por rebote en Chile, me refiero a la prensa específicamente.
Mi obra jamás ha estado motivada por la venta; nunca pienso que voy a vender lo que hago, mis motivaciones son otras. Además, la mayoría de mis trabajos son de formatos mayúsculos, o intransportables. Quién va a comprar “Funa”, por ejemplo. Nadie. Es un montón de estatuas de tamaño real, siete frisos gigantes. Posiblemente el espacio hegemónico, que me capturó hace rato, pero no era mi objetivo cuando empecé, era una cuestión guerrera, heroica y política lo que me motivaba, eso no lo he perdido por suerte, me mantiene en pie. Eso explica en parte el trabajo desde mi espacio absolutamente marginal; instalar conjeturas o problemas, remover cosas con estas herramientas, técnica, objetos, estética que dispongo desde este estrato.
El ocio no existe para mí. De hecho, estamos cansados de esta situación, de la falta de ocio. Tenemos un proyecto familiar para irnos a vivir el próximo año al sur de Chillán, a un lugar que se llama Cabrero, al mundo rural. Necesitamos un poco más de relajo para tener ocio, lo añoramos y no seguir constantemente hostigados por esta ciudad que esta colapsada, cada vez más absorbente con tu vida. Me refiero que te ocupa mucho tiempo sólo para poder estar aquí y lo que ofrece no vale la pena. Cuando tenemos tiempo libre nos vamos fuera de Santiago y nos desconectamos. Estos momentos son muy agradables y están muy ligados a la familia, esa es la prioridad. Este tiempo también se vincula con la producción artística y los amigos que van de visita que viajan fuera de Santiago para vernos, es realmente otro mundo.
No tengo un hobby pues todos los esfuerzos que hago son para tener tiempo libre. Cuando traslado esto al mundo real, significa trabajar lo menos posible para tener tiempo de hacer nada, pero ese no hacer nada para mí, es trabajar en arte. ¿Por qué necesito tanto tiempo? Porque el arte no funciona con estrés. Estos dos últimos años, 2016 y 2017, fue un periodo extenuante, mucho proyecto en desarrollo y concreción, en este contexto, la desconexión fue muy importante y eso significa tiempo sustraído al emprendimiento y la productividad económica. El éxito hoy día es inversamente proporcional a vivir plenamente, en el arte son otras reglas, no tiene nada que ver con ese cautiverio de tu vida. De hecho, pienso que hacer arte es una buena forma de vivir, aunque vivas en la miseria. Además, uno cree en la revolución que hay detrás de toda esta actividad, creo que intervienen técnicamente en los estratos territoriales, de una forma analógica como influyen los objetos técnicos que cambian nuestra forma de vivir.
Mi actividad principal es el arte, así que todos mis esfuerzos están dirigidos a generar tiempo para trabajar en mi obra. El último tiempo, sin embargo, he estado atrapado en informes tortuosos al extremo de mis posibilidades. El verano pasado fue un verano perdido en trámites burocráticos. Los tiempos que ocupé para hacer esos insufribles informes están absolutamente perdidos para siempre. He llegado a tal extremo de pensar que son mecanismos de poder, control y sometimiento añorando una recompensa ridícula y sin importancia. El premio que no es otra cosa que un “OK” a un proyecto que esta más que resuelto y exitoso. Te piden documentación redundante que te provocan irremediablemente. Entiendo que pagamos el precio de un país corrupto, pero siento a todas luces que los mecanismos de control no son la solución, son involutivos, el problema es más profundo, la solución es otra.
Los fines de semana intento desconectarme del trabajo remunerado porque los domingos no trabajo en gráfica. Además, son más relajados porque no tienes que salir y te quedas en casa, a menos que haya actividades familiares porque ahí estamos obligados. Sin embargo, siempre estás completando trabajos atrasados o retomas proyectos porque la demanda no para. Ahora estoy realizando los trabajos que debo para un museo, Nueva Zelanda, Colombia, Isla Flaca, entre otros. Siempre estoy súper demandado con trabajos de arte. Cuando no ocupo ese tiempo para trabajar, lo paso con amigos o en el campo. También cachureo en el persa para excitar un poco la mirada, para distraerme. De todas formas, definitivamente los momentos en que estoy más desconectado es cuando salgo de Santiago.
Hemos pensado salir de Santiago como familia para huir del estrés porque es un problema de salud muy serio. En mi caso afortunadamente no es silencioso su efecto es muy visual, eso me ayuda a tomar precauciones, son señales de alerta. Estoy hablando síntomas; de pelones en la cabeza, nervio ciático, colon irritable, alergias, dolores musculares… Todo muy palpables en mi cuerpo y a esta altura considero que es pura suerte que no haya ocurrido algo más grave. Sólo queremos estar más relajados y el plan de irnos de Santiago tiene relación con eso.
No recuerdo ese artista y esa persona que era antes de la paternidad; es una cosa que quedó atrás hace ocho años. Mis hijos son pequeños; el mayor Santiago tiene trece, después sigue Horacio con seis y Bruno con cuatro años. Santiago, el mayor lo conocí cuando tenía cinco. En rigor es mi primer hijo, sólo que no soy su padre biológico. Esta experiencia ha sido maravillosa, no sé cómo describirla de otra forma. En términos creativos, no afectó para nada mi obra, de hecho, pienso que la potenció. Me motiva más todavía saber que estoy construyendo un capital simbólico, un patrimonio muy trascendente para ellos, es muy importante en muchos sentidos. Además, mis hijos andan encima de la obra o se meten en plena inauguración, irrumpen. Comprenden en alguna medida que es un escenario para el juego, ficción y realidad mejor que uno.
La única posibilidad de retiro no es que yo envejezca, sino que mi obra lo haga. Si ese es el caso, hay que retirarse dignamente...Éntrese tatita… El problema es la vanidad que te nubla la vista y hay que estar atento para percatarse de esta situación. Por ahora, hablando de ceguera, no pienso en dejar de producir, ni espero que mi obra envejezca todavía. Pero todas estas cosas están catalizadas por la comunidad también, cuando una escena es potente, los más jóvenes pueden pegarte una patada en el trasero fácilmente, la pelea es dura en una escena sana y fuerte, aunque no es el caso de la escena chilena. También existe la posibilidad de que seas un artista extraordinario y que no te derriben con nada, pero uno no lo sabe —o tal vez sí—. Hay que creer un poco en los súper poderes, hasta que ya no se pueda y la comunidad automáticamente te relegue a un sitio acomodado con su respectiva lápida y muy lejos de la vanguardia. Tengo la esperanza de tener esa visión crítica para el retiro digno. Me gustaría que mi jubilación ocurriese de esta forma cuando no tenga nada que aportar, aunque ese momento no se puede predecir. Hay artistas que nacen viejos y deambulan en el montón, eso es bien curioso y habla de una escena muy pusilánime.